24 mar 2013

Una nana de Eugene Field: Versión en castellano

Estatua de Wynken, Blynken y Nod en Washington Park. Fotografía de Matt Wright, 30 de marzo de 2006.
Hace cosa de un año encontré por casualidad en un diario inglés el poema (la nana, para ser más precisos) titulado Wynken, Blynken and Nod del escritor americano Eugene Field. Desde el primer momento me cautivó con su suave ritmo, y la adormecedora repetición de los nombres de los tres marineritos. Es una magnífica nana que juega con la imaginación del oyente para llevarlo a ese espacio y tiempo mágicos en el que sus ojos se cierran y el sueño les abre los ojos a la fantasía.

Llevaba tiempo trabajando en una traducción al castellano. Como suele ser habitual en la traducción de poesía, surgen en el proceso de transferencia lingüística tantos problemas que las soluciones que encontraba nunca me terminaban de satisfacer. Para empezar, los nombres de los tres marineros (el título inicial del poema era 'Dutch Lullaby', es decir, 'la nana holandesa') estaban fuera de lugar y perdían todo su sentido en una versión en otra lengua.

De manera que dejé aparcada la traducción durante unos cuantos meses, y recientemente la retomé con nuevo ímpetu. Opté por rebautizar a los tres niños del poema: Poncho, Soñoliento y Dormilón. Aunque he buscado de alguna manera incluir alguna insinuación de rima, he preferido no forzarlas, y dejar que el poema fluyera con la corriente de ese río de aguas centelleantes que lleva a Poncho, Soñoliento y Dormilón hasta el mar de los sueños.


Poncho, Soñoliento y Dormilón
Versión en castellano del poema de Eugene Field

Una noche, Poncho,
Soñoliento
y Dormilón
se embarcaron en un zapatito de madera.
Salvando las aguas de un río cristalino
arribaron a un mar lleno de rocío.
“¿A dónde vais? ¿Cuál es vuestro deseo?”
les preguntó a los tres la vieja Luna.
“A pescar arenques hemos venido,
los ricos peces de este mar tan bello.
¡Redes de oro y plata hemos traído!",
le respondieron Poncho,
Soñoliento
y Dormilón.

Rió la vieja Luna, y entonó su canción;
cabeceando en su zapatito de madera,
toda la noche el viento les impulsó,
enarbolando olas de puro rocío.
Eran las estrellas lindos pececillos
que vivían en aquel hermoso mar.
“Echad ya vuestras redes, allá donde queráis.
¡Ningún miedo les tenemos!”,
gritaron las estrellas a los tres marineros:
Poncho,
Soñoliento
y Dormilón.

Aquella noche atraparon en sus redes
mil estrellas de centelleante espuma.
Descendió del cielo el zapatito de madera,
y trajo a los marineros de vuelta a casa:
La travesía fue perfecta, si bien les pareció
que en verdad, nada les había sucedido.
Y hubo incluso quien pensó
que un sueño fue, que soñaron
que zarpaban por aquel hermoso mar.
Te diré yo pues el nombre de los tres marineros:
Poncho,
Soñoliento
y Dormilón.


Poncho y Soñoliento son tus dos ojitos,
Dormilón es tu cabecita,
y el zapatito de madera que cruzó los cielos
es ésta, la camita de mi muchachito.
Cierra pues los ojos, que Mamá te canta
canciones de hazañas asombrosas,
y podrás ver todas las cosas hermosas
mientras en este mar te acunas,
allí donde el mar meció a los tres marineritos:
Poncho,
Soñoliento
y Dormilón.

(c) De la traducción, J. Salavert, 2013.

Incluyo debajo el enlace de una de las muchas versiones disponibles en Youtube (hay una musicalizada por los Doobie Brothers, además de la ya clásica de Walt Disney). En ésta simplemente se recita el poema en tono y ritmo de nana, que es personalmente como más me gusta. Por razones que se me escapan, no he podido insertar el vídeo directamente.

Buenas noches...


21 mar 2013

Reseña: The Childhood of Jesus, de J. M. Coetzee


J. M. Coetzee, The Childhood of Jesus (Melbourne: Text Publishing, 2013). 324 páginas.


El excepcional chico de seis años, protagonista de la nueva novela de Coetzee, parece tener una extraña visión del universo: no concibe los números como entes seguros, sino como islas flotantes. Al contar, por ejemplo, de uno a dos, David teme caer en la grieta que se abre entre esas dos cifras. Eugenio, compañero de trabajo de Simón, el hombre que cuida del chico, le aconseja que le explique a David que “los números constituyen una infinidad buena. ¿Por qué? Porque, al ser infinitos en número, llenan todos los espacios del universo, bien apretados unos contra otros, como ladrillos. De manera que estamos a salvo. No hay ningún lugar donde caer.” La novela abunda en breves pero ricas sentencias como ésta, pero puede que exista también un riesgo de que el lector pierda la paciencia al pasar de un número a otro conforme avanzan los capítulos. ¿Estará a salvo si se cae?

La infancia de Jesús, como es de suponer que será traducida The Childhood of Jesus, es una novela densa en referencias al evangelio, pero también fuertemente marcada por la lengua castellana. Un hombre y un chico, Simón y David, llegan a una ciudad llamada Novilla tras dejar un campo de refugiados en el desierto llamado Belstar (¿ecos de la estrella de Belén?), y después de un largo viaje por mar. No sabemos de dónde vienen, ni de qué han huido. Sus nombres son adoptados y les cuesta mucho comunicarse en castellano, la lengua de Novilla. Simón no es el padre del chico, cuyo nombre nadie sabe, pero el hombre se ha comprometido a buscar a su madre. David perdió en la travesía marítima una carta escrita por la madre, que guardaba en una bolsa atada al cuello.

Simón está convencido de que reconocerá a la madre de David cuando la vea. En esta nueva vida (no van a pasar desapercibidos los muchos guiños bíblicos) los ciudadanos no tienen pasado, están “limpios” de recuerdos. Novilla tiene ciertamente una atmósfera de régimen totalitario, pero en ningún momento queda explicitado que exista un sistema de vigilancia y de control: no parece existir un Big Brother. Los ciudadanos de Novilla no discuten de política, pero todos ellos parecen mostrar una exquisita benevolencia hacia el prójimo, una buena voluntad que resulta inasequible al desaliento o a acciones puramente malvadas (como el robo con violencia que lleva a cabo el señor Daga en el muelle donde Simón encuentra trabajo como estibador).

Puedes leer el resto de esta reseña en la Revista Hermano Cerdo.

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