14 dic 2014

Legados: un poema de Peter Sirr


Legados 
(un poema del irlandés Peter Sirr)

Te encanta tanto tener compañía
que un motor se te ha pegado al cuerpo,
atrapando la noche y devolviéndola
como un derrame de risas
y confusión.
Se toma la mitad de tus palabras
y las mastica, y el resto lo cubre
de heavy, de viejas películas,
el rugido de otras voces, vasos que entrechocan
y una caja registradora que se cierra de golpe,
alguien que discute y alguien
que se pone a cantar.
Mas no te importa,
acompaña a la gramática
de este dialecto de intimidad,
es así como te gusta vivir la noche.
Es donde vivía tu padre
y antes que él, su padre;
se ha vertido en las generaciones,
en voz alta y lleno de humo,
un rugido de fondo en el que sonríe
el alma; es la ciudad
que se niega a dormir, que habla sola,
y bebe en exceso.
Lo que aquí ocurre muere en silencio,
se funde al alba, y está ausente
de las sensatas habitaciones a las que nuestros amigos
se han retirado. Se han ido
a dormir o a hablar, a usar el idioma de una forma racional,
a diferenciar un sonido del otro:
el murmullo del tráfico lejano, el zumbido
de la calefacción y el rigor de las noticias de primera hora.
En el enésimo bar escuchamos
cantar su canción a tu tatarabuelo,
y a su hijo, que le alienta a seguir,
y entonces el hijo de éste entra arrastrando los pies,
pone gestos en tus manos y te hace pedir
más a gritos: más cháchara,
más bebida, más ruido
hasta que ni ellos ni tú ni yo sepamos
de quién es la cabeza que da tantas vueltas,
de quién es la voz que cuenta esta historia,
de quién es la vida en la que ocurre.

El original, aquí.

© de esta traducción al castellano, J. Salavert, 2014.

11 dic 2014

Reseña: Dinero para fantasmas, de Edgardo Cozarinsky

Edgardo Cozarinsky, Dinero para fantasmas (Buenos Aires: Tusquets, 2012). 134 páginas.

Un relato que nos es presentado en forma de diario y situado dentro de otro relato, un sutil encaje de historias, escenarios y perspectivas configura esta nouvelle del argentino Cozarinsky. Martín es estudiante de cinematografía (otra de las vertientes creativas del autor argentino) en la capital bonaerense. Mientras busca posibles escenarios donde filmar un cortometraje para sus obligaciones académicas cree reconocer a un viejo cineasta que escribe solo sentado a la mesa de uno de los tropecientos cafés de Buenos Aires. Cuando, ya convencido de que el viejo es Andrés Oribe, regresa al local, el dueño de éste le entrega los cuadernos que el viejo Oribe ha dejado para él tras su última visita. Oribe no va vuelto desde entonces a pisar el café.

Martín y su compañera de estudios Elisa se enfrascan en la lectura de los cuadernos de Oribe, que se inician con el relato de cómo Oribe conoció a Celeste, una jovencita de provincias (de la hermosa Catamarca) llegada a la capital para buscarse la vida en el cine. Tras acompañarla una noche en su auto, Celeste desaparece, y Oribe trata de encontrarla adentrándose en los barrios marginales. Allí conoce a Ignacio, quien había sido compañero sentimental de la joven, y por él averigua que Celeste se ha ido a Alemania a perseguir su sueño cinematográfico.

Cuando Oribe acude a Berlín invitado por académicos alemanes, Ignacio le ruega que la encuentre. Es justamente tras el pase de la película en la que había participado Celeste que ésta vuelve a presentarse en la vida de Oribe. Pero la vida de la muchacha ha cambiado tanto como la ciudad que Oribe había visitado muchos años antes, cuando un muro (tanto físico como ideológico) separaba en dos Berlín. Celeste es ahora una pieza de ostentación, una joya dotada de bolsos de piel y teléfono celular que exhibe un millonario ruso con negocios de dudosa moralidad. Oribe la acompaña por las calles de Berlín mientras una limusina los sigue a velocidad de transeúnte. Celeste le explica a Oribe el porqué de su huida y transformación: “Sé que vos me vas a entender. Mirame bien. ¿Qué era yo en Buenos Aires? Una negrita del interior, una cabecita negra…Para Yuri soy una belleza exótica. Como lo oís, así me lo dijo cuando me conoció. Me enseñó a estar orgullosa del color de mi piel, de mis ojos, de mi pelo. A no sentirme inferior a nadie. A mirar a la gente sin miedo.” (p. 67)

Por alguna razón no totalmente explicitada, el relato de Celeste sacude a Oribe en algo muy recóndito de su ser. En el aeropuerto duda de si quiere regresar a Argentina. Lo hace, pero al llegar toma la determinación de desaparecer. Acude a su departamento y se lleva lo mínimo sin que nadie le vea. Luego viaja a ver a su padre, internado en una residencia geriátrica. La conversación (por decirlo de alguna manera) que Oribe mantiene con su padre enfermo es una de las secuencias más conmovedoras de Dinero para fantasmas. Después se instala en un hotel de mala muerte y deja pasar los días, hasta que una tarde encuentra en recepción una citación. La policía le pide que acuda a una comisaría. ¿Cómo han dado con él? ¿De qué quieren hablarle?

Martín y Elisa terminan de leer sus cuadernos y se embarcan en la filmación del corto, inspirado por el relato de oribe sobre Celeste e Ignacio. Martín recibe un premio por el film, y gracias a eso también son invitados a un festival en Salta. Allí Elisa cree descubrir algo que revolucionaría totalmente la idea que Martín (y Oribe) tenían de Celeste. Un sorprendente final (que no desenlace).

El tema central de Dinero para fantasmas es nuestra identidad y los titánicos esfuerzos que entraña toda huida de ella. Oribe busca evaporarse pero, cuando ya cree haberlo conseguido, aparece en la recepción del hotelucho una orden policial para que se presente a declarar qué es lo que sabe de Ignacio y del viaje que éste hizo a Alemania, con un final aparentemente trágico. ¿Pero realmente fue ese el final?, se pregunta Elisa. ¿Vale la pena compartir lo que ella ha descubierto?

El título del libro hace referencia a la costumbre muy extendida en toda Asia de quemar billetes falsos en una ofrenda a los difuntos. Es Elisa la que al final de la historia quema un billete (auténtico) de dos pesos en el cuarto de baño del hotel mientras Martín duerme, y lo hace con el fin de alejar el pasado (a Oribe, pero también a los fantasmas de Celeste e Ignacio) de su presente, de su juventud. “«Somos jóvenes. […] El pasado no puede alcanzarnos.»

Si fuera tan fácil como quemar un billete, celebrar un ritual para que el pasado nunca nos hostigue…

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