Graeme Turner, The Shrinking Nation (St. Lucia: UQP, 2023). 232 páginas.
El próximo catorce de
octubre será un día importante en Australia. La ciudadanía debe decidir
(puesto que el voto es obligatorio) en referéndum si aprueba o no una enmienda
a la Constitución, por la cual los pueblos originarios pasarían a contar con un
órgano consultivo y asesor propio, que aportaría sus puntos de vista al
ejecutivo federal en relación con todos los temas que les afectan, en un nivel
político similar al del parlamento federal.
El Profesor Graeme Turner
ha publicado hace apenas tres meses este ensayo en el que denuncia la
desastrosa situación a la que la miopía, cuando no la incompetencia, la desidia
o incluso la perversidad de diversos gobiernos que los australianos hemos
sufrido en las dos últimas décadas ha abocado al estado-nación.
Turner es historiador
cultural. Ha estudiado en profundidad las transformaciones y vicisitudes por
las que la cultura política australiana ha pasado desde la segunda mitad del
siglo XX hasta nuestros días, y los resultados de sus investigaciones apuntan «a
un cambio en la política cultural del país tan dramático que debe hacer que nos
preguntemos qué lo ha impulsado. ¿Qué nos dice la manifiesta aceptación por parte de
los australianos de la resistencia de sus políticos al cambio acerca de la
cultura, el desplome de la confianza en la política y la democracia, el grado
variable de identificación con los intereses de la nación y cómo se
conceptualizan exactamente dichos intereses en la mente de los ciudadanos?» (p.
38, mi traducción).
Y no es que Australia sea
un caso singular. En los últimos diez o quince años, la mayoría de las democracias
occidentales han visto que la tendencia a enfrascarse en agrios enfrentamiento entre
los actores políticos no solamente socava la estabilidad de la acción de
gobierno sino que puede llevar a hechos lamentables de violencia e insurrección
en nombre de falsos mesías y espurios salvadores de la libertad. El
prácticamente absoluto cierre de las fronteras del país durante casi dos años
por la pandemia del Covid-19 fue visto por muchos australianos como un recorte
de sus libertades más que un mecanismo de protección a la ciudadanía. Fue un
arma de doble filo, sin duda: «Australia es el único estado-nación que no
solamente se negó a permitir que miles de sus ciudadanos regresaran a su casa
mientras buscaban refugio de la pandemia o trataban de reunirse con sus
familias, sino que además prohibió a sus ciudadanos, a los titulares de visados
temporales, los residentes permanentes y los titulares de la doble nacionalidad
salir del país. […] En tanto que provocación a ese sentido de pertenencia a la
nación que sintieron los australianos, así como a sus derechos humanos como
ciudadanos de un país soberano, es difícil imaginar alguna otra acción de la
Commonwealth de Australia que socavara más sustancialmente la confianza en el
gobierno». (p. 81, mi traducción).
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Alguien dejó este mensaje en tierra Bidjigal, en lo que se conoce como Mascot, cerca del aeropuerto de Sydney en diciembre de 2022. Por mucho que se les haya robado, humillado y maltratado... Estas tierras siempre han sido, son y serán de los pueblos indígenas australianos. Fotografía de Kgbo. |
La severa crítica que
Turner hace de los gobiernos federales desde el comienzo del siglo XXI está
perfectamente justificada y comprende ambos lados del espectro parlamentario,
tanto la coalición liberal-nacionalista como el partido laborista, y los medios
de comunicación de masas, en particular el conglomerado mediático propiedad de
Rupert Murdoch.
Turner es particularmente
duro con los primeros ministros Abbott y Morrison, pero el autor ahonda en las
causas de este deprimente escenario en el que los cimientos de la sociedad
australiana parecen haberse desmoronado: las llamadas guerras culturales. «…ha
habido una enérgica utilización de la idea de cultura como arma divisoria, en
una escrupulosa obstrucción a los proyectos de construcción comunitaria anteriormente
descritos. Estas guerras culturales han abarcado décadas, y sus repercusiones sociales
y culturales de largo plazo han explotado el profundo filón del prejuicio y la
división tan arraigado en la cultura y la sociedad australiana». (p. 167, mi
traducción)
El capítulo final del
libro, a modo de conclusión, lleva por título ‘Somewhere in here, there is a
better country trying to get out’ [En alguna parte, aquí dentro, hay un país
mejor que intenta emerger]. The Shrinking Nation es un oportuno libro de
publicación muy reciente —apareció en junio— y plantea significativos
interrogantes tras un muy completo estudio de los problemas que aquejan al
sistema político australiano actualmente.
Uno quisiera pensar que el domingo quince de octubre,
este país, al que me sumé hace más de dos décadas, amanezca mejor. Que los
australianos habremos decidido dar un paso adelante en pos del progreso y la
armonía. Los sondeos, sin embargo, no son nada halagüeños y no son motivo de
optimismo. En mi opinión, tras la magnífica percepción que la organización del
Mundial Femenino había transmitido al mundo, la comunidad internacional estará más
que decepcionada si no damos este importante paso adelante. Tiempo al tiempo.
Ojalá este 14 de octubre sea un día de celebración para todos; y en todas partes.