Christos Tsiolkas, Merciless Gods (Crows Nest: Allen & Unwin, 2014). 323 páginas.
En una reseña de
Tsiolkas que logré publicar hace ya años (digo logré, porque a los pocos meses
su petulante editor me mandó a la porra, y con muy malos modos) en una revista
de cuyo nombre me acuerdo, pero el cual no pienso molestarme en reproducir
aquí, terminaba mi opinión con el siguiente párrafo: “El lector que busque una
novela de prosa elegante, cuidada y florida, que no indague en The Slap, pues no la encontrará.
Encontrará en cambio un relato fascinante de lenguaje crudo y directo, con múltiples
opciones y perspectivas, ante el que cabe esperar cualquier respuesta lectora,
excepto la indiferencia. Y precisamente de eso Tsiolkas puede asumir todo el
mérito.”
Lo que dije
entonces de The Slap es igual de
válido para las narraciones de este primer volumen de cuentos de Christos
Tsiolkas, que abarcan prácticamente dos décadas. Si hay algo que distingue al
escritor greco-australiano radicado en Melbourne es su capacidad para sobresaltar
(si no asustar) al lector acomodaticio. Para muestra, este inolvidable botón
con el que comienza ‘The Hair of the Dog’, el tercero de los cuentos de Merciless Gods: “Mi madre es más
conocida por hacerles una mamada a Pete Best y a Paul McCartney en los baños
del Star Club de Hamburgo una noche a principios de la década de los 60. Ella
decía que el pene de Best era más grueso, el más grande de los dos, pero que el
de McCartney era el más bonito. – La polla de Paul era elegante, – le gustaba decir. Sé también que había escupido el
semen de ambos hombres en un pañuelito, y que ninguno de los dos había mirado
al otro mientras ella los atendía por turnos. Después, había compartido un
cigarrillo con Paul.” (p. 67, mi traducción)
A la mayoría de
los protagonistas de las narraciones en este singular volumen les sucede algo
que va a trastocar su entendimiento del mundo de arriba abajo. El trasfondo es siempre
australiano, aunque algunas de ellas tengan lugar en otros lugares: ‘Tourists’,
por ejemplo, sitúa a una pareja de turistas australianos bastante desorientados
en Nueva York. El hombre, Bill, descubre con vergüenza que en la Gran Manzana
no deja de ser un pueblerino. Cuando acuden a un museo a ver una exposición de
Edward Hopper, el portero les trata con una pizca de condescendencia. Al
alejarse de la entrada, Bill le sisea un comentario a Trina (“What a stuck-up
black cunt”) que naturalmente le asquea a ella y a una pareja de ancianos que
se encontraban también delante de la puerta del ascensor. Enojadísima, se
separa de él durante el resto del día. Será una autorrevelación, íntima,
hiriente, pero muy propia, que Bill nunca olvidará.
Como era el caso
de The Slap, estas narraciones hurgan
en las debilidades y en las heridas abiertas de la sociedad australiana,
heridas profundas que no afloran a simple vista para el visitante que no sepa
dónde mirar o buscar los puntos conflictivos: racismo, homofobia, violencia,
abuso del alcohol y de sustancias estupefacientes, la historia de desposesión
de los pueblos indígenas y su perpetua exclusión en los márgenes de la sociedad,
religión y nacionalismo extremo.
Sin recurrir a un
discurso abiertamente teorizante, Tsiolkas hace en sus cuentos uso de la
narración en primera persona para plasmar una visión cruda del mundo: turistas,
exiliados, presidiarios, padres y madres, drogadictos, camioneros, parejas
homosexuales (tanto gay como lesbianas), chaperos y hasta un fundamentalista
bisexual. Estos son los narradores de Tsiolkas.
Sus temas son
obviamente muy políticos. Lo interesante, lo que hace de Tsiolkas un narrador
tan singular, es la combinación de violencia y sexo, la contraposición de dos
comportamientos humanos que con frecuencia – y por desgracia, me apresuro a
añadir – van juntos. El autor nos invita (nos reta más bien) a ser testigos de
un feroz ataque al sistema sociopolítico imperante por medio de dos facetas del
lenguaje: lo inadmisible (el tabú) y lo obsceno (el exabrupto). En el relato
titulado ‘Genetic Material’, un hombre de edad madura rememora un día de su niñez
en la playa cuando le propinó a su padre, a quien adoraba como a un dios, un puñetazo.
Ahora, de visita en la residencia de la tercera edad donde está internado su
padre, quien padece demencia, cuida de él, lavándolo cuando sufre incontinencia.
Mientras lo limpia con una esponja, a su padre le sobreviene una erección y
fantasea con que hay una mujer que está acariciándolo. El hijo masturba a su
anciano padre hasta que éste se corre. Después va a lavarse las manos, pero
antes se lleva el dedo a la boca y prueba el semen de su padre. “Me lo llevo a
la boca. Tengo sabor a mi padre. Mi padre tiene sabor a mí.” (p. 144, mi traducción)
Podría realmente destacar
cualquiera de los relatos de Merciless
Gods, pero el primero, que da título al libro, merece un comentario aparte.
Un sábado noche en una casa de Melbourne un grupo de amigos, que en su mayoría han
alcanzado ya el éxito profesional, se han reunido para cenar y pasar una velada
juntos. Tras la cena y la ingesta de alcohol y algunas drogas deciden jugar. El
juego consiste en contar una historia a partir de una palabra (“venganza”) que
sacan de un sombrero. A medida que avanza la noche las confesiones se vuelven
más serias y las tensiones crecen. Cuando le corresponde contar una historia a Vince,
éste narra un episodio de su niñez en el que fue ridiculizado, y después cómo
durante un viaje por Turquía unos cuantos años antes, en compañía de otro
turista de origen kurdo, llevó a cabo su venganza. Cuando llegan al este del país,
Vince describe cómo se vio envuelto en un incidente en el que un jovenzuelo le
robó el dinero. La naturaleza de la venganza es aparentemente tan brutal y tan
atroz que tanto los anfitriones como los invitados (uno de los cuales es el
narrador) quedan sometidos a un durísimo examen moral que los dejará a unos
derramando lágrimas y a otros encolerizados. Para ese grupo de amigos será “la
última cena”.
Merciless Gods [Los dioses inmisericordes] lo completan ‘Petals’
(escrito inicialmente en griego y traducido por el propio Tsiolkas al inglés), ‘Hung
Phat!’, ‘Saturn Return’, ‘Jessica Lange in Frances’
(un extraordinario relato de violencia sexual), ‘The Disco at the End of
Communism’, ‘Sticks, Stones’, ‘Civil War’, ‘The T-shirt with a Fist on it’ y una
serie de tres relatos con el título ‘Porn’ pero con temática muy diferente. Es
uno de los mejores volúmenes de cuentos que he leído en los últimos años, y ciertamente
como lector no me parece que ninguno de ellos sobre. Ojalá se publique en
castellano, o en català. Pura dinamita.