3 oct 2017

Reseña novienvre, de Luis Rodríguez

Luis Rodríguez, novienvre (Barcelona: Tropo, 2016). 170 páginas.
¿Qué cabe esperar de un libro cuyo título supone toda una declaración de intenciones transgresoras? La errata de novienvre es deliberada, pero no parece ser una señal en dirección a nada en particular dentro de esta paradójica novela de Luis Rodríguez, cántabro radicado en Benicàssim que hasta la fecha (que yo sepa) ha publicado tres novelas.

La historia de novienvre está narrada en primera persona, pero Rodríguez no hace ninguna concesión al lector convencional. Más bien es lo contrario. Diríase que el autor disfruta abriendo amplias lagunas temporales en la historia, que no tiene ninguna intención de revisitar o aclarar. El protagonista se llama Luis Rodríguez, como el autor. Cuando acude a Torrelavega con su madre para una revisión médica, le extraña oír su nombre pronunciado en voz alta en una ciudad donde nadie le conoce.

En el pueblo montañés donde nace y crece Luis, las jerarquías son las evidentes y palmarias: se articulan por medio de las bofetadas que reparten a diestro y siniestro el maestro de la escuela o el sargento de la Guardia Civil, según corresponda. Hay otros niños y niñas, con quienes Luis se lleva mejor o peor. Pero un día aparece un muchacho al que nadie conoce, y que es bien distinto del resto: se llama Genaro.

La dinámica social de los niños del pueblo cambia tras la llegada de Genaro. Construyen un caseto en el monte: “Recibimos pocas visitas. […] Nadie nos roba ni nos lo tira; le tienen miedo a Genaro” (p. 28) Luis rememora su infancia a través de breves episodios: no son vivencias extraordinarias ni singulares, son momentos inconfundibles de una infancia repleta de ese tipo de aventuras normales (o quizás no tanto) en cualquier muchacho criado en la parte final de la dictadura franquista: el primer contacto con la muerte; el descubrimiento del sexo; el primer cigarrillo; la confesión de una espantosa traición por parte de un hombre del pueblo.

Llegado el momento, Luis debe irse del pueblo para proseguir con sus estudios. Logra una beca para estudiar banca en una academia de Calatayud. Cambia de escenario, pero no se zafa de las relaciones jerárquicas que marcan territorios y derechos. Acude a Madrid a las pruebas de selección y le dan trabajo en un banco, donde al poco tiempo empezará a hacer pequeñas sisas. Descontento, inconforme y desconectado de la capital, deja el trabajo y regresa a Santander.

"Compro un ciclomotor de segunda mano. Me sirve para constatar una reacción mental curiosa: hay cosas que mi cerebro no asimila. No consigo aislarlo, descubrir qué lo motiva. Circulo por Madrid: paro si paran los vehículos y salgo cuando los demás. Para mí, los semáforos son jeroglíficos. Lo de la moto dura poco; un día, en La Castellana, se me sale la cadena, aparco en la acera y me voy andando." (p. 58). Fotografía de Alex Proimos.
La vida del Luis Rodríguez que nos cuenta Luis Rodríguez es la andanza vital de un hombre que nunca termina de adaptarse a la sociedad en la que ha tocado vivir. Si hace cosas tan absurdas como hacerse unas fotos tamaño carné y poco después presentarse como policía de paisano a una señora en la calle y mostrarle una para preguntarle si lo ha visto, es porque su explicación del mundo choca diametralmente con la realidad.

Hacia el final de la historia, reaparece Genaro como una presencia en las sombras. El desenlace es sorprendente, y muy acorde con la concepción de la narrativa que propone el autor. Es una narración fragmentaria, repleta de enormes huecos y lagunas que invitan u obligan al lector a concebir rellenos y sacar conclusiones.

Mención aparte merece el tercer capítulo: se trata de un catálogo de títulos esparcidos verticalmente sobre el papel. Un listado de lecturas de formación, de una sucinta manera de contar el paso de la adolescencia a la juventud y la madurez. Personalmente, no obstante, no lo encontré demasiado atractivo ni interesante en su presentación. Se infrautiliza el espacio que ofrece la página, y estéticamente no aporta nada.

novienvre no deja de ser una curiosa incógnita, una rara e infrecuente propuesta entre la mayoritariamente acomodaticia narrativa española actual; el autor presenta curiosos retos para el lector. Merecerá la pena seguirle la pista a este escritor en los próximos años.

1 oct 2017

Reseña: Liver, de Will Self

Will Self, Liver (Londres: Penguin, 2008). 276 páginas.
Uno de los platos que solía comer de pequeño, cuando allá por la década de los 70 la crisis económica cambió las dietas de muchas familias, eran buenos filetes de hígado de ternera. Nos decían que era rico en hierro y vitaminas, y que nos ayudaba a crecer. Ciertamente, con ajo y perejil, a la plancha con un buen aceite de oliva no resultaba desagradable.

El hígado es el órgano que da título a este cuarteto de nouvelles de Self. La primera es Foie Humaine, foie-gras humano, y se desarrolla casi en su totalidad en el Plantation Club de Soho, el cual parece a ratos una versión actualizada del Sealink Club, escenario de una obra anterior de Will Self, The Sweet Smell of Psychosis. A los clientes habituales del Plantation Club los vamos a conocer por sus motes, que son de lo más soez y variopinto: el Marciano, el Extra, el Coño y el Maricón, entre otros. El antro es un bebedero regido por Val, que siempre se refiere a todos y cada uno de los clientes con la misma palabra: ‘cunt’.

Los personajes son harto estrafalarios, grotescas caricaturas, (arque)tipos habituales en las novelas y relatos de Self. Val está practicando su sutil versión del gavage, esa práctica de alimentación forzosa de las ocas habitual en la Dordoña francesa; la víctima es Hilary, el camarero, cuyo vaso de cerveza recibe una inyección de vodka cada vez que se gira. Pasados los años, y con Val ya moribundo, es Hilary quien adopta el extraño hábito con el nuevo subalterno del club. El desenlace de este relato es más que sorprendente: estrambótico, implausible e hilarante.

La segunda nouvelle del libro, Leberknödel, se sitúa en Zúrich. Enferma de un cáncer de hígado irreversible, Joyce Beddoes sale de Inglaterra para poner fin a sus días en una de las clínicas suizas donde está permitido el suicidio asistido. La acompaña su alcoholizada hija Isobel (parroquiana del Plantation Club, qué casualidad). En el último instante, Joyce decide no tomar la dosis que pondría fin a su vida. Manda a su hija a tomar viento, decide quedarse en Suiza y, contra todos los pronósticos y diagnósticos médicos, parece empezar a recuperarse. En Zúrich entabla amistad con un grupo de católicos locales, quienes sugieren que podría tratarse de un milagro. Escéptica por naturaleza, Joyce optará por destruir la ilusión de los que se agarran a la fe como a un clavo ardiendo.

En el tercer relato, Prometheus, Self retorna a Londres, donde un moderno Prometeo trabaja para la agencia de publicidad propiedad del padre de la chica con la que está saliendo. A cambio de obtener la pericia y el genio necesarios para lograr el éxito de las más difíciles campañas publicitarias, el muchacho permite que un buitre le abra un tajo en el costado y le arranque un trozo de hígado cada cierto tiempo. En este tercer relato, la calidad de la narración decae sobremanera. Self riza el rizo de lo que es medianamente aguantable, abusa del recurso a imágenes mitológicas y sobrenaturales hasta el hartazgo; el lector se pierde.

Cierra el libro Birdy Num Num, narrado por el virus de la hepatitis C: soy uno y muchos, soy legión, dice la voz narradora que nos lleva al apartamento de un yonqui donde se lleva a cabo la venta y entrega diaria de heroína y crack. Alguno de los personajes es también parroquiano del Plantation Club, lo cual sirve de vago nexo entre las cuatro historias. También hace acto de aparición Cal Devenish, quien un par de años antes jugaba un papel secundario en The Book of Dave. Uno de los residentes, Billy, entre pinchazo y pinchazo, revive en su imaginación la inolvidable película The Party (El guateque), con el genial Peter Sellers en el papel de Hrundi V. Bakshi.

"Birdy Num Num"

En busca de la sátira despiadada, Self construye (infra)mundos muy creíbles, pero en el caso de Liver, solamente la historia de Joyce Beddoes alcanza los niveles de verosimilitud que sostienen la ficción. Las otras tres terminan por convertirse en meras figuraciones grotescas, en torno a temas ya tratados ya en sus libros anteriores: la adicción a las drogas, el alcoholismo, la enfermedad, la decadencia moral. Siempre está el sello Self, por supuesto, pero no todos los relatos deslumbran, y alguno, como Prometheus, incluso cansa.

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