13 abr 2015

Reseña: The Whole Story and other stories, de Ali Smith

Ali Smith, The Whole Story and other stories (Londres: Penguin, 2003). 178 páginas.

Hay libros que te dejan una enorme interrogante después de su lectura. Con unos, puede tratarse del consabido regusto amargo que te causa su patente mediocridad (“¿Quién tomó la decisión de publicar este bodrio?”). Con otros, la pregunta puede girar en torno a si un enfoque alternativo o someter al texto a una revisión severa mejoraría el libro de manera sustancial. Ninguno de los dos casos anteriores puede aplicarse a este volumen de relatos (el tercero de la novelista escocesa y el primero suyo que he leído).

La principal característica de los relatos de The Whole Story… es que no son cuentos en el sentido más tradicional y acostumbrado de la palabra. En todos ellos prima el artificio narrativo por encima del argumento, y el resultado es que su lectura pueda parecer a ratos una pizca cargante. Es decir, una vez establecida la idea generadora del relato, la autora parece preferir concentrarse en lo más abstracto y teórico de la creación ficcional en vez de desarrollar los personajes y crear una línea argumental plausible, que no implica necesariamente verosímil. El planteamiento es por tanto sumamente entretenido, incluso hilarante en ocasiones (por ejemplo, en el caso de ‘May’, una mujer se enamora perdidamente de un árbol, y lo hace hasta las últimas consecuencias, mientras que la reacción de su marido ante este inesperado enamoramiento es llevado también al extremo de lo insólito).

Teniendo en cuenta la fecha de publicación de este volumen (2003), cabría naturalmente apostillar que se trata de un conjunto harto original en las técnicas de construcción experimental del relato, riesgoso y aventurado en el tratamiento del aspecto argumental de una historia como algo si no accesorio, al menos secundario. Dudo que sean muchos los lectores que declaren sentirse plenamente satisfechos con la lectura de estos relatos de Smith. Doce años después, no resultan una lectura fácil, pese a que las ideas que los sostienen son en casi todos los casos originales, insólitas, brillantes.

Tomemos por ejemplo el primer relato, irónicamente titulado ‘The Universal Story’, en el que la intervención (casi me atrevería a denominarla una constante intromisión o intrusión) de la voz narradora es patente desde la primera oración:

Había una vez un hombre que moraba junto a un camposanto.
Bueno, vale, no era siempre un hombre, en este caso particular era una mujer. Había una mujer que moraba junto a un camposanto.
Aunque, a decir verdad, en realidad nadie usa esa palabra hoy en día. Todo el mundo dice cementerio. Y ya nadie dice moraba. En otras palabras:
Había una vez una mujer que vivía junto a un cementerio. Cada mañana al despertarse miraba por la ventana de detrás de la casa y veía…
De hecho, no es así. Había una vez una mujer que vivía junto – no, en – una librería de lance. Vivía en el piso de la primera planta y llevaba la librería que ocupaba todo la planta baja. (p. 1, mi traducción)  
El relato sigue progresando a fuerza de saltos, y pasa de la librera a una mosca que se posa en el lomo de un libro, un ejemplar de El gran Gatsby, para volver a la mosca y su historia vital y retomar luego la historia de ese ejemplar de la novela de Fitzgerald y cómo pasó de mano en mano hasta terminar en la librería, en la que un joven entraría una tarde y compraría no solamente ese ejemplar sino todos los ejemplares de la novela de que disponía la librera, para luego entregárselos a su hermana, artista experimental que construía barcos con materiales extraños que irremediablemente se hundían al poco de botarlos en el agua. El relato, pues, no tiene ni un auténtico principio ni un verdadero final, y diríase que ése es el elemento definitorio del ‘cuento’ (y por extensión, de todo el volumen) que parece querer resaltar Smith.

Que el viento le hinche las velas...

Otros relatos se configuran en torno al diálogo entre dos personajes (marido y mujer, preferentemente), que aportan sus puntos de vista en torno a un mismo argumento que no termina de desarrollarse ni alcanza un desenlace propiamente dicho. Es el caso del ya mencionado ‘May’; también ‘Being quick’, en el que una mujer cree tener un encuentro fortuito con la Muerte en una estación de trenes, y tras la parada forzosa del tren en el que regresaba a casa a causa de un accidente mortal en otra estación, decide regresar a casa siguiendo las vías del tren hasta que unos trabajadores la obligan a salir de la vía férrea. Y en 'Believe Me', este diálogo plantea la infidelidad confesada por un yo al que el interlocutor responde con una rocambolesca inversión de los términos que la primera confesión había establecido, explorando los límites de la confianza y la veracidad que se ponen a prueba en toda relación sentimental y forzando al lector a un posicionamiento frente a estos bosquejos de personaje: ¿es el yo hombre o mujer? ¿Y su interlocutor? ¿Qué tipo de relación percibe usted, lector, en esto que le propongo?

Otros relatos cuentan con tres voces (o personajes, si se prefiere) y sus correspondientes puntos de vista. ‘Paradise’ lo componen tres relatos de un mismo día contados por tres hermanas huérfanas en un pueblo cercano a Loch Ness. Kimberley McKinley es la gerente del turno de noche de la hamburguesería local cuando unos ingenuos chicos locales tapados con pasamontañas tratan de llevar a cabo un atraco. Gemma trabaja a bordo del barco que lleva a los turistas (“fuckers”, según la tripulación) por el loch, vendiendo paquetes de papas, refrescos y bebidas espirituosas cuando el bar está abierto. La más pequeña, Jasmine, se emborracha entre las tumbas del cementerio local. En un hogar sin padres, Kimberley es imperturbable y madura, Gemma esconde un carácter avinagrado detrás de una fachada servicial, mientras que Jasmine…es Jasmine. Es ciertamente un relato memorable.

Del resto de relatos de The Whole Story and other stories cabría destacar dos: ‘The Start of Things’, en el que Smith vuelve a adoptar el juego de las dos voces para contarnos una pelea conyugal que (aparentemente) termina en reconciliación cuando ambos se dan cuenta de que se han quedado fuera de la casa en medio de una fuerte nevada. Y 'The Heat of the Story', un curioso cuento de Navidad, en el que tres mujeres de distintas edades entran ebrias a la misa del gallo, arman un considerable escándalo y terminan en la calle contándose historias, expulsadas de la iglesia por el sacerdote.

Los demás relatos se titulan ‘Gothic’, ‘Erosive’, ‘The Book Club’, ‘Scottish Love Songs’ y ‘The Shortlist Season’, del que incluyo aquí un párrafo traducido.

Semilla de sicómoro Fotografía: Lofaesofa (Laurence Livermore)


Llevaba unas hojas enganchadas en la capucha del suéter. Se cayó algo. Cuando llegó al piso rebotó bastante alto e hizo un ruido sorprendentemente seco para ser algo tan pequeño, y lo recogí. Era una semilla de sicómoro, su única aleta estaba nervada como una especie de piel y le daba a la semilla un aspecto surrealista: una pequeña avellana voladora, un ala a la que le hubieran acoplado una cabeza encogida, un pez que era casi todo él aleta. Pero el dependiente de la galería detrás del mostrador de venta de postales me estaba observando con algo de interés, de modo que volví a poner la semilla en el interior del suéter junto con las hojas, lo doblé y me lo puse encima del brazo y escuché cortésmente cómo me decía que la entrada era gratuita, que los folletos sobre la exposición eran también gratuitos y que los catálogos ilustrados costaban £16,30. (p. 144-5)

5 abr 2015

Reseña: Los acasos, de Javier Pascual

Javier Pascual, Los acasos (Barcelona: Random House Mondadori, 2010). 251 páginas.

Puede que se trate de una coincidencia de fechas o no, pero el trasfondo histórico de esta novela del madrileño Javier Pascual ciertamente tiene mucho en común con la ocupación del continente australiano a partir de 1788 tras la llegada de la Primera Flota a Port Jackson. En Los acasos, Pascual narra los eventos que rodearon la guerra de fronteras al norte de México contra la nación apache y otros pueblos que durante siglos habían vivido más o menos tranquilamente en las tierras al norte del desierto de Sonora. En ambos casos, la ocupación por parte de tropas y colonos venidos de diferentes partes de Europa supuso prácticamente la exterminación de los pueblos oriundos de esas tierras.

El subgénero de la novela histórica entraña dificultades en cuanto a su ejecución exitosa. Por una parte, es necesario que el autor se sumerja durante largos periodos de tiempo en la documentación histórica que le vaya a permitir hacer verosímil e íntegra la versión de la historia que va a constituir el eje argumental de su narración. Por otro lado, debe dotar de vida a sus personajes para que no parezcan simples marionetas acartonadas sobre el papel. La buena noticia es que Pascual sale airoso respecto a ambos desafíos, especialmente en el primero, pero no siempre en el segundo.

La Sierra Madre en Arizpe. Fotografía de Edgar26c
Pascual escoge poner la veracidad de lo contado por el narrador principal (interpone otra voz narradora desde un principio, la cual nos avisa de la posible falta de veracidad de lo que cuenta Moisés Mújica en sus legajos). Esto constituye una pirueta ficcional con muchos riesgos, pero al autor le reporta muy buenos dividendos.

La introducción a la memorias de Moisés Mújica la realiza un narrador anónimo, escribano al servicio del ejército colonial, el cual nos informa de la muerte de aquél, “último hombre que pudo ver vivo al apache Chirlo” (p. 9), y de la obligación que tiene de preparar un documento que denomina “Escritura Funeral” con los legajos atribuidos a Mújica para enviárselos a su familia en Cádiz. Más adelante, surgen enormes sospechas en torno a la autenticidad de ese documento porque le es devuelto por la madre de la familia como “falso testimonio de un falso hijo” (p. 10).

Apaches en atuendo guerrero: Fotografía de Timothy O'Sullivan (1840-1882)
El tema de la historia narrada por Mújica es la guerra del imperio español (ya muy próximo su final al otro lado del Atlántico) contra los apaches que vivían en una vasta zona al norte de Chihuahua, en lo que hoy en día es Nuevo México y Arizona. La visión de Mújica es descarnada: sus confesiones (dirigidas a su supuesta hermana Flora, a la que añora muchísimo) retratan un cuerpo militar brutal y despiadado, cuyos integrantes son presa de una codicia inagotable y que ven a los apaches como meras alimañas a las que deben exterminar. Y a fe mía, que lo hicieron. Mújica da detalles de las muchas matanzas causadas en uno y otro bando en una guerra de frontera que con el paso de los meses y los años es poco más que simple rutina para él.

Presidio de San Agustin del Tucson, reconstruido en la actualidad. Fue edificado originalmente por los soldados españoles en 1775, y delimitaba la frontera septentrional del imperio. Fotografía de Darkwind.
Pero las cosas cambian cuando cae prisionero de los apaches, con quienes vive un largo periodo de tiempo. El alférez Mújica sobrevive con fortuna – y especialmente por la intervención del jenízaro Asén Bayé, apache criado con los españoles tras quedar huérfano. Mújica, que – según confiesa a su hermana – nunca ha sentido una verdadera vocación militar, aprende a vivir entre los apaches y sobrevive en gran parte gracias a una mujer repudiada por su marido por infidelidad (la marca del repudio es el corte del apéndice nasal). Tras un par de intentos de huida infructuosos, logra evadirse del yugo apache tras matar a un viejo guerrero que le había tomado algo de cariño.

El relato de Mújica trata de situarse en una difícil imparcialidad. Si el apache es descrito como un pueblo guerrero asentado en tradiciones que hoy en día no podríamos sino calificar de brutales y regresivas, los españoles no les van a la zaga: soldados de fortuna, hombres despiadados instruidos para llevar a cabo el expolio de tierras extranjeras con las malas artes de la barbarie, siempre justificadas por una falaz superioridad racial y el beneplácito de la consabida jerarquía religiosa que todo lo disculpa.

Las reflexiones de Mújica son francamente interesantes por lo contemporáneas que resultan: “una mala paz siempre será preferible a una buena guerra” (p. 134). El profundo conocimiento de los apaches le permite adentrarse en su filosofía de la vida: “a nosotros [los españoles] nos toca escribir la Historia que nos conviene, y a ellos [los apaches] les corresponde sufrir la que en verdad les toca y nadie más que ellos conoce ni conocerá porque no saben ni quieren escribir y porque desconocen la existencia de esa fabricación del hombre que llamamos Historia.” (p. 146) Sustituye “españoles” por “ingleses” y “apaches” por “indígenas australianos” y el paralelismo es harto evidente.

La entrada a Arizona desde Nuevo México. Creo que el cartel no va dirigido a los emigrantes del sur de la frontera. Fotografía de Wing-Chi Poon.

La duda sobre la veracidad del relato de Mújica es una estrategia que busca relativizar y ficcionalizar aún más si cabe el ejercicio de balance histórico que lleva a cabo Pascual. El novelista madrileño hizo un ingente esfuerzo por ambientar el relato del alférez en su época de tal forma que sea creíble. Términos más bien oscuros como jenízaro, pujacante, onagro, tártago o mimbreño, entre otros, junto con una sintaxis decimonónica y arcaizante, contribuyen a crear una voz para Mújica. No me resultó tan verosímil, en cambio, el pliego atribuido al apache Asén Bayé como “Memoria de Méritos” (p. 187-230). Resulta asimismo un poco chocante que el relato del mismo Mújica pase del pretérito (predominante al comienzo del libro) a hacerse en presente cuando Mújica da cuenta de su desastrosa expedición en pos de unos desertores que termina en su cautiverio en poder de los apaches. Son pequeños detalles que no restan méritos a lo que es, en su conjunto, un buen libro.

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