William H. Gass, Middle C (Nueva York: Alfred Knopf, 2013). 395 páginas.
“No sé si la
belleza es todavía posible en este mundo” (p. 356).
El protagonista
de esta novela de William H. Gass (su tercera en prácticamente cincuenta años,
todo un ejercicio de sobriedad literaria) es un individuo extraño. Joseph
Skizzen es una suerte de autodidacta que aprende a fingir o falsificar una vida
entera con el único objetivo de poder pasar desapercibido. Su padre, Rudi
Skizzen, decide salir de una Austria habitada por seres crueles antes del
inicio de la Segunda Guerra Mundial, sabiendo en una premonición lo que va a
pasar en su tierra. La familia huye desde Graz a Londres, donde se harán pasar
por judíos. De Rudi Skizzen se convierte en Yankel Fixel, para luego pasar a
ser Raymond Scofield. En el Londres del blitz
viven en la miseria y al borde de la hambruna; la madre lava ropa, el padre
ayuda a imprimir octavillas de propaganda antihitleriana. Tras el final de la
contienda, el gran maestro del disfraz que es Skizzen/Fixel/Scofield gana mucho
dinero en una apuesta y desaparece. La policía informa a la madre (antes Nita,
luego Miriam) de que aparentemente ha partido, con documentos falsificados,
hacia los Estados Unidos o Canadá.
Sin saber muy
bien qué hacer, Miriam cruza el Atlántico con sus dos hijos, Deborah y Joseph,
y finalmente se establecen en una pequeña ciudad, Woodbine, lugar ficticio de
Ohio. De Rudi no hay rastro ni noticia alguna. Mientras que su hermana mayor
pronto hallará su lugar en su nueva patria adoptiva al casarse con un granjero,
Joseph (Joey) crecerá bajo la indeleble sombra de la desaparición de su padre:
un estudiante apocado, tímido, para nada ambicioso.
El juego
literario que Gass sugiere refleja, en cierto modo, el determinismo genético:
de tal palo, tal astilla. Así, Joseph Skizzen no deja de ser un extranjero
residente en los EE.UU., que en ningún momento trata de normalizar o legalizar
su situación. Pero como su padre, sabe hacer lo necesario para abrirse camino.
Irá adquiriendo una identidad y falsificando documentos cuando sea preciso, lo
que en un determinado momento le permitirá abrirse camino en el mundo académico
como profesor de música. Consciente de su mediocridad, el ya treintañero Skizzen
vive con su madre en una casa prestada de forma gratuita por la universidad, y
en el ático que le sirve de estudio dedica la mayor parte de su tiempo libre a
una obsesión: su personalísimo Museo de la Inhumanidad, en el cual va estableciendo
una colección de ejemplos gráficos de las horripilantes brutalidades y salvajes
asesinatos en masa, amén de masacres, matanzas étnicas y otras “exquisiteces” que
caracterizan la historia de la humanidad.
El narrador
omnisciente de Middle C nos ofrece un
curioso relato del paso de Joey de la adolescencia a la juventud: su primer
trabajo es en una tienda de música, de la que saldrá escaldado tras ser acusado
de un robo que no ha cometido. Tras dejar los estudios, encuentra trabajo en
una biblioteca en otra ciudad (ficticia) no muy lejana de Woodbine. La visión
cáustica de Gass, primorosamente plasmada en su prosa, impera en estos
capítulos. La trama de Middle C no es
el punto fuerte de la novela. En realidad, la trama de la vida gris,
convencional y retraída de Skizzen en compañía de su madre (cuya único capricho
es la jardinería) sirve simplemente como telón de fondo. No es una obra para el
lector medio, que tanta tendencia muestra a ser pasivo, como el show-business literario últimamente le dicta. Gass busca hacerte
pensar: honrosa excepción entre los novelistas estadounidenses contemporáneos.
Claro que Gass pertenece a una generación muy anterior, con nombres ilustres
como Philip Roth, muchos de cuyos integrantes ya han fallecido.
Además de
recortar informaciones sobre crímenes de revistas y diarios, Skizzen dedica su
tiempo también a la tarea de perfeccionar un enunciado que resuma de alguna
manera su visión del mundo. El primer ejemplo que nos da Gass del enunciado es
el siguiente: “El temor a que la raza humana pudiera no sobrevivir ha sido
sustituido por el temor a que perdure” (p. 22). Unas cuantas páginas más
adelante, el enunciado aparece expresado con estas palabras: “La suposición de
Joseph Skizzen respecto al hecho de que la humanidad pudiera no sobrevivir a su
propia naturaleza disoluta y sanguinaria ha quedado reemplazada por la sospecha
de que, a pesar de todo, lo hará” (p. 55). Este enunciado tan desolador (o tan
realista, según se mire) adopta cerca de cincuenta versiones diferentes a lo
largo de Middle C, y entre ellas Gass
intercala algunos pasajes verdaderamente impagables.
Los temas de esta
novela son no obstante muy actuales: la identidad de la persona y la obsesión
por la forma externa antes que el contenido; el desprecio a lo que representa
la humanidad como colectivo por las atrocidades de que es capaz; y finalmente
(y este es un tema del que, debo confesar, no he sacado mucho en claro) la
traslación de la técnica musical de los doce tonos de Schoenberg como
interpretación o explicación teórica del mundo que nos rodea. El título de la
novela, Middle C (la nota musical do,
situada en el centro del teclado del piano) nos señala la mediocridad como
planteamiento vital. Pasar inadvertido por un mundo en el que reinan la
crueldad y el enseñamiento suele ser la aspiración para muchos, si bien no
necesariamente para la mayoría. La sociedad actual se ha revelado como exhibicionista
y estridente, gracias a lo que la tecnología del siglo XXI facilita y pone al
alcance de los dedos de cualquiera que tenga un Smartphone (por cierto, la
palabra se las trae).
Middle C no es novela para cualquier lector, y desde luego se hace una pizca larga.
Si el Pynchon de, por poner un ejemplo,
Mason & Dixon se te atraganta, no te recomiendo a Gass. Si por el
contrario disfrutas del mero hecho de leer para encontrar gemas en medio de una
novela que no parece llevar a ninguna parte, ésta tiene muchas perlas. El
estilo de Gass es exuberante: escribe con gusto y es un verdadero placer leerlo
y paladear esos momentos que parecen creados para que tú los encuentres y los
saborees. Por ejemplo: “Joseph
thought Miss Moss hissed. She certainly sailed out of sight. Her world must be
flat because she disappeared all at once rather than a bit at a time.” (p. 175). Salvando las distancias, algo
así como “Joseph pensó que la Srta. Moss dejaba escapar un silbido al moverse.
Ciertamente, zarpaba hasta salir de tu campo de visión. Su mundo debía de ser
plano, pues desaparecía de golpe, en vez de hacerlo poco a poco”.