20 ago 2011

Reseña: Red Dog, de Louis de Bernières


Louis de Bernières, Red Dog (London: Secker and Warburg, 2001). 119 páginas.


En la granja de mis suegros vivía hasta hace poco más de un año un perro que, según la tradición australiana respondía al nombre de Blue, por el color de su pelo. Blue era un kelpie rojo, un can noble, siempre muy disciplinado, perro pastor ejemplar e infatigable. Finalmente se hizo viejo (tenía al menos doce años) y empezó a quedarse sordo, y a padecer de ceguera en un ojo. Blue vivió sus últimos meses como un buen jubilado, tumbado al sol muchas mañanas y dejando pasar las horas. El recuerdo más vívido y hondo que guardo de Blue fue la lucha feroz que le opuso a un zorro una tarde de invierno, mientras dábamos un paseo cerca del arroyo.


La leyenda de Red Dog forma parte de la historia más amplia del noroeste de Australia Occidental, una  parte del país que en la actualidad está viviendo un boom económico sin precedentes gracias a la exportación de hierro a China, en especial. Como parte de su visita a Australia en 1998, cuando asistió al Festival Literario de Perth, de Bernières acudió a Karratha, y aprovechó para explorar un poco la zona. Fue en Dampier donde vio la estatua en bronce de un perro que la población de la ciudad erigió para rememorarlo, y la curiosidad le picó tanto que volvió unos meses más tarde y se puso a indagar en la vida y aventuras de aquel perro. De ahí nació este librito.

Fuente: Wikipedia.

Para quienes conozcan las otras obras del autor inglés, Red Dog no dejará de ser una anécdota. Dista mucho de las divertidas y mordaces sátiras que le han dado fama (y algo de dinero) a Louis de Bernières, como The War of Don Emmanuel's Nether Parts (1990), Señor Vivo and the Coca Lord (1991) y The Troublesome Offspring of Cardinal Guzmán (1992), además de la muy famosa Captain Corelli’s Mandolin (1994). A ratos, Red Dog semeja más un cuento para niños que un relato para adultos, y en realidad no tiene una audiencia definida. Por lo demás, no está exento de divertidas anécdotas y tampoco de pasajes a los que sobra melodrama. Los personajes humanos quedan muy desdibujados en el conjunto, y es que de Bernières no tiene mucho interés por ellos. Solamente el perro es protagonista, y únicamente comparte el primer plano con el paisaje del norte de Australia Occidental, siempre tan imponente.






Espero hacer algún día ese viaje y recorrer esas tierras, y sin duda visitaré la estatua de Red Dog. Mientras llega ese día, podemos leer esta novelita o ver la película que se estrenó hace unas semanas. Yo siempre me acordaré de Blue, y cómo puso en su sitio al zorro. Y aunque aquella tarde se llevara también sus buenos mordiscos, me pareció verle esbozar una pícara y satisfecha sonrisa cuando regresábamos a la casa.

14 ago 2011

If music be the food of ...

Ricardo y John deleitaron al público tocando juntos una hermosa pieza que, por lo que me dijeron unas horas antes, apenas les había dado tiempo a ensayarla


El pasado viernes recibí en la oficina la visita por sorpresa de un amigo de Melbourne, el profesor John Griffiths, quien vino en compañía del afamado guitarrista Ricardo Gallén. Fue una agradable sorpresa, y pudimos charlar un rato antes de que se fueran a buscar el almuerzo (algo tardío) y a ensayar.

Sabía que John estaba en Canberra porque ya tenía en mis manos la invitación de la Embajada española, pero no me esperaba verlos aparecer por la oficina. Bromeamos un poco sobre los excesos que suelen cometer los músicos mientras están de gira, y fue un gran placer conocer a Ricardo, un andaluz universal y un músico excepcional.

Es la primera vez que escucho la música de Bach interpretada en la guitarra clásica. Y lo único que se me ocurre decir es que fue una absoluta maravilla. No solamente la suite de Bach, sino todo el concierto.

John Griffiths interpretó en la vihuela, el instrumento al que ha consagrado su impresionante vida académica, obras del Maestro Luis Milán, un músico valenciano del siglo XVI nacido en Masalavés, obras para laúd del italiano Spinacino y unas cuantas otras piezas de Luis de Narváez.

Por su parte, Ricardo Gallén nos deleitó primero con una Fantasía de Legnani, seguida de otras piezas cortas de Giulani, para terminar con la suite en mi menor BWV 996 de Johann Sebastian Bach.

La música alimenta el espíritu: pero festines como éste se dan en muy raras ocasiones. Toda una gozada.



Ricardo Gallén

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