Tomeu Matamalas, L'illa d'Antígona (Pollença: El Gall Editor, 2010). 263 páginas.
Hay un
mar por el cual siento especial predilección, y es el mar donde yo me crié, en
cuyas aguas me bañé innumerables veces y bajo cuyas olas normalmente mansas (en
comparación con el océano Pacífico, al que estoy ahora acostumbrado) me asomé
de pequeño al piélago y sus misterios. Es el Mediterráneo, el cual es el gran
escenario global de esta estupenda novela histórica, y que en los años del
Renacimiento adquirió un protagonismo central que solamente lograron disminuir los
descubrimientos geográficos posteriores, en dirección opuesta, hacia poniente.
En L’illa d’Antígona, el mallorquín Tomeu
Matamalas asume la personalidad de un pintor, Alexis Stavros, hijo adoptivo de
una familia griega en la hermosa ciudad bizantina, Constantinopla, poco antes
del asedio y posterior caída en manos del imperio otomano del sultán Mehmet II
en 1453.
Gentile Bellini, Retrato de Mehmet II |
Ya en
su vejez, Stavros dirige la narración de su muy intensa vida a un hombre
llamado Nícies, por quien Stavros declara tener una gran predilección. La
autobiografía la escribe Stavros en la Venecia de principios del siglo XVI, en
la que un tal Tiziano comienza a descollar entre el selecto grupo de pintores y
artistas al servicio de los ricos mercaderes de la ciudad-estado. Nícies es la
gran incógnita con la que juega el autor, y por tanto no debe ser revelada en una
reseña.
Autorretrato de Giovanni Bellini |
Todavía
siendo un niño, Alexis es testigo del brutal asesinato de sus padres por los
soldados turcos, los jenízaros; salva la vida pero es hecho prisionero y
vendido como esclavo. Durante varios años trabajará en una hacienda agrícola,
protegido por otro esclavo al que conoce como Genadi. Su protector resulta ser
un influyente patriarca de la iglesia ortodoxa, y gracias a él consigue
regresar a Estambul (el cambio de nombre refleja ya que el orden geopolítico ha
quedado para siempre trastocado).
Giorgione, Retrato de Laura |
Una vez
en Estambul, una carambola del destino le vuelve a reunir con la niña de la que
estuvo enamorado cuando era apenas un mozalbete, pero la guerra y sus nefastas
consecuencias han cambiado mucho las cosas, e Irene (que también fue vendida
como esclava a un mercader llamado Tamarack) vive otra vida como prostituta de
lujo. Los dos hacen planes para huir de Estambul e iniciar una vida juntos en
otro lugar, pero Tamarack se lo impedirá al asesinar a Irene de forma cruel.
Matamalas
demuestra ser un gran conocedor de la pintura renacentista italiana; las
descripciones de las técnicas pictóricas, o de la cuidadosa elaboración de un
cuadro o de un fresco, descripciones o explicaciones que pone por boca de sus
personajes, denotan sustanciales conocimientos en la materia, pero de todos
modos su inclusión en la narración del pintor griego resulta muy natural y nada
pesada para el lector.
La tempesta de Giorgione supuso una ruptura con la convención pictórica de la época |
Ante
todo, en L’illa d’Antígona impera la
amenidad de la narración: con un lenguaje pulcro y cuidado, su temática artística
secundaria le confiere una dimensión culta nada desdeñable. Pero es
especialmente la narración que Stavros hace de su vida lo que mantiene al
lector cautivado: la historia de cómo Alexis acude a la isla de Antígona para
intentar superar la pérdida de Irene, y cómo conoce a Melina, la sencilla y
encantadora muchacha que le vuelve a enganchar a la vida. Cuando regresa a Estambul,
Melina no puede soportarlo y con el paso del tiempo pierde la ilusión de vivir,
y muere al dar a luz a su hija, su segunda descendiente. Alexis, aconsejado por
Gentile Bellini se marcha a Venecia.
Los personajes
históricos no suponen ninguna mella en la verosimilitud de la novela, algo que
es de agradecer en estos tiempos. Por último, para quien no esté acostumbrado a
las peculiares formas ortográficas que se
emplean en esas hermosas islas mediterráneas en las que la lengua catalana es lengua
autóctona, esas formas pueden en principio suponer una pequeña dificultad para
sumergirse en el libro de Matamalas, pero el esfuerzo realmente vale la pena. L’illa d’Antígona fue galardonada ex aequo con el VI Premi Pollença de
Novel·la.
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