1 feb 2011

El final de la Victoria

La noticia, en el rotativo Avui. Obsérvese el saludo fascista de la estatua.


El ayuntamiento de Barcelona quitó de sus calles el pasado fin de semana una estatua, conocida como Victoria, instalada por el régimen franquista a la conclusión de la guerra civil. Era el último vestigio de la parafernalia del dictador en la ciudad condal. Victoria había desalojado de su ubicación a la estatua del presidente de la Primera República española, don Francesc Pi i Margall.

Cabe sin embargo preguntarse la razón por la cual perduran en muchas ciudades y pueblos del territorio español vestigios y monumentos emplazados durante el sanguinario régimen de corte católico-fascista del militar rebelde. Sin ir más lejos, en la hermosa ciudad de Ávila, recientemente visitada, se pueden leer todavía los nombres de algunos héroes fascistas en las calles. ¿Será porque no quieren que desaparezcan las marcas del odio, la crueldad y el desprecio por los derechos humanos que caracterizaron las cuatro décadas de su infame caudillaje que los ciudadanos españoles padecieron?

29 ene 2011

Reseña: La noche de los tiempos, de Antonio Muñoz Molina


Antonio Muñoz Molina, La noche de los tiempos (Barcelona: Seix Barral, 2009). 958 páginas.

En medio de la sanguinaria y demente convulsión que tiene lugar tras el levantamiento del ejército contra la II República, el arquitecto madrileño Ignacio Abel busca desesperadamente y sin éxito a la joven americana Judith Biely, su amante, por las calles de Madrid. Meses más tarde Abel se hallará en un pequeño pueblo del estado de Nueva York, Rhineberg, donde se encuentra el Burton College, adonde ha acudido invitado para impartir clases y para completar el proyecto de construcción de una gran biblioteca.

Abel ha salido de España solo; ha dejado atrás a su familia (Adela, su esposa, y Lita y Miguel, sus hijos). ¿Se ha exiliado por motivos políticos o ha huido de una vida que no le producía satisfacción alguna? En el inicio de la novela Muñoz Molina nos presenta a Abel a punto de iniciar el corto viaje en tren que le ha de llevar a Rhineberg. Durante el viaje el arquitecto va a ir rememorando la historia del amor secreto con Judith en un contexto de desquiciamiento, en el que son muy palpables la extremada crispación social y el caos que precedieron al comienzo de la guerra civil.

Tras la lectura de sus 958 páginas, La noche de los tiempos resulta un fresco admirable y plenamente convincente, en el que vemos transitar tanto a personajes ficticios como históricos (como el presidente Azaña, el doctor Juan Negrín, Rafael Alberti, Moreno Villa, José Bergamín); Muñoz Molina no ha descuidado detalle alguno. La novela progresa en un vaivén temporal, volviendo al pasado desde el presente que es el viaje en tren por tierras norteamericanas de Ignacio Abel, quien rememora su vida en los meses anteriores al desencadenamiento de la guerra civil y el sangriento desastre consiguiente.

El minucioso retrato que hace Muñoz Molina del personaje ficticio que es Ignacio Abel no lo presenta como un hombre de origen humilde, un idealista que quisiera hacer real todo el potencial de sus ideas, y quien sin embargo tiene también sus imperfecciones: las indecisiones, los silencios, la ceguera y el sonambulismo rigen su vida en medio de la catástrofe que se cierne sobre la ciudadanía. Muñoz Molina contrapone pasiones constructivas y destructivas: la pasión del amor (Ignacio Abel y Judith Biely) y el fanatismo violento, ciego e intransigente que convierte a Madrid en un pavoroso campo de batalla en el que la vida de los inocentes y los indefensos no vale nada.

En La noche de los tiempos el autor ha plasmado también algunos personajes extraordinarios: la familia de Adela, la mujer de Abel, es un estrafalario muestrario de la España católica, arcaica y anquilosada que defendió la ilegalidad de la sublevación de los militares; o, por ejemplo, un profesor judío exiliado de Alemania, Rossman, el apátrida que encarna los estragos que causaron tanto el nazismo como el estalinismo en Europa; o el extraño filántropo americano Van Doren; o el propio Eutimio, el leal capataz de las obras que dirige Ignacio Abel, a quien en un momento decisivo le salvará la vida.

Pero son sin duda Ignacio Abel y Judith Biely los personajes cuya historia construye el armazón de esta sólida narración. Veamos en un par de pasajes la descripción que hace Muñoz Molina de algunos de sus rasgos más característicos. En el primero se nos ofrece la perspectiva que Ignacio Abel tiene del futuro.

“El porvenir no era una bruma de desconocimiento o una proyección de deseos insensatos, no el vaticinio embustero de las cartas o de las líneas de la mano, la profecía siniestra de los predicadores del fin del mundo o del paraíso sobre la tierra. El porvenir estaba previsto en las líneas azules de los planos y en las maquetas que él mismo había ayudado a construir, con su amor por las cosas que pueden hacerse con las manos, dibujar con tiralíneas y luego recortar con unas tijeras escuchando el sonido del acero afilado que hiende la cartulina. La emoción estética suprema era un golpe visual instantáneo. Ver algo completo y de repente con una sola mirada, comprender con los ojos, adivinar una forma con el tacto. Ignacio Abel amaba los bloques de madera de los juegos de construcción de sus hijos, la tipografía de los libros de Juan Ramón Jiménez, la poesía de los ángulos rectos de Le Corbusier.” (p. 260-1)

“The future was neither blurry ignorance nor the projection of senseless wishes. It was not the mendacity of tarot cards or the sinister prophecy of preachers of doom or of heaven on earth. The future was laid out in the blue lines of the plans and models he himself had helped to build, with his love for the things that can be done using your own hands, drawing them with a ruling pen and then trimming them with scissors whilst listening to the sound of the sharpened steel cutting through the cardboard. A quick glance became the ultimate aesthetic feeling: suddenly seeing something complete in just one look, understanding it through your own eyes, guessing its shape with your hands. Ignacio Abel loved the wooden blocks of his children’s toys, the typography in Juan Ramon Jimenez’s books, the poetry in Le Corbusier’s right angles.”

En el segundo pasaje seleccionado, Muñoz Molina describe a Judith Biely:

“Pero era una mujer práctica aunque amara tanto las películas y las novelas, aunque tan voluntariosamente se dejara seducir por su engaño. Habría un despertar igual que habría un regreso, pero por ahora, deliberadamente, mantenía el porvenir en suspenso. Una película no dura siempre, una canción se acaba en unos pocos minutos, una novela llega a la última página y uno levanta los ojos y los tiene húmedos de lágrimas, y una congoja del todo real que le oprime la garganta. Qué raro que tardara tanto en rebelarse contra la aceptación del previsible final, que le bastara una vida tan limitada y en suspenso como las dos horas que se pasan en la oscuridad del cine. Saber que una novela sucede en otras dimensiones no priva a nadie del deleite de sumergirse en ella. Tal vez porque Madrid había sido durante tantos años una ciudad de la literatura a Judith Biely le costaba muy poco concederse la indulgencia de vivir temporalmente en el interior de algo que se parecía a una novela. No habría un precio que pagar, un daño del que arrepentirse, una desgarradura de dolorosa y larga curación. En las novelas los personajes descubren la amargura y son engañados y lo pierden todo y mueren y sin embargo se cierra el libro y es como si nunca hubieran existido y se vuelve a abrir por la primera página y están vivos de nuevo, intactos en su juventud y en su disposición de felicidad y coraje. Porque en las cartas copiosas que seguía escribiendo a su madre no había ninguna referencia a su vida secreta era como si ésta no existiera del todo, o no pudiera tener consecuencias.” (p. 295)

“But she was a practical woman, although she loved films and novels, although she willingly let herself be seduced by their deceit. There would be an awakening, just as there would be a return, yet for the time being she deliberately kept her future suspended. A film won’t last forever; a song will finish after a few minutes; you reach the last page of a novel and you look up and your eyes are filling with tears, and you feel your throat wracked with absolutely real anguish. Wasn’t it strange it was taking her so long to rise up against the predictable ending, that such a limited, suspended life was enough for her, like the two hours you spend in the darkness of a cinema? The knowledge that a novel occurs in other dimensions does not stop anyone from the pleasure of getting into it. Perhaps because Madrid had been a city of literature for so many years, it was easy for Judith Biely to indulge herself in temporarily living within something that resembled a novel. There was no price to pay, no damage to regret, and no painful rip that would take very long to heal. The characters in a novel find bitterness and are deceived, they lose everything and they die; however, you close the book and it is as if they had never existed, and then you reopen the book on the first page and they are alive again, undamaged in their young age and in their happy and courageous stance. As there was no reference to her secret life in the numerous letters she kept writing to her mother, it was as if it did not really exist, or as if it could not have any consequences.”

La relación entre Ignacio y Judith no termina debido al estallido de la guerra civil y el caos que sobreviene; es Judith la que escapa de Madrid en primer lugar, pero no lo hace huyendo de los horrores y de los crímenes, sino de sí misma. Mientras, Ignacio Abel queda en Madrid, cada vez más apartado de su vida de burgués, sin posibilidad de reencontrarse con su familia, un náufrago.

La noche de los tiempos es en muchas de sus páginas un fascinante grabado de una época que dejó en España cicatrices históricas no del todo cerradas. Muñoz Molina imprime una perspectiva narrativa minuciosa y detallista, en tanto que la voz del narrador omnisciente, que se nos presenta como alguien ecuánime, toma en ocasiones la posición de Ignacio Abel, sin que por ello cambie en absoluto el punto de vista narrativo. Sin llegar a tener la exquisitez de El jinete polaco, La noche de los tiempos no defrauda al lector exigente.

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