27 dic 2011

Reseña: Els jugadors de whist, de Vicenç Pagès Jordà


Vicenç Pagès Jordà, Els jugadors de whist (Barcelona: Empúries, 2009). 535 páginas.

Las primeras páginas de Els jugadors de whist nos introducen en la vida de Jordi Recasens, de cuarenta y pico años, propietario de una empresa especializada en los servicios fotográficos para bodas. Jordi (mal)vive en el garaje de su casa, donde tiene un futón, un robot limpiador, una nevera, una máquina cafetera, el ordenador y otros muchos cachivaches. Su vida parece francamente ir a la deriva: no aguanta a su mujer, Nora; ese día (21 de abril de 2007) se va a casar su hija Marta con un tipo de dudosa respetabilidad y de procedencia skinhead, al que ha apodado Bad Boy. Jordi se pasa muchas noches en vela viendo películas – tiene unas mil de su temática preferida, el adulterio – y los blogs fotográficos de las amigas de su hija Marta, entre las cuales parece tener una favorita: Halley.

Las siguientes páginas comprenden el fragmento del diario de un chico, Biel, de 1977. Hace dos meses que Biel llegó con su familia a Figueres procedente de Mallorca. Su padre es capitán del Ejército, su madre es extranjera. Tiene una hermana, Nora.

A lo largo de quinientas páginas Vicenç Pagès Jordà va estableciendo las claves que unen el día (tan) señalado de 2007 con el diario del escolar Biel en 1977, y lo hace de una forma desde luego muy ambiciosa y efectista, aunque no siempre tan eficaz desde el punto de vista narrativo (y literario) como habría sido de desear. Pagès logra ciertamente conectar los hilos de la historia, conduciendo al lector por un camino a veces abrupto. Y ahí estriba el problema de Els jugadors de whist: me ha parecido que hay demasiados obstáculos al progreso de la historia, y es el mismo autor el que los coloca, alargando algunos episodios mucho más de lo que la novela, en mi opinión, precisaba, e incluyendo toda una serie de listados (de grupos musicales, películas, actores y actrices, libros, pintores, etc.) cuya función dentro de la trama es prácticamente nula y cuyo cometido dentro de su estructura múltiple y algo anárquica me ha parecido superfluo, si no simplemente caprichoso.

Solamente al final queda desvelado el origen de la voz narradora dominante en la parte correspondiente al día de la boda, voz que en ocasiones peca de cierta presunción, como cuando avisa al lector que “És convenient insistir en la manera com en Jordi es prenia el seu cas” (p. 431) en plena narración de la degradante crisis por la que atraviesa Jordi tras enamorarse de Halley. Francamente, quizás no fuera tan conveniente: si Pagès buscaba ridiculizar al personaje de Recasens como arquetipo de cierta clase de hombre en crisis, lo podría haber conseguido sin explayarse tanto. Pero pienso que no era ése su objetivo.

Donde realmente me parece que cojea Els jugadors de whist es en el tratamiento narrativo de la historia del juego del whist, un titánico entretenimiento de verano que inventan Biel y sus amigos, y cuyas trágicas consecuencias terminarán por marcar la vida de Recasens. Son demasiadas las páginas que transcurren entre el inicio de la historia y su explicación a posteriori, y en consecuencia parece a ratos que le falte ritmo a la narración.

Con todo, Els jugadors de whist es sin duda un notable esfuerzo creativo. Pagès posee un fino sentido del humor, y las escenas y situaciones bien detalladas en la narración del banquete de boda provocan la hilaridad por lo auténtico y verídico de sus diálogos (es fácil hacerse la imagen mental de esa pariente que insiste una y otra vez en que cierren la puerta, porque se pierde el frescor del aire acondicionado). Los dardos del humor de Pagès son sin duda uno de los elementos más conseguidos de la novela. Ha sido, en definitiva, una buena elección para estos días anteriores a las fiestas navideñas y del inicio del verano austral.

24 dic 2011

Ho, ho, ho...





Inexorable, time brings another Christmas. 2011. Another year.

Most people appear to feel the need, perhaps a socially-imposed obligation, to make a show that they are sharing something they are likely to consider either mirth, or happiness, or a general state of wellbeing. Yet some of us do not feel that way. Some of us cannot feel that way even if we wanted to. And believe me, we do try.

I don’t like being told to have a ‘Happy Christmas’, because it is not going to be happy for me. It cannot be. Like all children in the Western world, my 6-year old Clea loved Christmas, she thoroughly enjoyed the excitement leading up to the morning of the 25th when she would find the presents she wanted. She had believed the Christmas lie line hook and sinker. How else could it be?

It’s not possible for me to feel excited or make a show of excitement for my other two children. I could of course pretend, but would that be the sort of honesty your children deserve from you?

What’s worse, of course, is that there’s always the insufferable twaddle like the following from a Mr Juan Arias in El País: ‘En Europa esta Navidad no será particularmente alegre. Será forzosamente triste para aquellos a los que la crisis económica ha dejado en la cuneta de la pobreza y de la desesperación del empleo. Triste para los que aun no habiendo sufrido el zarpazo de la bestia, no deberían dejar de sufrir por las víctimas del sistema que crearon los financieros sin escrúpulos.’

Sob. Pass me the Kleenex, please. There, there, that’s better. ¿El zarpazo de la bestia? Tough, hard, it may and will be. No doubt. But sad? Spare us this mindless drivel.

Mr Arias begins his article with the above and then goes on to preach (the tone of the article sounds very much like that of a preacher) about peace, hope, generosity, the evil powers of neo-capitalism and rampant consumerism. It’s all very well, but it reads like the typically hollow Eurocentrism (if not utterly hypocritical claptrap) to make the connection between sadness and a situation of unemployment and poverty. Millions of people have been living (and will continue to live) in abject poverty for many years but have managed to remain cheerful, almost happy (whatever that may mean).

It’s Christmas, yes, but I don’t celebrate. My Christmas is sad for reasons which are nothing to do with the economy. And I’d rather not hear about positivity, about these being times for joyous sharing, about the cheerful spirit of Christmas and gift giving. I’ve stopped believing in all of that.

So there are other things I’d rather hear. I’d rather see a more widespread awareness that we are overusing our finite resources and indulging in overconsumption as if there were no tomorrow. For some of us, there’s some truth to that, though. It feels like it’s a no-tomorrow, or perhaps the sense that that no-tomorrow is just fucking too long a time.

I’d much prefer to have read a mention of my daughter’s name in those pesky wasteful Christmas cards, and an insinuation that there's awareness of how sad it must be for us, as Clea’s no longer with us to celebrate Christmas, because, like all children, Clea loved Christmas.

I’d much prefer to hear words such as ‘don’t drink too much’, because the fact is that I’m very likely to drink and cry myself to exhaustion, and it’s very well known what alcohol does to sad people. Those are the sort of things I’d prefer.

Tomorrow, on Christmas Day, after my two boys have received their presents, I will go out into the garden and pick a bunch of colourful flowers – it’s lucky Christmas happens during summer down under. We will take them to the cemetery and leave them on Clea’s grave. Happy Christmas, babita, my loved one.

That’ll be my sad Christmas Day.

Enjoy yourself since you must.

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