11 jul 2011

Reseña: L'últim dia abans de demà, de Eduard Márquez


Eduard Márquez, L'últim dia abans de demà (Barcelona: Empúries, 2011). 146 págs.

En una entrevista que le hizo José A. Muñoz para La Vanguardia, Eduard Márquez decía, a propósito de L’últim dia abans de demà, que los escritores deben ‘ser capaces de que el lector huela la realidad. Y eso es posible cuando el escritor también la huele y es capaz de transmitirlo.’

Comencé a leer L’últim dia abans de demà con una mezcla de expectación y aprensión. Las reseñas que había leído mencionaban un argumento que tiene un interés personal para mí: el del duelo causado por la pérdida de la hija del protagonista. La decepción ha sido mayúscula. La novela apenas pasa de puntillas y bordeando este asunto, y en mi opinión, dada la estructura narrativa adoptada deliberadamente por Márquez, ningún tema de los muchos que aparecen en sus 146 páginas los trata con mucha trascendencia.

L’últim dia abans de demà está construida más bien como un puzle, o un rompecabezas, en una línea narrativa un poco caótica. Es un ovillo desmadejado, con saltos temporales hacia adelante y detrás, una técnica que no siempre resulta ser tan efectiva como efectista. Puede ser cierto que la memoria no nos presente los recuerdos en una línea recta y perfecta; no es menos cierto que la exégesis ficcional otorga suficientes recursos como para darle al lector una visión menos alterada de esos recuerdos. Márquez opta por un mosaico, en el que se nos aparecen multitud de piezas, unas menos desdibujadas y borrosas que otras, y al menos una tan repetida que termina por hastiar (las hostias con sabor a pastillas Juanola que uno de los hermanos reparte a troche y moche).

Pero donde realmente pienso que Márquez me perdió es en la poca profundización que lleva a cabo en los sentimientos del dolor y la pérdida. En casi ningún momento se nos revela el narrador protagonista como alguien que esté atravesando un proceso de duelo. La fijación con el peso (623 gramos, cifra que repite unas cuantas veces) de las cenizas de la hija muerta resulta un tanto extraña, aunque no inverosímil. En su afán de producir una narración tan contenida, y con una prosa escueta, rápida, Márquez apenas explora el mundo interior del protagonista. Da la impresión de que el autor haya escogido que la muerte de Jana sea la excusa que se necesitaba para hacer un recuento desordenado de los recuerdos de una vida, recuerdos que la trama deslavazada revelará como determinantes para el desenlace trágico.

Un interesante aspecto de L’últim dia abans de demà estriba en la contraposición a lo largo de la narración y en los diálogos, de dos idiomas, el catalán y el castellano. Que el discurso represivo, beatón y caduco de los educadores religiosos (los hermanos) se exprese siempre en castellano dentro de una narración en catalán y en la cual los diálogos entre los protagonistas se expresen en catalán recrea magistralmente la sensación de antagonismo y enfrentamiento; su perniciosa influencia queda, en mi opinión, correctamente insinuada. Al fin y al cabo, a los que somos de la generación de Márquez no se nos han olvidado esos ‘sabios’ consejos que se impartían en los colegios religiosos en los últimos años de la larga época franquista.

No quisiera restarle méritos a Eduard Márquez (de quien no he leído ninguna otra obra), pero he de rebatir la idea de que el lector de L’últim dia abans de demà huela la realidad. En mi caso, la realidad no apareció por ninguna parte. Claro está, que mi realidad puede que resulte demasiado exigente con la que propone L’últim dia abans de demà.

8 jul 2011

Periodismo y ética



El escándalo de las escuchas y el acceso ilegal por parte de periodistas al servicio del magnate Rupert Murdoch (nacido en Australia pero nacionalizado estadounidense) al buzón de mensajes de varias personas, entre ellas una joven que había sido secuestrada y asesinada, ha venido a demostrar que la ausencia de los más mínimos principios éticos y morales en la profesión periodística ha alcanzado cotas impredecibles.

Muchas son las opiniones sobre este tema, y apunto aquí algunas que he visto por la red: por ejemplo, este editorial de The New York Times o un artículo de Tim Dick en el Sydney Morning Herald, por citar dos en inglés, o en español, este de Walter Oppenheimer para El País.

Por mi parte, solamente puedo apuntar el comportamiento de una periodista llamada Alison Rehn, al servicio de Murdoch (en el periódico The Daily Telegraph) aquí en Australia, quien en octubre de 2009 tuvo la desfachatez de dejar la nota que reproduzco arriba en la puerta de la casa de mis suegros.

Decía la nota:
‘To the family of Clea Salavert Wykes,
I am so, so sorry for your tragic loss. I understand completely it is difficult dealing with the media at this terrible time, and I apologise for that. My employer, News Ltd., is only keen on publishing an elegant, glowing tribute to little Clea. We already have Jorge and Trudie’s loving words, but what would make the tribute complete is a photograph. The best tributes are always those that can be illustrated. If you change your mind you can call me, Alison Rehn, on XXXXXXXXX. Call anytime. 
Kindest regards, Alison’
Es decir:
‘A la familia de Clea Salavert Wykes:
Siento tanto, tanto vuestra trágica pérdida. Comprendo perfectamente que es difícil tratar con los medios de comunicación en este terrible momento, y pido disculpas por ello. Mi empresa, News Ltd., solamente tiene interés en publicar un tributo elegante y elogioso a Clea. Ya contamos con las cariñosas palabras de Jorge y Trudie, pero lo que haría el tributo completo es una fotografía. Los mejores tributos son los que pueden ilustrarse. Si cambiáis de opinión, podéis llamarme, a Alison Rehn, al XXXXXXXXX. Llamad a cualquier hora.
Muy cordialmente, Alison’
La nota habla por sí sola. Tras sus palabras lisonjeras se esconde la desesperación por obtener una foto de mi hija a toda costa, por tener la primicia, la exclusiva. Es lo único que quería de nosotros.

Por lo menos, yo he tenido el decoro de no incluir su número de teléfono, no vaya a ser que a alguno de mis lectores se le ocurra dejarle un recadito a Alison en su teléfono móvil. Realmente, no vale la pena. Agua pasada no mueve molino.

Muchos periodistas nunca se paran a considerar si sus actos tiene una base moral sobre la que sostenerse. Carecen de principios éticos porque únicamente se rigen por un objetivo que dista mucho de ser el meramente informativo. Cuando murió mi hija, los medios de comunicación españoles no dudaron en utilizar mi fotografía, sin obtener previamente ni mi permiso ni el de la institución para la que trabajo. Sencillamente la copiaron.

Para los que así actuaron (no sé quiénes fueron, y poco me importa ya a estas alturas) solamente tengo dos palabras: SOIS BASURA.

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