12 oct 2011

Reseña: Syrup, de Max Barry



Max Barry, Syrup (Carlton North: Scribe, 2008) 294 páginas.
La primera novela de Max Barry, Syrup, se publicó en 1999 en los Estados Unidos. Resulta un tanto extraño que tuviera que transcurrir prácticamente una década antes de que una editorial australiana se animara a publicarla en Australia. Syrup (palabra etimológicamente relacionada con sirope en castellano, y en última instancia del árabe sarap, nos dice el DRAE) es una divertidísima sátira del mundo del marketing. Barry escoge la mayor compañía del mundo, Coca-Cola (o para abreviar, Coke) para situar su a ratos rocambolesca historia.
El protagonista de Syrup es un joven licenciado en marketing, quien para triunfar decide cambiarse el nombre y llamarse Scat; su único objetivo declarado en esta vida es hacerse famoso. Y puesto que no sirve para actuar, ni sabe cantar ni tocar instrumento musical alguno, para alcanzar su objetivo (la fama) tiene que hacerse rico.
Lo suyo son las ideas, nos dice. Dicho y hecho: una mañana tiene una brillante idea de marketing que decide venderle a Coca-Cola. Una bebida gaseosa para gente joven y muy cool, que llevará por nombre Fukk. A los ejecutivos de Coca-Cola les entusiasma la idea, y le ofrecen tres millones de dólares. Scat no da crédito a sus oídos: parece haber logrado su sueño. Nada más salir de la presentación de su proyecto, se dirige al Registro de Patentes y Marcas Comerciales. Pero allí descubre que su compañero de piso, Sneaky Pete (es decir, Pete el taimado), ha registrado la marca a su nombre unas horas antes.
Syrup es una narración de un ritmo a veces vertiginoso, que incluye numerosos giros inesperados en la trama. El lector sigue las desventuras de Scat y de su compañera de lucha, 6 (sí, has leído bien: el número 6 – prefiero no desvelar el porqué de su inusual nombre) en el mundo feroz e inmisericorde de la publicidad y el marketing, en el que la competencia corporativa interna alcanza cotas inusitadas.
La narración, estructurada en episodios precedidos de un subtítulo y que pueden ser tan breves como una sola palabra, es a veces atropellada; Barry no le da respiro al lector. Cuando la novela se adentra en la parte más enrevesada del argumento (Scat y 6 consiguen que Coca-Cola les confíe la producción del anuncio más caro de la historia: un largometraje, que cuenta con Tom Cruise, Gwyneth Paltrow y Winona Ryder. ¿Conseguirán superar los obstáculos y sortear las trampas que les tiende Sneaky Pete?
Barry presenta una visión cruda del mundo del marketing, a base de pinceladas algo bastas pero llenas de sarcasmo. Syrup nunca deja de arrancarte una sonrisa, cuando no una carcajada.
Puedes leer el primer capítulo de Syrup (en inglés) en el web de Max Barry (un sitio más que interesante, por cierto). Lo que sigue son un par de páginas de ese primer capítulo traducidas al castellano.



Yo, Yo, Yo Ω Capítulo 1

tengo un sueño

Quiero ser famoso. Pero famoso de verdad.Quiero ser tan famoso que las estrellas del cine salgan conmigo y me cuenten que sus vidas son un latazo. Quiero darles una paliza a los fotógrafos que me pillen en compañía de Winona Ryder en los vestíbulos de los hoteles. Quiero que me impliquen en rumores malintencionados acerca de las bacanales en casa de Drew Barrymore. Y por último, quiero que digan “ingresó cadáver” en un hospital de mala muerte de Los Ángeles después de haberme metido unos chutes de speedball con Matt Damon.
Lo quiero todo. Quiero el sueño americano. 

fama

Hace ya mucho tiempo que me di cuenta de que el mejor modo de hacerse famoso en este país es convertirse en actor. Por desgracia, como actor soy terrible. Ni siquiera soy mediocre, lo cual excluye otra posible vía atractiva: casarme con una actriz (practican la endogamia: no es posible casarse con una a menos que seas actor). Por un tiempo pensé en convertirme en estrella del rock, pero para eso uno tiene que tener un inmenso talento o echarse un polvo con algún ejecutivo o ejecutiva de algún estudio de grabación, y de algún modo no me era posible vaticinar ninguno de esos curiosos escenarios en mi futuro inmediato.Lo cual me deja, realmente, solamente una opción: ser muy joven, muy cool y muy, muy rico. Lo mejor de esta vía tan particular hacia la fama, hacia el programa de Oprah y hacia el poder saltarse las colas para entrar en las discotecas de moda, es que está abierta a todo el mundo. Dicen que en este país cualquiera puede triunfar, y es cierto: uno puede trepar y llegar hasta la cima y sentarse a un almuerzo desaborido, aunque embriagador, con Madonna. Todo lo que uno tiene que hacer es encontrar algo en lo que uno sea lo bastante bueno como hacerse con un millón de dólares, y encontrarlo antes de cumplir los veinticinco.Cuando pienso en lo sencillo que es todo, la verdad es que no comprendo por qué los jóvenes de mi edad son tan pesimistas. 

razones para ser millonario

He leído en alguna parte que a un adulto normalito le vienen a la cabeza cada año tres ideas que valen un millón de dólares. Tres ideas al año que podrían convertirle a uno en millonario. Supongo que algunos tienen más esas ideas y otros tienen menos, pero debe ser razonablemente seguro asumir que hasta el más idiota de nosotros tiene que tener al menos una gran idea en nuestras vidas.De modo que todo el mundo tiene ideas. Las ideas no cuestan nada. Lo que es inaudito es poseer la convicción para llevarlas a cabo: trabajar en ella hasta que dé resultados. Eso es lo que separa a la persona que piensa ¿me pregunto por qué no fabrican el champú y el acondicionador en un solo producto?, de la que piensa ¿me compro el Mercedes, o me agencio otro BMW?
Tres ideas al año que valen un millón de dólares. Durante mucho tiempo no podía sacarme eso de la cabeza. Y siempre existía la posibilidad de que tuviera una idea por encima de lo normal, porque haberlas, tiene que haberlas. Ideas que valgan diez millones de dólares. Ideas que valgan cincuenta millones de dólares.Esas ideas que valen mil millones de dólares. 

la idea

La parte interesante de mi vida comienza a las dos y diez de la mañana del 7 de enero. A las dos y diez minutos del 7 de enero, yo tengo veintitrés años y seis minutos de edad. Me hallo contemplando lo parecido que es esta sensación a la de tener, por ejemplo, 22 años y seis minutos de edad, cuando va y ocurre. Tengo una idea.“Hostia,” digo. “La hostia.” Me levanto y busco un papel y un bolígrafo por el dormitorio, no encuentro ninguna de las dos cosas, y finalmente hago una incursión en el dormitorio del tipo con el que comparto el apartamento. Hago unos garabatos en el papel y saco una birra de la nevera, y para cuando ya tengo veintitrés años y cuatro horas de edad, ya me he figurado cómo voy a lograr un millón de dólares.

 para el carro, listillo

Vale. ¿Que cómo sé yo que esta idea es tan buena?

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