18 sept 2016

Reseña: The Lives of Others, de Neel Mukherjee

Neel Mukherjee, The Lives of Others (Londres: Chatto & Windus, 2014). 516 páginas.
La guerrilla naxalita de orientación maoísta apareció en la región india de Bengala Occidental en las décadas posteriores a la independencia del país en 1947 y se extendió posteriormente a otras regiones del subcontinente. Sus objetivos eran claros: lograr la redistribución de las tierras entre los campesinos que ninguna tenían o que habían perdido la poca que tenían a manos de los terratenientes, prestamistas y otros caraduras de muy diversa índole. Dejando de lado lo adecuado o no del método por el que optaron para intentar lograr sus objetivos – tema que es sin duda discutible desde varios puntos de vista – no cabe duda de que dichos objetivos eran loables. De hecho, la reforma agraria que tanto se prometió durante el proceso de independencia y después de esta nunca se ha llevado a cabo a rajatabla.

Fotografía de Michael Gäbler.
Este es el contexto histórico en el que sitúa Mukharjee esta su segunda novela, la cual estuvo cerca de llevarse el Premio Man Booker de 2014, que se llevó otra magnífica historia, la del australiano Richard Flanagan (The Narrow Road to the Deep North). The Lives of Others tiene como protagonista indiscutible a la familia Ghosh, perteneciente a la clase media-alta de Calcuta. Es un trabajo muy ambicioso, presentado en dos narraciones paralelas durante buen aparte del libro. Por un lado, una narración omnisciente en tercera persona, en la que Mukherjee sigue las vicisitudes (que son muchas, y no siempre fascinantes) de la familia Ghosh. Por otro lado, el autor incluye una serie de cartas que Supratik, el joven heredero del clan Ghosh huido para organizar y liderar las guerrillas naxalitas, escribe a una mujer de la familia de quien no sabemos el nombre.

La familia Ghosh tiene como patriarca a Prafulla, quien sobrevivió a una infancia dura y consiguió construir su pequeño imperio económico en la industria papelera. Su mujer es Charubala, que manda en la casa con mano de hierro. Tienen cinco hijos, cuatro varones y una mujer, Chhaya, a la que nunca consiguen casar. Si en los años 60 los Ghosh acumulan riquezas y se codean con la creme de la creme de Calcuta, una pobre estrategia industrial y financiera verá cómo la familia entra en declive en los 70. Los dos hijos mayores, Adinath y Priyo, culpan a su padre; en realidad, parece decir el narrador, el proceso de declive era inevitable.

Tea shop in Kolkata. Fotografía de Arnabpatra Jhargram
El hijo mayor de Adinath, Supratik, aprende en la universidad las enseñanzas del líder de la Revolución Cultural, un tal Mao, y harto de las hipocresías y constantes crueldades de la familia (un ejemplo fehaciente de la sociedad patriarcal tradicional en Bengala, sostenida sobre un sistema de violencia y opresión de los poderosos hacia los que nada tienen) se echa al monte en el distrito de Medinipur.

Entre los campesinos más pobres, los desheredados de la Tierra, Supratik pasará varios años. Aprenderá a labrar, plantar, cosechar y fertilizar los campos de arroz en jornadas de más de 12 horas diarias, y con otros compañeros revolucionarios emprenderá acciones de lucha armada contra el sistema. Conocerá de primera mano las tragedias y las injusticias que padecen los más pobres – como el caso de Nitai Das, sobre el que Mukherjee escribe el prólogo de la novela (ver más abajo). En compañía de otros jóvenes guerrilleros, Supratik participa en su primera acción sangrienta (el asesinato de un rico prestamista sin escrúpulos), a la que seguirán otras. La represión gubernamental no se hará esperar, y Supratik regresa a Calcuta, al hogar familiar.

La familia Ghosh no es precisamente un dechado de decencia y honradez. Mukherjee ahonda en los detalles más oscuros y execrables de cada uno de ellos. La matriarca, Charubala, ejerce el poder de forma despótica y trata a la viuda de su hijo más joven y a los nietos como si fueran intocables. Priyo frecuenta un burdel donde satisface sus obsesiones escatológicas hasta que una tarde recibe una paliza. Chhaya tiene una lengua viperina. El hermano de Supratik es un vivalavirgen enganchado a la heroína. Es un mosaico en el que la hipocresía, los valores patriarcales y clasistas de la clase media bengala y los dobles raseros que emplean en las relaciones interpersonales quedan muy resaltados. El autor pone de relieve la fuerte contradicción entre esa opulencia venida a menos y sus aspiraciones a seguir siendo relevantes en la elite social de Calcuta. Ni siquiera Supratik escapa de la mordaz crítica de Mukherjee: no es ningún héroe.

En un desenlace relativamente inesperado, al rápido declive económico de la familia Ghosh se sumarán otras vergüenzas, seguidas de una tragedia posterior a la deshonra que significa para todos ellos un allanamiento nocturno por parte de la policía.

One way of making a living in heavy traffic. Fotografía de M M.
The Lives of Others es una novela harto ambiciosa tanto por su extensión como por el estilo deliberadamente anticuado en ocasiones del que intenta dotar la novela Mukherjee. Hacer gala del dominio de un vocabulario rebuscado y una sintaxis vetusta no ayuda de ningún modo al lector. Todo lo que tiene de bueno de estudio de personajes queda un poco desdibujado. A diferencia del prólogo – uno de los más impactantes que he leído en años recientes por lo que muestra de la brutalidad a la que la miseria aboca a los desheredados y abandonados – los dos epílogos apenas añaden nada de auténtica relevancia a la trama de la novela, una notable saga de la vida en Calcuta cuyo saldo final es más bien imperfecto.

Prólogo - Mayo de 1966
Después de cubrir la tercera parte del recorrido del camino que une su choza con la casa del amo, Nitai Das siente que empieza a tambalearse. O puede que sea otra vez el mareo. Se sienta en el campo yermo que tiene que cruzar antes de llegar a su choza. No hay ni una brizna de sombra en ninguna parte. El sol de mayo es un fuego implacable; le quema la sangre hasta dejarlo seco. Y quema también cualquier atisbo de esperanza que le queda de que el monzón arribe a tiempo para terminar con este tercer año de sequía. Alrededor, la tierra empieza a agrietarse y partirse. Le pesan los párpados. Cierra los ojos por un instante, y luego, justo cuando el sueño empieza a vencerle, se mueve hacia adelante, despertándose bruscamente. Toquetea distraídamente a su gran enemigo, el suelo, que ya no es tal suelo, sino polvo compacto. Hasta el recuerdo del agua ha quedado borrado para siempre, como si nunca hubiera existido.

Toda la mañana ha estado mendigando una taza de arroz en el exterior de la casa del amo. Sus tres hijos no han comido nada en cinco días. Su última comida fue un puñado de heno robado del establo del amo, y hervido luego en el agua amarillenta y turbia del pozo. Hasta el pozo se está quedando seco. Durante los últimos tres años vienen comiendo una vez cada cinco o seis o siete días. Las últimas veces que había ido a pedir no habían servido de nada, solamente recibió insultos y que lo echaran a la fuerza de las tierras de la casa del amo. Al principio, cuando empezó a ir allí a mendigar comida, le cerraban las puertas y ventanas y pasaban los pestillos, mientras él se quedaba sentado fuera de la casa durante horas y horas, y el día dejaba paso a la tarde, y ésta a la noche, hasta que descubrieron su resiliencia y cambiaron de táctica. Hoy los guardias le han atacado. Uno de ellos le ha atizado en la espalda, los hombros y las piernas con un palo, mientras el otro bromeaba: ─ ¿Dónde vas a darle a este perro? Si no es más que huesos, ni siquiera hace falta arrearle. ¡Sopla y verás cómo se cae de espaldas!

Curiosamente, Nitai no siente dolor alguno tras la paliza de esta mañana. Sabe lo que tiene que hacer. La cabeza vuelve a darle vueltas, y Nitai cierra los ojos ante el castigo de la luz blanquísima. Todo lo que tiene que hacer es caminar la distancia que le queda, unos quinientos metros. Al cabo de unos momentos ya se encuentra bien. Una especie de energía nerviosa surge de repente en su interior, se levanta y se pone a andar. A los pocos segundos comienza el jadeo, pero él sigue adelante. Una arcada seca le interrumpe el paso por un instante. Pero después sigue caminando.

Su esposa está sentada en el exterior de la choza, esperando a que regrese con algo, lo que sea, para comer. Apenas puede sostener la cabeza. Incluso antes de que él pase a convertirse de un punto en el horizonte en la forma de su marido, la mujer ya sabe que regresa con las manos vacías. Los niños han dejado de levantar la vista cuando él regresa de los campos. También han dejado de llorar de hambre. La más pequeña, que tiene tres años, no es más que un bulto diminuto que apenas se mueve, con unos ojos enormes y pesados. La segunda es un esqueleto revestido de piel negra flácida, pulida. El mayor, con el vientre hinchado, se ha vuelto tan lánguido que hasta su misma sombra parece menguada y torpe. Los huesos se han comido la poca carne que tenían en sus muslos y nalgas. Las raras ocasiones en las que lloran no mana de sus ojos lágrima alguna; sus cuerpos son reacios a desprenderse de todo lo que puedan retener y consumir. Nitai no puede ver ya nada en sus ojos. Antes había hambre en ellos, hambre y esperanza, y el fin de la esperanza y del dolor, y quizás incluso un rencor lleno de perplejidad, una suerte de acusación silenciosa, pero ahora ya no hay nada en ellos: es una nada torpe, que va más allá del final.

El amo le ha explicado qué les espera a sus hijos si no paga los intereses del primer préstamo. Nitai los ha traído a este mundo de miseria, una miseria interminable, una miseria sin fin. ¿Quién puede escapar de lo que uno lleva escrito en la frente desde que nació? Nitai ya sabe qué hacer ahora.

Recoge la hoz de mango corto, coge a su mujer por la muñeca huesuda y la saca afuera. Con su experta mano de agricultor arquea la hoz y la hace bajar cruzándole el cuello. Advierte las dos motas de saliva en las comisuras de sus labios, sus ojos enormes llenos de terror. La cabeza no ha quedado bien cortada, quizás no le ha golpeado con la fuerza suficiente, de manera que cuelga de unas fibras todavía por cortar de piel, músculo y arterias, mientras ella se desploma con un golpe seco. En la cara y en el pecho, que parece estar a punto de reventar, le ha caído un poco de la sangre que ha salido a borbotones. Tiene la mano derecha muy pegajosa.

Al oír el ruido, sale el chico. Nitai es rápido, tiene la energía y la concentración de un animal henchido de sí mismo y únicamente de sí mismo. Antes de que la visión que el chico tiene ante sí pueda comprimirse en algo con sentido, su padre le empuja contra la pared de adobe y dirige la curva de la hoja con toda la fuerza que hay en su ser enardecido contra el cuello del chico, decapitándolo de un solo golpe. Esta vez la sangre, un chorro fino y tibio, le da de lleno en la cara. La mano está ahora tan resbaladiza que deja caer la hoz, En el interior de la pequeña choza está su hija sentada en el piso, temblando, tratando de arrastrarse hacia un rincón donde poder desaparecer. Quizás haya olido esa sangre metálica, o se haya asustado del gemido animal que brota de su padre, un sonido que no es posible que sea humano. Por instinto, Nitai se limpia la mano derecha, la mano con la que trabaja, en su lungi apretujado, agarra a su hija por la garganta con ambas manos, y aprieta y aprieta hasta que los desorbitados ojos de la niña casi se salen de las cuencas a las que están unidos, le cuelga la lengua afuera y quedan quietas las piernas que se revolcaban. Se arrastra por el piso hasta el rincón donde está llorando la última de su prole, con un gimoteo enclenque, y con manos temblorosas le cubre la boca y la nariz, apretando con fuerza, manteniendo las manos fuertemente apretadas hasta que ya no hay nada.


Nitai sabe qué hacer. Levanta el bidón de Folidol que le sobra desde hace tres temporadas y bebe con los labios bien ajustados a la boca de la lata, hasta que ya no puede beber más. En su interior un fuego le quema las entrañas hasta paralizarlo, y entonces empieza a revolverse y retorcerse como una lombriz lanceada, no para de revolverse y retorcerse y finalmente le sale por la boca una espumilla rosácea, hasta que también él regresa de la nada que hay en su vida a la nada que ya es.

13 sept 2016

Reseña: Espejos-Una historia casi universal, de Eduardo Galeano

Eduardo Galeano, Espejos-Una historia casi universal (Madrid: Siglo XXI, 2014 [2008]). 365 páginas.
Espejos es un libro prácticamente inclasificable. No se acerca ni por asomo al ensayo y tampoco es un compendio histórico en el sentido estrictamente académico del término. Pienso que el subtítulo, Una historia casi universal, pretende ser más un guiño al lector que una declaración de intenciones. No es, por razones obvias, una historia universal. Es más bien un viaje a través de la historia y de las civilizaciones que han nacido, prosperado, alcanzado su máximo esplendor y finalmente desaparecido a lo largo de los años en que la humanidad, esa especie que todo lo depreda y maltrata, ha colonizado la Tierra.

Galeano se aproxima a las grandes figuras de la historia adoptando un punto de vista muy diferente del de la Historia como disciplina. Los personajes importantes son los olvidados, los menospreciados, los explotados: mujeres, grandes figuras de la resistencia entre los esclavos, las víctimas de regímenes despóticos y sistemas basados en la injusticia y la explotación de los más débiles. Cada una de las breves narraciones busca ser un espejo en el que mirarnos. Si hemos llegado a donde estamos en septiembre de 2016, es porque antes ha ocurrido todo esto, parece querer recordarnos a cada instante el escritor uruguayo. Por eso su estructura es en gran medida cronológica, desde los más antiguos relatos mitológicos aderezados habitualmente de matices religiosos a los acontecimientos más recientes en el año en que se publicó Espejos por vez primera, 2008.

Galeano escribe siempre con ironía. Sus dardos están bien lanzados, y los destinatarios de tales críticas quedan malheridos por necesidad. El esfuerzo del autor, quien falleció hace poco más de un año, fue encomiable: Galeano reconoce que le fue imposible compilar una bibliografía de todas las fuentes consultadas. Una bibliografía completa quizás habría triplicado el libro en número de páginas. A quien aprecie la buena literatura debe bastarle con saber que un lector erudito e incansable como fue en vida este honorable charrúa hizo uso de miles y miles de libros y textos para obtener la información que conforma esta historia casi universal.
Imprescindible.

29 ago 2016

Reseña: The Façades, de Eric Lundgren

Eric Lundgren, The Façades (Nueva York y Londres: Overlook Duckworth, 2013). 216 páginas.
Las calles de una ciudad son por lo general espacios abiertos, pero no es posible afirmar lo mismo de los edificios que las componen. ¿No puede acaso ocultarse un misterio tras la fachada de un edificio? Sí, pero depende mucho de quién nos cuente la historia.

La ciudad en este caso se llama Trude, un lugar ficticio en el medio-oeste estadounidense. El narrador se llama Sven Nordberg, y su mujer Molly ha desaparecido. Ella es cantante de ópera, él un mediocre empleado de un bufete de abogados. Tienen un hijo, Kyle, que está pasando por la ‘crisis’ de la adolescencia.

Esta mítica Trude fue en gran parte diseñada por un celebérrimo arquitecto austro-alemán, un tal Klaus Bernhard. Pero la ciudad (y quizás esto sea lo más próximo a la realidad contemporánea de los EE.UU.) ha caído en un terrible declive. Dos son los edificios de Bernhard que más destacan: el centro comercial conocido como Ringstrasse Mall, una curiosísima estructura de círculos concéntricos cuyo interior alberga un laberinto y una torre, y un peculiar asilo, en el que vive la madre de Sven, y que recibe el irónico nombre de Traumhaus.

Tras la desaparición de Molly, Sven deambula por las calles de Trude buscándola sin éxito. Poco a poco su vida empieza a derrumbarse a sus pies. Descuida la casa, su higiene personal, su dieta, y por supuesto, la educación y la atención por su hijo Kyle. Sven se convierte en el arquetípico perdedor, bebedor de vino peleón y fumador empedernido. Y lo peor es que no tiene ni idea de por qué puede haberse desvanecido Molly de su vida.

The Façades es una extraña novela: cuenta con un argumento tan tenue y deslavazado que apenas se sostiene como unitario, y a Lundgren eso no parece haberle importado lo más mínimo. Al contrario, diríase que es una estrategia deliberada. Hay sin embargo una sutil ironía que suele ser rara entre la mayoría de los narradores estadounidenses contemporáneos. En cierto modo, Lundgren quiere ser un Pynchon del siglo XXI. Pero es demasiado pronto para afirmar que este autor haya tomado el testigo del maestro.

La novela triunfa en pequeños detalles y episodios. La interacción de Sven con una pareja de policías que investigan la desaparición de Molly, por ejemplo. McCready y The Oracle (un mote muy apropiado para un policía que resuelve sus casos a través de sus sueños) produce momentos desternillantes. Por ejemplo, cuando se presentan en su casa la mañana después de que Sven se pegue un revolcón con la chica de la panadería. Sven explica que está lavando la ropa de cama, y McCready le responde que eso no es un delito. Por ahora.

La atmósfera de Trude, sumida en un invierno frío y gris, es apabullantemente opresiva.  Se respira un aire a estado policial y fascistoide. Cuando el alcalde decide cerrar todas las bibliotecas (provocando una gravísima crisis social, nos cuenta Sven) los bibliotecarios se atrincheran en la Biblioteca Central y la defienden con armas, hasta que El Oráculo (quién si no) tiene una revelación nocturna que le sirve a la policía para reconquistar el último bastión de la cultura. Algo de simbólico tiene este episodio, desde luego.

The Façades no engaña a nadie que busque pasar un rato divertido leyendo una historia intranscendente. Lundgren nos ofrece una prosa bastante original para contar una historia que no es tal historia. El desenlace, o más bien la falta de éste, en definitiva, no nos importa, pues desde las primeras páginas le va quedando claro al lector que no es ese el propósito del autor.

Son los detalles cuasi-absurdos los que deleitan: el asilo, esa casa de los sueños en la que se obliga a los residentes a escribir sus memorias y someterlas a evaluación. Si no provocan una reacción determinada en el cuerpo de examinadores los residentes pueden ser expulsados. La deserción de Kyle, que abandona el domicilio familiar para unirse a un sospechoso grupo evangelista que promueve la quema de libros, de recuerdos de la infancia, de todo lo que pueda ser una tentación.

Lundgren abusa en algún momento del enrevesamiento gratuito de la trama, por ejemplo, cuando Sven descubre el cadáver helado del periodista cultural del diario local (La Trompeta, LOL) y días después otro tipo que dice llamarse igual que el periodista aparece en el estreno de la nueva temporada de ópera. Son pistas falsas que no llevan a ninguna parte, como casi todas las situaciones anteriores en que se ve involucrado Sven de alguna u otra manera.

Entretiene, pero no deslumbra. Y sus 200 páginas se leen en un santiamén. Pero, ¿dónde narices está Molly?

The Façades ya la publicó en castellano Malpaso en 2015 (Las fachadas), en traducción de Esther García Llovet.






27 ago 2016

Informe de un consumidor, de Peter Porter


Informe de un consumidor

El producto que he probado se llama Vida.
He rellenado el formulario que me enviaron
y entiendo que, por lo tanto, mis respuestas tienen un carácter confidencial.

Me lo dieron de regalo.
Sentí más bien poca cosa mientras lo usaba;
de hecho, me hubiese gustado emocionarme más.
Me pareció suave al tacto,
pero ha dejado detrás un indecoroso residuo.
No resultó ser muy económico,
y eso que lo he usado más de lo que pensé
(creo que me queda la mitad,
aunque me resulta difícil saberlo);
aunque viene con instrucciones muy detalladas,
hay tantas, y tan diferentes,
que no sé muy bien cuál seguir, sobre todo
porque parecen contradecirse unas y otras.
No estoy seguro de que una cosa como esta
deba dejarse al alcance de los niños:
es difícil decidir qué finalidad
debiera dársele. Me dice un amigo mío
que sólo sirve para que su creador no pierda el trabajo.
Además, el precio es sin duda desorbitado.
Hay tantas cosas hoy en día, las hay a montones...
y en todo caso, el mundo se las apañó
durante miles de millones de años
sin esto: ¿que nos hace falta ahora?
(A propósito, háganme el favor de decirle
a su agente que deje de llamarme ‘entrevistado’,
porque no me gusta como suena.)
Parece que hay muchas etiquetas diferentes,
además de tallas y colores, que deberían ser uniformes.
Tiene una forma algo estrambótica, es impermeable,
pero no resistente al calor; no dura tanto,
pero es difícil de deshacerse de él.
Cada vez que ustedes lo fabrican más barato, diríase
que le ponen menos – y aunque digas que no
lo quieres, te lo traen de todos modos.

Bien cierto es, que es un producto muy popular,
hasta se ha implantado en el idioma; la gente dice
que hay quienes se quedan en sus márgenes.
Personalmente, opino que se han excedido:
es una cosilla por la cual la gente
está dispuesta a comportarse de mala manera. Pienso
que debiéramos tenerlo, por descontado. Si a los peritos en este asunto
les llaman filósofos, o expertos
de marketing, o historiadores, qué más da.
Somos nosotros sus consumidores, y por ello en última instancia
los que decidimos. De manera que, a fin de cuentas, lo compraría.
Pero a la pregunta de si es “el mejor producto disponible”,
preferiría no responder hasta que reciba 
el producto de la competencia, que ustedes dijeron me iban a enviar.

Peter Porter, poeta australiano (Brisbane 1929-Londres 2010)

El original puede leerse aquí.

23 ago 2016

Reseña: The Art of Fielding, de Chad Harbach

Chad Harbach, The Art of Fielding (Nueva York: Little, Brown & Co, 2011). 512 páginas.

No entiendo de béisbol, a pesar de que hace la tira de años parece que realicé un fantástico catch en un improvisado partido en el descampado del barrio en el que crecí. Nunca he sentido interés alguno por descubrir los secretos de este deporte y no creo que vaya a hacerlo ahora. Y desde luego, esta novela de Harbach (su primera y única hasta la fecha) no me ha hecho cambiar de parecer.

Henry Skrimshander es un joven con talento para el béisbol, lo cual le consigue una beca para estudiar en una pequeña universidad en las orillas de uno de los Grandes Lagos. El ojeador que lo ficha para el equipo de Westish College, Mike Schwartz, tiene dotes de liderazgo y sabe cómo convencer a cualquiera de que puede alcanzar sus objetivos y hacer realidad sus sueños. Si fuera así de fácil…

The Catcher in the... Red. Fotografía de Rick Dikeman.
Comienza la temporada, los Harpooners de Westish (el nombre del equipo es un homenaje al autor de Moby Dick) se convierten en el equipo a batir, y Henry se convierte en una seria promesa que atraerá a los equipos profesionales. Pronto iguala el récord de una leyenda (ficticia) del béisbol, Aparicio Rodriguez. Todo lo bueno llega a su fin, y en el siguiente partido comete un error. La desdicha es todavía mayor porque la pelota se estrella en la cara de su compañero de habitación, Owen.

Owen es el objeto de los afectos del Presidente de la Universidad, Affenlight, quien a los 60 años descubre de pronto que un mulato gay inteligente como Owen puede resultarle muy atractivo. Tras el accidente, Affenlight le visita en el hospital y le dedica toda su atención. Incluso le lee poemas de Whitman.

En esas estaba Affenlight cuando su hija Pella decide dejar a su esposo en California y venirse a Westish. Otra complicación más resulta del hecho de que Schwartzy (¿Estaré empezando a cogerles cariño a todos estos personajes?) se lía con Pella.

Algunos lanzadores alcanzan velocidades superiores a las 90 millas por hora. Mejor no ponerse en medio... Fotografía de Antonio Vernon. 
Pero volvamos al campo de béisbol, en el que Henry (Skrimmer para los amigos) lamentablemente comienza a perder la confianza en sí mismo. Schwartz no sabe cómo ayudarle, y además el pobre bastante tiene ya con sus problemas de adicción a analgésicos y otras drogas variadas. Y la guinda la pone Pella cuando se enfada con él y lo deja solo en la cama.

¿Podrá Henry superar su maltrecho estado emocional y ayudar a los Harpooners a conquistar un título que la Universidad nunca ha logrado en su historia? ¿Llegará a ser algo más que un affaire clandestino los coqueteos entre Owen y el Rector Affenlight? ¿Volverá Pella con su marido el arquitecto, o se quedará en Westish a lavar platos en el refectorio estudiantil? Las respuestas a todas estas preguntas están en las 512 páginas de The Art of Fielding.

Best-seller instantáneo en el año de su publicación (vete tú a saber por qué, pero eso es lo que ocurre con demasiada frecuencia en los Estados Unidos con libros similares a éste, o a California de Edan Lepucki, por poner otro ejemplo todavía más evidente), esta novela bien pudiera servir de muestra para justificar la posición que el bloguero Antonio Priante defendía hace unas semanas en el post Por qué ya no leo novelas.

No es que yo esté de acuerdo con Antonio (que no lo estoy: sigo leyendo novelas). Lo cierto es que The Art of Fielding se me ha hecho larguísima, a ratos incluso un poquito anodina, y es del todo inverosímil. No es que esté mal escrita (la prosa de Harbach tiene algo de ritmo, sin ser extraordinaria). Sencillamente, leerla no me ha resultado una experiencia inolvidable porque no aborda tema alguno con un mínimo de profundidad. Como lector, espero y exijo algo más de un libro.

Si aun así te da por leerlo, lo puedes encontrar traducido por Isabel Ferrer al castellano como El arte de la defensa, publicado por Salamandra hace ya tres años, y con un total de 544 páginas por delante. Buena suerte.

8 ago 2016

A gastronomic tour of the Andes

And finally, some food porn to put an end to this series of posts on the South American trip. Mountainous landscapes are not the only wonderful, unforgettable thing about Peru and Chile. Take my word for it!

Exquisite shrimp wontons from Delfino Mar, Miraflores (Lima)
Battered fish eggs with roasted yellow potatoes and a delicious Spanish onion salad. @Delfino Mar, Miraflores
Cebiche with corn and camote chips. @Delfino Mar, Miraflores.
A different take on pisco sour: Maracuya sour. @Delfino Mar, Miraflores.
Five scrumptious servings of crocante causa limeña. @El Cordón y la Rosa, Ica (Peru)
An incredibly generous serving of seafood rice.  @El Cordón y la Rosa, Ica (Peru)
Away from the Peruvian seaside, grilled trout and alpaca sirloin are safe bets for a yummy dinner. However, if you feel adventurous, you can always have a bite of the locals' favourite: cuy chactado, aka fried guinea pig.
Yep, it tastes exactly as it looks...
A very traditional Peruvian dish: ají de gallina. Mine was extremely disappointing.
Agua Verde, one of the very few truck stops on the road that crosses the Atacama Desert, somewhere between Tocopilla and Caldera, offered this humble cazuela de res (beef soup). Nourishing and inexpensive, in a place where food is actually scarce!
Chupe de mariscos (Seafood soup) @Miramar, Caldera, Chile.
A traditional parrillada, inclusive of longanizas de Chillán, aka chorizos. @La Parrilla de Hurtado, La Serena, Chile.
Every single dish @Picá Mar Adentro was tops. Mar Adentro Pil Pil: Fantastic, yummy food by the seaside in La Serena. Highly recommended.
Antakari, late harvest Elqui Valley moscatel. Serve chilled, sit back, relax and enjoy!
Slightly spicy seafood galore with melted creamy cheese on top. Unbeatable! @Picá Mar Adentro, La Serena.
Tres leches (three milks). Deliciously fluffy texture. @Picá Mar Adentro, La Serena.
Warm grilled octopus. @ChPe Libre, Barrio Lastarria, Santiago de Chile. 
Wickedly sweet suspiros limeños. @ChPe Libre, Santiago.
As fresh as it gets? Where it all comes from... One of the seafood stalls at Mercado Central, Santiago.
The Chilean contribution to the wide world of junk food: El Completo.
Schopp!

7 ago 2016

Santiago de Chile

Santiago de Chile
La capital chilena es una ciudad muy distinta de la que vi por vez primera hace veintitrés años. Como en el caso de Lima o La Paz, el poblado fundado por Valdivia se ha expandido hasta convertirse en metrópolis, seguramente mucho más allá de lo que cualquier urbanista hubiera predicho hace un siglo.


La capa de partículas en suspensión de Santiago, en un día bueno.
Cientos de impulsivas promesas de amor, ¿candadas en un puente sobre un río desesperado? 
Los problemas de esta gran urbe que es Santiago no se limitan a los habituales: la insoportable congestión del tráfico, las grandes distancias que sus habitantes han de recorrer para atender a sus quehaceres o la carestía de los precios que conlleva la vida en cualquier gran ciudad moderna. Hay un problema acuciante, que se respira a diario. Literalmente.


Desde Sky Costanera hacia Las Condes.
La contaminación atmosférica es un hecho al cual los santiaguinos parecen haberse resignado a soportar, a juzgar por el gran número de personas que suelen hacer ejercicio a orillas del río Mapocho a primeras horas de la noche. El río, cuya imagen me quedó intensamente grabada hace dos décadas debido a los comentarios de un santiaguino con el que departí unos minutos acerca de los cadáveres que aparecían en sus aguas, arrastrados por la corriente en las semanas y meses posteriores al golpe pinochetista, sigue siendo en cierto modo el hilo conductor de la vida en Santiago.


Jardín de las Esculturas
Jóvenes artistas santiaguinos exponen su trabajo en el Patio Bellavista.
Pero Santiago tiene también un alma indudablemente creativa y artística. El arte se percibe, se siente y respira por todas partes. Desde el tranquilo Jardín de las Esculturas junto al Mapocho al Patio Bellavista, pasando por los cafés y bares de Lastarria, la ciudad de Santiago está en una ebullición intelectual constante, a la cual sin duda contribuye la numerosa población estudiantil, que por estos días continúa protestando las reformas gubernamentales y exigiendo la gratuidad parcial de la educación.


La pobreza reside muy cerca del Palacio de La Moneda. ¿La plata del cobre no llega aquí?
Palacio de La Moneda. Las imágenes del 11 de septiembre de 1973 en el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos impactan todavía, más de 40 años después.

Their portraits make their absence an ever-present memory.
Es una lucha loable (aunque los métodos empleados puedan a veces ser violentos, como pude comprobar en Valparaíso, donde las ventanas del vagón del metropolitano en el que viajábamos habían sido apedreadas segundos antes, en la anterior estación) que, a menos que me equivoque, perderán en el largo plazo. No me parece probable que ese rumbo siniestro hacia la injusticia y la primacía de los privilegios al que se encaminan las mal llamadas democracias occidentales sea evitado por Chile.


Una casa para Matilde.
La mesa lista para comer, en el interior de La Chascona.
Mientras paseaba por las calles de Santiago de Chile la memoria me llevaba a recordar nombres que mi abuelo pronunciaba con admiración en mi infancia. Hay que visitar La Chascona, la casa de Pablo Neruda a los pies del Cerro San Cristóbal, pese al maltrato que sufre por parte de vándalos que zahieren los versos del poeta con sus repugnantes grafitos.

Su último poema
Es también de obligada visita el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, en las inmediaciones del Parque de la Quinta Normal. No debemos (ni podemos) nunca olvidar quiénes fueron los asesinos, los represores, las alimañas uniformadas, y maldecirlos para la eternidad; mientras que siempre recordaremos a los muchísimos desaparecidos y asesinados. Su presencia nos da alientos a quienes todavía creemos que la humanidad encierra algo muy valioso, aunque sea inexpresable.


La sombra del rascacielos cae en paralelo al Mapocho.

Sky Costanera, la nueva atracción turística santiaguina.
En el transcurso de los últimos años, Santiago ha añadido algo realmente espectacular a su paisaje urbano: Sky Costanera. Este edificio, cuya altura alcanza los 300 metros, ofrece unas magníficas panorámicas de todo Santiago, y en los próximos meses comenzará a albergar oficinas. Su silueta es ineludible en el skyscape santiaguino. Además, según me comentó el guía que acompaña a los visitantes en el ascensor (67 pisos), Sky Costanera ya ha superado su primer gran terremoto (en 2015) con nota sobresaliente. Aun así, no creo que nadie quiera estar allí arriba cuando se vuelva a producir un gran sismo en Santiago. Que lo hará, de eso no me cabe ninguna duda.


Los territorios de la República Independiente del Pisco, hermanados por un delicioso propósito popular.
Una visita a Santiago, por último, nunca estará completa sin un pisco sour (o dos). A quien le guste el pisco, ese gran descubrimiento etílico andino, le recomiendo acercarse a ChPe Libre, el simpático bar que alberga en su interior a la República Independiente del Pisco, una entidad apolítica, rica y bulliciosa, con la probablemente mejor carta de piscos del mundo, y una variedad de deliciosos platos para acompañar tus tragos. ¡Viva la República!


VIVA LA REPÚBLICA INDEPENDIENTE Y POPULAR DEL PISCO. ¡VIVA CHPE LIBRE!

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