3 dic 2012

Reseña: Pistola y cuchillo, de Montero Glez



Montero Glez, Pistola y cuchillo (Barcelona: El Aleph Editores, 2011). 124 páginas.

Hace muchos, muchos años me llevé a una novia que tenía por entonces a un concierto de Ketama. Probablemente éramos los únicos no gitanos entre los numerosos grupos que poblaban las gradas de la Plaza de Toros, pero el concierto valió la pena. Tanto como aborrezco las sevillanas y esa rancia estética españolista que las suele acompañar, aprecio el buen cante. De entre todos los grandes cantaores a los que he oído a lo largo de mi vida, el Camarón de la Isla ha quedado siempre en lo más alto de mi pedestal particular.

Pistola y cuchillo no es una biografía del Camarón, sino una novelita (los límites del género son siempre elásticos) que recrea momentos de la vida del gran cantaor flamenco desde la perspectiva del narrador, criador de gallos de pelea y acérrimo admirador de Camarón. Es por tanto más homenaje que ficción, aunque Montero Glez bebe de la ficción para rendir homenaje al cantaor. En sus páginas, Pistola y cuchillo transparenta la enorme devoción con la que Montero escribe de su personaje protagonista.

El libro se inicia con una curiosa reflexión sobre lo efímera que es toda representación artística y sobre los límites de su autenticidad: “A la entrada de la Venta Vargas, por donde antes aparcaban los coches, le han puesto una estatua. Dicen que es él, pero no se le parece. Además de no reír tampoco canta y ni siquiera tararea. Por si fuera poco, hay veces que a la estatua le falta algún trozo y sé bien que son gitanos quienes los arrancan para luego venderlos.”

Tomando la Venta Vargas como centro neurálgico del proceso de acopio de recuerdos que realiza el narrador, el texto va y viene por la vida del Camarón, desde su niñez a su primer concierto en Madrid, lo acompaña a Nueva York y a París, a las giras que emprendió por todo el territorio del estado, rememorando a través de la recreación la presencia del artista flamenco: su pose, su mirada, su silencio, su risa, su humor.

Muy distinto es Pistola y cuchillo de otros libros de Montero Glez, como Sed de champán, que leí hace ya muchos años, y que me pareció por entonces una brillante voz nueva en la narrativa en castellano producida en la Península Ibérica. Montero Glez parece a veces escribir con navaja, dando tajos y estocadas cuando lo ve necesario, cortando el aire y el espacio hasta hacer que mane la sangre a borbotones. Pistola y cuchillo tiene más bien poco que ver con otra novela suya que ya reseñé en su momento (Pólvora negra), excepto por la forma que tiene el autor de contar una historia. Montero siempre pone su sello, personal e intransferible; puede que no sea del agrado de todo el mundo. No es, desde luego, facilón e inane, como la gran mayoría de la narrativa que se publica en castellano hoy en día en España.

Camarón de la Isla: Pistola y cuchillo

30 nov 2012

Yo maté a Bolaño

La platja de Lloret de Mar. Fotografía de Adville

Vuelo digital, una revista cultural argentina en la red, acaba de publicar un breve relato mío titulado ‘Yo maté a Bolaño’. A pesar del título, quiere ser un pequeño homenaje a Roberto Bolaño, a su gran obra y a todo lo que hizo el escritor chileno afincado en Barcelona por la literatura. Pienso que a Bolaño le habría hecho gracia este cuentito, que crea una ficción a partir de datos históricos y utiliza recortes mínimos de las obras mismas de Bolaño para construir una ficción.

En un juego entre lo real y lo ficticio, el narrador se proclama autor de la muerte de Bolaño dando datos y señas de una serie de encuentros con el escritor chileno a bordo de los trenes de cercanías a Barcelona, y justificando su crimen en un supuesto robo de ideas del escritor chileno, quien en varias ocasiones reconoció robar libros de librerías porque no podía costeárselos.

Comienza así:

“En realidad, pienso que fue fácil. Y nunca me cupo duda alguna de que fuera necesario. Y hoy, en este día 23 de abril del año 2015, escribo estas líneas para que todo el mundo lo sepa, porque en el fondo, tengo la absoluta certeza de que es más que probable que nunca se llegue a conocer la verdad; mi verdad. Sé que es casi imposible que algún día aparezca mi nombre en el sitio que merece; que, como hubiese sido debido, figure mi nombre inscrito en los anales de la historia oficial de la literatura en lengua española.”

Puedes seguir leyendo aquí. Espero que te guste.

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