Mientras esto
escribo, tengo al alcance de la mano mi ejemplar de The New Yorker correspondiente al 18 de junio de 2012. En aquella
fecha, la narración breve publicada en la sección de ficción correspondía a
‘The Golden Vanity’, de Ben Lerner, y confieso que o bien no la leí, o me pasó
desapercibida.
Lo anterior
podría muy bien pasar a formar parte de otra historia, en la que un lector ya
maduro (que en su juventud haya sometido a sus células grises a unas buenas sesiones
de castigo químico) no recuerda haber leído una historia que encuentra incluida
en un libro que está leyendo, y solamente después de leer el libro le surge la
duda de si ya conocía esa historia o no.
El caso es que sí
recuerdo en cambio haber leído (y reseñado el 15 de abril de 2013 aquí) la primera novela de Lerner, Leaving the Atocha Station. De ella dije
entonces que me había hecho pasar un buen rato. Me hizo reír mucho, pero no la
consideré “un hito”. Ahora Lerner ha publicado su segunda novela, 10:04 (del cual no explicita si se trata
de a.m. o p.m.). Y poco importa, la verdad sea dicha.
10:04 es una metaficción, algo que ya no es ninguna novedad, pero que sigue en
cierta medida estando en boga. Lerner mezcla la ficción con la no-ficción, en
un relato que incluye como segunda parte de las cinco de las que consta la ya
mencionada ‘The Golden Vanity’. El tema de fondo de esta obra es las múltiples
y variopintas relaciones entre la vida y el arte. Y Berner, como en su novela
anterior, trata el tema con un gran sentido del humor.
El
narrador-protagonista recibe un jugoso avance por su segunda novela tras la
aceptación por parte de The New Yorker
de una narración breve. Al mismo tiempo, nos cuenta que los médicos le han
diagnosticado un ensanchamiento de la aorta coronaria que podría dejarlo frito.
Mientras, su mejor amiga, Alex, le ha convencido para que se convierta en
donante del semen con el que quedará embarazada.
Con un interesante
golpe de efecto, el narrador decide utilizar diversos aspectos y episodios de
su vida real y reconvertirlos, tras cambiar nombres y algunos detalles, en
ficción. De este modo, ficción y realidad se unen en un juego de espejos y de
sombras. Además, Lerner parece complicar un poquito más las cosas al romper la
cronología narrativa. Esta especie de rompecabezas es deliberado: lo que
interesa a Lerner es las posibles/plausibles interacciones entre el pasado y el
presente, y sobre los posibles futuros que los distintos pasados nos pueden
deparar.
En ese sentido,
la novela de Ben Lerner es un juego muy serio, digamos un malabarismo en manos
de un narrador vacilante: Ben (es ése el nombre del protagonista) navega un
rumbo que va y viene de la parodia a la sinceridad, entre el desapego
absoluto y el compromiso crítico (su
gusto por el exquisito plato de pulpitos portugueses suavemente masajeados con
sal gruesa hasta morir se contrapone sin sarcasmos con su conciencia de que
numerosos desastres ecológicos parecen haber condenado a los océanos a
convertirse en un erial ácido donde se acumula el plástico). Ben es el franco
impostor de un delicioso juego narrativo en el que prima la conciencia de sí
mismo. Para quien no disfrute de este tipo de lúdicas maniobras
metaficcionales, la obra de Lerner no será estimulante.
Sin embargo, sí
debiera disfrutar de algunos de los episodios hilarantes de 10:04. Como cuando Ben acude a una
clínica a proporcionar la muestra de semen que planea donar para que lo use su
amiga Alex. Tras escuchar y leer el aviso que se les hace a los donantes con el
fin de que no se contamine la muestra, el protagonista, encerrado en la pequeña
sala con videos pornográficos, se lava una y otra vez las manos de forma
obsesiva antes de masturbarse.
El ensamblaje de
‘The Golden Vanity’ en la novela es un gran acierto para quien haya leído (o
crea haber leído) la pieza que publicó The
New Yorker. Cuenta Ben/Lerner:
La historia implicaría una serie de transposiciones: transferiría mi
problema médico a otra parte del cuerpo; sustituiría la agnosia táctil con otro
tipo de trastorno, reemplazaría la cirugía dental de Alex. Cambiaría los
nombres: Alex pasaría a ser Liza, nombre que ella me había dicho una vez era la
segunda opción que había pensado su madre; Alena se convertiría en Hannah; a Sharon le cambiaría el nombre a Mary,
y Jon en vez de Josh; el Dr. Andrews sería el Dr. Roberts, etc. En lugar de
convertirse en albacea literario, y por tanto hacer frente a la tensión entre
la mortalidad biológica y la textual mediante dicha obligación, una universidad
se dirigiría al protagonista — una versión de mí mismo; lo llamaría «el autor»
—inquiriendo sobre la posibilidad de adquirir sus papeles personales. (p. 54-55,
mi traducción)
Con párrafos como
el anterior, Lerner le obliga al lector a moverse. Es como si te estuviera
diciendo: puedes escoger leer esto como no ficción, pero no debes olvidar que el
autor decide que el narrador es un impostor, y por lo tanto muchos de los detalles
pueden ser ficticios.
En mi opinión, 10:04 es un primoroso, inteligente y entretenido ejercicio
metaliterario. Por supuesto, no agradará a todo el mundo, pero eso es algo que
Lerner ya daba por descontado, según se deduce de lo que la agente literario de
Ben le recomienda:
«Acuérdate de que esta es tu oportunidad de llegarle a un público más
amplio. Tienes que decidir quiénes quieres que sean tu público, quiénes crees
que son tu público», dijo mi agente, y esto fue lo que yo oí: «Elabora una
trama clara, geométrica; describe rostros, incluso los de la gente de la mesa
de al lado; asegúrate de que el protagonista sufra una transformación dramática.»
Y si solamente sufre un cambio su aorta, me preguntaba. O su neoplasma. ¿Y si
al final del libro todo es lo mismo, solo que un poquito diferente? (p. 156, mi
traducción)
No me extraña que
Ben esté bastante seguro de que el libro no se venderá. O quizás sí lo haga.
(3 de abril de 2015). El libro lo ha publicado en castellano, en traducción de Cruz Rodríguez Juiz, Reservoir Books.
(3 de abril de 2015). El libro lo ha publicado en castellano, en traducción de Cruz Rodríguez Juiz, Reservoir Books.