Max Barry, Jennifer Government (Londres: Abacus, 2004). 335 páginas.
Tras la rocambolesca sátira Syrup
(reseñada hace unos meses aquí)
sobre el marketing en el mundo corporativo, el australiano Max Barry publicó en
2003 Jennifer Government, en la que
nos sitúa en un mundo futuro no muy lejano, en el cual las corporaciones
capitalistas globales han logrado tales cotas de poder que los empleados tienen
por apellido el nombre de la compañía. (¿Cotas de poder no tan lejanas de la actual coyuntura?)
Australia se ha convertido en un territorio más de los Estados Unidos de
América; el gobierno ha quedado reducido a la mínima expresión porque nadie
paga impuestos, las escuelas reciben fondos de multinacionales como McDonald’s
y Pepsi, pero en ellas se enseña a defender la doctrina del ‘capitalizm’. Todos
los valores humanos son evaluados en términos de beneficio o pérdida económica:
así, cuando el corredor de bolsa Buy Mitsui pide una ambulancia, la operadora
le pide los datos de su tarjeta de crédito antes de averiguar su ubicación.
Es en este contexto que dos grandes grupos corporativos, Team Advantage y
US Alliance, se enfrascan en una batalla sin cuartel por el control del
mercado. El inicio de la novela resulta muy sugestivo: un empleado de poca
monta de Nike firma un contrato que le ofrecen los ejecutivos de marketing, por
el cual tiene que matar a diez clientes que compren el nuevo modelo de
zapatillas: forma parte de una campaña que incorpora un novedoso concepto de
marketing: la negativa a vender el producto, que “vuelve loco al mercado”.
Son muchos los personajes que pueblan Jennifer
Government, pero Barry no desarrolla ninguno de ellos en profundidad. No es
eso lo que le interesa al autor. Lo que quiere ofrecernos es una narración de
ritmo vertiginoso en ocasiones, un argumento que le sirve a Barry para poner el
acento en la sátira, para hacer hincapié en el humor y la ironía.
Y por supuesto, una heroína: Jennifer Government. Jennifer, exdirectiva de
marketing, es ahora una agente que persigue incansablemente a John Nike, quien en
cierto modo encarna una suerte de mezcla del prototipo de político neocon y de
ejecutivo multinacional sin escrúpulos.
Añadámosle a esto la irrupción de la National Rifle Association (sí, la NRA
que presidió durante algunos años el siniestro Charlton Heston) como corporación
militarizada prestadora de ciertos “servicios” (le dejo al lector el gustazo de
imaginarse qué tipo de servicios) y tenemos un estupendo cóctel repleto de
acción, gags y guiños al lector, todo
ello aderezado por la sensación de que estamos ante un escenario distópico que
en ocasiones recuerda tangencialmente a 1984
y que se cierne, amenazador, sobre los personajes.
El lector podría en algún momento llegar a pensar que la aparente
estructura caótica no va a dar resultados: pero el lector se equivoca. Barry integra
con desenvoltura los diferentes hilos argumentales y los numerosos personajes
para darle un final, si no apoteósico, al menos admirable.
Con todo, lo mejor es el humor, la sátira corrosiva que el autor insufla en
la novela. Una muestra: cuando el malvado John Nike convence a los mandos de la
empresa para que aviones militares de la NRA derriben el aparato del Presidente
del Gobierno, lo hace abogando por la eliminación del gobierno por todos los
medios que sean necesarios. “Just do it”, les dice John Nike. ¿Algo más que un
eslogan?
A continuación, te invito a leer el primer capítulo de Jennifer Government. Puedes también leer el primer capítulo en
inglés en el
web de Max Barry.
1. Nike
La primera vez que Hack oyó hablar de Jennifer Government fue junto al
dispensador de agua en el trabajo. Se encontraba en ese sitio solamente porque
el de su piso se había estropeado; seguro que el Departamento Legal iba a
caerle encima a la empresa distribuidora, Manantiales Naturales, como una
auténtica tonelada de mierda, sin duda alguna. Hack trabajaba de Oficial de
Distribución de Productos. Lo cual quería decir que cuando Nike confeccionaba
un montón de posters, gorras o toallas playeras, lo que Hack tenía que hacer
era enviarlas al sitio correcto. Igualmente, si alguien llamaba para quejarse
de que no le habían llegado los posters, o las gorras, o las toallas playeras,
era Hack quien tomaba la llamada. El trabajo ya no era tan emocionante como
antes.
—Es una calamidad— estaba diciendo un hombre que estaba junto cerca del
dispensador de agua. —Quedan cuatro días para comenzar el lanzamiento, y tengo
a Jennifer Government husmeándome el culo.
—Jo-Der, —le respondió su compañero. —Menudo coñazo.
—Quiere decir que tenemos que movernos, y rápido. — Miró a Hack, que estaba
llenando el vaso. — Holaquetal.
Hack levantó la vista. Le estaban sonriendo como si se tratara de uno de
sus iguales – pero, por supuesto, Hack estaba en la planta equivocada. No
sabían que no era nada más que un Oficial de Producto. —Hola.
—No te había visto nunca por aquí— dijo el tipo de la calamidad. — ¿Eres
nuevo?
—No, trabajo en Producto.
—Oh— Y arrugó la nariz.
—Se nos ha estropeado el dispensador de agua— le dijo Hack, y dio
rápidamente media vuelta.
—Eh, espera, espera— dijo el tipo del traje. — ¿Tú has trabajado alguna vez
en marketing?
—Ah… —dijo Hack, quien sospechaba que era una broma. —No.
Los tipos de los trajes se miraron el uno al otro. El tipo de la calamidad
se encogió de hombros. Entonces le ofrecieron la mano. —Soy John Nike, Miembro
de la Falange de Marketing, Sección Productos Nuevos.
—Y yo soy John Nike, Vicepresidente de la Falange de Marketing, Sección
Productos Nuevos— dijo el otro tipo trajeado.
—Hack Nike— dijo Hack todo tembloroso.
—Hack, estoy facultado para tomar decisiones de contratación de trabajo de
gama media— le dijo el John Vicepresidente. — ¿Te interesaría un trabajo?
—Un trab... — Se le trababa la garganta. — ¿En marketing?
—Para casos especiales, está claro — añadió el otro John.
Hack se puso a llorar.
ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ
—Toma, toma— dijo uno de los Johns, mientras le pasaba un pañuelito. — ¿Ya
te sientes mejor?
Hack asintió, avergonzado. —Lo siento.
—No te preocupes, hombre— le dijo el John Vicepresidente. —Un cambio de
puesto profesional puede ser causa de mucho estrés. Lo he leído en alguna
parte.
—Aquí está todo el papeleo— El otro John le pasó un bolígrafo y un montón
de papeles. La primera página decía: CONTRATO DE PRESTACIÓN DE SERVICIOS, y las
demás estaban en una letra tan pequeña que no apenas se podía leer.
Hack vacilaba. — ¿Queréis que firme esto ahora?
—No hay nada de qué preocuparse. Son solamente las cláusulas habituales
sobre no competencia y confidencialidad.
—Sí, pero... —Las empresas habían endurecido muchísimo los contratos de
empleo últimamente; Hack había oído algunas historias. En Adidas, si uno dejaba
el trabajo y el que te sustituía no era tan competente, te demandaban por
pérdida de beneficios.
—Hack, nos hace falta alguien que sepa tomar decisiones impensadas. Una
persona de acción.
—Alguien que consiga terminar el trabajo. Pero sin hacer el capullo.
—Si no es ese tu estilo, pues bueno... olvidémoslo. No hemos hablado. No
pasa nada. Te quedas en Distribución y ya está. —El John Vicepresidente hizo
ademán de cogerle el contrato.
—Puedo firmarlo ahora mismo— les dijo Hack, apretándolo con fuerza.
—Eres tú el que decide— dijo el otro John, al tiempo que tomaba la silla
que estaba al lado de Hack. Cruzó las rodillas y posó las manos en la
intersección, sonriente. Hack observó que ambos Johns contaban con una buena
sonrisa. Supuso que en marketing todo el mundo tenía una. Tenían caras muy
parecidas, también. —Justo al final de la página, ahí.
Hack firmó.
—También ahí— dijo John. —Y en la página siguiente... y una firmita aquí
también. Y ahí.
—Me alegra mucho contar contigo, Hack. —El John Vicepresidente cogió el
contrato, abrió un cajón y lo dejó caer dentro. —Bueno. ¿Qué sabes tú de las
Mercurys de Nike?
Hack bizqueó. —Son nuestro último producto. Todavía no las he visto,
pero... dicen que son fenomenales.
Los Johns sonrieron. —Hace seis meses que empezamos a vender las Mercurys.
¿Sabes cuántos pares de zapatillas hemos vendido desde entonces?
Hack negó con la cabeza. Cada par costaba miles de dólares, pero eso no
impedía que la gente las comprara. Eran las zapatillas más de moda en el mundo.
— ¿Un millón?
—Doscientos.
— ¿Doscientos millones?
—No, doscientos pares.
—John, aquí presente— dijo el otro John— fue el pionero en el desarrollo
del concepto de marketing mediante la negativa a vender un producto. Vuelve
loco al mercado.
—Y ahora ha llegado el momento de hacer caja. El viernes tenemos pensado
soltar cuatrocientos mil pares de zapatillas en el mercado, a dos mil
quinientos mangos cada uno.
—Lo cual, puesto que nos cuestan – ¿cuánto era?
—Ochenta y cinco.
—Puesto que nos cuesta ochenta y cinco centavos fabricarlas, nos da un
margen bruto de cerca de un billón de dólares. — Miró al John Vicepresidente.
—Es una campaña genial.
—Es, en realidad, cuestión de sentido común— apuntó John. —Pero he aquí el
meollo de la cuestión, Hack: si la gente se da cuenta de que hay Mercurys en
todos los grandes almacenes del país, perderemos toda la demanda que nos ha
costado tantísimo trabajo cimentar. ¿Tengo razón?
—Claro. — Hack esperaba parecer confiado. En realidad, no entendía nada de
marketing.
— ¿Y sabes qué es lo que vamos a hacer?
Hack negó con la cabeza.
—Vamos a matarlos— dijo John Vicepresidente. —Vamos a matar a los que
compren un par de zapatillas.
Silencio. — ¿Qué?— dijo Hack.
El otro John añadió —Bueno, obviamente a todos no. Nos figuramos que
solamente tenemos que cargarnos a... ¿cuántos eran? ¿Cinco?
—Diez— dijo John Vicepresidente. —Para estar seguros.
—Correcto. Eliminamos a diez clientes, hacemos que parezca que han sido
chicos de los guetos, y conseguimos que nos salga del culo credibilidad a nivel
de calle. Apuesto a vendemos el inventario
en menos de 24 horas.
—Me acuerdo de cuando uno podía confiarles a los sicarios callejeros el
trabajo de despachar a unos cuantos por los últimos modelos de Nike— dijo John
Vicepresidente. —Ahora atracan a la gente para quitarles unas Reebok o unas
Adidas – incluso productos que no son de marca, hay que joderse.
—Ya no hay sentido de la moda en los guetos— puntualizó el otro John. —Te
lo juro, son capaces de ponerse cualquier cosa.
—Es una vergüenza. En todo caso, Hack, creo que me entiendes. Esta es una
campaña rompedora.
—Quién dijo puntera— indicó el otro John. —Esta es la definición de
puntero.
—Em... — musitó Hack. Tragó saliva. — ¿Esto no es, cómo decirlo... ilegal?
—Quiere saber si es ilegal— dijo el otro John, divertido. —Qué tío tan
ocurrente eres, Hack. Claro, sí es ilegal, matar a gente sin su consentimiento,
eso es altamente ilegal.
John Vicepresidente dijo: —Pero la cuestión es: ¿Cuánto nos cuesta? Incluso
si nos descubren, quemamos unos cuantos millones en costes legales, nos multan
con unos cuantos millones más... pero a fin de cuentas, todavía salimos
ganando, y mucho.
Hack tenía una pregunta que no tenía ganas de preguntar. —De modo que...
este contrato... ¿qué dice que tengo que hacer?
El otro John, que estaba a su lado,
juntó las manos. —Muy bien, Hack, ya te hemos explicado nuestro
proyecto. Lo que queremos que hagas es...
—Que lo ejecutes— concluyó John Vicepresidente.