21 mar 2013

Reseña: The Childhood of Jesus, de J. M. Coetzee


J. M. Coetzee, The Childhood of Jesus (Melbourne: Text Publishing, 2013). 324 páginas.


El excepcional chico de seis años, protagonista de la nueva novela de Coetzee, parece tener una extraña visión del universo: no concibe los números como entes seguros, sino como islas flotantes. Al contar, por ejemplo, de uno a dos, David teme caer en la grieta que se abre entre esas dos cifras. Eugenio, compañero de trabajo de Simón, el hombre que cuida del chico, le aconseja que le explique a David que “los números constituyen una infinidad buena. ¿Por qué? Porque, al ser infinitos en número, llenan todos los espacios del universo, bien apretados unos contra otros, como ladrillos. De manera que estamos a salvo. No hay ningún lugar donde caer.” La novela abunda en breves pero ricas sentencias como ésta, pero puede que exista también un riesgo de que el lector pierda la paciencia al pasar de un número a otro conforme avanzan los capítulos. ¿Estará a salvo si se cae?

La infancia de Jesús, como es de suponer que será traducida The Childhood of Jesus, es una novela densa en referencias al evangelio, pero también fuertemente marcada por la lengua castellana. Un hombre y un chico, Simón y David, llegan a una ciudad llamada Novilla tras dejar un campo de refugiados en el desierto llamado Belstar (¿ecos de la estrella de Belén?), y después de un largo viaje por mar. No sabemos de dónde vienen, ni de qué han huido. Sus nombres son adoptados y les cuesta mucho comunicarse en castellano, la lengua de Novilla. Simón no es el padre del chico, cuyo nombre nadie sabe, pero el hombre se ha comprometido a buscar a su madre. David perdió en la travesía marítima una carta escrita por la madre, que guardaba en una bolsa atada al cuello.

Simón está convencido de que reconocerá a la madre de David cuando la vea. En esta nueva vida (no van a pasar desapercibidos los muchos guiños bíblicos) los ciudadanos no tienen pasado, están “limpios” de recuerdos. Novilla tiene ciertamente una atmósfera de régimen totalitario, pero en ningún momento queda explicitado que exista un sistema de vigilancia y de control: no parece existir un Big Brother. Los ciudadanos de Novilla no discuten de política, pero todos ellos parecen mostrar una exquisita benevolencia hacia el prójimo, una buena voluntad que resulta inasequible al desaliento o a acciones puramente malvadas (como el robo con violencia que lleva a cabo el señor Daga en el muelle donde Simón encuentra trabajo como estibador).

Puedes leer el resto de esta reseña en la Revista Hermano Cerdo.

16 mar 2013

Reseña: Eleven Seasons, de Paul D. Carter


Paul D. Carter, Eleven Seasons (Crows Nest: Allen & Unwin, 2012). 269 páginas.


Al igual que un amante de la literatura normalmente va a sentirse en un entorno deportivo australiano bien como un intruso, bien como pez fuera del agua, tampoco el deporte suele hacer acto de presencia en la literatura australiana contemporánea, ni como tema central ni como escenario o trasfondo – salvo contadas, muy contadas excepciones. Sin embargo, si se tiene en cuenta la (ampliamente injustificada) preponderancia de las actividades deportivas y su cultura en la vida pública australiana, resulta un poco raro que los autores no hayan explorado ese mundo, las conductas dominantes en él y los valores que transmiten.

Eleven Seasons es una novela ambientada en el mundo del footy, el fútbol australiano, pero no es en absoluto una novela sobre fútbol. Jason Dalton, catorce años, vive con su madre Christine en Hawthorn, barrio de clase trabajadora de Melbourne. Pequeño héroe doméstico, Jason prácticamente se está criando él solo: su madre, enfermera, hace turnos extra para ahorrar dinero y poder comprarse la casa de sus sueños. Jason sueña con jugar algún día en el primer equipo de Hawthorn, y llegar a ser jugador profesional, pero a Christine la idea no le gusta.

Ambientada en una época en que Hawthorn dominaba la Liga, Jason ve en el equipo un augurio de éxito y futuro que en casa no son posibles: no sabe nada de su padre, y Christine nunca quiere hablar de él. Apenas tienen para vivir, y la vida diaria es una lucha constante. Carter sabe desarrollar en la novela el cada vez más fuerte roce entre madre e hijo, y con el paso de los años, el fracaso escolar de Jason y su determinación por dedicarse al fútbol colisionan frontalmente. Los malos hábitos y vicios por los que todos los adolescentes han de pasar dejan mella en él; cuando Christine le revela la verdad sobre su padre, Jason huye de Melbourne.

Lo que más interés suscita esta primera novela de Paul D. Carter (ganadora del Premio Australian/Vogel de 2012) es la exploración de la identidad masculina en Australia en el entorno del deporte. Mientras que el fútbol le ayuda a Jason a encontrar algunos modelos a los que seguir (Arnie, el entrenador, ejerce la figura del padre/amigo mayor), la revelación en torno a la figura de su padre resquebraja la base sobre la que el adolescente se sostenía. Es un personaje auténtico y familiar: incapaz de expresar emociones que no estén impregnadas de ira u odio, la mezcla de actitud desafiante y fragilidad en Jason está perfectamente dibujada por Carter. Interesante es también el contraste entre las emociones de cariño y ternura que es capaz de demostrarle a Dundee (un perro maltratado por su compañero de casa) y la incapacidad de expresar emoción alguna a mujeres con las que se relaciona (y principalmente entre ellas, su propia madre).

En cuanto a la técnica narrativa, no cabe duda de que esta Bildungsroman tiene muchos altibajos. Para el lector que no tenga interés alguno en el footy, su historia y algunos de los aspectos más característicos del juego en sí, algunas páginas resultarán un tanto tediosas. En su afán de seguir a Jason por las calles de Melbourne, Carter parece a veces olvidar al lector y la narración se pierde tras detalles triviales revestidos de una nostalgia un tanto fabricada.

Con todo, Eleven Seasons es una bienvenida adición al corpus narrativo contemporáneo en Australia. Sería no obstante demasiado esperar que la novela provoque ni tan siquiera un pequeño cambio en el discurso machista que domina no solamente el deporte australiano sino la construcción de la identidad masculina en este país, en el cual por desgracia, el mero hecho de que tengamos una Primera Ministra parece dar a algunos carta blanca para menospreciar la institución que esa persona representa.

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