23 ago 2018

Reseña: Driving Short Distances, de Joff Winterhart

Joff Winterhart, Driving Short Distances (Londres: Jonathan Cape, 2017)
El narrador de Driving Short Distances es Sam, un hombre joven (27) que en estos tiempos tan difíciles se ha visto abocado a un fracaso empresarial, y quien, como cabría esperar, ha sufrido un fuerte descalabro psicológico. Ha vuelto a la casa de su madre (el padre es una figura ausente, o más bien huida, y severamente denostada por algunos). Sam parece dispuesto a volver a recomenzar desde cero.

That Sam I am, that Sam I am... Am I that Sam?
Fruto de una conversación con la madre, un cincuentón llamado Keith Nutt se ofrece a darle a Sam una oportunidad de trabajar y recuperar de alguna manera su confianza y autoestima. La paga es exigua, y el trabajo, según vamos descubriendo, consiste en acompañar a Keith en su deambular automovilístico de una oficina a otra, recorriendo distancias muy cortas, en un lugar que parece insinuarse como un indeterminado pueblo sin alma de Inglaterra.

Keith habla y habla y habla. Le cuenta historias sin un propósito claro a Sam, quien se conforma con esperarle en el coche (un Audi A4 con el volante a la izquierda, es decir, europeo) y de vez en cuando charlar los recepcionistas de los lugares que visitan. Poco a poco Sam parece asentarse en una rutina: de hecho, el almuerzo es casi siempre lo mismo. Dos empanadas de carne que compran cada mañana en la panadería del pueblo, donde las empleadas hacen gala de un descaro que enoja a Keith, pero divierte a Sam.

En la panadería, dos empanadas y... una rosquilleta.
Con el paso de las semanas y los meses, Keith le asigna otras tareas al joven. Entre ellas, sacar a su perrita Cleo a pasear y hacer sus necesidades. Sam está empezando a conocer a Keith mucho mejor. Sabe, por ejemplo, que, cuando se reúne con sus amigos en el pub, en vez bebérsela, vacía su pinta de cerveza tras una planta del jardín. Sabe que vive solo, que se siente tremendamente vulnerable en compañía de mujeres a las que ya conoce, que es un gruñón y que en realidad menosprecia a los jóvenes, y asimismo que le cuesta horrores reconocer que puede estar equivocado. ¿Por qué está entonces sirviéndole de mentor a Sam?

Y qué decir de Sam: un chico desintonizado con el mundo actual, frágil de carácter, inseguro de sí mismo, un bicho raro en muchos sentidos. ¿Están hechos el uno para el otro?

Una verdadera obra de arte, Sam
El detonante de la resolución de esta historia se produce cuando Keith le pide a Sam conducir. Un día, mientras está haciendo marcha atrás para aparcar, Sam golpea el coche y daña las luces de freno y el parachoques trasero.

Contada así, quizás la historia no le resulte muy atractiva a muchos lectores, pero el hecho es que los dibujos de Winterhart Driving Short Distances son elocuentes, dan a entender mucho más que las palabras que los acompañan, complementando el texto perfectamente. El autor presta mucha atención a los pormenores físicos, y la narración de Sam es lo bastante escueta como para no distraer al lector del componente gráfico, que es el predominante en la obra.

Incluso para alguien como un servidor, que hasta hace apenas un par de años no tenía apenas interés por la novela gráfica, Driving Short Distances ha resultado ser una deliciosa lectura. Los dos personajes principales reciben al mismo tiempo un tratamiento humorístico sin perder la sobriedad, en un relato que detalla lo trivial de sus vidas, que vendrían a ser las vidas de una infinidad de personas, y aun así Winterhart consigue con ello encender una chispa de interés.

20 ago 2018

Reseña: The Leavers, de Lisa Ko

Lisa Ko, The Leavers (Chapel Hill, NC: Algonquin Books, 2017). 335 páginas.
Peilan Guo es una joven nacida en una humilde aldea china llamada Minjiang. Huérfana de madre, Peilan aspira a conseguir sacar de la miseria a su padre, pescador que apenas consigue llenar la mesa cada noche. ¿Cómo mejorar su nivel de vida? Hay que emigrar, y Guo lo hace. Primero a la capital de la provincia, Fuzhou, donde Peilan coserá inacabables turnos seis días por semana en una fábrica textil hasta terminar extenuada. ¿Sería suficiente para salir de la pobreza?

El centro de Fuzhou, en fotografía de Rolf Baur en 2007.
Pero cuando queda embarazada de su novio del pueblo, decide emigrar mucho más lejos: los Estados Unidos. Con el dinero de un prestamista y el apoyo logístico de los contrabandistas de personas entra en el país de manera ilegítima. Desde ese momento su vida penderá de un hilo, y lo sabe. En Nueva York, Peilan (que ahora se llamará Polly) da a luz a su hijo, al que llamará Deming. Cuando no puede hacerse cargo de él, lo devuelve a China para que sea el abuelo quien cuide del niño.

A los pocos años, sin embargo, el abuelo muere, y Deming regresa con ella a Nueva York. El chico crece como cualquier otro muchacho de Chinatown. Su madre ambiciona una vida mejor para él. Salir de Nueva York y encontrar un trabajo mejor pagado sería un sueño hecho realidad. Florida podría ser ese lugar soñado.

Un día la madre de Deming no vuelve del trabajo que había conseguido en el salón de manicura donde estaba trabajando. Van pasando los días y no hay noticias de ella, y Deming no tiene muy claro qué hacer. Su instinto es echarse a sí mismo la culpa.

Con once años, sin nadie que quiera (o pueda) hacerse cargo de él, Deming es adoptado por una pareja de académicos que no han tenido nunca hijos, Kay y Peter. Desde ese mismo momento su identidad legal es diferente: Daniel Wilkinson. Tras haber pasado años en un diminuto apartamento del Bronx donde solamente se hablaba el dialecto chino de Fuzhou, Deming/Daniel tiene una enorme habitación para sí mismo en una casa enorme. Pero adaptarse a ser adoptado no es fácil. Deming es el único alumno chino en la escuela de Ridgeborough. Es el objeto de miradas casi insultantes, y de comentarios abiertamente racistas. De pronto ya no tiene a nadie con quien hablar en su lengua materna.

Unos diez años más tarde, Daniel recibe un email de Michael, el chico con quien muchos años compartió horas frente a la tele y un colchón donde dormir en el Bronx. En la vida de Daniel reaparece Deming, y los interrogantes sobre qué pasó con su madre se vuelven muy insistentes. Y lo que es peor: su adicción al juego en línea le ha llevado a un callejón sin salida. Solo la música parece ofrecerle un punto de anclaje personal.

Se trataba de imágenes de video de un disco de verdad, que giraba mientras Jimi Hendrix tocaba 'A Merman I Should Turn to Be' de 1983. Daniel y Peter estaban sentados y escuchaban cómo el tema se desaceleraba y luego volvía a coger ritmo. Arrastrándose, avanzando a un ritmo lento. "Esa cinta que va hacia atrás, es una pizca exasperante," le dijo Peter. "Pero en aquella época no les hacían falta las computadoras para hacer buena música." “Es un temazo, Papá. Uno de sus mejores.” (p. 248-9, mi traducción)

La novela está narrada con dos voces distintas: la de Peilan y la de Deming. Y el contraste es altamente efectivo. Mientras que la madre le habla en primera persona a un tú (Deming) en un tono confesional, la historia de Daniel/Deming se narra en tercera persona, desde el punto de vista del joven chino-americano.

Cuando el reencuentro con su madre tiene lugar, Deming conocerá la verdad de lo que sucedió, lo que le partió en dos mitades cuyos puntos de encuentro, pese a los años trascurridos, contienen algunas fisuras.

The Leavers se agrega a una larga lista de obras de ficción que exploran la experiencia migratoria. En el caso de Peilan Guo, el trauma parecería insuperable. En una época en la que ese discurso populista tan conservador, rayano en el puro fascismo, señala a los inmigrantes para buscar un fácil chivo expiatorio, cabe recordar que son muchos los casos en los que esos inmigrantes terminan estando en una situación mucho peor de la que se alejaron. Como en el caso de Polly, el sueño americano deviene en pesadilla.

Es sin duda alguna Peilan/Polly el personaje que mejor juego da en The Leavers. En ningún momento Lisa Ko busca otorgarle un estatus de ‘santa’, el de una madre próvida. Nadie es perfecto. Muy al contrario: en uno de los episodios que confiesa, Polly cuenta cómo abandona en un bolso al bebé Deming, alejándose a la carrera del lugar. Cinco minutos después, arrepentida, vuelve a recogerlo. La suya es una lucha diaria entre sus aspiraciones y la realidad cotidiana que las aplasta.

The Leavers no puede dejar a nadie indiferente. Los capítulos en los que Peilan narra su arresto y posterior internamiento en un campo de detención tienen el sabor de lo auténtico. Al lector le queda la sensación de que las fuentes de información que ha utilizado Ko son completamente verídicas, genuinas. Un buen libro, que se hizo merecedor del Premio PEN/Bellwether de 2017. La única pega que se le puede poner es la presencia de graves errores tras galeradas. Tres monstruosos ejemplos: “You needed a mother, and if I wasn’t a mother, than who was?” (p. 255); “The man he looked nothing like, whom, if he had been alive, would probably never accept Daniel as a true Wilkinson.” (p. 262); “Six ring roads, each one larger then the next…” (p. 282). ¿Cabe culpar a la tecnología de este tipo de errores? Albergo muy serias dudas.

3 ago 2018

Reseña: The World Without Us, de Mireille Juchau

Mireille Juchau, The World Without Us (Londres: Bloomsbury, 2016). 293 páginas.

Los casos de colapso de colmenas se han ido multiplicando desde hace décadas. La desaparición de las abejas y de otros insectos amenaza con trastocar el orden natural, que afectaría (está ya afectando) a la especie humana.

La australiana Mireille Juchau construye una trama predominantemente lineal (con muchas escenas y episodios retrospectivos que ayudan a entender la situación actual de los personajes) en torno a la familia Müller en una zona remota del norte de Nueva Gales del Sur, en el interior de unas montañas que ella denomina Ghost Mountains, y que por la descripción que proporciona quizás corresponda a la zona cercana a Nimbin, el pueblito donde todavía persiste un estilo de vida alternativo, hippy y algo contestatario. Recuerdo que hacia finales de 2001, en mi única visita a esa parte de Australia hasta la fecha, te vendían marijuana en las calles.

Los bosques subtropicales que rodean Nimbin son lugares ideales para el cultivo de ciertas hierbas. Fotografía de Michael J Fromholtz en 2017
Al comienzo de la novela, Evangeline Müller es descubierta por el maestro de la escuela local, Jim, cuando ella se está desnudando en mitad del bosque y se dispone a meterse en el río. Los Müller se dedican a la apicultura, y han sufrido la reciente pérdida de su tercera hija, Pip, enferma de leucemia. Mientras que Stefan Müller ahoga su dolor en el alcohol, su esposa camina con un cochecito vacío y se esconde en los bosques. Tras ese encuentro casual, Jim recibirá a la Sra. Müller en su casa muchas veces, y no precisamente para hablar del rendimiento académico de sus hijas Tess y Meg Müller: la primera ha dejado de hablar tras la muerte de su hermana, mientras que la segunda se expresa mucho mejor mediante la pintura.

Como telón de fondo hay un misterio todavía no descifrado: ¿cómo y por qué se quemó la comuna hippy (the Hive, esto es, la Colmena) en la que vivía Evangeline anteriormente? ¿De quién son los huesos encontrados cerca de una furgoneta quemada en un recóndito lugar del bosque? ¿Qué otros secretos ha ocultado Evangeline? ¿Fue la contaminación que minería y fracking han venido causando en la comarca la causa de la enfermedad mortal de Pip? ¿Desaparecen las abejas de Stefan a causa del uso de pesticidas o de las cosechas modificadas genéticamente?

Sin ser un thriller al uso, la trama de The World Without Us avanza y engancha por el misterio que rodea a sus personajes y el pasado de cada uno. Juchau experimenta con múltiples perspectivas y voces narradoras, unas más efectivas que otras. Para quien no esté atento a tantos virajes y vueltas de tuerca, la novela bien pudiera convertirse en un confuso hervidero de tramas, subtramas y callejones sin salida que muy poco aportan al desenlace de la historia principal.

Juchau se esfuerza por trabajar el texto: abundan las citas literarias, y la voz narradora se expresa en una prosa poética muy cuidada, que contrasta con el lenguaje coloquial, menos delicado, que predomina en los diálogos. El mensaje del escenario pre-apocalíptico que esboza Juchau está muy claro: “El mundo es salvaje […] y la vida es impredecible en su bondad y en sus peligros.” (p. 159, mi traducción) Por fortuna, todavía es posible endulzar la vida con un poco de miel, pero ¿por cuánto tiempo será posible hacerlo?

28 jul 2018

Reseña: How to be Both, de Ali Smith

Ali Smith, How to be both (Melbourne: Penguin, 2015). 372 páginas.
Es raro que una editorial corra riesgos hoy en día. El caso de How to be Both es un ejemplo casi perfecto de cuándo vale la pena tomar ese riesgo. Me explico: la novela se compone de dos partes (ambas reclaman para sí ser la Primera) y, de hecho, circulan diferentes ediciones donde la que aparece en segundo lugar en mi ejemplar es la primera. Se reduce a un juego autorreferencial, pues el título alude a ese enigma: ¿cómo ser dos cosas diferentes al mismo tiempo?

De modo que la duplicidad es parte de la esencia temática del libro. Vida y muerte; lo masculino y lo femenino; realidad y ficción; y Smith hace gala de un virtuosismo lingüístico sin parangón.

En la parte de George (una chica de Cambridge que recientemente ha perdido a su madre tras una extraña reacción alérgica a un medicamento), Ali Smith nos abre una ventana a la vida interior de una adolescente en duelo. George rememora momentos compartidos con su madre, en especial un viaje a Italia, donde contemplaron ensimismadas los frescos de Francesco del Cossa. Mientras su padre trata de olvidar el dolor mediante la bebida, George se enfrasca en el recuerdo, trata de cuidar de su hermano pequeño, Henry, y descubre una especial amistad en una chica de la escuela, Helena, con quien comparte ideas, locuras, sentimientos. Tanto en esta parte como en la del pintor, Smith trabaja el lenguaje con un envidiable virtuosismo: los juegos de palabras, la omnipresente ironía, la técnica narrativa, las perspectivas.

Sant Vicent, amb el dit estés. Francesco del Cossa, segle XV.
En un momento en que George y Helena debaten qué tipo de trabajo presentar en una de sus asignaturas, se plantean escribir lo que un pintor del Renacimiento diría de su vida mientras está en el purgatorio, esperando renacer. ¿Es la parte de Francesco del Cossa lo que las dos adolescentes, avispadas ellas, inteligentes y dotadas de una muy cáustica visión del mundo, escriben para su clase de Historia del Arte? Probablemente no, pero el juego de ficción y espejos que construye Smith sobre esa base es, en una palabra, magistral.

Del Cossa entra en escena (es un decir) cuando George está haciendo un escrutinio del número de personas que prestan atención al retrato de San Vicente Ferrer en la Galería Nacional de Londres. Intrigado por lo que hace la joven (al principio lo confunde con un chico), su espíritu se aferra a George y la sigue allá donde va, quedando sumamente admirado de una suerte de tableta votiva que casi siempre lleva en sus manos George, una tableta que, en este siglo XXI, permite ver y crear “pinturas” muy realistas y ver imágenes en movimiento.

Francesco del Cossa, Alegoría de abril, frescos en el Palacio Schifanoia de Ferrara.
Mientras la parte del pintor exige (aparentemente) mayor concentración por parte del lector, en la parte de George abundan escenas hilarantes – en particular los diálogos (es un decir) de la joven huérfana con la psicóloga de la escuela, la Sra. Rock.
“Es martes, así que toca la Sra. Rock.
Creo que puede que no sea una persona muy apasionada, dice George.
Desde Navidad la Sra. Rock ha dejado de repetirle a George lo que George le dice. Su nueva táctica es sentarse y escuchar sin decir nada, para luego, cerca del final de la sesión, contarle a George alguna especie de historia o improvisar con una palabra que George haya usado o algo que le haya chocado a causa de algo que ha dicho George. Eso significa que ahora las sesiones son principalmente monólogos, más un epílogo a cargo de la Sra. Rock.
Se lo he preguntado a mi padre esta mañana, dice George, si pensaba que yo era una persona apasionada y me ha dicho: pienso que eres indudablemente una persona con mucha energía, George, y que hay indudablemente mucha pasión en esa energía tuya, pero yo sé que estaba como engatusándome. Y no es que mi padre tendría ni idea de si soy apasionada o no, digo yo. Y bueno, entonces mi hermano va y empieza a hacer sonidos como de besuqueos, con el dorso de la mano, y mi padre se ha puesto como muy incómodo, y entonces ha cambiado de tema, y entonces cuando hemos salido por la puerta de casa para ir al cole, mi hermanito estaba de pie junto a la furgoneta de mi padre, en la entrada para el coche, y no paraba de hablar de la gran pasión que se sentía por la energía del motor, que en la energía del vehículo uno podía sentir mucha pasión, y yo me sentí estúpida, como una idiota por haber abierto la boca y haberle dicho algo a alguien en voz alta.
La Sra. Rock sigue ahí sentada, más callada que una estatua.
Y así son ya dos las personas que hoy realmente no van a hablarle a George.
Tres, si uno cuenta a su padre.
George siente que se le viene encima una terquedad mientras permanece allí sentada, en ese sillón para estudiantes en el despacho de la Sra. Rock. Sella la boca. Se cruza de brazos. Mira el reloj. Pasan solamente diez minutos de la hora. Quedan otros sesenta minutos de esta sesión (es un doble periodo). No piensa decir una sola palabra más.
Tic tic tic.
Cincuenta y nueve.
La Sra. Rock sigue sentada junto a la mesa delante de George, como una masa continental separada de una isla para la que ya haya salido hace tiempo el último ferri del día.
Silencio.” (p. 128-9, mi traducción)

How to be Both es una novela muy atrevida, tanto en su formato como en su contenido, además de un curiosísimo homenaje a un pintor desconocido. Como en There but for the, Smith es juguetona y seria. Algo que no te dejará indiferente.

El llibre ja va ésser traduït al català (Com ser-ho alhora) per Dolors Udina Abelló, publicat al 2015 per l’editorial Raig Verd.

15 jul 2018

Reseña: Ghosts of the Tsunami, de Richard Lloyd Parry

Richard Lloyd Parry, Ghosts of the Tsunami (Londres: Jonathan Cape, 2017). 276 páginas.
Se calcula que el tsunami del día de San Esteban de 2005 se cobró la vida de unas 226.000 personas, mientras que el del 11 de marzo de 2011 en Japón mató a cerca de 18.500. La magnitud del primero fue indudablemente mayor porque afectó a un área densamente poblada de la isla de Sumatra y atravesó el océano Índico a unos 800 km/h hasta alcanzar las costas de Tailandia, Sri Lanka, India y otros lugares. La principal diferencia, sin embargo, es que, por primera vez en la historia de la humanidad, en Japón un desastre natural estaba siendo retransmitido en directo por cámaras de televisión a bordo de helicópteros.



Parry enfatiza desde el principio que, si se hubiera tratado de otro país, la cifra de víctimas habría sido muchísimo más elevada. Los terremotos y Japón van de la mano. El hecho de que una palabra japonesa se haya internacionalizado y haya pasado a formar parte del vocabulario de casi todos los idiomas del planeta demuestra que ese concepto de la entrada masiva y brutal del océano en la tierra ha formado parte de la conciencia colectiva de un pueblo, el nipón.

El reportaje de Parry se centra sin embargo en un lugar específico de la costa de la región de Tohoku, al noreste de la isla de Honshu: un pequeño pueblo, Okawa, en las orillas del río Kitakami, por cuyo cauce entraron las aguas del Pacífico (qué ironía, haberle puesto ese nombre a ese monstruo). Cerca del río estaba la Escuela Primaria de Okawa. Si los protocolos de emergencia se hubiesen seguido al pie de la letra y el sentido común hubiese imperado, los alumnos de esa escuela solamente se habrían llevado un gran susto que sin duda habrían contado a sus nietos algún día. Pero nótese que estoy haciendo uso del condicional compuesto.

De los 78 alumnos que fueron engullidos por el agua (y todo lo que esta arrastraba) solamente cuatro sobrevivieron. Solamente uno de los 11 maestros sobrevivió. Parry investiga las circunstancias que condujeron a este suceso, triste, desgarrador, absurdo. La de Okawa fue la única escuela en la que perecieron casi todos sus alumnos. ¿Por qué?

Durante los años que siguieron al 11 de marzo de 2011, Parry viajó incontables veces desde Tokio, donde vive desde hace ya años, al norte, donde estuvo entrevistando y anotando las palabras de decenas de testigos, padres y amistades de los niños que murieron en Okawa. En su reportaje incluye testimonios y relatos espeluznantes. Solamente quienes hemos sobrevivido a la irrupción de una montaña de agua desplazada por un temblor terrestre (eso es, en pocas palabras, un tsunami) podemos entender cabalmente lo que cuentan los testigos. Un breve resumen elaborado por Parry:
“Todos los que experimentaron el tsunami vieron, oyeron y olieron algo sutilmente diferente. En buena parte dependió de dónde te encontrabas, y de los obstáculos que el agua tuvo que superar para alcanzarte. Algunos la describieron como una catarata, que superó el rompeolas y el dique del río. Para otros se trató de una rápida inundación entre las casas, engañosamente leve en un principio, que te tiraba ligeramente de los pies y los tobillos, pero que rápidamente comenzó a succionarte y golpearte las piernas, el pecho y los hombros. Respecto a su color, la describieron como marrón, gris, negra o blanca. A lo que no se parecía en nada era a una ola oceánica convencional, esa ola del famoso grabado en plancha de madera del pintor Hokusai, verdeazulada y elegantemente alcanzando un punto álgido con tentáculos de espuma. El tsunami fue algo de una categoría diferente: más oscuro, más extraño, tremendamente más poderoso y violento, sin amabilidad ni crueldad, sin belleza ni fealdad, algo completamente desconocido. Era el mar viniéndose sobre la tierra, el océano levantando sus pies y atacándote, con un rugido, que le surgía de la garganta.” (p. 143, mi traducción)
La gran ola de Hokusai. No, no es así como se mueve un tsunami.
La negligente decisión tomada por los responsables de la escuela aquel 11 de marzo llevó a un desastre que rompió los corazones de todas las familias de Okawa y las aldeas cercanas. Parry acierta en su tratamiento de la tragedia, acercando a estos padres y madres al lector lo suficiente como para entender, aunque solo sea parcialmente, el dolor y la rabia. La perseverancia o la desesperación de quienes no encontraban los restos de sus niños; las desavenencias que fueron surgiendo entre quienes sí pudieron enterrar a sus hijos y quienes nunca los encontraron. Y la rabia e indignación generalizada entre todos, en una cultura más dada al comedimiento y la inacción que a la demostración de emociones, y que desembocó en una querella colectiva contra las autoridades educativas del distrito.

“Uno de los hombres llevaba consigo una videocámara, y en algún momento la puso en marcha. Esta película de 118 segundos es la única grabación del tsunami en su momento crítico en la zona de Okawa. En las manos del afligido cámara, la imagen vira bruscamente de un lado a otro, del río ennegrecido a las vigas verdes del puente y hacia Magaki [aldea cercana], reducida ya a una sola casa. De pronto la cámara enfoca los árboles y el cielo; luego está echada en el suelo, entre tallos de hierba seca. Se puede oír la voz del hombre que sujeta la cámara, diciendo a voces: ‘¿Está la escuela bien? ¿Qué pasa con la escuela?” (p.147-8, mi traducción)
Pese a ganar el juicio, fueron en definitiva quienes más perdieron. Nada puede reemplazar al ser querido: ni una compensación económica ni una reivindicación legal ratificada por un juez. Por delante les quedan años de reconstrucción, pero también de dolor y soledad.

Parry conjetura sobre un hecho innegable: la catástrofe ha de volver a ocurrir. La cuestión sería saber cuándo y dónde:
“En algún momento en años venideros, se presume por lo general, Tokio será escenario de un terremoto lo bastante fuerte como para destruir grandes áreas de la ciudad y provocar incendios y tsunamis que matarán a decenas de miles de personas. El razonamiento es sencillo. Cada seis o siete décadas, durante ya varios siglos, la llanura de Kanto, donde Tokio, Yokohama y Kawasaki se han unido formando una gran megalópolis, ha resultado devastada por un enorme temblor. El más reciente, que mató a 140 000 personas, tuvo lugar en 1923. Los sismólogos señalan que no es, de hecho, algo tan sencillo. Dicen que los terremotos anteriores se produjeron en fallas distintas, en ciclos separados y superpuestos, y que una muestra de unos cuantos cientos de años es en todo caso demasiado pequeña como para inferir un patrón. Pero por razones propias más matizadas coinciden en una conclusión: que la destrucción generalizada es inevitable y, en términos geológicos, es inminente.” (p. 154, mi traducción)
Un buen libro sobre algo muy difícil de comprender.

1/10/2023. Publicat en català amb el títol Fantasmes del tsunami. Vida i mort després del desastre per La Segona Perifèria. La traducció és a càrrec d’Anna Llisterri.

10 jul 2018

Reseña: Hotel DF, de Guillermo Fadanelli

Guillermo Fadanelli, Hotel DF (Barcelona: Mondadori, 2011). 290 páginas.
En el centro de la ciudad de México está el Hotel Isabel. Es un establecimiento sin renombre alguno: un lugar que acoge a extranjeros despistados, medianías sociales muy aficionados al perico y al trago fácil, y que sirve de guarida y alcancía a narcotraficantes y criminales de baja estopa y peor sentido del humor. Es decir, que en nada se parece a Fawlty Towers.

¿Y por qué ha decidido de pronto hospedarse en el Isabel Frank Henestrosa, alias el Artista? Quién sabe, el caso es que a este mediocre periodista le han caído cinco mil pesos, tal como agua de mayo, y la idea de pasar unos días en el centro de México observando el proceder de unos y otros huéspedes le resulta atractiva. Puede que hasta dé con una historia que valga la pena escribir.

La estructura de este libro semeja la de una novela, pero es una pizca engañosa en ese respecto. Son más bien relatos breves que (per)siguen a los variopintos personajes del hotel, con Henestrosa como narrador – tanto en primera persona como en tercera, con tintes casi completamente omniscientes. Así, leemos sobre gente tan dispar como Stefan Wimer, turista alemán que domina el castellano con soltura y cuya curiosidad bien podría acarrearle problemas. O el caso del Boomerang Riaño, siniestro investigador freelance que acecha el hotel en busca de informaciones. Otrosí: el Nairobi, sobrino de La Señora, jefe de la banda de delincuentes que han tomado el hotel, el decidor de algunas de las ocurrencias más absurdas y desternillantes que había leído en mucho tiempo:
—¿No te da miedo hacerte viejo? [pregunta el abogado de La Señora al Nairobi.] 
—No me importaba cuando estaba joven, menos ahora —responde el Nairobi— Y los que no tenemos hijos nunca nos hacemos viejos.
—¿No tienes hijos, Nairobi? Con razón estás en todos lados. Eres el padre y los hijos al mismo tiempo. Buen ejercicio.
—Estuve a punto de adoptar a un chino, pero están muy caros —remata el Nairobi antes de indicar a sus compañeros el momento de la despedida.
La redada en las calles centrales de Tepito ha culminado y un silencio sideral vuelve a colmar los pasillos del mercado callejero. (p. 163)
Tepito, barrio bravo. Fotografía de A01168527 
Hotel DF está escrita con un tono cínico y perspicaz, utilizando un lenguaje lapidario que se adapta perfectamente al formato de capítulos (o relatos cortos) que nunca llegan a delinear una trama lineal. Es un caleidoscopio por el que se van asomando los distintos huéspedes del Isabel y los personajes secundarios, siempre con el paisaje de fondo del DF, la megaciudad del siglo XXI en la que la vida no parece valer gran cosa y los jóvenes mueren atrapados por el ciclo tóxico de pobreza, falta de oportunidades y delincuencia.

Es divertida, pero al mismo tiempo impera en ella un sentido sombrío de absoluta desesperanza. Como aquel chiste que me contaba mi amigo P. sobre el DF: le pregunta un compadre a otro: “¿Tienes hijos, güey?” “Depende. ¿En qué barrio?”.

26 jun 2018

Reseña: Selection Day, de Aravind Adiga

Aravind Adiga, Selection Day (Londres: Picador, 2016). 331 páginas.
Una costumbre muy australiana que he adoptado es la de sentarse delante en el taxi, en el asiento del copiloto, cuando eres el único pasajero. Esta práctica tan igualitaria y desembarazada te permite compartir buenas charlas con el taxista. Como por mi trabajo suelo tomar taxis al y del aeropuerto, en esos trayectos (que suelen durar casi media hora) coincido con muchos taxistas de origen indio. Y más tarde o más temprano terminamos hablando de cricket, la verdaderamente gran pasión deportiva del subcontinente.

A quien nunca haya oído hablar del cricket como obsesión de los más de 1.000 millones que viven en la India le recomiendo que busque – aunque sea sólo por pura curiosidad – los emolumentos que reciben los jugadores que participan en la IPL. No es de extrañar que los muchachos que malviven en los suburbios de las metrópolis indias sueñen con triunfar en el mundo del cricket, el (mal) llamado ‘gentleman’s game’. Uno podría nombrar como ejemplo la historia de un pelusa argentino artista con el balón, y cómo el dinero transformó su vida.

Radha Krishna y Manjunath son los dos hijos de Mohan Kumar, vendedor ambulante de chutney, venido de un entorno rural a Mumbai, donde se unió a la ingente marea humana que busca su suerte en la descomunal ciudad a orilla del Mar de Arabia. Los dos muchachos tienen talento para el cricket: su padre realiza ofrendas frecuentes al dios del cricket, y obliga a los dos adolescentes a entrenar día, tarde y noche, y a seguir absurdos hábitos de higiene y cuidado personal. Llegado el momento, vende el futuro de sus hijos con un contrato de patrocinio a un empresario de dudosa moralidad.

Complejo Bandra Kurla de Mumbai. Aviga lleva a Javed y Manju a pasar un buen rato. O algo parecido a un buen rato.
¿Dónde está la madre de los chicos? En su momento hizo las maletas y huyó de la crueldad y violencia del monstruo con el que se casó. Radha y Manju han crecido sin su madre, supeditados a las tiránicas imposiciones y castigos de un psicópata obsesionado con ganar dinero sacrificando a sus hijos.

La novela sigue los altibajos en la carrera de los dos jóvenes jugadores. Si en un primer momento Radha parece destinado a triunfar, es Manju quien finalmente se erige como gran promesa del cricket indio. Pero Aviga tiene otros temas en mente: el despertar de los adolescentes a la sexualidad. Manjunath Kumar entabla amistad con otro jugador, un musulmán de clase acomodada llamado Javed, cuya indiferencia ante el prospecto de alcanzar los laureles del éxito deportivo y su rechazo a las imposiciones paternas siembran la duda en el más joven de los hermanos.

Como hizo en The White Tiger, y en Last Man in Tower, Aviga realiza aquí una dura crítica de la India del siglo XXI, abarcando temas como la desigualdad social, la violencia de género, la religión y sus tabúes y dogmas represivos, o el descubrimiento de la sexualidad entre los adolescentes bajo la fuerza irreprimible de la cultura patriarcal en una sociedad sexista y misógina. La historia de Radha y Manjunath nos hace reflexionar sobre el porvenir que escogemos desde pequeños: ¿hay realmente opciones en un lugar como los suburbios pobres de Mumbai?

Sachin Tendulkar, el "pequeño Maestro" al que aspiran en convertirse miles de jóvenes jugadores en toda la India. El esbozo  es obra de Sohambanerjee1998.
Aviga crea personajes ciertamente plausibles, algunos llenos de contradicciones. Por ejemplo, un cazador de talentos apodado Tommy Sir, que reflexiona sobre el cricket en India en estos términos:
“Ay, mi tesoro, mi cricket. Amañado, hecho una mierda.
Tommy Sir podría haber roto a llorar.
¿Cómo fue que esto, nuestra armadura, el símbolo de nuestra caballerosidad, nuestro propio Roncesvalles, nuestra Excalibur, se haya transformado en lo opuesto, y se haya convertido en algo tan repugnante?” (p. 163, mi traducción)
Pues eso. Porque es el propio Tommy Sir quien deja a los dos jóvenes jugadores en las garras del inescrupuloso Anand Mehta y sucumbe a las exigencias del padre.

Está claro: quien no consiga triunfar como bateador para el combinado selecto de Mumbai siempre tendrá la posibilidad de conducir taxis en Melbourne, o Sydney, o Canberra (atención: modo sarcasmo: la mayoría de los taxistas indios en Australia con quienes he hablado son graduados, pero se ven obligados a tomar ese trabajo a falta de mejores ofertas.)

Aviga demuestra con Selection Day ser un autor mordaz, dueño de una inquebrantable mirada crítica, ducho en el uso del lenguaje para conseguir los efectos que busca. Aunque debido a su temática deportiva (un deporte totalmente desconocido en los países de habla castellana), dudo mucho que esta novela llegue a aparecer en el mercado latinoamericano. Lo cual es una pena.

16 jun 2018

Reseña: Billy Sing, de Ouyang Yu

Ouyang Yu, Billy Sing (Melbourne: Transit Lounge, 2015). 135 páginas.
Nacido en 1886 de padre chino y madre inglesa, William Sing se crio en una granja de Queensland junto a sus dos hermanas. Sería dificil conjeturar qué tipo de niñez y adolescencia debió tener Billy: más de cien años después los prejuicios racistas no han desaparecido. Sin duda para él debió ser extremadamente dificil regresar de la I Guerra Mundial con la etiqueta de héroe a una tierra y unas gentes que nunca lo consideraron su igual.

Ouyang Yu escribe una ficción sobre la vida de este extraordinario personaje, que ha pasado a los anales de la historia oficial australiana, tan obsesionada con guerras de otros y que siempre se libran en otras tierras. Desde bien pequeño, Sing demostró tener muy buena puntería con un rifle en sus manos, y tras el estallido de la Gran Guerra se alista (a pesar de la oposición oficial a permitirles el ingreso en el ejército a hombres de ascendencia asiática) y en Galípoli se convierte en el francotirador más temido por los turcos.

El plato favorito de Billy de los que le solía cocinar su padre: cerdo estofado con arroz hervido. Fotografía de Mori Chan, 台中市 (Taichung).
La biografía de Sing dice que tras la campaña de los Dardanelos luchó en Francia, sufrió heridas y envenenamiento a causa de los gases en los campos de batalla. Finalmente regresó a Australia y le hicieron entrega de algunas tierras como veterano de guerra, pero malvivió en la pobreza hasta su muerte en Brisbane en 1943.

Donde ponía el ojo, ponía la bala.
La mayor virtud de este libro de Yu (hay que recomendar encarecidamente una novela suya anterior, Diary of a Naked Official, de 2014) consiste en la creación de una voz genuina y franca para el protagonista, quien sin duda vivió, como el autor mismo, a caballo entre dos culturas que en buena medida pudieran ser mutuamente excluyentes. Yu construye un duro relato en primera persona de las vivencias de Sing en el frente: juega a mantener un equilibrio entre los aspectos más explícitos y la sutil ironía del observador que se sabe marginado. El mito del soldado ANZAC queda bastante malparado: la absurda futilidad de la contienda, la amarga realidad de los incontables muertos y heridos cuyo sacrificio no sirvió para absolutamente nada. Y la cruda toma de conciencia del francotirador en mitad de la guerra: “De alguna manera, matar gente es más fácil que matar canguros. Aprietas el gatillo y está muerto. Bastante puro y limpio, ni una gota de sangre que te ensucie las manos. Y además la comida es buena y uno se va a dormir poco después, noche tras noche. La única desventaja es que no hay mujeres.” (p. 81, mi traducción)

El lector encontrará en Billy Sing algunos artificios narrativos poco usuales: por ejemplo, el protagonista interpela a un tú (necesariamente el autor, nunca el lector) sobre sus motivaciones para escribir sobre la vida de un muerto. Un buen libro, del que te dejo la traducción del prólogo:
“En la cultura de Papá, la gente les rinde culto a los muertos más que a los vivos, algo que encuentro raro e imposible de entender hasta que soy lo bastante viejo para conocer cosas más allá del país en el que nací. No ponen coronas de flores muertas en la tumba. Queman incienso. Hacen estallar petardos. Queman dinero en forma de billetes. Al presentar así sus respetos, expresan una creencia de que los muertos nunca mueren, a diferencia de los vivos que, piensan (al menos mi padre lo hace), que están a veces más muertos que los muertos mismos porque nunca se les pasa la muerte. Según Papà, la muerte sirve de vínculo entre los muertos y los vivos, un recuerdo constante que vive en los vivos, una continuidad que une el pasado, el presente y el futuro en un río que fluye de manera perpetua. De niño, yo trataba estas cosas como viento en el oído, una metáfora que Papá utilizaba con frecuencia en su pésimo inglés, y que con el tiempo intuí que quería decir un viento que te sopla junto a los oídos y que te deja un repentino ruido antes de desaparecer. La vida de Papá estaba llena de fantasmas, de seres capaces de hacer cosas de verdad, como habitar un cuerpo viviente y hacer que realizase cosas que ellos deseaban que sucediesen, mientras que en mi juventud soñaba con vivir una múltiple existencia póstuma, quizás como un canguro o, como sugirió Papá, un Kun [mítico pez gigante] convertido en Peng [mítica ave gigante] que cubriese miles de millas en una jornada, o más sencillamente, una persona viva que nunca muriese tras la muerte. Y es eso exactamente lo que estoy haciendo, viviendo en otra existencia, a través de otro individuo, para contar la historia, una historia de mi propia vida."

Posts més visitats/Lo más visto en los últimos 30 días/Most-visited posts in last 30 days

¿Quién escribe? Who writes? Qui escriu?

Mi foto
Ngunnawal land, Australia