4 abr 2018

Reseña: The Round House, de Louise Erdrich

Louise Erdrich, The Round House (Nueva York: Harper Collins, 2012). 321 páginas.
Una de cada tres mujeres amerindias sufre una agresión sexual a lo largo de su vida en los Estados Unidos, nos dice Louise Erdrich en el epílogo de The Round House. Una estadística impactante y vergonzosa. No menos inadmisible (por no decir vergonzoso) es el hecho de que, por causa de las diversas legislaciones y leyes vigentes respecto a las comunidades indígenas, muchos de los violadores nunca puedan ser llevados ante la Justicia.

La novela comienza con Joe, un adolescente de una reserva Ojibwe de Dakota del Norte, y su padre, juez y abogado local, quienes en una plácida tarde de un domingo tratan de eliminar pimpollos de árboles que están creciendo en los cimientos de su casa. Las raíces están bien asentadas y la tarea es dura, rayana en lo imposible.

Sello de los Ojibwe. Fotografía de Nathan Soliz, (Redding) Estados Unidos
La imagen sirve como reflejo de la enorme dificultad que entraña el ideal de lograr la justicia en un entorno repleto de obstáculos y barreras. Poco después, la madre de Joe llega a casa, ensangrentada, traumatizada, víctima de golpes y una brutal violación, y empapada en gasolina. Si está viva, ha sido casi un milagro.

El laberinto legal comienza entonces para la familia, pero el laberinto emocional y moral será mucho más difícil de transitar para Joe, quien a sus 13 años espera que su padre tenga la autoridad y la competencia para hacer avanzar el proceso judicial y lograr que se arreste al culpable.

Lo cierto es que la ubicación exacta donde se ha cometido el crimen tiene una significación inmensa. Las leyes aplicables son diferentes según el lugar, y la madre de Joe no quiere hablar con nadie del tema. Inspirado por las historias míticas de su pueblo que cuenta su abuelo mientras duerme, Joe comienza una investigación por cuenta propia que le llevará a fin de cuentas a la madurez. Y, sin embargo, el precio que pagará por esa aventura será muy alto.

En su bicicleta, y acompañado de sus amigos Cappy, Angus y Zack, Joe descubre pistas y ata cabos al tiempo que azuza a su padre. Cuando por fin se descubre al agresor, los impedimentos legales frustran a Joe. The Round House es por lo tanto una Bildungsroman magistralmente construida, en la que coexisten momentos de humor con dramatismo, violencia y leyendas indias. Joe se hará adulto de una manera espantosa. El hecho de que sea él mismo el narrador que nos cuenta la historia desde un presente ya estable no elimina el suspense ni le quita calidad al relato, que por su técnica y temática me hizo recordar una narración breve del australiano James Bradley, ‘Los llanos’, que tuve el gusto de traducir al castellano para Hermano Cerdo hace unos cuantos años.

El pasado echa raíces en nuestras vidas, y eliminar esas raíces es francamente imposible. De hecho, olvidamos lo que quisiéramos poder recordar por siempre hasta la muerte, pero aquellas vivencias que quisiéramos dejar atrás, ocultas en la penumbra eterna, la mente no nos permite olvidarlas. Joe ve cómo su entorno se destruye y su propia identidad quedan descolocada apenas doce meses, y su historia nos llega muchos años después como memoria más que como confesión.

Hilarantes sin duda los episodios en que los cuatro amigos asisten al catecismo y la implacable persecución del sacerdote en pos de Cappy cuando descubre lo que éste ha hecho.

The Round House (traducida al castellano por Susana Glynne Jones de la Higuera, y publicada como La casa redonda por Siruela en 2013) ganó el National Book Award de los EE. UU. en 2012. Una gran novela.

17 mar 2018

Reseña: Walking to Hollywood, de Will Self

Will Self, Walking to Hollywood (Londres: Bloomsbury, 2010). 432 páginas.

Tres narraciones están agrupadas en este volumen, y las tres comparten un tema de índole psicológica. En la primera, ‘Very Little’ [Muy pequeño] se trata la monomanía compulsiva como enfermedad mental; en la segunda, que le da título al libro, es la psicosis, que viene acompañada de alucinaciones. La tercera parte, ‘Spurn Head’, se centra en la demencia senil y el mal de Alzheimer. En ellas Self vuelve a hacer mención de los dos personajes ya familiares en su ouvre: Dr. Shiva Mukti y Dr. Zack Busner.

Como es costumbre en Self, el humor ácido se erige como nota dominante. En la primera nouvelle, Self ficcionaliza primero los primeros años de su juventud en la compañía de un inquietante individuo que devendrá gran artista, aunque sea de diminuta estatura.

Es Sherman Oaks, ese amigo desde la adolescencia, quien años más tarde se convierte en ese renombrado artista que crea monumentales, gigantescas esculturas de sí mismo o conjuntos escultóricos compuestos de múltiples réplicas de su molde en metal. El narrador, Self, está obsesionado con las proporciones y las magnitudes, tanto en sentido creciente como decreciente.

En la segunda parte del libro, Self decide ir caminando hasta Hollywood desde el aeropuerto de Los Ángeles. Su misión es descubrir quién o quiénes son los responsables del asesinato del cine. La psicosis comienza a elucidarse cuando comprueba que todas las personas con las que se encuentra son en realidad actores. Las alucinaciones se suceden (especialmente cada vez que toma una botella de Powerade) y la narración de estas es sin duda uno de los más llevaderos componentes de este inusual y, en cierta manera, bastante antipático libro.
Búsquese usted otro camino para llegar a su destino... Sands Lane, Barmston, Inglaterra. Fotografía de Paul Glazzard
En ‘Spurn Head’ Self emprende otro largo paseo, esta vez por la costa este de Yorkshire, donde los acantilados han estado desapareciendo a un ritmo vertiginoso en las últimas décadas. El mal que le afecta es el Alzheimer. Los recuerdos se diluyen en la nada igual que carreteras, jardines y hasta casas se hunden ante los embates del mar del Norte.

A diferencia de la mayoría de los libros de Self que he leído hasta ahora, Walking to Hollywood me ha resultado en su mayoría fastidioso, pese a las enormes dosis del humor procaz marca Self que contiene. No pude sentirme conectado en ningún momento con la narrativa, y sus caminatas se me han hecho interminables. Rebosante de charlatanería y enrevesamiento, peca de autorreferencias hasta el hartazgo. Como elemento de interés, cabe mencionar que el libro incluye muchísimas fotos en blanco y negro tomadas por el mismo Self en el curso de sus andares. Pero tiene otros libros mucho mejores, sin duda.

Withernsea, lugar condenado a desaparecer. Fotografía de Tom Corser.

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