11 abr 2012

Servicio de alta mar, un cuento de Craig Cliff, en Hermano Cerdo


La revista de los campeones, Hermano Cerdo, publica esta semana mi traducción al castellano de un cuento del escritor neozelandés Craig Cliff, el cual lleva por título 'Offshore service'.

En este relato, un joven kiwi un tanto bisoño, Matt, se marcha a Queensland con la peregrina idea de hacer dinero rápido en las minería. Cuando ese plan no le sale bien, se va a la costa, donde encuentra trabajo como asistente de vuelo en una pequeña empresa de helicópteros que abastece a los buques que esperan en el interior de la bahía para cargar carbón con destino a China.

Una mañana descubre que en lugar de abastecer a la tripulación del barco con productos frescos, la carga que llevan consiste en una atractiva chica joven a la que acompaña un tipo musculoso y poco amigo de la conversación.

Matt aprenderá más de una importante lección por la vía rápida. 'Servicio de alta mar' no moraliza ni pontifica. Al contrario, pienso que nos demuestra que la juventud es la época más propicia de nuestras vidas para cometer errores; lo importante es llegar con vida al final de ese proceso de aprendizaje.

El otro protagonista de esta historia es el piloto Bernie, un tipo que encarna las peores características del macho australiano beodo, bravucón y barrigudo. Un interesante contraste el que establece Cliff con el muchacho protagonista.

Este es el comienzo de 'Servicio de alta mar':

“¿Qué se le dice a un kiwi que tiene un harén?” preguntó Bernie por el intercomunicador sin apenas esperar una respuesta. “Pastor.”

“Muy agudo, Bernie,” le dijo Antón. Tiró suavemente de la palanca de paso variable y nos elevamos por encima de la pequeña laguna y los arbolitos desvaídos, camino de la costa. Me incliné hacia adelante y pude ver la arena, atigrada durante la marea baja.
Bernie se giró hacia mí. “Estás muy callado ahí detrás, Kiwi.”
“Estoy bien.”
“Es la primera vez que subes en uno, ¿verdad?”
“La primera que vuelo en uno, sí.”
“Un pájaro solamente se siente vivo en el aire”, me dijo, y pareció satisfecho de su momento Zen. Para luego añadir: “Excepto si se trata de un kiwi…”
Bernie me recordaba a los hombres con quienes había hablado en las minas. Tenía el mismo color de piel, excesivamente rojiza, e iba vestido como ellos, con una camisa de manga corta, unos pantalones cortos habanos y botas de puntera de acero. Antes de que empezara con sus chistes, antes de que abriera la boca, yo ya sabía que no me caía bien.

Puedes seguir leyendo el cuento aquí (te recomiendo que lo guardes o que lo imprimas: es un poco más largo de lo habitual).

También puedes descargarte un PDF del cuento original en inglés desde la revista Griffith Review.

Y como siempre, espero que disfrutes de la lectura, que casi siempre resulta más gratificante que la televisión.

Reseña: The Leftovers, de Tom Perrotta


Tom Perrotta, The Leftovers (Nueva York: St Martin's Press, 2011). 355 páginas.


Uno de los grafitis que me quedó grabado en la memoria tras una breve estancia en Buenos Aires y La Plata en 1993 decía así: ‘COJAN, COJAN, ¡QUE VIENE EL COMETA!’ Puro humor argentino.

No cabe duda de que la idea del fin del mundo provoca cierta fascinación: cada cierto tiempo aparece algún visionario profeta dispuesto a amargarnos la mañana, la tarde o la noche a todos, vaticinando el fin de los tiempos. Claro que esto, según discurra ese día el estado anímico de uno, puede incluso ser una contingencia casi bienvenida.

La novela del estadounidense Tom Perrotta parte de una premisa que en otras circunstancias podría considerarse más propia de la ciencia ficción: el 14 de octubre de un año (¿2008?) de la primera década de este siglo, en apenas unas décimas de segundo, aparentemente millones de personas en todo el mundo se esfuman. Y hago hincapié en el verbo,  se esfuman, pues esos millones de personas no mueren, en el sentido biológico del término, sino que simplemente desaparecen de pronto, sin dejar rastro alguno.

Entre los desaparecidos – nos enteramos de pasada después, gracias a la voz de un único narrador omnisciente – se hallaban muchos personajes famosos (entre otros, Jennifer López, el Papa, Adam Sandler, Vladimir Putin y un tirano latinoamericano, cuyo nombre no nos es revelado). Pero a Perrotta (y al lector que firma esta reseña) estos no le interesan para nada. Le interesan los que quedan detrás, The Leftovers.

La narración nos sitúa unos tres años después de la Partida Repentina (‘the Sudden Departure’), el suceso que aparenta tener algunos ecos irónicos del Arrebatamiento bíblico (1 Tesalonicenses 4:15-17), y que, en contra de la profecía bíblica, parece haber afectado a todas las religiones y edades por igual: cristianos, budistas, mahometanos y ateos, viejos y niños, gente buena y malvada, desaparecieron todos por igual, sin distinción.

Apenas un año después del extraño y espeluznante suceso de la desaparición de millones, comienza a aparecer una especie de secta nueva, los ‘Guilty Remnant’ (los Vestigios Culpables). Imitando el voto de silencio de los monjes cartujos, visten ropas blancas y viven de forma bastante espartana; otra cosa que los distingue es que fuman cigarrillos constantemente cuando se hallan en presencia de otras personas. Su misión es reclutar nuevos practicantes de su culto y esperar el fin del mundo. Mientras éste llega, el grupo se dedica a la vigilancia de los pecados, distribuyéndose en parejas de vigilantes que simplemente siguen y miran fijamente a ciudadanos normales mientras sostienen un cigarrillo encendido, siempre en silencio.

La trama principal gira en torno a la familia Garvey, de un centro urbano de la costa este de los EE.UU. llamado Mapleton. Los Garvey no perdieron a ninguno de sus miembros el 14 de octubre, pero sus consecuencias resultan ser dramáticas para todos ellos. El padre, Kevin Garvey, asumió el puesto de alcalde tras un incidente en que la policía allanó el cuartel general de los Vestigios Culpables y mató a uno de ellos; su mujer, Laurie, ha abandonado a su familia y renunciado a la vida cómoda y placentera para unirse a esa extraña secta de fumadores, pese a que “no la habían educado para creer en casi nada, excepto en la estupidez misma de creer”. El hijo mayor, Tom, dejó los estudios para unirse a una organización (“the Healing Hugs”) que dirige una especie de predicador estilo evangelista llamado Holy Wayne, quien al poco tiempo es arrestado por la policía. La hija, Jill, todavía en el instituto, tras la marcha de su madre pierde el rumbo de su vida y malgasta su tiempo yendo de fiesta en fiesta con su amiga Aimee.

Naturalmente, el traumático acontecimiento ha cambiado las vidas de todos en Mapleton y les conduce a un cierto grado de introspección. En este sentido, Perrotta se la juega, pues no es un tema que atraiga a muchos lectores; es un tema que más bien, diría uno, los ahuyenta. El hecho de que la catástrofe no quede explicada (hay algunas nebulosas referencias al 11 de septiembre de 2001 y al tsunami del océano Índico) puede hacer pensar al lector que en realidad la Partida Repentina viene a ser una excusa para que Perrotta investigue en la reacción humana ante la tragedia y el dolor como respuesta a la pérdida de los seres queridos.

Mientras que algunas personas han buscado el retorno a una especie de normalidad, para otras no es ni fácil ni factible. Perrotta centra este dilema en otro personaje, el de Nora Durst. El esposo y los dos niños de Nora desaparecieron el 14 de octubre mientras cenaban. Tras una noche en la que baila con ella en un evento social (una estrategia para recuperar algo de ‘normalidad’), Kevin trata de acercarse a Nora - incluso hacen un viaje juntos a Florida - pero es ella la que decide que, puesto que no puede rehacer su vida, optará por reinventarla, hasta que un fortuito hallazgo lo cambiará todo.

The Leftovers tiene una dinámica estructura narrativa en la que Perrotta va alternando los personajes protagonistas del relato: uno pudiera sospechar que en parte pudiera estar escrita deliberadamente con esa estructura para poder ser adaptada más fácilmente a la pequeña pantalla. (Piensa mal y...)

A todo lo anterior hay que añadir la tensión y el enigma que rodean a un par de asesinatos de miembros de los Vestigios Culpables. Pese a que la narración nos da suficientes pistas sobre el segundo de ellos, el caso no queda aclarado. La implicación de Laurie en los entresijos del culto también añade sus buenas dosis de misterio.

Con todo, hay algo en The Leftovers que me ha parecido blando, artificioso. Si el mensaje que Perrotta pretende transmitir es que el ser humano no puede (ni debe) confiar en que formas o estructuras externas (la religión organizada es el caso más obvio: hacia el final de la novela, la dirección de los Vestigios Culpables empieza a exigir - a crear - mártires) le otorguen sentido a la vida, ese mensaje queda no solamente pobremente explicitado – y dudo que fuera ésa su intención respecto al lector medio estadounidense – sino un tanto toscamente diluido al no profundizar en las inquietudes y congojas de los que sufren.

Los que, tras una tragedia o una experiencia traumática, quedan con el corazón hecho añicos, luchan todos los días con sus demonios interiores, haciéndose preguntas que no tienen respuesta, tratando de exprimirle algo de sentido al sinsentido. Puede que sus inquietudes no sean las de otras personas, pero en ningún caso son superficiales.

Aunque en su resolución Perrotta deje algunos cabos sueltos, quizás sea inevitable que, como mandan los cánones de la industria literaria estadounidense, el desenlace de The Leftovers sea también poco más o menos un final feliz. No es, sin embargo, un final que deslumbre al lector.

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