16 dic 2017

Reseña: La hora difícil, de Ricardo Steiner

Ricardo Steiner, La hora difícil (Lobos: Cien kilómetros, 2011). 82 páginas.
Esta brevísima colección de cuentos del argentino Steiner parece quedarse en bien poco. Son tan solo seis relatos, muy cortos todos ellos, pero se tratan de relatos intensos, impregnados de una inquietante visión del mundo. En el que abre el librito y que le da el título, Martín rememora las circunstancias vitales que rodearon su relación con su amigo Orlando y el fatal resultado final de esa relación. Dice Martín en el día en que entierran a Orlando: “Todas las horas son la misma hora, menos hoy. Hoy es la hora difícil.” El relato termina con una entrada en el diario de Martín (o una nota mental que se hace a sí mismo) en la que se apremia a comprar una droga en la farmacia que disolverá en la comida de sus hijos y esposa antes de abrir la manija del gas al máximo.

‘El patíbulo’ es un brevísimo relato (tres páginas) en el que un condenado a muerte confiesa sus terrores. No es el miedo a la muerte (simbolizado en el Muro frente al cual los guardias del pelotón de fusilamiento realizan el Pase de los penados) sino el terror a la condena, a la ausencia de posibilidades de evitar el paso inexorable de un tiempo sin esperanza.

"El campo se extendía frente a nosotros sin miedo a perderse, la llanura desigual parecía cubrirlo todo.", de 'Las manos de un hombre' (p. 44-5). Fotografía de Mushii (2007)
A este le sigue ‘Las manos de un hombre’, que cuenta la historia de Tenorio, cuyas “manos acusaban el doble de los años que el hombre llevaba encima” como consecuencia de “una vida difícil”. La historia la narra el compañero de faenas de Tenorio tras la muerte de éste: ambos habían partido a caballo cruzando el campo abierto, el inmenso vacío de La Pampa, rumbo a una estancia donde debían trabajar. Pero por alguna razón desconocida, al llegar al lugar donde debía estar la estancia, el lugar se ha desvanecido. Desorientados y desesperados por la caída de la noche, Tenorio y el narrador se separarán, con terribles resultados.

El cuarto relato lleva por título ‘Donde el azar la olvidó’. Con un planteamiento estructural bastante similar al anterior, el narrador nos avisa de que cuando sube al auto con su amigo Cécil, tiene el presentimiento de que se van a matar. Esa idea queda pronto contradicha por la noción de que su amigo sabe maniobrar con pericia. “La idea de que nos matábamos se fue muriendo con los kilómetros; el día se iba muriendo con los kilómetros; nosotros nos íbamos muriendo con lo [sic] kilómetros…” (p. 56). La predestinación es evidente: tras detenerse en una suerte de venta en mitad de ninguna parte para comer algo, al salir del comedor se encuentran que el auto ha desaparecido. Sorprendidos, deciden esperar al tren para regresar a la ciudad. La narración regresa entonces a un punto anterior, al momento del presentimiento y las dos ideas contradictorias que vuelven a coexistir.

Los dos últimos cuentos de este volumen no ligan con los anteriores. ‘Ecuaciones’, el último del libro, es una detallista disquisición en torno a las probabilidades y las coincidencias. El que le precede, ‘Mi nombre, mi lugar’, sitúa a una mujer en septiembre de 1939 en el puerto de Vigo, a bordo de un buque camino de Buenos Aires, camino de una nueva vida, rumbo a la posibilidad de reconstruirse.

Steiner no esconde su inspiración ni sus espejos literarios: La hora difícil contiene en sus epígrafes citas de Rulfo, Cortázar, Borges y Asturias, entre otros. La veleidad de la muerte, el misterio del azar y los misterios cotidianos que con frecuencia nos laceran la vida irreparablemente son los temas que preocupan a Steiner.

Mi agradecimiento al ‘turco’ Anad por prestarme este librito.

1 dic 2017

Reseña: The Butt, de Will Self

Will Self, The Butt (Londres: Bloomsbury, 2008). 355 páginas.

El estadounidense Tom Brodzinski está a punto de terminar sus vacaciones en un país innombrado cuando decide salir al balcón del apartamento y disfrutar de su último cigarrillo. Ha tomado la sabia decisión de dejar el tabaco para siempre, en un lugar donde las leyes han marginado al fumador a zonas muy claramente demarcadas (y que recuerda mucho a la realidad australiana). Terminado el cigarrillo, Tom inadvertidamente lanza la colilla todavía encendida, y por mala suerte cae en la cabeza pelada de un hombre ya mayor que estaba en el patio con su joven esposa. La colilla le provoca una quemadura aparentemente sin importancia.

Aparentemente solo. Ese será el comienzo de una pesadilla para Tom. Las leyes se aplican de manera inexorable en este extraño país sin nombre, y a la mañana siguiente Tom ya ha sido identificado, y una posible orden de arresto es solo cuestión de minutos. La colilla ha atravesado el espacio público y Tom no estaba respetando las distancias marcadas para los fumadores. Para empeorar todavía más las cosas, la joven esposa de la víctima pertenece a una de las tribus del país, y por ello las leyes autóctonas relativas a castigos y compensaciones serán de aplicación.

Tom organiza el regreso de su familia a los EE. UU., pero debe permanecer en el país a la espera del juicio. Lo que debiera ser un simple trámite administrativo se convierte en un intricado litigio, cuya resolución implicará a Tom en un viaje al interior del país, envuelto en conflictos domésticos que bien pudieran reflejar el Iraq posterior a esa intervención ‘salvadora’ de las potencias democráticas (y otros países adláteres venidos a menos cuyos líderes se cursaron invitación a las Azores). Uno trata de escribir en modo ironía, eh; por si acaso, que quede claro.

En su viaje Tom habrá de ir acompañado de un tipejo al que supone un despreciable pederasta, un ¿inglés? llamado Brian Prentice. Las extraordinarias distancias que han de recorrer son ciertamente tediosas – la hipérbole no funciona en este caso: quien haya cruzado Australia sabe que los números que menciona Self, aunque estén próximos, no se ajustan a la realidad. Pero, además, la meticulosidad que despliega el autor para la descripción de chocantes sistemas legales y sutilezas procedimentales de muy dudosa credibilidad puede que importune más que entretenga al lector.

La cuestión, a fin de cuentas, es saber qué narices de misión ha de acometer Brodzinski en el interior de ese país de paisaje inhóspito y pobladores que solo parecen buscar aprovecharse de él y exprimirle la tarjeta de crédito al máximo. ¿Es su cometido eliminar a Prentice – y de paso llevarse los jugosos beneficios de la tontina que han suscrito antes del viaje? ¿O es en realidad el juguete de otros que mueven los hilos, cabeza de turco y víctima propiciatoria, y todo como consecuencia del lanzamiento de su última colilla?
¿Y si se hubiesen escrito tantas novelas como colillas hayan sido lanzadas al aire por esas personas cegadas por el humo? Fotografía de Stefan-Xp.
Self vuelve a demostrar su gran capacidad inventiva para escribir ficción de alto calibre. The Butt reúne elementos de la novela distópica y de gesta de carretera: son los ecos de El corazón de las tinieblas de Conrad. Pero como en sus libros anteriores, es la sátira lo que predomina. El colonialismo, tanto el decimonónico como el actual (no menos brutal por menos obvio que sea), esa industria legal tan en boga de la compensación jurídica que ha devenido en explotación de cualquier subterfugio por parte de letrados sin escrúpulos, la industria de la ayuda humanitaria… todos estos temas quedan retratados en la novela, y ninguno sale bien parado.

Con personajes tan sutilmente retratados a través de sus palabras como el cónsul honorario, Winnie, o el abogado Jethro Swai-Phillips, un letrado local de pelo ensortijado, que viste camisas hawaianas y hace gala de una portentosa ambigüedad moral y profesional, The Butt tiene todos los elementos para hacer disfrutar a los fans de Self. La única pega, como ya he mencionado, es la posiblemente innecesaria longitud de la narración del viaje.

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