Philip Roth, Portnoy's Complaint (Londres: Vintage, 2005 [1969]). 274 páginas.
Quizás uno de los
factores que mejor pueda describir la grandeza de una obra literaria es su
perdurabilidad; si, transcurridos unos treinta años o más, persisten el reclamo
y el interés inicial que despertó en el
momento de su publicación, si la obra aguanta el paso de los años no
solamente con entereza sino con brillantez. Es de estas obras que se forma el
elenco de los clásicos, y son pocos los llamados a formar parte de él. Además,
y para nuestro pesar o nuestro alivio, según corresponda, no estaremos aquí
cuando el paso del tiempo sepulte a muchas creaciones contemporáneas en el
olvido.
Cuando se publicó
Portnoy’s Complaint, de Philip Roth,
yo estaba aprendiendo a leer. La leo ahora en 2013 por vez primera. Es un libro
raro, ciertamente mordaz, aunque en ocasiones resulte también un poco monótono.
Me ha parecido mucho más atractiva y relevante la fórmula que emplea Roth para
dar voz a su personaje (a través de las varias sesiones de psicoanálisis en las
que Alex Portnoy le habla al Doctor Spielvogel) que el tema de sus divagaciones.
Encuentro por tanto más sustancia en la forma que en el contenido.
¿Por qué escogí
leer ahora esta novela de Roth? La razón podría resultarte al menos curiosa: por
casualidad descubrí que Portnoy’s
Complaint estuvo oficialmente prohibida en Australia durante un tiempo,
concretamente desde su publicación en 1969, cuando la National Literature Board
of Review declaró ilícita su importación, hasta 1971. La editorial Penguin hizo
frente a la censura oficial al hacer una edición propia en Australia al año
siguiente. Mediante una hábil maniobra, los editores consiguieron eludir a la
policía. El caso fue llevado a los tribunales, que finalmente desestimaron la
denuncia contra la librería Angus & Robertson, a la que habían requisado
cerca de 800 ejemplares. Un año después, el gobierno federal levantó su
prohibición.
Documento que recomienda la prohibición de Portnoy’s Complaint. National Literary Board of Review, 3 de mayo de 1969. NAA: A425, 72/4378. |
El señor Chipman
aducía en el último párrafo que “El libro es obsceno y su mérito literario no
es suficiente como para justificar su publicación. Va más allá de lo que
resulta aceptable en esta comunidad, y recomiendo que se prohíba en tanto que
es inapropiado para su distribución en Australia.” Me pregunto qué diría el Sr.
Chipman si lo encontrase en la Biblioteca Pública de Gungahlin, de la cual he
sacado la copia que he leído.
Al igual que
evolucionan los criterios morales de los que se atribuyen la potestad de juzgar
la idoneidad o la aparente insolencia que puede expresar un libro, los gustos
literarios se transforman, reflejando las mores
de cada época y sociedad. Portnoy’s
Complaint fue sin duda un libro que hizo añicos algunos tabúes en su época.
Es una excelente sátira, en la que predomina un tono de amargura, en una narración-confesión
que igual pasa de lo cáustico a lo nostálgico, de la grotesca anécdota doméstica
a explícitas fantasías sexuales del joven Portnoy.
Aunque la sátira
sea abundante y provoque la risa del lector, Roth sin embargo no hace de la
ironía una herramienta patente en el libro – le corresponde al lector leer
entre líneas. Quizás sea en este detalle sobre el que se pueda aventurar con
más fundamento que Portnoy’s Complaint
continúe siendo una obra actual. No tanto, en cambio, su tema: dudo que las
obsesiones sexuales y las inseguridades durante la infancia y adolescencia de
un joven judío en la posguerra en un entorno familiar asfixiante y represivo en
la costa este de los EE.UU. sigan siendo tema de tan fuerte interés.
Resulta curioso que se censurara nada menos que en Australia, donde uno pensaba que no había llegado la mojigatería puritana.
ResponderEliminarHe leído varias de las grandes obras de Roth, pero ésta todavía no, aunque está en la lista desde hace tiempo.
Saludos.
Ah, pero es que la Australia de 1969 era la Australia de Robert Menzies, la Australia que todavía piensa en Londres como la metrópolis, y en Inglaterra como "mother country". Fue a partir de 1972, con Gough Whitlam (de quien algún día contaré una anécdota personal), que Australia comenzó a adquirir una personalidad política propia. Los devaneos con lo colonial, lo puritano y lo mojigato, no obstante, persistieron hasta hace bien poco: la Australia del largo (¡larguísimo!) decenio de John Howard (1996-2007) en algunos sentidos retrocedió a la década de los 50.
EliminarMe ha despertado interés este libro por seguir descubriendo a Roth, lo que pienso hacer poco a poco.