20 may 2018

Reseña: Exit West, de Mohsin Hamid

Mohsin Hamid, Exit West (Londres: Penguin Random House, 2017). 229 páginas.
“We are all migrants through time.” (p. 209) Con esta frase concluye Hamid el antepenúltimo capítulo de esta original novela. Es innegable que, al nacer, todos nos convertimos en migrantes, pasando por el curso del tiempo. Los únicos que no completan esa migración son los que nos dejan prematuramente, antes de poder terminar ese viaje que llamamos vida.

El escenario inicial de Exit West es una ciudad anónima (si bien por la descripción que hace el autor uno se inclina por situarla en el país natal del autor, Pakistán) asediada por militantes sanguinarios. Los dos personajes, Saeed y Nadia, son jóvenes, tienen empleo – qué raro – y aspiran a construir un futuro. Saeed trabaja para una agencia publicitaria, mientras que Nadie lo hace para una compañía de seguros. Ambos asisten a uno de esos cursillos vespertinos de formación permanente que con frecuencia sirven más que otra cosa para que alguien conozca a otro alguien.

San Diego a la izquierda, Tijuana a la derecha. Decida usted, si le dejan. Fotografía: Gordon Hyde.
Y eso es exactamente lo que ocurre. Tras intercambiar unas pocas palabras, Nadia acepta ir a tomar un café una semana después de la primera invitación de Saeed. Nadia lleva siempre una larga túnica negra, pero de desplaza en motocicleta por la ciudad y vive sola. Saeed vive en otra parte de la ciudad con sus padres. La sociedad en la que viven ejerce un fuerte control patriarcal sobre las mujeres.

Pero incluso en sociedades tan asfixiantes como ésta, nos dice Hamid, es posible escaparse. Los dos tienen teléfonos móviles, fuman de vez en cuando algún porrito, escuchan los discos de vinilo que tiene Nadia. Para subir al pisito, Nadia le baja con una cuerda una túnica y las llaves dentro de una bolsa, y Saeed se hace pasar por su hermana. Incluso un día toman hongos psicodélicos.

Mientras, los militantes se están haciendo dueños de la situación. El caos se extiende, las antenas de acceso a internet dejan de funcionar, el suministro de electricidad desaparece. A la madre de Saeed la mata un francotirador. Hay que huir, eso está muy claro. Pero ¿cómo? ¿Y dónde?

Es en esta coyuntura en la que Hamid introduce un elemento fantástico: por todo el mundo hay un número de puertas mágicas que llevan a otras partes del mundo: Saeed y Nadia atraviesan una de esas puertas tras pagar una buena suma de dinero y llegan a Miconos. Es el primer destino de su larga travesía global, que los llevará (siempre cruzando esas oscuras puertas fantásticas) a Londres y finalmente a Marín, en California.

La novela tiene dos estratos muy diferenciados. Por un lado, está la historia de amor de Saeed y Nadia. El aspecto de la sexualidad entre ellos, que el autor explora de modo un tanto solapado, le añade una pizca de interés a una subtrama que quizás no lo tendría por sí misma (Saeed es un mojigato). Por el otro lado, la historia de Saeed y Nadia es en realidad la historia de millones de personas y su posibilidad de encontrar un atisbo de esperanza y resiliencia gracias a la emigración a otras partes del mundo.

Protegiendo a Europa en África. La ignominiosa valla de Melilla. Fotografía de Stephane M Grueso.
En el relato sobre Saeed y Nadia, Hamid esparce cortos episodios, deliberadamente imprecisos, de personas que cruzan esas puertas en diversos lugares del mundo: mientras una mujer duerme en su apartamento de Surry Hills en Sydney, alguien sale del baño y escapa por una ventana abierta; agentes del FBI toman la casa de un marine jubilado en San Diego cuando detectan la presencia de extranjeros en el área.

Narrada con un lenguaje que busca la abstracción como estrategia, y que recuerda a las estrategias retóricas de los cuentos orientales más clásicos y antiguos, Exit West fuerza al lector a sumergirse en un espacio global. Lo consigue porque, con los dos personajes no anónimos de la novela, Hamid te pone un espejo delante para que te veas reflejado en esa realidad que enfrentan tantos millones de seres humanos que únicamente quieren escapar de la guerra, de la muerte, de la pobreza, de la desolación.

No, éste no soy yo.
Se abre una puerta y entra Mohsin Hamid, que lleva en sus manos una gran novela. Pero me parezco un poquito, ¿no? 
Fotografía de Mr Choppers.
Exit West, que estuvo en la lista final de obras candidatas al Booker del año pasado, ya ha aparecido en castellano (con un título tan innecesariamente esclarecedor como engañoso: Bienvenidos a Occidente) en traducción de Luis Murillo y publicado por Reservoir Books; y també en català, amb el títol Sortida a occident, en edició de Periscopi i traducció d’Albert Nolla.

14 may 2018

Reseña: No hay que mirar a los muertos, de Mauricio Electorat

Mauricio Electorat, No hay que mirar a los muertos (Santiago: Tajamar, 2015). 151 páginas.

Milan Petrovic, escritor de origen chileno de novela negra en francés, ha de regresar a Santiago debido a que su padre sufre un proceso canceroso terminal. La relación del escritor con su país de origen es inestable en el mejor de los casos: “Todos pobres, mucho mejor, todos cagados…pero felices, guiados por Dios… ¿Y cuando se acabe? Nos vamos también. Nos asilamos en Argentina, en el Perú, en Nueva Zelandia y le regalamos esta cagada de país a los bolivianos… La Chili: le nouveau radeau de la Méduse, la balsa de la Medusa, un país todo tirillento, flotando, pide asilo, chilean [sic] boat people… (p. 28).

"Estoy sentado en un sillón de escay o cuerina o cómo [sic] se llame, un sillón muy ancho y bajo, junto a una ventana. Afuera, lo primero que veo: la cordillera de Los Andes, imponente masa gris jaspeada de blanco en las cumbres. Se me había olvidado lo majestuosa que es. Mi madre decía: es lo único que vale la pena en este país." (p. 16)
Su retorno a Chile también le lleva a reencontrarse con su hermano Vladimir, que vive con cierta opulencia, y la hermana gemela de éste, María. Dos polos opuestos del Chile post-Pinochet. A los 18 años, María regresó desde el exilio en Francia junto con su novio para unirse a la lucha contra el dictador. El novio, Fernando, fue eliminado por el régimen y María se vio reducida a la pobreza y desde entonces vive ejerciendo la prostitución.

Pero para Milan lo más difícil de reconciliar en su regreso a Chile son sus propios demonios. Los recuerdos de su detención por los carabineros y los malos tratos y torturas a que es sometido. El recuerdo imborrable de cómo un tío suyo, Waldo, hombre del régimen pinochetista, le salva la vida, pero ¿a cambio de algo inconfesable?

Narrada completamente en presente y en primera persona, Electorat alterna capítulos de mera narración con otros en los que introduce diálogos que reproducen el habla chilena. Y en el comienzo del libro esto funciona, e incluso engancha al lector, como cuando Milan llama por teléfono para contratar la visita de una chica de alterne llamada Ornella a su habitación del aparta-hotel; Ornella resulta ser su hermana María.

"Santiago es eterno, la vida es demasiado larga y uno, un pobre macaco repetitivo. En la Alameda tomo otro taxi. Me deja frente a las oficinas de Hertz, en la Costanera. Alquilo un Opel Corsa por una semana, renovable. Santiago es una ciudad imposible sin auto." (p. 29)
Sin embargo, y esto es algo muy de lamentar, todo el conjunto se desmorona hacia el final del libro. La técnica narrativa del presente no funciona para el Milan desquiciado y alucinado que regresa a París, acompañado de sus fantasmas, demonios interiores y visiones que le obsesionan. Electorat tenía muchas otras opciones para crear un relato más verosímil y efectivo, manteniendo el mismo desenlace. El resultado es una novela un tanto fallida, demasiado breve para lo que podía haber sido y que no cuaja el potencial que la historia de Milan Petrovic le ofrecía.

En mi opinión, lo mejor de No hay que mirar a los muertos es el inteligente juego que se establece entre poesía y narración. Así, mientras Milan acompaña a su padre moribundo con vasitos de pisco, le va leyendo sus poemas favoritos. Figura por supuesto Neruda, pero también Gonzalo Rojas, Nicanor Parra, Armando Rubio. No habría estado de más incluir un apéndice o un listado de los poemas citados y sus autores. Por lo demás, la edición de Tajamar contiene algunas erratas de bulto (“Nos sabíamos todos la fracesita de memoria” (p. 12).

Pucha, qué pena, con lo buena que podría haber sido…

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