5 mar 2016

Reseña: The Flamethrowers, de Rachel Kushner

Rachel Kushner, The Flamethrowers (Nueva York: Scribner, 2013). 384 páginas.
Tenemos un piano en casa, en el que mi mujer toca algún que otro vals y otras piezas de tono más bien melancólico, que es el que nos va. Hace unas semanas busqué en internet la partitura de ‘Perfect Day’ para que la interprete y así me alegre un poquito la tarde, incluso aunque a ella le resulte bastante difícil y se atasque a veces. Esto viene a cuento de que en la página 268 de The Flamethrowers, Kushner menciona este temazo de Lou Reed como la música que emite la radio clandestina tras un comunicado desde la casa a la que ha llegado la protagonista en compañía de Gianni, tras la traición de su novio Sandro. Puedes ponerte la música como acompañamiento, si es que te decides a invertir un par de minutos de tu tiempo en seguir leyendo.


Las desmedidas alabanzas que recibió esta novela (la segunda de Kushner; Telex from Cuba, la primera, todavía no ha caído entre mis manos) son precisamente eso: desmedidas. Es ciertamente una narración inusual, bastante disimilar de lo acostumbrado en los EE.UU., pero para mi gusto está una pizca deslavazada en el arranque. Me costó horrores conectar con la novela (no con la trama, que no es en absoluto enrevesada).

Una joven de Nevada (Reno funciona como apodo de la protagonista) con aspiraciones artísticas se traslada a Nueva York. El verdadero arte, nos dice, entraña riesgos. Hacer amigos en la Gran Manzana no es tan fácil, y Reno aprovecha la más mínima oportunidad para acercarse a los círculos y grupos de artistas más en boga. Entre ellos está un italiano casi dos décadas mayor que ella, un tal Sandro Valera, rico heredero de una ficticia famiglia propietaria de una enorme fábrica de neumáticos y motocicletas. Sandro le consigue una moto a Reno para que pueda correr en las salinas de Bonneville y luego fotografiar los dibujos que deje la moto en la blanquísima superficie de las salinas. ¿Arte terrestre?

Las planicies salinas de Bonneville. Fotografía de Famartin.
Reno tiene un fuerte accidente en Nevada del que sale mayormente indemne. Destroza la moto, pero el equipo Valera le ofrece la oportunidad de batir el record de velocidad femenino con el coche de Didi, el piloto profesional. Meses después surge la posibilidad de viajar a Italia para promocionar el coche y la marca Valera, y allí que se va Reno con Sandro. La recepción por parte de la familia Valera es más bien fría cuando no abiertamente grosera. Cuando por pura casualidad descubre que Sandro no quiere evitar ser el estereotípico machito italiano infiel, Reno huye a Roma en compañía de uno de los empleados de la familia, Gianni. En Roma se une a un grupo activista y participa en las marchas de protesta anticapitalista, pero en las consabidas carreras huyendo de los antidisturbios pierde su cámara, y todo propósito que pudiera haber tenido el viaje a Italia se desvanece. ¿Qué busca Reno? Posiblemente ni ella misma lo sepa.

Kushner combina lo histórico con lo inventado. La firma Valera bien podría estar inspirada en la famosísima Laverda, una marca histórica prácticamente desaparecida pero que recuerdan muy bien nostálgicos moteros como mi amigo Glenn, propietario de una moto Guzzi. El armazón histórico le permite a Kushner dotar su ficción de verosimilitud y un sabor a autenticidad. Así, el primer capítulo nos lleva al frente de la I Guerra Mundial, donde el patriarca Valera mata a un soldado alemán con el faro de una motocicleta.

¿650 cc de puro fuego? Or a coffin on wheels? Fotografía de Mike Schinkel. 
La trama está sólidamente apuntalada con unos personajes secundarios a cada cual más curioso. La mayoría dan muchísimo juego y generalmente (no siempre) ayudan a mantener el ritmo de la novela. Por ejemplo, Giddle, la camarera amiga de Reno, que aun albergando aspiraciones artísticas busca deliberadamente el anonimato, la insignificancia. O el artista amigo de Sandro, Ronnie Fontaine, quizás el más enigmático, con quien Reno pasa una noche de tragos y locuras en la compañía de otra pareja. O el siniestro Burdmoore Model, que fue líder de los Motherfuckers, un grupo anarquista, justiciero y criminal de Nueva York, en compañía de un cubano que se hacía llamar Fah-Q. Muchos de los personajes tienen alguna historia que contar: algunas son mejores que otras, pero llenan en todo caso las páginas. En todos los escenarios, presente aunque a un tiempo algo apartada de todo, está Reno. Es una narradora bastante pasiva: guarda un irónico silencio en las cenas en las que los artistas fanfarronean e interpretan la conocida bufonada que caracteriza a muchos de ellos en público.

Y la verdad es que tampoco en Italia se suelta Reno, pese a que asegura hablar el idioma con cierta fluidez. Más bien se limita a escuchar y tragar los dardos envenenados e insultos del hermano de Sandro, Roberto Valera, y de Mamma Varela. En ese sentido, pareciera ser más antiheroína que figura fundamental de la novela.

En mi opinión, The Flamethrowers busca abarcar mucho más de lo que puede controlar con solidez: las referencias históricas a la Gran Guerra, el futurismo italiano, el fascismo de Mussolini, la esclavitud encubierta de los indígenas en las explotaciones caucheras en el Brasil de la posguerra, las revueltas de la Italia de los 70 y la guerrilla urbana de las Brigatti Rossi, la misoginia más descarnada, la escena artística en los tiempos de Warhol y Ginsberg. Una mezcolanza informe, un batido de ideas políticas, artísticas y socioculturales sin que nadie le aplique el necesario control. Son demasiadas las nueces que se juntan para producir un extraño ruido, por muy elegante y bien escrito que esté (que lo está: Kushner tiene el don de la palabra justa, y produce evocativos pasajes rebosantes de lirismo). 

The Flamethrowers se publicó en castellano en 2014 en Galaxia Gutenberg, bajo el título de Los lanzallamas, en traducción de Amelia Pérez de Villar.

22 feb 2016

Reseña: Flying-Fox in a Freedom Tree, de Albert Wendt

Albert Wendt, Flying-Fox in a Freedom Tree (Honolulu: University of Hawai'i Press, 1999 [1974]). 149 páginas.
Decir que la narrativa de las islas del Pacífico es una gran desconocida para el público lector (no me refiero solamente al público lector en lengua castellana, o en lengua catalana, sino al público lector en general, incluido el público lector en lengua inglesa) no debe ser ninguna novedad para nadie. Es cierto que se trata de literaturas de aparición relativamente reciente, surgidas dentro de, o como respuesta a, un proceso de descolonización en lugares en los que existía una cultura meramente oral, con una tradición narrativa local singular basada en la transmisión oral de generación a generación.

Como en los demás archipiélagos del Pacífico, en el caso de Samoa, fue en gran medida la llegada de los misioneros en el siglo XIX lo que transmutó esa cultura para siempre. No hay, lamentablemente, posibilidad de una vuelta atrás en un mundo globalizado en el que la transmisión de objetos culturales es prácticamente instantánea. Albert Wendt (Apia, 1939) es sin lugar a dudas el máximo exponente de la literatura samoana.

Este volumen de cuentos se publicó por primera vez en 1974. Consta de 9 narraciones, algunas muy breves (‘A Descendant of the Mountain’ o ‘Virgin-Wise’, por ejemplo, apenas superan las cuatro páginas). Wendt emplea una variedad de técnicas: historias narradas tanto en tercera (‘The como en primera persona (‘Captain Full – the Strongest Man Alive who Allthing Strong Men got’, ‘Pint-size Devil on a Thoroughbred’ son dos estupendos ejemplos del peculiar estilo con que Wendt perfila a narradores locales poco fidedignos, en un inglés nada ortodoxo; así comienza ‘Captain Full’: “Mine neighbourhood I to you must tell about. It lie like old woman who got no teeth between Catholic Church and Police Station.” (p. 21)).

El escenario de estos cuentos es la Samoa antes de su independencia, cuando todavía era un protectorado de Nueva Zelanda. Muchos de los personajes en estos cuentos buscan conformar una identidad que conjugue la cultura pre-colonial frente a las inexorables presiones del extranjero y sus sistemas de gobierno, de educación y de la administración de justicia.

Quizás sea el cuento que da título al libro el que más elocuentemente describa ese conflicto. El narrador de ‘Flying-Fox in a Freedom Tree’, Pepesa (Pepe), cuenta su historia desde el lecho de muerte en el hospital de Motootua, en Apia. Aparte de su historia de enfrentamiento al poder establecido, que encarnan su padre Tauilopepe y los papalagi (la palabra samoana que designa a los blancos extranjeros), Pepe nos habla acerca de su amistad con el verdadero protagonista de la historia es un enano samoano llamado Tagata. Pese a ser de muy baja estatura físicamente, Tagata asume la responsabilidad de decidir su destino.

Pepe llega a Apia desde un pequeño pueblo en la costa oriental de Upolu, Sapepe, para integrarse en el sistema educativo colonial. Es en realidad carne de cañón para la ambición de su padre. Cuando entabla amistad con Tagata, se inicia un pacto de hermandad que será más fuerte y duradero que la relación de Pepe con sus padres.

Una noche, Pepe y Tagata organizan un robo en la tienda de Tauilopepe. Recaban la ayuda de una pandilla de muchachos para incendiar una iglesia en la otra punta de Apia y así distraer a la policía. Pero un vigilante reconoce a Pepe. Cuando la policía se presenta en su casa, y ante la sorpresa y la incredulidad de sus padres, Pepe reconoce ser el ladrón, pero no admite haber recibido la ayuda de ningún cómplice. En el juicio, Pepe lleva su propia defensa hasta una posición casi absurda. Este relato del juicio es, para mí, uno de los mejores pasajes del libro, y tiene una amplia significación: pese a ser condenado a cuatro años de trabajos forzados, Pepe termina dejando en ridículo al juez. Primero, en un sagaz desplazamiento de categoría gramatical, el Juez pasa a ser una simple voz o unos ropajes de color negro, y el narrador se refiere a Su Señoría con el pronombre neutro “It”. Aunque es evidente que Pepe no pudo haber cometido todas las fechorías él solo, el Juez le condena por su negativa a aceptar la autoridad de la religión cristiana que el poder colonial le impone. Al terminar el juicio, el Juez se da de bruces contra el piso y queda en evidencia: “El Vestido Negro se pone en pie. Nos ponemos en pie y esperamos a que Eso deje el trono. Por los peldaños viene bajando Eso. De repente Eso tropieza y cae de rodillas, y se le cae la peluca de la cabeza. Pelo negro humano. El Vestido Negro es humano después de todo, desnudo sin su peluca de poder. Se me queda mirando, agarra la peluca, se la pone y sale corriendo por la puerta, con mi sonrisa persiguiéndole.” (p. 132, mi traducción)

El libro lo completan los cuentos ‘A Resurrection’, un dramático relato sobre un joven que se niega a cumplir con la tradición cultural local que le obliga a matar a quien ha seducido a su hermana, ‘Declaration of Independence’, una narración de misterio, en la que un pequeño funcionario samoano es muerto de un disparo en la cabeza por su esposa en el momento de salir de la ducha, ‘The Cross of Soot’, que tiene como protagonista a un niño que vive en las inmediaciones de la infame prisión de Tafaigata, en las afueras de Apia, y ‘The Coming of the Whiteman’, un relato que sigue la triste vida de Peilua, que regresó a Apia desde Nueva Zelanda después de fracasar – según dicen los rumores – en sus estudios allí, y termina siendo el blanco del escarnio de los vecinos cuando le roban sus ropas de palagi.

Lava
“…’Este mundo que la gente cree querer tanto es solamente cierto en las películas porque la gente hace películas, ¿me entiendes?’, me dice Tagata. Yo niego con la cabeza. ‘Bueno, pues déjame que te lo explique de esta manera’, prosigue.  ‘¿Has visto los campos de lava de Savaii?’ Vuelvo a negar con la cabeza. ‘Hace dos años fui allí con algunos amigos. Atraviesas la selva durante millas y millas, y tantos pueblecitos donde la gente ha arruinado la belleza, y luego … Y luego ahí está eso. Uno tiene la sensación de que por fin estás justo ahí, ¿me entiendes? Como si estás ahí donde se encuentra la paz, donde todos los pequeños lugares sucios, las mentiras y monumentos a nosotros mismos que construimos no significan nada porque la lava no puede ser otra cosa que lava. ¿Me entiendes?’ Se para un instante y me mira. ‘La lava se extiende por millas hasta entrar en el mar. No hay otra cosa. Solamente un silencio negro, puede que como la luna. ¿Te acuerdas de esa película que viste con nosotros hace unos años? Pues se parece a eso, como la superficie de la luna en esa película. Una inundación de lava por todas partes. Pero en algunos sitios ves plantitas que crecen en las grietas de la lava, como historias divertidas que se abren camino en tu mente rocosa. ¿Me entiendes? Tuve la sensación de que llevo buscando eso toda mi desgraciada vida. Chico, por una vez me hizo ver las cosas tan claras. Que ser un enano o un gigante o un santo no significa nada.’ A Tagata le brillan mucho los ojos. ‘Que todos somos iguales en el silencio, en la nada, en la lava. No quería marcharme de los campos de lava, pero…pero es que uno no puede quedarse allí por siempre, porque se morirá de sed y de hambre si se queda. No hay agua, ni comida, solamente lava. Todo es lava.’” (p.132, mi traducción)
Campos de lava en Savaii. Fotografía de www.traveladventures.org

Wendt acierta plenamente en su mordaz crítica del sistema colonial, cuyas escuelas e iglesias son las dos aristas de un freno cultural y moral insoslayable. Casi sesenta años después, Samoa, un país que visito con cierta regularidad, continúa en gran medida anclada en la penuria y la ignorancia, frenada por la corrupción; es una sociedad donde las iglesias cristianas de todas las denominaciones abusan de la extracción de los magros recursos financieros de unos habitantes inmersos en un ciclo de pobreza del cual es muy difícil salir.

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