David
Monteagudo, Marcos Montes (Barcelona:
Acantilado, 2010). 118 páginas.
Un minero llamado Marcos Montes (a mí me
resulta algo bastante extravagante que el autor se empecine en recordárnoslo al
menos siete veces en las cinco primeras páginas de este burdo sucedáneo de
novela) se levanta temprano y entra en la mina, de donde se dispone a extraer
oro. Mientras realiza las tareas que hace de forma cotidiana el narrador quiere
hacernos creer que el personaje se enfrasca en disquisiciones inútiles: “Su
mente vagaba, ocupada en ideas fugaces, caprichosas, que nada tenían que ver
con los objetos que le rodeaban”.
Mal empezamos, ¿no?
Para más inri, se nos relata que el minero se
deja atrapar por el ruido rítmico de la perforación del taladro en la roca y se
sumerge en sus ensueños (en contra de las más elementales recomendaciones de
seguridad, cabría recordar). No es de extrañar, pues, que el minero perezca
cuando se produce un derrumbamiento en el interior de la mina.
Un momento: resulta que no, que a pesar de
que la ha caído encima “una brutal y avasalladora ola de piedras” – hay que
agradecerle al autor no haber caído en la tentación cada vez más extendida de
referirse a un tsunami – que “lo
empujó, lo desplazó unos metros, lo tiró al suelo para [sic] cubrirlo con lo que
parecían toneladas, una montaña entera de cascotes que le inmovilizó por
completo”, a pesar de lo anterior, Marcos Montes no ha muerto, parece.
¿Por qué?, podría preguntarse el lector.
Quizá la pregunta pertinente en este caso sería, no por qué, sino para qué.
Posiblemente, aventuro yo, para que el autor
pueda alargar lo que en principio habría sido un cuento fantástico más o menos
interesante, hasta dotarlo de la longitud de una novelita breve. Sin embargo,
la transformación de una idea buena para un cuento a la larga resulta en su
mayor parte anodina e intrascendente, con un final tan previsible como insulso.
Al igual que en la primera novela que publicó
Monteagudo, Fin, ya reseñada
anteriormente aquí,
Marcos Montes me pareció por momentos una narración sin brújula.
Lo cotidiano de la vida del protagonista
viene descrito en un registro muy literario, que no creo que case con la
realidad del trabajo de un minero. La trama avanza por derroteros que nos
llevan de lo que debiera ser la claustrofobia propia de los que esperan el
rescate (apenas queda transmitida) a una trama secundaria y metafísica, la cual
sirve de argumento para elaborar un poco sobre el pasado del protagonista y
propiciar un exiguo esbozo de lo que puede ser el arrepentimiento y el perdón
de las faltas que puede uno cometer en vida.
No
me convenció Fin en su día, y me ha
decepcionado (muchísimo) Marcos Montes
ahora. Aun así, no quisiera recomendar a nadie que evite su lectura. Todo lo
que sea leer con mirada crítica es bueno para el lector. Por eso, pienso que es
bastante más efectivo invitarte a leerlo y a que saques tus propias
conclusiones: puede que coincidas con las mías, o puede que disientas y que Marcos Montes te entusiasme. La risa,
como suele decirse, va por barrios.
La verdad es que los blogueros más fiables que conozco coincidís en que el éxito de este autor es bastante sorprendente, dada su mediocridad. Me habéis ahorrado una segura decepción y un agravamiento de mi odio hacia la "Crítica profesional", donde se repiten unos a otros como loros.
ResponderEliminarParece ser que, a raíz del éxito de "Fin", Acantilado le ha pedido a Monteagudo a ver si tiene algo más, y éste ha decidido desenterrar todas aquellas novelas que tenía guardadas en el cajón. Y claro, luego pasa lo que pasa... Aunque, para ser justos, insisto en que yo no lo he leído (ni, de momento, entra en mis planes).
Un saludo.
Hola, amigos!
ResponderEliminarLa verdad es que me sorprenden vuestros comentarios. Leí "Marcos Montes" y me gustó. E intenté, más tarde, leer "Fin", y no pasé de las primeras páginas. La única objeción -extraliteraria, creo- que le achaco yo a "Marcos Montes" es el oportunismo editorial, por cuanto se publicó inmediatamente después del caso de los mineros chilenos (un espectáculo mediático bochornoso, la verdad). Pero la obra me gustó. Sin duda es mi opinión.
En cuanto a la crítica, hace mucho tiempo que desconfio de ella, porque la viví de cerca (yo mismo la he ejercido) y he visto muchas miserias. Os puedo contar que más de un medio me vetó -me censuró- una reseña por no alabar un autor; aunque mi recensión era muy educada y estaba cuidadosamente argumnetada, para bien y para mal del autor.
Respeto mucho vustra valoración como buenos lectores. Esa es la verdadera crítica: la de los lectores, más o menos especialistas o no.
¡Saludos!
Lo de Monteagudo, a mi parecer (y que quede claro que admito que puedo estar muy equivocado), es un fenómeno curioso, en el sentido de que aparece Fin, y por hache o por be algunos críticos la ensalzan, sin llegar a reparar en sus evidentes defectos, que los tiene a mansalva. Admitamos que explotar la credulidad del lector en el siglo XXI puede dar réditos, pero al hacerlo mediante una narración pobremente escrita y peor revisada es donde Monteagudo me pierde como lector. Los dos libros me han dejado mal sabor de boca; con Marcos Montes incluso caí en la irritación, y como lector me considero bastante tolerante. Si hasta mi mujer me preguntaba qué me pasaba, me notaba 'cranky' con el libro...
ResponderEliminarYo también admito que me puedo equivocar, claro. A veces a uno le cae bien o asmila una obra que no tiene por qué ser excelsa o simplemente buena. O incluso puede suceder que en ese momento estés más receptivo o conmiserativo o no sé qué. En fin, contra gustos...
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