21 ene 2016

Reseña: Painting Death, de Tim Parks

Tim Parks, Painting Death (Londres: Harvill Secker, 2014). 346 páginas.

Quizás con este libro debería haberse incluido un pequeño catálogo de las pinturas a las que se hace referencia en sus casi 350 páginas. Aunque los comentarios sobre los cuadros son excelentes, es casi obligatorio mirar las imágenes para hacerse una idea más completa y exacta de qué entraña cada una de ellas.

El inglés Morris A. Duckworth (las iniciales no son una coincidencia gratuita) es residente de Verona (como el autor, quien dedica la novela a los veroneses). Casado con la heredera de una pudiente familia de la muy católica burguesía de la ciudad, ha logrado hacerse un hueco entre la clase alta. Justo cuando le llega el honor de ser nombrado hijo adoptivo y predilecto de la hermosa municipalidad del norte de Italia decide embarcarse en un aparentemente descabellado proyecto: una grandiosa exposición de arte que recorra la extraña obsesión de los artistas con el asesinato. Pintar la muerte, como dice el título.

Lo curioso es que Duckworth ha hecho del asesinato una de las bellas artes. A lo largo de los años se ha pulido a las dos hermanas de su esposa Antonella, al exmarido de ésta, al chófer y al pintor al que le encargaba copias de valiosísimos cuadros que luego suplantaba con las imitaciones, amén de alguna que otra víctima más. Una joyita, vamos.

Todo en esta novela es engañoso, hasta la misma novela. Al comienzo de la trama, Duckworth parece llevar las riendas de su vida con soltura, pero cuando la policía arresta por conducta violenta a su hijo, seguidor incondicional del Hellas Verona (que ocupa por estas fechas el último peldaño de la clasificación de la Serie A), comienzan a torcérsele las cosas. Y en cierto modo, también se le tuercen, por desgracia, al autor.

Lo que comienza como una cómica novela negra, con una trama de thriller y un cáustico trasfondo de crítica a la omnipresente corrupción de la Italia de Berlusconi se convierte poco a poco en una enrevesada farsa, en un embrollo inconsecuente con un desenlace previsible, personalmente muy poco satisfactorio.

Por el camino quedarán tres muertos, diversas componendas y variados chanchullos que implican al clero, la policía, a políticos locales y a diplomáticos libios. La masonería hace acto de presencia con sus anacrónicos rituales iniciáticos. Y en todo este pastel, Duckworth, acusado del primero de esos tres asesinatos, mantiene esperpénticas conversaciones con los fantasmas de sus víctimas.

En suma, una gran decepción, considerando que la otra novela suya que había leído, Destiny, me dejó un excelente sabor de boca. Aunque Parks escriba en una prosa briosa que rebosa sátira e ingenio (se incluye a sí mismo en la novela bajo el nombre de Tim Parkes como el socorrido escritor local a quien le piden en última instancia que escriba los comentarios para el catálogo de la exposición), el resultado final parece un tanto desquiciado.

Para compensar, aquí te dejo tres imágenes de esa ficticia exposición, incluidos los pies de foto que Morris escribe en su “cautiverio” mientras espera la fecha para la vista de su juicio.

Tiziano, Caino e Abele.
“Los primeros hombres, el primer asesinato. […] No todos pueden complacer a Dios, y es bien difícil cuando tu hermano se convierte en el favorito del Todopoderoso. ¡Mátalo! Ticiano añade un cielo de tormenta y nos ofrece la acción desde un ángulo inferior. Sangriento y brutal, pero estéticamente emocionante, Ahora Dios puede desterrar a Caín, el mundo cuenta ya con su primer refugiado y la Historia se ha puesto en marcha.” (p. 304, mi traducción) 
Artemisia Gentileschi, Giuditta decapita Oloferne.
“¡Vestida para decapitar! Tenemos aquí dos armas: la belleza femenina y la espada. Maquillada y con vistosas alhajas, Judith embiste con la bendición de Dios. Holofernes se lo merece porque quiere destruir a los Hijos de Israel y seducir a una pobre mujer. Violada en su juventud, Artemisia Gentileschi pintó este asesinato una y otra vez con cada vez mayor deleite. A todos nos gusta una señora que mata por una buena causa.” (p. 304, mi traducción)
Walter Sickert, What Shall We Do for the Rent? 
"¡Misterio! – así debía comenzar – El Destripador se sienta junto a su víctima desnuda, la cabeza gacha, su cara y su identidad ocultas, un hombre derrotado por su propia libido enferma. La mujer no es hermosa, salvo en la muerte pintada. Si durante breve tiempo el propio Sickert fue sospechoso de asesinato, es porque todos sentimos el vínculo entre los impulsos artísticos y criminales. Ambos reducen a la mujer a un objeto inerte.” (p. 304, mi traducción)

14 ene 2016

Reseña: J, de Howard Jacobson

Howard Jacobson, J (Londres: Jonathan Cape, 2014). 327 páginas.
Comencemos por la cubierta de esta novela: la letra J aparece “cortada” por dos bandas (en las que se puede leer el nombre del autor), al igual que lo hace en muchas de las páginas de esta oscura sátira distópica del escritor inglés de ascendencia judía. Siguiendo la costumbre que le inculcaron sus padres, Kevern Cohen, uno de los dos personajes principales, siempre pronuncia temerosamente la letra J cruzando dos dedos por delante de los labios.

La escena es deliberadamente vaga e imprecisa. Parece ser la Inglaterra de la segunda mitad del presente siglo. El país, del cual nadie puede salir y al cual nadie de afuera puede entrar, parece haberse sobrepuesto a un suceso de enorme magnitud y cierto cariz apocalíptico. Los ciudadanos únicamente se refieren a ello con una enigmática frase, pero cargada de ironía: “WHAT HAPPENED, IF IT HAPPENED” [LO QUE SUCEDIÓ, SI ES QUE LLEGÓ A SUCEDER]. Todos han sido reeducados para pedir perdón por lo ocurrido hace décadas, aproximadamente en la segunda década del siglo en que vivimos. ¿No tiene sentido? Solo aparentemente.

Una de las muchas curiosidades de esa reeducación es el hecho de que toda la población haya adoptado apellidos judíos. La uniformidad es la norma: géneros musicales que estimulan la improvisación (como el jazz) no están bien vistos, si bien no están prohibidos. La conservación de objetos del pasado (las reliquias de familia) sí pueden ser objeto de denuncia. ¡Mucho cuidado con guardar los diarios o los discos de tus abuelos!

La atmósfera no es tan orwelliana como parece. La paz es algo impuesto, pero la violencia está siempre latente en el pequeño poblado pesquero de Port Reuben. Kevern es un muchacho local, al que todos tienen por un bicho raro. Hasta un lugar cercano llamado Valle del Paraíso llega la joven Ailínn. Ambos comparten el hecho de tener un pasado oscuro: si Kevern ha heredado extraños hábitos cuando no un claro trastorno obsesivo-compulsivo, Ailínn es también huérfana y está convencida de que alguien la espía y la controla. En un momento que ninguno de los dos olvidará, un desconocido los pone en contacto. ¿Paranoia? Ni hablar.

Con esa historia de amor como divertido telón de fondo, Jacobson propone una probablemente intolerable sociedad que ha diluido el lenguaje y se ha reconstruido sobre la base de una disculpa por algo que sucedió pero que nunca se explica del todo, “si es que llegó a suceder”. En J Dicen más las elisiones que las palabras expresadas, aunque Jacobson nos deja algunas joyas como el hecho de que los locales llamen a los foráneos “aphids” [áfidos o pulgones].

Si a la historia de esa pareja de jóvenes que resultan manipulados añadimos un macabro y repugnante detective (Gutkind) que investiga la extraña y nunca resuelta sub-trama de un triple asesinato en Port Reuben, la presencia de Esme (que parece tirar de los hilos en todo lo que concierne a Ailínn) y que es la representante de la agencia gubernamental Ofnow (dedicada a evaluar la psiquis colectiva, sus eslóganes no tienen desperdicio: "the overexamined life is not worth living" [no vale la pena vivir una vida examinada en exceso] o "yesterday is a lesson we can learn only by looking to tomorrow" [el ayer es una lección que solamente podemos aprender mirando al futuro]) y algunos capítulos del diario de un excéntrico Profesor de las Artes Benignas escritos en primera persona, la mescolanza podría dar la impresión de ser un poco rebuscada. No es así. Es cierto que esta es una novela atípica, y aunque cueste meterse en ella, en mi opinión vale la pena.

¿Sería posible un nuevo holocausto en la actual Inglaterra, o en otro lugar de Europa, por decir lo indecible? También en Submission Houellebecq planteaba una imparable huida de judíos de Francia en un escenario futuro más implausible que otra cosa. Lo que no elimina la terrible posibilidad de purgas étnicas o pogromos en otras partes, ante la encrucijada en que se encuentra el mal llamado viejo continente.

J es una novela sutilmente provocadora en torno a lo que motiva el odio en el corazón de los seres humanos. Plantea preguntas francamente incontestables acerca de lo que significa la identidad, en un trasfondo de fuerte crítica a la sociedad del ciego y estúpido consumismo de la cultura pop al que nos hemos abocado en nombre de un progreso muy mal entendido. La imprecisión y la indeterminación con que Jacobson retrata ese futuro contribuyen a darle un sabor siniestro y temible.

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