18 dic 2014

Reseña: Destiny, de Tim Parks

Tim Parks, Destiny (Londres: Secker & Warburg, 1999). 249 páginas.

Pocas veces me he encontrado con una novela que, a medida que la he ido leyendo, me ha atraído más por su forma que por su contenido. Hay por supuesto obras narrativas para todos los gustos, e incluso podría argüirse que la mayoría tienen algo que puede resultar defendible. El caso es que de esta novela del británico Tim Parks (la primera suya que leo) me atrajo la forma en la que está escrita: apenas había leído unas veinte páginas y ya me había formado, si no una opinión, un esbozo de opinión: Destiny me estaba transmitiendo una buena onda.

Y no es que el argumento sea muy placentero que digamos: Burton, un periodista inglés está en un hotel de la carísima capital del Reino Unido cuando recibe una llamada de teléfono de Italia. Su hijo Marco, enfermo de esquizofrenia, se ha suicidado, le dicen. Su esposa italiana está en la habitación arreglándose, pero cuando la ve después de recibir la noticia no le explica las circunstancias de la muerte de su hijo. Su primera reacción, nos confiesa sorprendido, es la clarividente toma de conciencia de que esa muerte debe suponer indefectiblemente el final de su matrimonio de treinta años. El periodista se encuentra en la fase final de la escritura de un libro, “un monumento” que consagrará su carrera profesional, que indaga en el carácter de las naciones y en la noción de cumplir un destino en las personas que enarbolan el liderazgo de un país. Para completar el libro solamente le falta una entrevista a (por entonces ya retirado de la política) Giulio Andreotti.

Destiny es la narración en primera persona de las siguientes 48 horas: el caótico viaje de regreso a Italia, la visita al depósito de cadáveres donde su esposa le exige que no la acompañe al interior de la cámara mortuoria, una noche en blanco en la casa de la hermana de Marco (adoptada en Ucrania cuando era una niña), los breves minutos que puede por fin pasar con el cadáver de su hijo, el viaje en tren nocturno desde Turín a Roma interrumpido por una crisis urológica que podría haberle costado la vida, la entrevista a Andreotti, y finalmente la visita al panteón familiar de los de Amicis, donde yace enterrado Marco.

El gran acierto de Parks (y es precisamente esto lo que me atrajo durante la lectura inicial de Destiny) es la voz en primera persona del periodista, cuyo nombre de pila, Chris, – así como el de su esposa, Mara – no conoceremos hasta bien avanzada la narración. Destiny es un larguísimo monólogo interior, en el que Burton repasa su vida en Italia de manera fragmentada y caótica. El ritmo narrativo es imparable, en un vaivén constante entre recuerdos, reflexiones, obsesiones, conclusiones que se repiten una y otra vez. El monólogo está impregnado de detalles, que en cierto modo parecen ser irrelevantes o incluso ridículos, un auténtico staccato que asocia ideas dispares y repite frases y detalles.

Parks crea con maestría el ritmo con el que afloran los pensamientos en la mente de un padre que ha perdido a su hijo. 48 horas en las que Burton, presa del agotamiento y de la enfermedad, enfrenta el trauma y la pérdida con las armas de las que dispone: las palabras. Un torrente imparable de palabras, de recriminaciones, de confesiones, en el que la mente salta de una a otra idea sin ton ni son. Es así, y no de otra manera, como las personas reaccionamos en una situación extrema como la que Burton enfrenta. Lo digo por propia experiencia. La sesuda reflexión posterior sobre el duelo (que no forma parte de Destiny) es mucho más tardía, menos precipitada; el escritor que aborda este tema lo acomoda en una sintaxis de líneas largas, de más amplios esquemas semánticos. En una reacción más inmediata, la lengua del que ha perdido al ser querido le aparta de la realidad, recurriendo a la fragmentación, a la necesaria distracción.

A Parks lo sigo desde hace un par de años en el blog que mantiene en The New York Review of Books, donde escribe con sobrada perspicacia sobre traducción, escritura y lectura, sobre literatura, arte e Italia. Esta es la primera novela suya que leo, y desde luego no será la última. 

Destiny fue publicada por Tusquets en castellano en 2003 con el título Destino, traducido por Daniel Aguirre Oteiza.

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