15 oct 2019

Bungonia Creek Gorge


Por si no se tiene ya muy claro, es muy evidente que, a partir de cierta edad, habrá lugares que queden fuera de las posibilidades físicas de uno; para poder acceder y salir de ellos hay que tener la necesaria fuerza y agilidad (por no hablar de un corazón en condiciones). El caso es que llevaba tiempo queriendo bajar a esta garganta o desfiladero, Bungonia Creek Gorge, situado en la llamada meseta sur (Southern Tablelands) del estado de Nueva Gales del Sur, unas dos horas al sur de Sydney.


Como se suele decir, una imagen dice mucho más que mil palabras. Y si además te quedas sin aliento como me ocurrió a mí, pues mejor nos ahorramos muchas palabras y vamos directamente a las imágenes, bajo las cuales insertaré algún comentario o explicación, según convenga.


"Minimal directional signage". De hecho, en algunos tramos es inexistente.
Datos útiles para quien vaya a intentar este recorrido:
  • El recorrido en sí mismo es corto: apenas 4 km. Pero es muy duro. Se aconsejan entre cuatro y cinco horas para completarlo.
  • A fecha de octubre de 2019, la entrada al Parque Nacional cuesta $8 (¡se puede pagar con tarjeta de crédito!), y el sistema funciona como un ticket de aparcamiento. Pagas, dejas el billete en el salpicadero y te vas a caminar. 
  • La única manera de llegar a Bungonia es con transporte propio. No hay autobuses ni nada que se le parezca. Vamos, como en el 95% de Australia.
  • Llévate suficiente agua (mínimo 1 litro por persona, más si vas en verano – aunque no es recomendable) y comida. Es mejor no ir solo.
  • Calzado de montaña. Tanto el descenso como el recorrido por el lecho del arroyo lo exigen.
  • Se puede hacer camping en el recinto del Parque Nacional. La población significativa más cercana con alojamiento es Goulburn (20.000 habitantes, a una media hora en coche).
  • Si no estás acostumbrado a hacer senderismo, ponte primero en forma. No habrá cobertura de móviles una vez comiences a bajar al desfiladero.
El descenso se hace por terreno de piedra quebrada, muy resbaladiza. Hay que andarse con ojo.
Flora local.
El lecho del arroyo. Esta es la parte amable.

¡Caramba! No me digas que hasta aquí ha llegado la Legión...
Efectos de las crecidas de agua

Siempre hay alguien que está que se sube por las paredes. Literalmente.

Caminante no hay camino, se hace camino al saltar... saltando, y dejándote resbalar por las rocas, o por debajo de imponentes peñascos de hasta diez metros de altura. Aquí no hay marca alguna. Los peñascos son en buena medida la consecuencia de explosiones en una cantera cercana.
Se ve luz al otro lado, pero ¿se podrá pasar?
Bungonia Creek Gorge. Imponente.
¿En nombre del progreso? La cantera da empleo a algunos habitantes de la zona, pero ha destruido unas cuantas colinas ya.
¿Vale la pena bajar aquí? Sin duda. Pero no hay ascensor para regresar arriba.

4 oct 2019

Reseña: The Rising Tide, de Tom Bamforth

Tom Bamforth, The Rising Tide: Among the Islands and Atolls of the Pacific Ocean (Melbourne: Hardie Grant, 2019). 262 páginas.
El Océano Pacífico representa la tercera parte de la superficie del planeta, y cerca del 46% del agua que forma los océanos y mares de los que tanto depende la vida. Son cifras nada desdeñables. Pero el Pacífico es hogar de millones de personas, esparcidas en remotos archipiélagos y atolones, y grupos poblacionales que enfrentan en los próximos años (me resisto a hablar de décadas: el daño es ya evidente e inmediato) el reto de buscar un nuevo hogar.

La subida del nivel de las aguas como consecuencia del derretimiento de casquetes polares y glaciares es solamente uno de los problemas que afectan a las naciones del Pacífico. El autor de The Rising Tide [La marea creciente], el australiano Tom Bamforth, utiliza su amplísima experiencia laboral de años en un sector profesional que engloba la ayuda humanitaria y la respuesta y reconstrucción tras los periódicos desastres que han tenido lugar en estos países para presentar un reportaje muy personal, unas veces cargado de ironía, pero en otras más enfocado en su propia vivencia que en la construcción de un relato que transfiera al lector al lugar.

Hay una durísima competencia entre los países desarrollados por demostrar su generosidad en el Pacífico: Ayuda japonesa en acción. Obras de reconstrucción del puente de Vaisigano en Apia (Samoa), septiembre de 2019. 
Los hechos y fenómenos a los que hace referencia Bamforth van desde 2008 hasta este mismo año que muy pronto se nos acabará. Los lugares son muchos: Vanuatu, Fiyi, Tonga, Palau, Nueva Caledonia, islas Marshall, islas Cook, Papúa Nueva Guinea, islas Salomón, la región autónoma de Bougainville y Kiribati.

El libro incluye algunas reflexiones muy acertadas sobre temas de impactante actualidad. En una isla del archipiélago de Vanuatu, tras preguntar a los locales sobre los efectos del cambio climático, Bamforth nos relata las confesiones que escucha de los lugareños después de uno de los ciclones que tantos destrozos causaron en el país:

“Los impactos eran inicialmente muy lentos. Los patrones tradicionales de agricultura y ganadería resultaron alterados, y las temporadas de cosecha y sembrado tenían lugar más tarde. Los patrones climatológicos de El Niño y La Niña, que ocurren de forma natural, ya habían exacerbado las dos estaciones, la seca y la lluviosa, convirtiendo dichas estaciones en temporadas más extremas e impredecibles. Las cosechas de taro y coco estaban viéndose afectadas por los niveles crecientes del agua del mar, puesto que el agua salada gradualmente se iba colando en las tierras de cultivo. Y luego, los ciclones, cuya fuerza e impredecibilidad habían sorprendido a propios y extraños. Además, la temporada de ciclones parecía haberse alargado.

Los isleños no podían predecir qué les aguardaba en el futuro. Mucha gente ya había dejado la isla y emigrado a las ciudades para encontrar empleo y escapar de la cada vez mayor inestabilidad de la vida tradicional. Pero también la había cambiado el dinero que encontraba su camino de regreso a la isla. Ahora había edificios nuevos, menos seguros pero más caros, más comida rápida y menos cultivos autóctonos, además de altísimos índices de diabetes y enfermedades coronarias. A modo de protesta silenciosa, a las lonas impermeables entregadas por las agencias de ayuda y engalanados en uno de sus lados con canguros rojos (para asegurarse de que nadie se equivoque respecto a quiénes debían mostrarle su gratitud los beneficiarios) les habían dado la vuelta, de manera que las casa de los isleños no estuviesen marcadas por donantes cada vez más firmes y enérgicos.” (p. 37, mi traducción)

Un cartel que ensalza la ayuda australiana en Honiara, Islas Salomón. En la esquina derecha inferior, el consabido cangurito. Fotografía de Yvonne Green / Ministerio de Asuntos Exteriores y Comercio de Australia.
Uno de los posibles defectos de este libro es que Bamforth únicamente menciona muy por encima los problemas políticos de los lugares que visita. En ocasiones, con una simple pincelada le basta para señalar cuestiones álgidas: “Para ellos [unos jóvenes marshaleses] Hawái era la ‘isla grande’, mientras que los Estados Unidos era (tal como lo era para los habitantes de Palau) sencillamente el ‘continente’. Me pregunté qué implicaba eso respecto a cómo se veían a sí mismos los marshaleses de manera coloquial. ¿Eran los isleños de las Marshals, por lo tanto, la ‘isla pequeña’ de Hawái, un atolón en dominio de la masa continental, una pequeña roca orbital atrapada por la fuerza estadounidense de la gravedad?” (p. 123, mi traducción)

Vista de la única carretera de la capital de las Islas Marshall, Majuro. Fotografía de Stefan Lins.  

Además de los temas más actuales como los derivados del calentamiento global, la contaminación por metales pesados y la radiación atómica como consecuencia de las innumerables pruebas realizadas en el siglo XX en el Pacífico (pronto habrá que añadir todo lo que suelten de Fukushima), Bamforth investiga en significativas cuestiones culturales, como la pérdida de las lenguas indígenas de los pueblos oceánicos. No solo se pierden los medios tradicionales de producir alimentos y otras tradiciones culturales; también se están perdiendo las lenguas en que se transmitían esas tradiciones.

Quizás en pocos años comerse un filete de pez espada como éste (Hotel Amanaki de Apia, Samoa) será raro. ¿Cuándo será demasiado peligroso consumir pescado del Pacífico? 
Con todo, The Rising Tide (el título hace referencia a una bastante desafortunada frase de la excanciller australiana) no deja de ser una buena aportación al conocimiento de lo que pasa en el Pacífico. Aparte de algunas erratas, que las hay, se debiera corregir en posteriores ediciones un significativo error en la página 72, en el capítulo dedicado a Tonga. Bamforth cita el 1 de octubre de 2009 como la fecha del tsunami cuyas olas alcanzaron hasta quince metros y que se cobró más de ciento cuarenta vidas en Samoa, Samoa Americana y Tonga. La fecha correcta fue el 29 de septiembre. Puedo dar fe de ello.

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