12 ene 2012

La librería de los convictos

Pienso que el carácter o la historia del lugar donde uno compra sus libros les añade algo indefinible. Con frecuencia he salido de librerías con las manos vacías (y el bolsillo intacto – o mejor dicho, la tarjeta de crédito incólume) porque la atmósfera de grandes superficies no resulta placentera ni atractiva para la compra de libros.

Por eso, el hallazgo de una librería que tiene entre sus paredes una historia como la que posee ésta en Campbell Town, en Tasmania, fue una experiencia rara, y es algo curioso que merece reseñarse.



The Foxhunters Return Bed and Breakfast, en Campbell Town. La librería está ubicada en los sótanos, en la parte trasera de la casa.


The Book Cellar (que vendría a ser algo así como el sótano o bodega de los libros) forma parte del imponente edificio que alberga un Bed and Breakfast, sito en la carretera que une la capital de Tasmania, Hobart, con la segunda ciudad más importante de la isla, Launceston, y se halla en la entrada a Campbell Town por el sur.

The Fox Hunters Return fue construido alrededor de 1833, y en un principio era parada obligatoria para postas y diligencias, que hacían el trayecto entre las dos ciudades. El pueblecito de Campbell Town recibió su nombre de la esposa del gobernador Macquarie, Elizabeth Campbell. Cerca del edificio está el puente de ladrillo rojo que construyeron los convictos.


En cada una de las secciones dormían unos 80 convictos. Espacio muy reducido, condiciones absolutamente infrahumanas.
Es por esa razón que los sótanos del edificio fueron durante varios años los aposentos donde dormían los reos. Las condiciones en que sobrevivían o malvivían eran terribles, pero las de su trabajo eran mucho peores: las temperaturas en invierno eran bajísimas, no recibían más sustento del necesario para que no murieran de hambre, y sus ropas y calzado eran de la peor calidad.


El tríptico promocional de Fox Hunters Return

La librería en sí es modesta; no contiene un catálogo descomunal ni mucho menos: a la venta hay libros nuevos y usados, y algunas rarezas y volúmenes viejos que sin duda atraerán a los coleccionistas. Entre la sección de literatura inglesa avisté, por ejemplo, una copia de The Moonstone, de Wilkie Collins, publicada en 1943 y encuadernada en cuero azulado, y que se vendía por un asequible precio de 8 dólares.


El cercano puente fue construido con los ladrillos que fabricaron los convictos. Algunos de esos ladrillos se utilizaron para construir los dormitorios de los condenados y todavía se pueden ver en la librería algunas de sus inscripciones.
Campbell Town celebra hoy en día a los convictos con un largo paseo en su calle principal (la carretera de Hobart a Launceston) y que está elaborado con ladrillos. Cada ladrillo muestra el nombre del convicto, su edad, el nombre del barco y el año en el que fue transportado, y la razón de la condena que le fue impuesta.


 Nathaniel Beard, de 17 años, fue condenado de por vida por hurtar ropa. Muchos de los convictos eran niños, algunos de hasta 12 años de edad. Y un dato significativo: muchos de ellos eran de origen irlandés.

9 ene 2012

Reseña: Jennifer Government, de Max Barry



Max Barry, Jennifer Government (Londres: Abacus, 2004). 335 páginas.

Tras la rocambolesca sátira Syrup (reseñada hace unos meses aquí) sobre el marketing en el mundo corporativo, el australiano Max Barry publicó en 2003 Jennifer Government, en la que nos sitúa en un mundo futuro no muy lejano, en el cual las corporaciones capitalistas globales han logrado tales cotas de poder que los empleados tienen por apellido el nombre de la compañía. (¿Cotas de poder no tan lejanas de la actual coyuntura?)

Australia se ha convertido en un territorio más de los Estados Unidos de América; el gobierno ha quedado reducido a la mínima expresión porque nadie paga impuestos, las escuelas reciben fondos de multinacionales como McDonald’s y Pepsi, pero en ellas se enseña a defender la doctrina del ‘capitalizm’. Todos los valores humanos son evaluados en términos de beneficio o pérdida económica: así, cuando el corredor de bolsa Buy Mitsui pide una ambulancia, la operadora le pide los datos de su tarjeta de crédito antes de averiguar su ubicación.

Es en este contexto que dos grandes grupos corporativos, Team Advantage y US Alliance, se enfrascan en una batalla sin cuartel por el control del mercado. El inicio de la novela resulta muy sugestivo: un empleado de poca monta de Nike firma un contrato que le ofrecen los ejecutivos de marketing, por el cual tiene que matar a diez clientes que compren el nuevo modelo de zapatillas: forma parte de una campaña que incorpora un novedoso concepto de marketing: la negativa a vender el producto, que “vuelve loco al mercado”.

Son muchos los personajes que pueblan Jennifer Government, pero Barry no desarrolla ninguno de ellos en profundidad. No es eso lo que le interesa al autor. Lo que quiere ofrecernos es una narración de ritmo vertiginoso en ocasiones, un argumento que le sirve a Barry para poner el acento en la sátira, para hacer hincapié en el humor y la ironía.

Y por supuesto, una heroína: Jennifer Government. Jennifer, exdirectiva de marketing, es ahora una agente que persigue incansablemente a John Nike, quien en cierto modo encarna una suerte de mezcla del prototipo de político neocon y de ejecutivo multinacional sin escrúpulos.

Añadámosle a esto la irrupción de la National Rifle Association (sí, la NRA que presidió durante algunos años el siniestro Charlton Heston) como corporación militarizada prestadora de ciertos “servicios” (le dejo al lector el gustazo de imaginarse qué tipo de servicios) y tenemos un estupendo cóctel repleto de acción, gags y guiños al lector, todo ello aderezado por la sensación de que estamos ante un escenario distópico que en ocasiones recuerda tangencialmente a 1984 y que se cierne, amenazador, sobre los personajes.

El lector podría en algún momento llegar a pensar que la aparente estructura caótica no va a dar resultados: pero el lector se equivoca. Barry integra con desenvoltura los diferentes hilos argumentales y los numerosos personajes para darle un final, si no apoteósico, al menos admirable.

Con todo, lo mejor es el humor, la sátira corrosiva que el autor insufla en la novela. Una muestra: cuando el malvado John Nike convence a los mandos de la empresa para que aviones militares de la NRA derriben el aparato del Presidente del Gobierno, lo hace abogando por la eliminación del gobierno por todos los medios que sean necesarios. “Just do it”, les dice John Nike. ¿Algo más que un eslogan?

A continuación, te invito a leer el primer capítulo de Jennifer Government. Puedes también leer el primer capítulo en inglés en el web de Max Barry.


1. Nike

La primera vez que Hack oyó hablar de Jennifer Government fue junto al dispensador de agua en el trabajo. Se encontraba en ese sitio solamente porque el de su piso se había estropeado; seguro que el Departamento Legal iba a caerle encima a la empresa distribuidora, Manantiales Naturales, como una auténtica tonelada de mierda, sin duda alguna. Hack trabajaba de Oficial de Distribución de Productos. Lo cual quería decir que cuando Nike confeccionaba un montón de posters, gorras o toallas playeras, lo que Hack tenía que hacer era enviarlas al sitio correcto. Igualmente, si alguien llamaba para quejarse de que no le habían llegado los posters, o las gorras, o las toallas playeras, era Hack quien tomaba la llamada. El trabajo ya no era tan emocionante como antes.

—Es una calamidad— estaba diciendo un hombre que estaba junto cerca del dispensador de agua. —Quedan cuatro días para comenzar el lanzamiento, y tengo a Jennifer Government husmeándome el culo.

—Jo-Der, —le respondió su compañero. —Menudo coñazo.
—Quiere decir que tenemos que movernos, y rápido. — Miró a Hack, que estaba llenando el vaso. — Holaquetal.
Hack levantó la vista. Le estaban sonriendo como si se tratara de uno de sus iguales – pero, por supuesto, Hack estaba en la planta equivocada. No sabían que no era nada más que un Oficial de Producto. —Hola.
—No te había visto nunca por aquí— dijo el tipo de la calamidad. — ¿Eres nuevo?
—No, trabajo en Producto.
—Oh— Y arrugó la nariz.
—Se nos ha estropeado el dispensador de agua— le dijo Hack, y dio rápidamente media vuelta.
—Eh, espera, espera— dijo el tipo del traje. — ¿Tú has trabajado alguna vez en marketing?
—Ah… —dijo Hack, quien sospechaba que era una broma. —No.
Los tipos de los trajes se miraron el uno al otro. El tipo de la calamidad se encogió de hombros. Entonces le ofrecieron la mano. —Soy John Nike, Miembro de la Falange de Marketing, Sección Productos Nuevos.
—Y yo soy John Nike, Vicepresidente de la Falange de Marketing, Sección Productos Nuevos— dijo el otro tipo trajeado.
—Hack Nike— dijo Hack todo tembloroso.
—Hack, estoy facultado para tomar decisiones de contratación de trabajo de gama media— le dijo el John Vicepresidente. — ¿Te interesaría un trabajo?
—Un trab... — Se le trababa la garganta. — ¿En marketing?
—Para casos especiales, está claro — añadió el otro John.
Hack se puso a llorar.
ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ
—Toma, toma— dijo uno de los Johns, mientras le pasaba un pañuelito. — ¿Ya te sientes mejor?
Hack asintió, avergonzado. —Lo siento.
—No te preocupes, hombre— le dijo el John Vicepresidente. —Un cambio de puesto profesional puede ser causa de mucho estrés. Lo he leído en alguna parte.
—Aquí está todo el papeleo— El otro John le pasó un bolígrafo y un montón de papeles. La primera página decía: CONTRATO DE PRESTACIÓN DE SERVICIOS, y las demás estaban en una letra tan pequeña que no apenas se podía leer.
Hack vacilaba. — ¿Queréis que firme esto ahora?
—No hay nada de qué preocuparse. Son solamente las cláusulas habituales sobre no competencia y confidencialidad.
—Sí, pero... —Las empresas habían endurecido muchísimo los contratos de empleo últimamente; Hack había oído algunas historias. En Adidas, si uno dejaba el trabajo y el que te sustituía no era tan competente, te demandaban por pérdida de beneficios.
—Hack, nos hace falta alguien que sepa tomar decisiones impensadas. Una persona de acción.
—Alguien que consiga terminar el trabajo. Pero sin hacer el capullo.
—Si no es ese tu estilo, pues bueno... olvidémoslo. No hemos hablado. No pasa nada. Te quedas en Distribución y ya está. —El John Vicepresidente hizo ademán de cogerle el contrato.
—Puedo firmarlo ahora mismo— les dijo Hack, apretándolo con fuerza.
—Eres tú el que decide— dijo el otro John, al tiempo que tomaba la silla que estaba al lado de Hack. Cruzó las rodillas y posó las manos en la intersección, sonriente. Hack observó que ambos Johns contaban con una buena sonrisa. Supuso que en marketing todo el mundo tenía una. Tenían caras muy parecidas, también. —Justo al final de la página, ahí.
Hack firmó.
—También ahí— dijo John. —Y en la página siguiente... y una firmita aquí también. Y ahí.
—Me alegra mucho contar contigo, Hack. —El John Vicepresidente cogió el contrato, abrió un cajón y lo dejó caer dentro. —Bueno. ¿Qué sabes tú de las Mercurys de Nike?
Hack bizqueó. —Son nuestro último producto. Todavía no las he visto, pero... dicen que son fenomenales.
Los Johns sonrieron. —Hace seis meses que empezamos a vender las Mercurys. ¿Sabes cuántos pares de zapatillas hemos vendido desde entonces?
Hack negó con la cabeza. Cada par costaba miles de dólares, pero eso no impedía que la gente las comprara. Eran las zapatillas más de moda en el mundo. — ¿Un millón?
—Doscientos.
— ¿Doscientos millones?
—No, doscientos pares.
—John, aquí presente— dijo el otro John— fue el pionero en el desarrollo del concepto de marketing mediante la negativa a vender un producto. Vuelve loco al mercado.
—Y ahora ha llegado el momento de hacer caja. El viernes tenemos pensado soltar cuatrocientos mil pares de zapatillas en el mercado, a dos mil quinientos mangos cada uno.
—Lo cual, puesto que nos cuestan – ¿cuánto era?
—Ochenta y cinco.
—Puesto que nos cuesta ochenta y cinco centavos fabricarlas, nos da un margen bruto de cerca de un billón de dólares. — Miró al John Vicepresidente. —Es una campaña genial.
—Es, en realidad, cuestión de sentido común— apuntó John. —Pero he aquí el meollo de la cuestión, Hack: si la gente se da cuenta de que hay Mercurys en todos los grandes almacenes del país, perderemos toda la demanda que nos ha costado tantísimo trabajo cimentar. ¿Tengo razón?
—Claro. — Hack esperaba parecer confiado. En realidad, no entendía nada de marketing.
— ¿Y sabes qué es lo que vamos a hacer?
Hack negó con la cabeza.
—Vamos a matarlos— dijo John Vicepresidente. —Vamos a matar a los que compren un par de zapatillas.
Silencio. — ¿Qué?— dijo Hack.
El otro John añadió —Bueno, obviamente a todos no. Nos figuramos que solamente tenemos que cargarnos a... ¿cuántos eran? ¿Cinco?
—Diez— dijo John Vicepresidente. —Para estar seguros.
—Correcto. Eliminamos a diez clientes, hacemos que parezca que han sido chicos de los guetos, y conseguimos que nos salga del culo credibilidad a nivel de calle. Apuesto a vendemos el inventario  en menos de 24 horas.
—Me acuerdo de cuando uno podía confiarles a los sicarios callejeros el trabajo de despachar a unos cuantos por los últimos modelos de Nike— dijo John Vicepresidente. —Ahora atracan a la gente para quitarles unas Reebok o unas Adidas – incluso productos que no son de marca, hay que joderse.
—Ya no hay sentido de la moda en los guetos— puntualizó el otro John. —Te lo juro, son capaces de ponerse cualquier cosa.
—Es una vergüenza. En todo caso, Hack, creo que me entiendes. Esta es una campaña rompedora.
—Quién dijo puntera— indicó el otro John. —Esta es la definición de puntero.
—Em... — musitó Hack. Tragó saliva. — ¿Esto no es, cómo decirlo... ilegal?
—Quiere saber si es ilegal— dijo el otro John, divertido. —Qué tío tan ocurrente eres, Hack. Claro, sí es ilegal, matar a gente sin su consentimiento, eso es altamente ilegal.
John Vicepresidente dijo: —Pero la cuestión es: ¿Cuánto nos cuesta? Incluso si nos descubren, quemamos unos cuantos millones en costes legales, nos multan con unos cuantos millones más... pero a fin de cuentas, todavía salimos ganando, y mucho.
Hack tenía una pregunta que no tenía ganas de preguntar. —De modo que... este contrato... ¿qué dice que tengo que hacer?
El otro John, que estaba a su lado,  juntó las manos. —Muy bien, Hack, ya te hemos explicado nuestro proyecto. Lo que queremos que hagas es...
—Que lo ejecutes— concluyó John Vicepresidente.

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