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20 ene 2012

Reseña: Marcos Montes, de David Monteagudo


David Monteagudo, Marcos Montes (Barcelona: Acantilado, 2010). 118 páginas.

Un minero llamado Marcos Montes (a mí me resulta algo bastante extravagante que el autor se empecine en recordárnoslo al menos siete veces en las cinco primeras páginas de este burdo sucedáneo de novela) se levanta temprano y entra en la mina, de donde se dispone a extraer oro. Mientras realiza las tareas que hace de forma cotidiana el narrador quiere hacernos creer que el personaje se enfrasca en disquisiciones inútiles: “Su mente vagaba, ocupada en ideas fugaces, caprichosas, que nada tenían que ver con los objetos que le rodeaban”.

Mal empezamos, ¿no?

Para más inri, se nos relata que el minero se deja atrapar por el ruido rítmico de la perforación del taladro en la roca y se sumerge en sus ensueños (en contra de las más elementales recomendaciones de seguridad, cabría recordar). No es de extrañar, pues, que el minero perezca cuando se produce un derrumbamiento en el interior de la mina.

Un momento: resulta que no, que a pesar de que la ha caído encima “una brutal y avasalladora ola de piedras” – hay que agradecerle al autor no haber caído en la tentación cada vez más extendida de referirse a un tsunami – que “lo empujó, lo desplazó unos metros, lo tiró al suelo para [sic] cubrirlo con lo que parecían toneladas, una montaña entera de cascotes que le inmovilizó por completo”, a pesar de lo anterior, Marcos Montes no ha muerto, parece.

¿Por qué?, podría preguntarse el lector. Quizá la pregunta pertinente en este caso sería, no por qué, sino para qué.

Posiblemente, aventuro yo, para que el autor pueda alargar lo que en principio habría sido un cuento fantástico más o menos interesante, hasta dotarlo de la longitud de una novelita breve. Sin embargo, la transformación de una idea buena para un cuento a la larga resulta en su mayor parte anodina e intrascendente, con un final tan previsible como insulso.

Al igual que en la primera novela que publicó Monteagudo, Fin, ya reseñada anteriormente aquí, Marcos Montes me pareció por momentos una narración sin brújula.

Lo cotidiano de la vida del protagonista viene descrito en un registro muy literario, que no creo que case con la realidad del trabajo de un minero. La trama avanza por derroteros que nos llevan de lo que debiera ser la claustrofobia propia de los que esperan el rescate (apenas queda transmitida) a una trama secundaria y metafísica, la cual sirve de argumento para elaborar un poco sobre el pasado del protagonista y propiciar un exiguo esbozo de lo que puede ser el arrepentimiento y el perdón de las faltas que puede uno cometer en vida.


No me convenció Fin en su día, y me ha decepcionado (muchísimo) Marcos Montes ahora. Aun así, no quisiera recomendar a nadie que evite su lectura. Todo lo que sea leer con mirada crítica es bueno para el lector. Por eso, pienso que es bastante más efectivo invitarte a leerlo y a que saques tus propias conclusiones: puede que coincidas con las mías, o puede que disientas y que Marcos Montes te entusiasme. La risa, como suele decirse, va por barrios.

18 mar 2011

Reseña: Fin, de David Monteagudo


David Monteagudo, Fin (Barcelona: Acantilado, 2009).


La premisa argumental sobre la que se construye esta novela es potencialmente muy buena. Un grupo de amigos que solían formar una pandilla – lo más natural del mundo – se vuelven a juntar en el solitario refugio adonde solían ir para recordar los viejos tiempos. Todos tienen algo que ocultar, ya sea de su vida actual o de un suceso que aparentemente dejó una marca moral en sus vidas, cuando a un integrante de la pandilla le gastaron una humillante ‘broma’. Hasta aquí, todo parece ser casi ideal para confeccionar una interesante narrativa, y si el autor domina el género del suspense y tiene las dotes necesarias para aderezar la trama con un lenguaje que le resulte atractivo al lector, ¿estamos quizá ante la versión española de un Cormac McCarthy?


La respuesta es fácil, sencilla y tajante: NO.


Tras la cena, y justo cuando comienzan las discusiones y recriminaciones entre los antiguos amigos, algo extraño sucede en el exterior. Qué es lo que sucede exactamente no llega a quedar nunca claro, pero conforme avanza la novelita el escenario en que se mueven los personajes adquiere inverosímiles tintes de apocalipsis, de un fin del mundo en el que los animales han sobrevivido la aparente hecatombe y campan a sus anchas por pueblos, ciudades y carreteras. Incluso se da el caso de que un tigre (sí, has leído bien, los pobrecitos tigres que están en peligro de extinguirse…) se lleva entre sus felinas fauces a una de las chicas que se había parado a hacer un pis en la vereda. En fin…

Por lo demás, aparte de algunos diálogos bastante bien estudiados (en ocasiones, me daba la impresión de que los capítulos parecen seguir más bien un orden teatral, de escenas y actos; es como si Monteagudo hubiera convertido lo que en principio podría haberse ideado en torno a un drama existencialista en una novela), las descripciones suelen ser más bien empalagosas. El tedio que producen en el lector queda compensado por el deseo de saber qué demonios es lo que hace desaparecer uno tras otro a los personajes. Y estoy seguro de que más de un lector habrá quedado si no cabreado, al menos decepcionado por el hecho de que Fin no resuelva las incógnitas con que el autor ha ido tirando del a veces pesado carro de esta novela.

Si lo que Monteagudo buscaba con Fin era realizar un estudio de la condición humana en una situación que produzca miedo, pienso que la novela no lo desarrolla. Hay demasiados tics estereotipados y demasiados puntos suspensivos que no llevan a ninguna parte. Si Fin ha sido un gran éxito de ventas en España – que lo ha sido – cabría preguntarse por qué; al que esto escribe no le queda nada clara la razón.

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