Si tuvieras que
componer una lista de las cien personas, objetos, lugares, comidas, bebidas,
entretenimientos (o cualquier otra cosa que quieras incluir) que o bien has
amado o te han encantado a lo largo de tu vida, ¿Qué o quiénes entrarían en esa
lista? ¿Y a qué edad deberíamos comenzar a recopilar tales inventarios?
Con My Hundred
Lovers, la australiana Susan Johnson produce un relato basado en cien adorables
aspectos vitales. Con una voz narrativa que varía a lo largo del libro entre la
primera y la tercera persona (e incluso en algunos capítulos, la segunda persona
en un tono medio acusatorio). No se trata de una autobiografía, aunque haya en
el libro muchos puntos que referencien a la vida de esta singular autora.
La protagonista
es Deborah, quien está a punto de cumplir los (injustificadamente) temidos
cincuenta. La memoria es la herramienta que Deborah emplea para realizar una
evocación de sus experiencias sensuales, sexuales desde la adolescencia hasta
la más reciente etapa de su vida. No es un relato cronológico: de hecho, ese es
un gran acierto antes que una falta.
Al tiempo que transmite
elegantemente el temor al inevitable declive físico y mental que acompaña al
envejecimiento, Johnson examina no solamente los placeres sexuales de la vida
de Deborah, sino también las sensaciones más mundanas de carácter sensual y
físico: sabores, sonidos, vistas, o incluso el contacto de nuestro cuerpo con
el viento, la lluvia, el barro. Es, en definitiva, la invitación que realiza
Deborah/Johnson a celebrar la vida pese a que y/o conforme ésta va enfilándose
hacia el día en que dejemos de poder disfrutarlas.
Escrita en cortos
capítulos, Johnson escribe con sutileza, alternando entre la franqueza, el
erotismo o el lirismo. El efecto es sorprendente, sobre todo porque el punto de
vista narrativo cambia de un capítulo al siguiente y cada capítulo renueva la
manera en la que Johnson cuenta la historia.
Dejando de lado
los elementos menos placenteros de la historia de Deborah (los hay – los años
vividos con la madre alcohólica, la ausencia constante del padre, la traición
de la hermana, el truncamiento de la relación con su esposo) My Hundred
Lovers es un libro que, sin llegar a entusiasmar, encanta por su
naturalidad.
Te invito a leer un
fragmento de los capítulos 10, 11 y 12, que Susan Johnson decidió juntar en uno solo.
El queso ꟷ El chocolate ꟷ El croissant
[…]
Nunca podría
casarme con algo que no tuviese una boca.
[…]
Desde muy al
principio de mis días he tenido affaires con la comida que le da vida a mi
cuerpo. Puede que la comida no tenga boca, pero de todos modos es algo animado,
creado por la danza del agua, el calor y la luz.
He tenido
affaires interminables con los quesos franceses, cremosos y pegajosos, hechos
de leche fresca de vaca, que adquieren una vida plena y madura mediante la
confluencia del tiempo y el aire. El rico y distintivo olor de un brie de
Melun curado se me ha derramado en el interior de la nariz y la boca, haciendo
que se inundase de agua y deseo.
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Fotografía de Thesupermat |
He amado siempre
cómo el chocolate con leche se disuelve sobre la lengua, de ese brote de ensueño
de una fragancia espesa y sensual que se extiende desde la lengua hasta el
paladar hasta encender todos los receptores de placer que hay en el cerebro.
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Fotografía de David Wilmot de Wimbledon |
Y luego está el
croissant. ¡Un objeto tan breve, tan perecedero! Tan lleno de vida y, sin
embargo, tan efímero como la más frágil de las mariposas, muerto al final del
día, su lozanía acabada a las pocas horas. Le feuilletage, capa sobre
capa de hojaldre espoleada por la levadura, fogosa con la mantequilla, estirada
y doblada tan cuidadosamente como si se tratase de una carta escrita a mano.
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Imagen de SKopp |
En el hemisferio
norte los croissants tienen una temporada, igual que los espárragos o las
cerezas, y la temporada del croissant es breve, desde fines de octubre a principios
de noviembre. Después, las cosechas de trigo del verano se mezclan con cosechas
más antiguas, y el hojaldre elaborado a partir de trigos mezclados es inferior.
La particular
fragancia cálida y gratificante de un buen croissant au berre en plena
temporada, preferiblemente si lo comes en una cafetería parisina en un pálido
día de otoño, recién salido del horno, caliente y vivo.
[…] El afamado pátissier
parisino Pierre Hermé dice que el indicio de un croissant es bueno es que
deberías poder oír cómo sufre mientras lo comes. (p. 26-28, mi traducción)