13 jun 2013

Bonito. Yo soy aquel. J. G. Cozzolino


Estos días andaba leyendo en los ratos muertos (¿por qué los ratos muertos se disfrutan tanto? ¿Será síntoma de algo?) este librito de mi amigo Javier Cozzolino. A Javier hace tiempo que lo sigo a través de su blog Sin Pastillas (el enlace está ahí a la derecha nomás). Es cierto que a Javier no lo conozco en persona, pero de tanto tiempo que llevo leyendo su blog, pienso que ya lo conozco mejor que a muchas otras personas a las que veo casi todos los días.

No siempre estoy de acuerdo con lo que escribe Javier en su blog. Por ejemplo, sus creencias religiosas. Y eso qué más da. En su blog ha escrito cosas estupendas, y solo por eso ya le estoy agradecido. Ya quisiera yo tener la mitad de la energía creativa que tiene Javier.

El caso es que estuve leyendo Bonito. Yo soy aquel. Y me gustó: me reí muchísimo con el viaje de Leonardo Höss a Hawai'i, en busca de una chica con la que estableció contacto a través de un chat desde Buenos Aires. Cuando llega a Honolulú (siempre me ha gustado más Lulú que Hono), la chica le cierra la puerta de su casa en las narices. Así que se va de vacaciones a un hotel, a masacrar la Amex de su hermano, Mái Bráder, cuyo miembro viril recibe el 'cariñoso' apelativo de Führer.
"Estaba bárbaro el hotel. Pasé ahí una semana metido, almorzando, cenando y practicando otros gerundios con tristeza superior".
En fin, pues lo dicho. Si te atrae, pasate por Sin Pastillas y compralo nomás. Es mejor que las Cincuenta sombras de Grey, de eso estoy total, completa, absolutamente seguro.

10 jun 2013

Reseña: Behind the Beautiful Forevers, de Katherine Boo

Katherine Boo, Behind the Beautiful Forevers (Brunswick: Scribe, 2012). 256 páginas.

En la extensa nota de la autora que sigue a este impresionante libro, Katherine Boo hace la siguiente reflexión: “En lugares donde las prioridades gubernamentales y los imperativos de los mercados crean un mundo tan antojadizo que ayudar a un vecino significa poner en riesgo tu capacidad para alimentar a la familia, y a veces incluso tu propia libertad, la idea de la comunidad pobre que se proporciona apoyo de forma recíproca queda demolida. Los pobres se echan unos a otros la culpa por las decisiones que toman los gobiernos y los mercados, y nosotros, los que no somos pobres, estamos dispuestos a echarles la culpa a los pobres con la misma dureza.”

Behind the Beautiful Forevers, el primer libro de Katherine Boo, es un reportaje basado en las vivencias de la autora a lo largo de varios años en diferentes barrios bajos o colonias míseras de la gran ciudad india de Mumbai, y especialmente en un barrio (actualmente demolido) llamado Annawadi. No se trata pues de una obra de ficción, y en parte radica en esa característica su enorme impacto.

La crónica se inicia in medias res: “Se echaba la noche, la mujer con una sola pierna estaba gravemente quemada, y la policía de Mumbai venía en busca de Abdul y su familia. En la choza de la villa miseria adyacente al aeropuerto, los padres de Abdul alcanzaron una decisión con una poco acostumbrada economía de palabras. El padre, un hombre enfermo, esperaría en el exterior de la casucha de techo de lata llena de desperdicios desparramados en la que residía la familia. Se marcharía sin hacer ruido cuando lo arrestasen. Abdul, que era la fuente de ingresos de la familia, era el que tenía que huir.”

La historia se centra en ese barrio, Annawadi, y principalmente en tres familias distintas, dos musulmanas y una hindú. El joven Abdul (de quien nadie sabe a ciencia cierta su edad) se dedica a la compraventa de basura para reciclaje; la vecina, una mujer tullida llamada Fátima o La Coja, les tiene inquina porque han logrado cierta estabilidad económica, y malvive vendiendo su cuerpo, para deshonra del marido, un hombre enfermo y anciano.
Una vista de Mumbai
La tercera familia es la de Asha, una mujer madura y ambiciosa que constantemente busca hacer chanchullos con políticos menores, oficiales de policía y pequeños delincuentes. Su mayor ambición es entrar en política y convertirse en jefa oficiosa del barrio. Su hija Manju ejerce de maestra mientras trata de completar su educación y llegar a ser la primera residente del barrio en obtener un título universitario.

En la cama del hospital, del que saldrá en un ataúd, Fátima acusa a Abdul, a su padre y a su hermana mayor de haberle propinado una paliza y de haberle incitado a su autoinmolación. La narración sigue el proceso judicial – con elementos verdaderamente esperpénticos, ríete tú del caso Gürtel.

Boo nos hace acompañar a numerosos personajes del mísero poblado a la sombra del aeropuerto y de los lujosos hoteles de cinco estrellas cercanos. Behind the Beautiful Forevers tiene un planteamiento totalmente diferente de la ficción de Aravind Adiga en The White Tiger; el título de este turbador relato hace referencia a las vallas publicitarias que ocultan la miseria y las improvisadas viviendas a las miradas de los turistas que llegan a Mumbai. Son enormes vallas que anuncian baldosas de estilo italiano (podrían ser de Porcelanosa o de Pamesa, por ejemplo), y que vanidosamente prometen belleza permanente: BEAUTIFUL FOREVER.
Viviendas SIN protección oficial
Boo se ausenta de la historia, paradójicamente a través de una voz narradora omnisciente, lo que convierte esta crónica, al menos formalmente, en una novela. Y lo hace sin fisuras. La moraleja viene a ser que la pobreza reduce la posibilidad de alcanzar no solo una felicidad – mayormente basada en los estándares occidentales – sino también una cualidad moral, pues la miseria les obliga a moverse dentro de un sistema tan corrompido que para sobrevivir en él es necesario corromperse.

La única pega que le puedo poner a Katherine Boo es el uso equivocado de la palabra traductor. En la nota posterior al relato, la autora agradece la ayuda de tres traductores en sus entrevistas con los habitantes de los barrios bajos (que obviamente no dominan el inglés). Se debe tratar, obviamente, de intérpretes.


La autora de Behind the Beautiful Forevers recibió el Premio Pulitzer hace varios años. Es una periodista consumada, habitual en una de mis revistas favoritas, The New Yorker, y a lo largo de todo el relato demuestra tener un estupendo ojo para capturar detalles y extraer conclusiones sin explicitarlas. El mundo de la corrupción en la India queda expuesto con una naturalidad sorprendente. Quizá debería alguien invitarla a que se pasara unos meses en mi muy maltrecho País Valencià, a ver qué descubría.

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