29 jul 2017

Reseña: Cuatro páginas en blanco, de Lucho Zúñiga

Lucho Zúñiga, Cuatro páginas en blanco (Lima: Paracaídas editores, 2011). 129 páginas.

¿Qué es exactamente leer? Esa es la reflexión que parece querer plantearnos Zúñiga, con su recreación de un autor ficticio, Federico Alzubide, quien, en el año 1925, habría logrado la publicación de un relato inexistente titulado (sorpresa, sorpresa) Cuatro páginas en blanco. Zúñiga, naturalmente, incluye el relato de Alzubide en este volumen de microcuentos como primera parte de la colección.

Traté de leerlo, y si bien el enormemente creativo vacío que propone Alzubide no me pasó desapercibido, no conseguí dilucidar su sentido. Al fin y al cabo, el relato de Alzubide es un texto de muy libre interpretación.

La segunda parte lleva por título ‘Dossier Federico Alzubide’. Esta parte contiene dos relatos, ‘El regreso de Federico Alzubide’ y ‘El viaje’. En el primero, el narrador nos sugiere que el relato vacío de Alzubide redactado sobre cuatro páginas en blanco es un “texto – si podemos decir que estamos frente a un ‘texto’ es porque existen elementos como: emisor (Alzubide), receptor (el lector), plurisignificación (multitud de significados de acuerdo a la época y lectores), una intención (el vacío del relato busca un efecto en el lector), entre otros” (p. 13) Todo es naturalmente debatible: no me cabe duda alguna del efecto que provocan cuatro páginas en blanco en un lector que probablemente esperaría encontrar otra cosa.

‘El viaje’ está narrado por el sobrino de Alzubide. En él cuenta cómo Alzubide ha muerto y sus cenizas han sido esparcidas en el lago de Chapala, en Jalisco. El sobrino es el heredero de un disquete que contiene cerca de mil microcuentos del oscuro autor. Una selección de esos microcuentos constituye la tercera parte, que lleva por título ‘Clarividencias’.
Rest in peace, Alzubide. Lago de Chapala, Jalisco. Fotografía de OHFM
La última parte del libro se titula ‘Cuarto deseo’, que vendría a ser la última voluntad del inefable Alzubide, y que en forma de sobre cerrado que solamente debe abrir el sobrino tras la lectura de ‘Clarividencias’.

Como artificio literario, la estrategia de Zúñiga es tan creativa como osada. No soy muy dado a la lectura de microcuentos, he de admitirlo. Como entretenimiento, este volumen tiene sus destellos. Algunos de los brevísimos relatos tienen ciertamente originalidad y establecen un juego de espejos sobre la base de las múltiples paradojas de la ficción literaria. Otros son pequeños homenajes a grandes autores del relato breve del siglo XX, como Cortázar, Borges, Monterroso, Kafka, o a grandes obras de la literatura universal, como Las mil y una noches o Don Quijote de la Mancha.

Pero no todos los microcuentos logran sostener un alto nivel. Algunos flojean, lo cual va en detrimento de la intención de Zúñiga y menoscaba el conjunto. Por ejemplo, ‘Un fanático de Hitchcock’: “Echados en la cama del motel, ella está esperando que él le pregunte: «¿Quieres ser mi novia?». Pero él está muy ocupado, pensando en la escena de la ducha.” (p. 80).

Una buena presentación en rústica por parte de la casa Paracaídas Editores. Es una lástima que haya varias erratas de bulto, algunas por duplicado, lo cual apunta a que se trata de algo más que simple gazapos: “>¿Desea que busqué [sic] más datos? (S/N)” (p. 62, repetido en p. 63) Un libro entretenido, sin más.

24 jul 2017

Reseña: El cuarto mundo, de Diamela Eltit

Diamela Eltit, El cuarto mundo (Santiago: Seix Barral, 2011 [1988]. 152 páginas.
Pocas veces me he enfrentado a un texto que, de entrada, me haya parecido tan deliberadamente opaco para su interpretación como esta breve novela de la chilena Diamela Eltit, publicada por primera vez en 1988. Digo de entrada, porque conforme uno avanza en su lectura, los elementos que conforman el significado, las metáforas escondidas tras las palabras, se vuelven más evidentes, y dada su brevedad el lector progresa rápidamente hasta la conclusión (quizás un término más apto que desenlace).

Lo que no debería extrañarnos es que, dada la fecha en que la escribió, Eltit tratase de imbuir de simbolismo el lenguaje de una novela que le habría granjeado más de un problema con el régimen de Pinochet. Tras la extrañeza inicial que produce, uno no deja de admirarse de los portentosos amagos, fintas y subterfugios que emplea la autora para decir lo que dice, sin hacerlo explícitamente. Tiene su mérito.

El cuarto mundo comienza con la gestación del narrador, y la gestación de su hermana melliza al día siguiente. Desde ese momento los dos cohabitan y a un tiempo compiten por el espacio vital. Su vida, no obstante, es descrita como algo caótico, siempre enfrentada a peligros exteriores. El narrador habla de la casa como refugio, aunque también los enfrentamientos y preferencias de la figura del padre y la de la madre pueden suponerles riesgos o situaciones de velada amenaza.

Pronto los mellizos empiezan a intercambiar roles, y para confundirlos todavía más, la madre menciona durante el bautizo que el varón se asemeja a la hembra: “Mi madre, solapadamente, me miró y dijo que yo era igual a María Chipia, que yo era ella” (p. 32). Poco después, la paz llega al domicilio familiar: “Su encuentro con el amor materno fue la primera experiencia real que tuvo, y la encandiló como a una adolescente alucinada por el poder de los sentidos. Plena en su estado, se volcó a nosotros, amparándonos del peligroso afuera.” (p. 32)

La cosa cambia radicalmente cuando nace la hermana pequeña, a la que los padres bautizan como María de Alava. Ella pasa a ser la favorita: “Sin dolor fuimos testigos de su preferencia por ella y asistimos a su constante proteccionismo.” (p. 55)

En sus andanzas por la ciudad, el joven tiene contactos con “jóvenes sudacas”, que son sin embargo personajes extraños y hostiles cuyo idioma no entiende; el narrador cuenta su primera experiencia “genital” en las callejas, aunque unos meses después es “atacado brutalmente por una horda de jóvenes sudacas furibundos” (p. 90). La vida en la casa sigue confusamente amenazada, la relación entre el padre y la madre se deteriora, pero la mayor amenaza la constituye “la nación más famosa y poderosa del mundo”.

El cuarto mundo está dividida en dos partes. La primera, ‘Será irrevocable la derrota’ es la que narra en primera persona el hermano, y concluye con su aceptación de “depositar la confesión en [su] hermana melliza”. Es en la segunda parte, ‘Tengo la mano terriblemente agarrotada’, donde la hermana melliza relata que su hermano ha adoptado oficialmente el nombre de María Chipia y se ha travestido. El tono y el estilo de esta segunda parte son muy diferentes: es ahora un texto mucho más mordaz, y el blanco de la parodia es la pervivencia de formulaciones patriarcales, machistas y ultraconservadoras de los sexos y de la noción de familia.

Mural "Los Prisioneros", en el Museo a cielo abierto (San Miguel, Santiago) Fotografía: Josedm.
Esta es, a grandes rasgos, mi lectura de este libro, el cual me ha resultado ser intencionadamente indeterminado en sus objetivos. Un libro difícil, no por su lenguaje sino por la falta de pistas. Eltit no dota el texto de demasiados indicios o insinuaciones interpretativas, por lo que el lector queda en un limbo en el que no es fácil progresar. En la lectura han quedado remarcados temas importantes, como el incesto, la violencia sexual, la marginación social de las clases populares chilenas… Todo está (o parece estarlo) sugerido, pero a El cuarto mundo hay que sacarle el sentido con mucho esfuerzo, y quizás una profunda relectura.

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