6 jun 2013

Reseña: Madness, a Memoir, de Kate Richards

Kate Richards: Madness: A Memoir (Melbourne: Penguin, 2013). 276 páginas.

Las estadísticas indican que en Australia hay una altísima incidencia de jóvenes que intentan suicidarse. A grandes rasgos, son más los varones que las mujeres, y el perfil generalizado del joven suicida sería el de un chico entre 20 y 25 años, residente en una zona rural. Otros datos señalan que el suicidio es la segunda causa de muerte más frecuente de los jóvenes, por detrás de los accidentes automovilísticos.

Las enfermedades mentales llevan asociadas un estigma social muy difícil de superar o de ignorar. Por eso resulta extraordinario poder apreciar el testimonio vital, franco, honesto y desgarrador de una persona que ha sobrevivido a la pavorosa experiencia de padecer una gravísima enfermedad mental y que, sacando fuerzas de donde probablemente no las había, se ha enfrentado a ese pasado oscuro y amenazador, y lo ha puesto por escrito, en primera persona, sin escatimar detalles ni subvertir la verdad.

Madness: A Memoir es el relato de la depresión y psicosis de una mujer australiana, Kate Richards. El relato abarca quince años, desde la adolescencia, cuando Richards comenzó a desarrollar los primeros síntomas de los trastornos e inestabilidades que la conducirían a lo que comúnmente se denomina locura.

Las enfermedades mentales tienen su origen en desequilibrios químicos en el cerebro, que causan alteraciones en la percepción y en el comportamiento de las personas. Uno de los aspectos más valiosos de este relato es el hecho de que Richards es licenciada en medicina, y sabe por lo tanto de qué está hablando cuando describe los efectos de ciertos tratamientos o las consecuencias que la abrupta privación de una sustancia puede tener sobre la persona que padece una enfermedad mental.

El libro de Richards comienza con un espeluznante episodio psicótico de autolesiones: Richards acude al hospital tras haberse intentado cortar el brazo, tal como le ordenaban las voces en su cerebro que le conminaban a matarse. Es un inicio brutal, con lo cual el lector sabe que las siguientes doscientas cincuenta páginas no van a ser fáciles de digerir. Quince años de lucha contra una enfermedad no pueden resumirse en dos párrafos, y más cuando los diferentes episodios psicóticos conllevan diferentes consecuencias. La descripción del tratamiento de terapia electroconvulsiva que recibe es tremenda.

No hay en la narración ningún atisbo de exageración ni de eufemismo: es algo que se agradece. Ya son excesivamente abundantes los eufemismos y las versiones light de la vida que nos ofrece Hollywood. Otro apunte que, en mi opinión, otorga un grado extra de autenticidad al libro es la inclusión de notas manuscritas que Richards tomó en diferentes momentos, y que por alguna razón conservó.

Richards no es solamente experta en medicina; es también ávida lectora de poesía y novela, además de aficionada a la música, tanto clásica como contemporánea. El libro está salpicado de referencias a poemas, obras literarias, pinturas, obras musicales, conciertos. De todas ellas, me quedo con esta breve descripción de una de las novelas que más profundamente me han marcado como persona, Beloved de Toni Morrison, que algún día no muy lejano debo volver a leer. En el transcurso de una conversación con uno de los muchos psiquiatras que la trataron, dice Richards de Beloved: “Es uno de los mejores estudios psicológicos de las relaciones familiares jamás escritos, independientemente de su contexto cultural. Todas las almas del mundo están aquí dentro” (p. 242), dice mientras le muestra el libro al psiquiatra.

Un libro como pocos, Madness: A Memoir deja, a pesar de las espeluznantes experiencias por las que pasó su autora, muy buenas sensaciones: Richards consiguió por fin dominar la parte de su mente que estaba enferma, logró vencer la tiranía de la otra parte que quería destruirla. Que haya tenido las agallas de ponerlo por escrito y compartirlo con los demás merece encomio y crédito. Un libro totalmente recomendable, en mi caso ha sido un viraje de la ficción lleno de sentido; todo lector medianamente exigente podrá sacarle mucho a este libro.

Cabe también mencionar el diseño de la portada, hecho con muy buen gusto por Allison Colpoys. Fíjate en los colmillos…

2 jun 2013

Reseña: Portnoy's Complaint, de Philip Roth

Philip Roth, Portnoy's Complaint (Londres: Vintage, 2005 [1969]). 274 páginas.

Quizás uno de los factores que mejor pueda describir la grandeza de una obra literaria es su perdurabilidad; si, transcurridos unos treinta años o más, persisten el reclamo y el interés inicial que despertó en el  momento de su publicación, si la obra aguanta el paso de los años no solamente con entereza sino con brillantez. Es de estas obras que se forma el elenco de los clásicos, y son pocos los llamados a formar parte de él. Además, y para nuestro pesar o nuestro alivio, según corresponda, no estaremos aquí cuando el paso del tiempo sepulte a muchas creaciones contemporáneas en el olvido.

Cuando se publicó Portnoy’s Complaint, de Philip Roth, yo estaba aprendiendo a leer. La leo ahora en 2013 por vez primera. Es un libro raro, ciertamente mordaz, aunque en ocasiones resulte también un poco monótono. Me ha parecido mucho más atractiva y relevante la fórmula que emplea Roth para dar voz a su personaje (a través de las varias sesiones de psicoanálisis en las que Alex Portnoy le habla al Doctor Spielvogel) que el tema de sus divagaciones. Encuentro por tanto más sustancia en la forma que en el contenido.

¿Por qué escogí leer ahora esta novela de Roth? La razón podría resultarte al menos curiosa: por casualidad descubrí que Portnoy’s Complaint estuvo oficialmente prohibida en Australia durante un tiempo, concretamente desde su publicación en 1969, cuando la National Literature Board of Review declaró ilícita su importación, hasta 1971. La editorial Penguin hizo frente a la censura oficial al hacer una edición propia en Australia al año siguiente. Mediante una hábil maniobra, los editores consiguieron eludir a la policía. El caso fue llevado a los tribunales, que finalmente desestimaron la denuncia contra la librería Angus & Robertson, a la que habían requisado cerca de 800 ejemplares. Un año después, el gobierno federal levantó su prohibición.
Documento que recomienda la prohibición de Portnoy’s Complaint. National Literary Board of Review, 3 de mayo de 1969. NAA: A425, 72/4378.
El señor Chipman aducía en el último párrafo que “El libro es obsceno y su mérito literario no es suficiente como para justificar su publicación. Va más allá de lo que resulta aceptable en esta comunidad, y recomiendo que se prohíba en tanto que es inapropiado para su distribución en Australia.” Me pregunto qué diría el Sr. Chipman si lo encontrase en la Biblioteca Pública de Gungahlin, de la cual he sacado la copia que he leído.

Al igual que evolucionan los criterios morales de los que se atribuyen la potestad de juzgar la idoneidad o la aparente insolencia que puede expresar un libro, los gustos literarios se transforman, reflejando las mores de cada época y sociedad. Portnoy’s Complaint fue sin duda un libro que hizo añicos algunos tabúes en su época. Es una excelente sátira, en la que predomina un tono de amargura, en una narración-confesión que igual pasa de lo cáustico a lo nostálgico, de la grotesca anécdota doméstica a explícitas fantasías sexuales del joven Portnoy.


Aunque la sátira sea abundante y provoque la risa del lector, Roth sin embargo no hace de la ironía una herramienta patente en el libro – le corresponde al lector leer entre líneas. Quizás sea en este detalle sobre el que se pueda aventurar con más fundamento que Portnoy’s Complaint continúe siendo una obra actual. No tanto, en cambio, su tema: dudo que las obsesiones sexuales y las inseguridades durante la infancia y adolescencia de un joven judío en la posguerra en un entorno familiar asfixiante y represivo en la costa este de los EE.UU. sigan siendo tema de tan fuerte interés.

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