5 may 2012

Patrick White: 100 años - Una exposición

El póster de la exposición

Al cumplirse los cien años del nacimiento de Patrick White, en la Biblioteca Nacional de Australia se inauguró hace un par de semanas una estupenda exposición sobre la vida del único australiano que ha sido galardonado con el Premio Nobel de Literatura.


Una foto de la niñez de White


Hoy pude acercarme a la Biblioteca y recorrer, prácticamente solo (eran las once de la mañana), las varias salas donde se exhiben documentos, objetos, cuadros y fotografías. Se trata realmente de una muestra muy completa. A pesar de que White le aseguraba en 1977 al Director de la Biblioteca Nacional en una carta, reproducida arriba, que destruía todos sus manuscritos, en la exhibición se encuentran numerosos cuadernos que contienen fragmentos de sus novelas.



Además, entre los muchos papeles que su agente legó a los australianos a través de la Biblioteca Nacional, se encontraba una novela inédita e inconclusa, The Hanging Garden. La novela ha sido publicada recientemente, coincidiendo con el centenario de su venida al mundo.


Crítico feroz de los defectos de la sociedad australiana, White recibió en vida muchos homenajes. entre ellos la Medalla de la Orden de Australia, pero también es cierto que se granjeó la enemistad de muchos.


Para terminar, un pasaje de Voss (1957), una de las novelas de White que más elogios recibió en su día y que no ha perdido nada de su frescura. Su lectura me impactó en su momento, y no dudo en recomendarla a quien no haya leído a White.


Estos párrafos corresponden al final de la novela: el momento anterior a la muerte del explorador en la inmensidad del desierto, del corazón de Australia.


Voss was dozing and waking. The grey light upon which he floated was marvellously soft, and flaking like ashes, with the consequence that he was most grateful to all concerned, and looked up once in an effort to convey his appreciation, when the old man, or woman, bent over him. For in the grey light, it transpired that the figure was that of a woman, whose breasts hung like bags of empty skin above the white man's face.

Realizing his mistake, the prisoner mumbled an apology as the ashy figure resumed its vigil. It was unnecessary, however, for their understanding of each other had begun to grow. While the woman sat looking down at her knees, the greyish skin was slowly revived, until her full, white, immaculate  body became the shining source of all light.

Narcosis, un cuento de Meg Mundell, en Hermano Cerdo

Un soberano de oro de 1914 - Sant Jordi i el Drac

Se publica esta semana en Hermano Cerdo mi traducción al castellano de un estupendo relato de la escritora neozelandesa afincada en Melbourne Meg Mundell. En 'Narcosis', Mundell narra en primera persona un episodio de tintes dramáticos. Hannah es una mujer que recientemente ha perdido  a su compañero; como para retomar el contacto con el mundo y la vida social, decide acompañar a su amiga Lucía en una expedición submarinista, que explorará los restos de un naufragio de principios del siglo XX.

Mundell publicó el año pasado su primera novela, Black Glass, que reseñé aquí. Mientras que Black Glass estaba ambientada en una Melbourne distópica y narraba las aventuras y desventuras de dos hermanas separadas tras una catástrofe familiar en el entorno duro y hostil de un futuro no tan disimilar del presente en algunos aspectos, 'Narcosis' explora en las reacciones de la protagonista tras sufrir un episodio que la pone en serio peligro.

Por suerte para ella, saldrá indemne. 

Así comienza 'Narcosis':

Nos dejamos caer hacia atrás, en el océano, mientras hacíamos con la mano ese típico gesto del okey para la cámara. Más tarde volví a visionar esas imágenes varias veces, pero nunca terminaban de parecerme precisas: no éramos más que aletas, nos movíamos sin elegancia, brazos y piernas sin garbo alguno, sonrisas forzadas tras la boquilla, una entrada calamitosa que rompía la superficie del agua. En nada parecida a esa gracia pausada y algo empalagosa de cuando una está bajo el agua. 
Ese día bajamos cuatro: mi vieja amiga Lucía y su marido, Will, mi ambivalente yo y un hombre llamado Mick, un antiguo minero de ópalos con bizquera de alcohólico, a quien desde el primer momento parece que le caí fatal. Lo había notado cuando nos presentaron en el puerto deportivo antes del amanecer, y el sentimiento fue mutuo al instante. Ese es el problema de los misántropos, pensé: saben perfectamente cómo reclutarnos a los demás.

Como siempre, espero que te guste. Puedes terminar de leerlo aquí.

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