29 sept 2011

Ojalá: El mensaje de 'The Compassionate Friends'




Ojalá
(un folleto de la Asociación 'The Compassionate Friends')

Ojalá no tuvieras miedo de nombrar a mi ser querido. Tuvo una vida, que fue importante, y me hace falta escuchar su nombre.
Si lloro o me emociono cuando hablemos de mi ser querido, ojalá te dieras cuenta que no es porque me hayas hecho daño; es el hecho de su muerte lo que provoca mis lágrimas. Si me permites llorar, te lo agradeceré. Estas lágrimas, estos accesos de emoción, me resultan  beneficiosos.
Ojalá no dejaras que mi ser querido muera otra vez al quitar su foto en tu casa, o sus dibujos u otros recuerdos suyos que puedas tener.
Tendré mis altibajos emocionales, tendré mis subidas y tendré mis bajones. Ojalá no pienses que porque haya tenido un buen día, mi dolor se ha terminado; o que si tengo un mal día, es porque me hace falta el asesoramiento de un psiquiatra.
Ojalá supieras que la muerte de un hijo es diferente de otras pérdidas, y que tiene que considerarse por separado. No existe una tragedia mayor: ojalá nadie la comparara a la muerte de un padre, de un cónyuge, o de una mascota.
Recuerda que ser una persona afligida por la muerte de un hijo no es algo contagioso; ojalá no te mantuvieras lejos de mí.
Ojalá supieras que todas las reacciones de dolor ‘desquiciado’ que estoy teniendo son, de hecho, muy normales. La depresión, la ira, la frustración, la desesperanza, y el cuestionamiento de valores y creencias, son todas cosas normales después de esa muerte.
Ojalá no esperaras que mi dolor se terminase a los seis meses. Los primeros años van a resultar extremadamente traumáticos para nosotros. Igual que en el caso de los alcohólicos, nunca voy a estar ‘curado’, ni voy a ser una persona que ‘solía estar afligida’. No, voy a estar recuperándome de su pérdida por siempre, permanentemente.
Ojalá comprendieras que en nosotros se produce una reacción física al dolor: puede que yo engorde, o que pierda peso; puede que duerma todo el tiempo, o que padezca insomnio; puede que sufra un gran número de enfermedades, y que me vuelva propenso a tener accidentes; todo está relacionado con mi dolor.
El cumpleaños de nuestro ser querido, el aniversario de su muerte, las épocas de vacaciones, son todas fechas terribles para nosotros. Ojalá pudieras decirnos que en esos días estás pensando en nuestro ser querido. Y ojalá supieras que, si guardamos silencio y nos retiramos, estamos pensando en ella también; ojalá no intentaras nunca obligarnos a sentirnos 'animados'.
Ojalá no te ofrecieras a llevarme de copas, o a una fiesta: no es más que una vía de escape temporal, y el único modo que tengo de pasar este dolor es experimentarlo. He sentido ya el dolor, y creo que puedo curarme.
Ojalá comprendieras que el dolor cambia a la gente. No soy la persona que era antes de la muerte de mi niña, y nunca más volveré a ser esa persona. Y si sigues esperando a que yo vuelva a ‘ser el que era’, vas a experimentar una gran frustración. Digamos que soy una nueva criatura, con nuevas ideas, nuevos sueños, nuevas aspiraciones, nuevos valores y creencias. Trata de llegar a conocer mi nuevo ser: hasta es posible que todavía te guste quien soy.


Fuente: desconocida

27 sept 2011

Reseña: The White Tiger, de Aravind Adiga


Aravind Adiga, The White Tiger (Londres: Atlantic Books, 2008). 321 páginas.

Lo primero que llama la atención de The White Tiger es el formato que adopta su autor: escrita en forma de larga carta dirigida al Primer Ministro de la República Popular China en la víspera de su visita oficial a India, puede que esta sea un brillante ejemplo del género de la picaresca en el siglo XXI. En un descarnado relato en primera persona, el narrador nos va haciendo un retrato de su inmenso país, examinando con cierto distanciamiento los contrapuntos entre la inmensa pobreza y miseria de los desposeídos frente al poder despiadado de los privilegiados.


La historia del narrador, Balram, nos lleva desde sus orígenes en un villorrio en lo que él denomina “the Darkness” hasta sus oficinas en la ciudad de Bangalore, instalado como exitoso empresario. El suyo es un largo viaje, tanto físico como metafórico, desde Laxmangarh, el pueblo, cercano a uno de los lugares de peregrinación de los hindúes, del cual dice con sorna: ‘Me pregunto si Buda cruzó las calles de Laxmangarh – hay algunos que dicen que lo hizo. Para mí, que lo hizo a la carrera – tan rápido como pudo – y que cuando llegó a la otra punta, ¡nunca se volvió para mirar!’


Su vida, que habría estado destinada a la miseria y encuadrada siempre por el sistema de castas, cambia cuando, tras haber aprendido a conducir, consigue trabajo como chófer del hijo del terrateniente del pueblo, al cual asesinará, según confiesa al principio de su relato.


En su nuevo trabajo se traslada a Delhi, donde es testigo de los arreglos corruptos de la clase política india. Las desigualdades se hacen explícitas en sus descripciones: mientras sus amos viven en el lujo más absoluto y sobornan a políticos, policías y jueces, los que tienen la fortuna de servirles (por unos salarios ínfimos) viven en los sótanos de las torres de apartamentos, infestados de cucarachas y mosquitos, siempre atentos a las llamadas urgentes que requieren sus servicios.


Balram no reclama en ningún momento ninguna autoridad moral. Sabe que es un asesino, es consciente de su inmoralidad y de su cinismo; tal como hiciera el Lazarillo en el siglo XVI, Balram nos dice que ha triunfado porque ha dejado de ser un esclavo: 'I’ve made it! I’ve broken out of the coop!'. Al matar a su amo y robarle la fortuna que iba a entregarle a los políticos corruptos, Balram rompe sus cadenas y sale para siempre de la jaula que es India para los pobres.


Hay en la novela un tono subyacente de protesta, de ira, y también de compasión para quienes nunca podrán salir de esa jaula. Balram es más antihéroe que otra cosa: un rufián sin escrúpulos que elabora en su larga misiva al Presidente chino (escrita a lo largo de siete noches) una perspicaz alegoría sobre la sociedad india de principios del siglo XXI. Una de las escenas más acertadas es la descripción de los ricos haciendo footing, encerrados en el condominio de la torre de apartamentos, dando vuelta tras vuelta por el patio de cemento mientras los criados les sujetan las toallas y las botellas de agua mineral.


A pesar de ese subrepticio sarcasmo, a pesar del humor que desborda el relato, desde la primera página hay un recurso narrativo que no termina de cuajar al cien por cien: Balram nos cuenta su historia en inglés, idioma que, según nos dice, ni siquiera es capaz de hablar. Es una voz mediada por el autor (quien completó sus estudios en las universidades de Columbia y Oxford). Para muchos lectores (en especial para quienes no conozcan India en profundidad, como es mi caso) eso no supondrá ninguna mella, ni la disfrutarán menos.


The White Tiger fue premiada con el Man Booker de 2008. Es un relato que cautiva desde el primer párrafo. Te dejo aquí mi traducción de las dos primeras páginas.
Para el despacho de:
Su Excelencia Wen Jiabao,
Oficina del Primer Ministro,
Beijing,
Capital de China, nación amante de la libertad

Del despacho de:
‘El tigre blanco’
Un hombre que piensa, un emprendedor
Residente en el centro mundial de la tecnología y de la subcontrata
Ciudad de la Electrónica, Fase 1 (en las inmediaciones de Hosur Main Road),
Bangalore, India

Señor Primer Ministro:
Excelencia,
Ni usted ni yo hablamos inglés, pero es que hay algunas cosas que solamente pueden decirse en inglés.
Pinky Madam, la exmujer de mi antiguo empleador, el Sr. Ashok, me enseñó una de esas cosas; y hoy, a las 23:32 horas, que fue hace ahora unos diez minutos, cuando la señorita de Radio Nacional India anunció que ‘el Primer Ministro Jiabao visitará Bangalore la próxima semana’, enseguida dije eso mismo.
De hecho, cada vez que hombres ilustres como usted visitan nuestro país, lo digo. No es que yo tenga nada en contra de los hombres ilustres. En cierto modo, Excelencia, yo me considero uno de ellos. Pero cada vez que veo a nuestro Primer Ministro y a sus distinguidos compinches de camino al aeropuerto en sus coches negros, y cómo se bajan de ellos y hacen sus namastes ante ustedes, frente a las cámaras de TV, y cómo les hablan de lo recta y venerable que es la India, pues me sale decir esa cosa en inglés.
Su Excelencia nos visita esta semana, ¿no es verdad? La Radio Nacional India es normalmente de fiar para estas cosas.
Era una broma, Excelencia.
¡Ja!
Por eso quiero preguntarle a usted directamente si de verdad va a venir a Bangalore. Porque, si es cierto, tengo algo importante que decirle. Fíjese, la locutora de la radio dijo: ‘El Sr. Jiabao tiene una misión: quiere conocer la verdad sobre Bangalore.’
Se me heló la sangre. Si hay alguien que sabe la verdad sobre Bangalore, soy yo.
Luego, la locutora anunció: ‘El Sr. Jiabao quiere conocer a algunos empresarios indios y escuchar el relato de sus éxitos de sus propios labios.’
La locutora explicó un poquito.
Parece ser, Excelencia, que ustedes los chinos están por delante de nosotros en todos los aspectos, excepto que ustedes no tienen empresarios.
Y nuestra nación, aunque no tenga agua potable, ni electricidad, ni un sistema de alcantarillado, ni transporte público, ni sentido de la higiene, ni de la disciplina, ni de la cortesía, ni de la puntualidad, sí cuenta con empresarios. Miles y miles de ellos.
Especialmente en el campo de la tecnología. Y esos empresarios — nosotros los empresarios — hemos montado todas estas empresas de subcontratas que virtualmente dirigen América en la actualidad.
Usted espera aprender cómo crear algunos empresarios chinos, por eso está aquí de visita. Eso me ha hecho sentirme bien. Pero entonces me di cuenta de que, de conformidad con el protocolo internacional, el Primer Ministro y el Ministro de Asuntos Exteriores le recibirán en el aeropuerto, con guirnaldas de flores, pequeñas estatuillas de sándalo para llevarse a casa, y un librito repleto de información sobre el pasado, el presente y el futuro de la India.
Y fue entonces cuando me salió decir esa cosa en inglés, excelencia. En voz bien alta.
Eso fue a las 23:37. Hace cinco minutos.
Yo no suelo soltar tacos ni maldigo. Soy un hombre de acción y de cambio. Fue ahí, y en ese instante, que decidí comenzar a dictar una carta dirigida a usted.

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