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3 ene 2022

Reseña: The Good Girls: An Ordinary Killing, de Sonia Faleiro

Sonia Faleiro, The Good Girls: An Ordinary Killing (Londres y Dublín: Bloomsbury Circus, 2021). 314 páginas.

Una noche de mayo del año 2014 dos jóvenes chicas del pueblo de Katra, en el estado de Uttar Pradesh, al norte de la India, desaparecen en la oscuridad de la noche en los campos colindantes. Al alba, los vecinos que las buscaban encuentran a las dos ahorcadas de un árbol. El calzado de ambas está colocado contra la base del tronco.

Ambas eran de familias campesinas muy pobres, como suele ser normal en el Subcontinente, y de una casta inferior. Lo que haya podido sucederles será el objeto de la pertinente investigación policial. Pero en un principio las familias no permiten que nadie retire los cadáveres que cuelgan del árbol. Es una manera de ejercer presión sobre las autoridades y exigir justicia.

La cárcel de Budaun, donde el principal acusado estuvo preso. Fotografía de ArmouredCyborg.

Faleiro escudriña en los detalles cronológicos del caso, tratando de responder a las preguntas lógicas que surgen tras el hallazgo. ¿Fueron asesinadas? Y si lo fueron, ¿Quién o quiénes cometieron el crimen? ¿O fue un doble suicidio? ¿Se cometió algún tipo de delito sexual contra ellas? El libro se construye sobre la base del suspense en torno a si las niñas fueron violadas y asesinadas o no.

La autora narra este caso en el contexto más amplio de la sociedad india de principios del siglo XXI, en la que se contraponen varias corrientes fuertemente conservadoras y tendencias transformadoras y modernizantes. Es un reportaje dinámico, vibrante en su desarrollo y vigoroso en su lenguaje, una crónica que combina concisos datos fundamentales de corte sociológico y demográfico con la narración del misterio que rodeó la muerte de las chicas y la incompetencia, ineptitud y desidia del sistema policiaco y legal del país.

En olor de multitudes... «Narendra Modi había hecho de la seguridad de las mujeres una parte prominente de su plataforma en más de una campaña electoral. Había mencionado la violación en el autobús de Delhi en la época de las elecciones a la asamblea de la capital nacional unos pocos meses antes. “[Delhi] se ha ganado la mala fama de ser la ‘capital de las violaciones’, dijo. “Cuando usted vaya a votar, no lo olvide. Recuérdelo [el episodio del autobús] durante un instante. […] A los pocos días de convertirse en Primer Ministro, en mayo de 2014, el gobierno de Modi anunció una política de ‘tolerancia cero’ con la violencia contra las mujeres. El sistema de justicia penal iba a ser reforzado para lograr su ‘aplicación eficaz’» (p. 162, mi traducción). Fotografía del Gobierno de la India.

Detrás de este libro hay un intenso trabajo de investigación, tanto de la historia misma de la muerte como de la investigación, con declaraciones falsas o cambiadas, eliminación de pruebas, acusaciones inventadas, una autopsia realizada sin luz eléctrica y con cuchillos de cocina, como del contexto sociopolítico y cultural de la India moderna. Iniciado un año más tarde, el proceso de investigación y elaboración de la crónica pone el acento en las arcaicas actitudes tan profundamente arraigadas en el sistema de castas y en el corrupto sistema político que pervierte servicios sociales tan fundamentales como la seguridad, la justicia o la educación.

La realidad de las mujeres en la India es que la cultura y la tradición las hace depositarias de la “honra” de la familia – independientemente de la casta a la que pertenezcan. Si se sospecha que una joven india ha transgredido las reglas que se les imponen desde muy pequeñas, esa transgresión les puede costar la vida. Algo tan simple o inocuo como hablar con un hombre por teléfono móvil puede interpretarse como quebrantamiento intolerable de esas reglas.

El Tribunal Superior de Justicia de Allahabad fue donde la familia de una de las dos niñas interpuso una solicitud de arresto de otros cuatro hombres, entre ellos dos oficiales de policía, tras la detención del principal sospechoso. Fotografía de Vroomtrapit.

Y en medio de todo esto, siempre la imagen de dos jóvenes ahorcadas de un mango en un huerto de Uttar Pradesh, mientras sus padres y madres se niegan a permitir que las descuelguen hasta que llegue algún político de alto nivel que se comprometa a hacerles justicia.

Un magnífico libro, muy recomendable.

5 sept 2013

Reseña: The Village, de Nikita Lalwani


Nikita Lalwani, The Village (Londres: Viking, 2012). 241 páginas.

Puede que el sistema de reclusión penitenciaria abierta sea uno de los conceptos más difíciles de asumir, pero el hecho es que algunos países como India, funciona. Según cifras que ofrece Wikipedia, existen prisiones de régimen abierto en catorce estados de India, solamente en Rajasthan hay un total de veintitrés.

Nikita Lalwani basó esta novela (la segunda que publica) en su experiencia de la filmación de un documental en una de esas cárceles de régimen abierto para la BBC. The Village es una narración bien estructurada, en la que la autora explora cuestiones de índole ética en la profesión periodística.

Ray, una joven periodista británica de ascendencia india, llega a un pueblo-cárcel llamado Ashwer, donde se une a los otros dos integrantes del equipo de filmación, Serena y Nathan. La primera es algo mayor que Ray pero muy atractiva, y tiene mucha experiencia en el papel de productora. Nathan, en cambio, es la cara conocida de la BBC, el presentador, y cuenta con un borroso pasado que incluye algunos años en prisión por robo a mano armada.

Al llegar a Ashwer, donde vivirán durante la filmación, desde el aeropuerto de Nueva Deli, las expectativas de Ray parecen confirmarse: “Su choza era justo igual que las otras. De algún modo, prometía sinceridad; la posibilidad de empatía con la gente a la que iban a filmar” (8). Pero para alguien acostumbrada a las comodidades del mundo occidental, la choza y el pueblo-cárcel se le revelan muy pronto como un enorme obstáculo. Y de hecho, aun cuando Ray tiene buenas nociones de hindi y debiera en teoría poder conectar con los pobladores de Ashwer, para la mayoría de ellos no deja de ser una turista blanca, y se ríen de sus errores léxicos o de su acento al hablar en su lengua. Este es uno de los temas que con mejor habilidad traslada Lalwani en The Village: cómo el sentido de superioridad del turista occidental puede revolverse en contra de quien, como Ray, quiere sumergirse de golpe en la cultura de sus padres sin haber pasado por un necesario periodo de adaptación.

La prisión de régimen abierto constituye un interesante universo para un experimento social que, según el alcaide, sí da resultados: “‘La confianza engendra confianza’, dice Sujay Shangvi, el alcaide responsable del experimento. Está orgulloso de la fuerte comunidad que es Ashwer. Fue una visión que comenzó con solamente cinco chozas en una parcela de terreno a mediados de los ochenta. ‘Tú confía en ellos, y ellos te devolverán esa confianza’”(26), había escrito Ray en la propuesta de proyecto para el directivo correspondiente de la BBC.

Pero las tiranteces y antipatías entre Ray por un lado y Serena y Nathan por el otro, van paulatinamente alcanzando cotas intolerables. Las dos mujeres no consiguen ponerse de acuerdo sobre el contenido del documental y los métodos a emplear para conseguir filmar escenas que sean verídicas, tanto como sea posible. La divergencia entre ambas alcanza un punto de ruptura tras una noche en que Nathan le hace una proposición sexual a Ray tras consumir grandes dosis de hachís, y Ray lo rechaza. Lalwani no muestra simpatía alguna por los personajes británicos, mientras que los locales (los reos y sus familiares, pues viven con ellos) los vemos desde una perspectiva mucho más amable, pero también imparcial.

The Village nos hace pensar en cómo los observados pueden también observar al que los mira. Hacia el final de la novela, el desmoronamiento moral de los tres periodistas es evidente: pero son los reos (todos los condenados que residen en Ashwer están allí porque han asesinado a alguien) los que pueden ejercer el papel de jueces morales, especialmente Nandini, que en un principio había colaborado tanto con ellos. La lección que busca dictar Lalwani tiene un carácter tan directo como un gancho de, por ejemplo, Pedro Carrasco. Hay quien se tambalearía, y también hay que seguiría como si nada hubiera pasado, como el caso de Serena o el propio Nathan.


The Village cuenta con un curioso desenlace que no debiera defraudar a nadie. Pese a su ingenuidad e inexperiencia, Ray parece haber aprendido (demasiado tarde, en cualquier caso) una lección sobre la vida, pero mucho más importante es lo que aprende sobre sí misma. Es una novela recomendable, bien escrita, y con 240 páginas no parece sobrarle nada.

31 jul 2013

Reseña: Last Man in Tower, de Aravind Adiga

Aravind Adiga, Last Man in Tower (Leicester: WF Howes, 2011). 599 páginas.

Una película que más me gustaba compartir con los estudiantes de español avanzado, hace ya años, fue La comunidad de Alex de la Iglesia, y con Carmen Maura en el papel estelar. Se trataba de una comedia negra en la que se esboza un retrato despiadado de una comunidad de vecinos madrileña, en una crítica atroz de la codicia y la envidia que pueden vivir en cuerpo y alma tras las paredes de los apartamentos contiguos al nuestro. En Last Man in Tower, Aravind Adiga nos introduce en otra comunidad de vecinos, pero el escenario no es el centro de Madrid sino uno de los barrios de la populosa ciudad india de Mumbai.

Para ver el tráiler de La Comunidad, haz clic aquí.

Vakola es uno de los polos del imparable desarrollo urbanístico de Mumbai; es terreno abonado para la corrupción de los promotores inmobiliarios. Shah, rico hecho a sí mismo, es el halcón inmobiliario que quiere echarle sus garras a un viejo edificio en el que vive una bien avenida comunidad multirracial con diferentes creencias religiosas. Un total de quince apartamentos, en los que viven unas trece familias y una joven periodista sola, y uno de los pisos está desocupado. Shah proyecta construir un gran complejo de apartamentos de lujo, y para ello debe comprar el edificio de la Vishram Society.
Marina Drive, Mumbai (Fuente: Wikicommons Images)
El edificio ya no tiene el esplendor de sus primeros años: los monzones han dejado huella, y el poder adquisitivo de los propietarios no es tan alto que les permita hacer reparaciones costosas. El olor del dinero o el brillo del oro pueden ser suficientes para convencer a la mayoría de ellos de que vendan. Si bien en un principio no todos estarán dispuestos a marcharse, poco a poco la codicia y la esperanza de mejorar su posición económica hacen mella en su determinación. Solamente un viejo maestro que cuenta con el respeto de todos ellos se mantiene en su oposición a la oferta del promotor, pero con el paso del tiempo los demás lo verán como el obstáculo entre ellos y el dinero.

Una narración cronológica que comienza un 11 de mayo con la visita de un joven muy bien vestido a la Vishram Society. El joven hace muchas preguntas sobre el edificio y sus residentes y propietarios. La historia avanza hasta la fecha límite que les ha puesto el promotor para que todos firmen el acuerdo con su empresa inmobiliaria. Un par de días después el temido desenlace tiene finalmente lugar (si bien no en la forma que uno pudiera haber esperado). La parte final de la novela se sitúa ya a fines del mismo año, concretamente el 23 de diciembre, cuando algunos de los personajes se reúnen otra vez en la playa de Juhu alrededor de un partido informal de cricket.
La playa de Juhu, Mumbai. Fuente: Wikicommons Images.
La comunidad de Vishram Society constituye un retablo de la ciudad de Mumbai, pero Adiga centra la narración en los dos personajes que definen el conflicto, y que curiosamente nunca llegan a conocerse. El primero es Masterji, viejo maestro viudo, ya retirado pero testarudo y orgulloso, que persiste en vivir en la sola compañía de los recuerdos de su difunta esposa y de su hija, fallecida muchos años antes en un accidente de tren. El otro es el promotor inmobiliario, un empresario sin moral, implacable y emprendedor, rápido y sagaz a la hora de hacer entrega de un soborno a la policía, o de comprar los servicios de unos matones para que le den un buen susto a algún anciano inquilino díscolo.

Adiga indaga en la gradual degeneración moral de los vecinos de Masterji, quienes a medida que se acerca la fecha límite que el promotor les ha dado para formalizar la venta del inmueble se vuelven más impacientes, y su malquerencia hacia Masterji  adquiere tintes grotescos, llegando a embadurnarle la puerta de la casa con la caca de Ramu, el hijo con síndrome de Down de la Sra. Puri, su vecina.

Como en su anterior novela (publicada en 2008) que ya reseñé en 2011, The White Tiger, Adiga no escatima recursos para llevar al lector a considerar los temas de la codicia y la corrupción, y la desintegración moral que, según parece, es tan sencillo causar en personas cuya única esperanza de una vida mejor puede ser la oferta de un promotor inmobiliario. Sin embargo, esta no es una obra que despliegue la imparable fuerza y el ímpetu de la ya reseñada Behind the Beautiful Forevers de Katherine Boo, que trata también de la ciudad de Mumbai. Last Man in Tower vale como obra de ficción: Adiga maneja bien el suspense hasta el final, pero los personajes están un poco desdibujados.

Como en el caso de los personajes de La comunidad, tras haber cruzado un determinado umbral, ya no hay marcha atrás ni freno. El futuro se escribe con la tinta de los billetes del Banco de India. Agárrense fuerte al autorickshaw, porque el viaje puede ser movidito.
Fuente: Wikicommons Images.


10 jun 2013

Reseña: Behind the Beautiful Forevers, de Katherine Boo

Katherine Boo, Behind the Beautiful Forevers (Brunswick: Scribe, 2012). 256 páginas.

En la extensa nota de la autora que sigue a este impresionante libro, Katherine Boo hace la siguiente reflexión: “En lugares donde las prioridades gubernamentales y los imperativos de los mercados crean un mundo tan antojadizo que ayudar a un vecino significa poner en riesgo tu capacidad para alimentar a la familia, y a veces incluso tu propia libertad, la idea de la comunidad pobre que se proporciona apoyo de forma recíproca queda demolida. Los pobres se echan unos a otros la culpa por las decisiones que toman los gobiernos y los mercados, y nosotros, los que no somos pobres, estamos dispuestos a echarles la culpa a los pobres con la misma dureza.”

Behind the Beautiful Forevers, el primer libro de Katherine Boo, es un reportaje basado en las vivencias de la autora a lo largo de varios años en diferentes barrios bajos o colonias míseras de la gran ciudad india de Mumbai, y especialmente en un barrio (actualmente demolido) llamado Annawadi. No se trata pues de una obra de ficción, y en parte radica en esa característica su enorme impacto.

La crónica se inicia in medias res: “Se echaba la noche, la mujer con una sola pierna estaba gravemente quemada, y la policía de Mumbai venía en busca de Abdul y su familia. En la choza de la villa miseria adyacente al aeropuerto, los padres de Abdul alcanzaron una decisión con una poco acostumbrada economía de palabras. El padre, un hombre enfermo, esperaría en el exterior de la casucha de techo de lata llena de desperdicios desparramados en la que residía la familia. Se marcharía sin hacer ruido cuando lo arrestasen. Abdul, que era la fuente de ingresos de la familia, era el que tenía que huir.”

La historia se centra en ese barrio, Annawadi, y principalmente en tres familias distintas, dos musulmanas y una hindú. El joven Abdul (de quien nadie sabe a ciencia cierta su edad) se dedica a la compraventa de basura para reciclaje; la vecina, una mujer tullida llamada Fátima o La Coja, les tiene inquina porque han logrado cierta estabilidad económica, y malvive vendiendo su cuerpo, para deshonra del marido, un hombre enfermo y anciano.
Una vista de Mumbai
La tercera familia es la de Asha, una mujer madura y ambiciosa que constantemente busca hacer chanchullos con políticos menores, oficiales de policía y pequeños delincuentes. Su mayor ambición es entrar en política y convertirse en jefa oficiosa del barrio. Su hija Manju ejerce de maestra mientras trata de completar su educación y llegar a ser la primera residente del barrio en obtener un título universitario.

En la cama del hospital, del que saldrá en un ataúd, Fátima acusa a Abdul, a su padre y a su hermana mayor de haberle propinado una paliza y de haberle incitado a su autoinmolación. La narración sigue el proceso judicial – con elementos verdaderamente esperpénticos, ríete tú del caso Gürtel.

Boo nos hace acompañar a numerosos personajes del mísero poblado a la sombra del aeropuerto y de los lujosos hoteles de cinco estrellas cercanos. Behind the Beautiful Forevers tiene un planteamiento totalmente diferente de la ficción de Aravind Adiga en The White Tiger; el título de este turbador relato hace referencia a las vallas publicitarias que ocultan la miseria y las improvisadas viviendas a las miradas de los turistas que llegan a Mumbai. Son enormes vallas que anuncian baldosas de estilo italiano (podrían ser de Porcelanosa o de Pamesa, por ejemplo), y que vanidosamente prometen belleza permanente: BEAUTIFUL FOREVER.
Viviendas SIN protección oficial
Boo se ausenta de la historia, paradójicamente a través de una voz narradora omnisciente, lo que convierte esta crónica, al menos formalmente, en una novela. Y lo hace sin fisuras. La moraleja viene a ser que la pobreza reduce la posibilidad de alcanzar no solo una felicidad – mayormente basada en los estándares occidentales – sino también una cualidad moral, pues la miseria les obliga a moverse dentro de un sistema tan corrompido que para sobrevivir en él es necesario corromperse.

La única pega que le puedo poner a Katherine Boo es el uso equivocado de la palabra traductor. En la nota posterior al relato, la autora agradece la ayuda de tres traductores en sus entrevistas con los habitantes de los barrios bajos (que obviamente no dominan el inglés). Se debe tratar, obviamente, de intérpretes.


La autora de Behind the Beautiful Forevers recibió el Premio Pulitzer hace varios años. Es una periodista consumada, habitual en una de mis revistas favoritas, The New Yorker, y a lo largo de todo el relato demuestra tener un estupendo ojo para capturar detalles y extraer conclusiones sin explicitarlas. El mundo de la corrupción en la India queda expuesto con una naturalidad sorprendente. Quizá debería alguien invitarla a que se pasara unos meses en mi muy maltrecho País Valencià, a ver qué descubría.

27 sept 2011

Reseña: The White Tiger, de Aravind Adiga


Aravind Adiga, The White Tiger (Londres: Atlantic Books, 2008). 321 páginas.

Lo primero que llama la atención de The White Tiger es el formato que adopta su autor: escrita en forma de larga carta dirigida al Primer Ministro de la República Popular China en la víspera de su visita oficial a India, puede que esta sea un brillante ejemplo del género de la picaresca en el siglo XXI. En un descarnado relato en primera persona, el narrador nos va haciendo un retrato de su inmenso país, examinando con cierto distanciamiento los contrapuntos entre la inmensa pobreza y miseria de los desposeídos frente al poder despiadado de los privilegiados.


La historia del narrador, Balram, nos lleva desde sus orígenes en un villorrio en lo que él denomina “the Darkness” hasta sus oficinas en la ciudad de Bangalore, instalado como exitoso empresario. El suyo es un largo viaje, tanto físico como metafórico, desde Laxmangarh, el pueblo, cercano a uno de los lugares de peregrinación de los hindúes, del cual dice con sorna: ‘Me pregunto si Buda cruzó las calles de Laxmangarh – hay algunos que dicen que lo hizo. Para mí, que lo hizo a la carrera – tan rápido como pudo – y que cuando llegó a la otra punta, ¡nunca se volvió para mirar!’


Su vida, que habría estado destinada a la miseria y encuadrada siempre por el sistema de castas, cambia cuando, tras haber aprendido a conducir, consigue trabajo como chófer del hijo del terrateniente del pueblo, al cual asesinará, según confiesa al principio de su relato.


En su nuevo trabajo se traslada a Delhi, donde es testigo de los arreglos corruptos de la clase política india. Las desigualdades se hacen explícitas en sus descripciones: mientras sus amos viven en el lujo más absoluto y sobornan a políticos, policías y jueces, los que tienen la fortuna de servirles (por unos salarios ínfimos) viven en los sótanos de las torres de apartamentos, infestados de cucarachas y mosquitos, siempre atentos a las llamadas urgentes que requieren sus servicios.


Balram no reclama en ningún momento ninguna autoridad moral. Sabe que es un asesino, es consciente de su inmoralidad y de su cinismo; tal como hiciera el Lazarillo en el siglo XVI, Balram nos dice que ha triunfado porque ha dejado de ser un esclavo: 'I’ve made it! I’ve broken out of the coop!'. Al matar a su amo y robarle la fortuna que iba a entregarle a los políticos corruptos, Balram rompe sus cadenas y sale para siempre de la jaula que es India para los pobres.


Hay en la novela un tono subyacente de protesta, de ira, y también de compasión para quienes nunca podrán salir de esa jaula. Balram es más antihéroe que otra cosa: un rufián sin escrúpulos que elabora en su larga misiva al Presidente chino (escrita a lo largo de siete noches) una perspicaz alegoría sobre la sociedad india de principios del siglo XXI. Una de las escenas más acertadas es la descripción de los ricos haciendo footing, encerrados en el condominio de la torre de apartamentos, dando vuelta tras vuelta por el patio de cemento mientras los criados les sujetan las toallas y las botellas de agua mineral.


A pesar de ese subrepticio sarcasmo, a pesar del humor que desborda el relato, desde la primera página hay un recurso narrativo que no termina de cuajar al cien por cien: Balram nos cuenta su historia en inglés, idioma que, según nos dice, ni siquiera es capaz de hablar. Es una voz mediada por el autor (quien completó sus estudios en las universidades de Columbia y Oxford). Para muchos lectores (en especial para quienes no conozcan India en profundidad, como es mi caso) eso no supondrá ninguna mella, ni la disfrutarán menos.


The White Tiger fue premiada con el Man Booker de 2008. Es un relato que cautiva desde el primer párrafo. Te dejo aquí mi traducción de las dos primeras páginas.
Para el despacho de:
Su Excelencia Wen Jiabao,
Oficina del Primer Ministro,
Beijing,
Capital de China, nación amante de la libertad

Del despacho de:
‘El tigre blanco’
Un hombre que piensa, un emprendedor
Residente en el centro mundial de la tecnología y de la subcontrata
Ciudad de la Electrónica, Fase 1 (en las inmediaciones de Hosur Main Road),
Bangalore, India

Señor Primer Ministro:
Excelencia,
Ni usted ni yo hablamos inglés, pero es que hay algunas cosas que solamente pueden decirse en inglés.
Pinky Madam, la exmujer de mi antiguo empleador, el Sr. Ashok, me enseñó una de esas cosas; y hoy, a las 23:32 horas, que fue hace ahora unos diez minutos, cuando la señorita de Radio Nacional India anunció que ‘el Primer Ministro Jiabao visitará Bangalore la próxima semana’, enseguida dije eso mismo.
De hecho, cada vez que hombres ilustres como usted visitan nuestro país, lo digo. No es que yo tenga nada en contra de los hombres ilustres. En cierto modo, Excelencia, yo me considero uno de ellos. Pero cada vez que veo a nuestro Primer Ministro y a sus distinguidos compinches de camino al aeropuerto en sus coches negros, y cómo se bajan de ellos y hacen sus namastes ante ustedes, frente a las cámaras de TV, y cómo les hablan de lo recta y venerable que es la India, pues me sale decir esa cosa en inglés.
Su Excelencia nos visita esta semana, ¿no es verdad? La Radio Nacional India es normalmente de fiar para estas cosas.
Era una broma, Excelencia.
¡Ja!
Por eso quiero preguntarle a usted directamente si de verdad va a venir a Bangalore. Porque, si es cierto, tengo algo importante que decirle. Fíjese, la locutora de la radio dijo: ‘El Sr. Jiabao tiene una misión: quiere conocer la verdad sobre Bangalore.’
Se me heló la sangre. Si hay alguien que sabe la verdad sobre Bangalore, soy yo.
Luego, la locutora anunció: ‘El Sr. Jiabao quiere conocer a algunos empresarios indios y escuchar el relato de sus éxitos de sus propios labios.’
La locutora explicó un poquito.
Parece ser, Excelencia, que ustedes los chinos están por delante de nosotros en todos los aspectos, excepto que ustedes no tienen empresarios.
Y nuestra nación, aunque no tenga agua potable, ni electricidad, ni un sistema de alcantarillado, ni transporte público, ni sentido de la higiene, ni de la disciplina, ni de la cortesía, ni de la puntualidad, sí cuenta con empresarios. Miles y miles de ellos.
Especialmente en el campo de la tecnología. Y esos empresarios — nosotros los empresarios — hemos montado todas estas empresas de subcontratas que virtualmente dirigen América en la actualidad.
Usted espera aprender cómo crear algunos empresarios chinos, por eso está aquí de visita. Eso me ha hecho sentirme bien. Pero entonces me di cuenta de que, de conformidad con el protocolo internacional, el Primer Ministro y el Ministro de Asuntos Exteriores le recibirán en el aeropuerto, con guirnaldas de flores, pequeñas estatuillas de sándalo para llevarse a casa, y un librito repleto de información sobre el pasado, el presente y el futuro de la India.
Y fue entonces cuando me salió decir esa cosa en inglés, excelencia. En voz bien alta.
Eso fue a las 23:37. Hace cinco minutos.
Yo no suelo soltar tacos ni maldigo. Soy un hombre de acción y de cambio. Fue ahí, y en ese instante, que decidí comenzar a dictar una carta dirigida a usted.

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