James Bradley, The Resurrectionist (Sydney: Picador, 2006). 333 páginas.
Uno de
los significados de la palabra resurrectionist
es el de “ladrón de cadáveres”. El término se empleó ampliamente de manera eufemística
durante el siglo XIX, en el sentido de que estos delincuentes devolvían a los
difuntos (es decir, “resucitaban”) a la tierra. En realidad, lo que hacían los resurrectionists era vender de forma
ilegítima los cuerpos de los muertos a médicos y cirujanos, quienes los
diseccionaban en sus clases de anatomía.
En
aquella época, los únicos cadáveres que cirujanos y anatomistas podían legalmente
diseccionar eran los de los ajusticiados. Como siempre sucede en una coyuntura
prohibicionista, desde el mismo momento que se crea un mercado negro, habrá
quien se arriesgue a suplir la mercadería deseada.
Resurrectionists en plena faena, con farol y vigilante incluido. El cuadro se halla en la pared de la Old Crown Inn en Penicuik, Midlothian (Source: Wikipedia). |
Huérfano de padre y madre a una temprana edad, a Gabriel Swift,
procedente de un pobre entorno rural en Yorkshire, lo encomiendan como aprendiz
en la residencia de un cirujano de Londres, Poll. Allí trabaja en la limpieza y
preparación de los cadáveres que les entregan de madrugada los ladrones de
cuerpos. Junto a él trabajan Charles, un joven de clase alta, y Robert, de
origen humilde como Gabriel. Hay en esa casa otros personajes, entre ellos un
hombre siniestro y peligroso llamado Tyne, de quien muy pronto Gabriel aprenderá
a guardarse, y Caley, quien trae los cuerpos sustraídos de los difuntos a la
casa.
En un mercado tan incierto, no es de extrañar que haya competencia
desleal. Aparece ahí Lucan, el jefe de una banda rival, a quien Poll odia. En
su tiempo libre Gabriel comienza a familiarizarse con los ambientes sórdidos del
Londres de mediados de siglo: las tabernas, los fumadores de opio, las casas
donde se sirve ginebra por unos pocos chelines. Gabriel quedará prendado de una
joven actriz, Arabella, y al igual que le sucede a ella, que vende su cuerpo
para lograr vivir con más medios, él mismo se hunde poco a poco en una espiral
de degradación y traiciones.
Después de que Poll lo expulse de su casa y lo deje sin empleo, Gabriel
acude a Lucan y solicita su ayuda. Se une a la banda de ladrones de cadáveres de
Lucan, y paulatinamente pierde toda noción de moralidad que había guiado sus
actos hasta entonces. Los miembros de la banda desconfían unos de otros, y el
negocio degenera hasta el punto de que se convierten en asesinos en serie,
raptando y matando a vagabundos y pobres, inocentes bobalicones a los que encuentran
en las calles de Londres; finalmente empiezan a caer los integrantes más débiles
de la banda. En la última escena de la primera parte, Gabriel, atrapado en una gran
fosa común, siente cómo Caley está echándole tierra por encima.
La segunda parte de The
Resurrectionist nos traslada unos diez años más tarde a la colonia de Nueva
Gales del Sur, donde un convicto que se hace llamar Thomas May ha cumplido su
sentencia y se gana la vida como profesor de dibujo de los hijos de los colonos
más ricos. Lleva una vida solitaria, y cuando conoce a una joven mujer llamada Winter,
que se convierte en alumna suya, vislumbra una posibilidad de rehacer su vida.
Pero un tal Robert Newsome llega a la colonia, y reconoce en May a su antiguo
amigo Gabriel. Al igual que la joven Winter, Gabriel tendrá que reconocer que
el pasado no puede quedar enterrado para siempre: ‘¿Qué debiera haberle dicho a
ella? ¿Que la nuestra es una vida tan tenue, tan pequeña, que pudiera perderse
en cualquier momento sin pensarlo? ¿O que las peores cárceles que construimos
no son de piedra, ni tan siquiera son un espacio, sino que son las que nosotros
mismos nos creamos? ¿O que nada, una vez hecho, tiene de verdad remedio?’ (p.
310)
Una de las mayores virtudes de esta novela de Bradley es el hecho de
que realmente te atrapa: el lector querrá saber más, seguir avanzando en la
lectura. La prosa impecable de The
Resurrectionist también ayuda. Escrita en la primera persona, adopta el
punto de vista de Gabriel en tanto que personaje central; la narración progresa
mediante fragmentos pulcros, elegantes. No hay aspavientos ni florituras estilísticas;
el estilo de Bradley es sobrio aunque utilice un lenguaje altamente literario,
incluso poético. Detrás de esta novela se adivina un gran esfuerzo de refinamiento
lingüístico, realizado con esmero pero también con una clara intención de recrear
una época, con
sujetos de la peor calaña en ambientes moralmente corrompidos.