Rachel, la protagonista
de esta novela, la primera de la autora, nació en la esclavitud en una
plantación de caña de azúcar en Barbados. En su vida solamente ha conocido la
crueldad, la brutalidad, la obligación de trabajar a cambio de nada y el robo
de los cinco hijos que sobrevivieron a las durísimas condiciones en que vivían.
Cuando en 1834 llega el decreto real que pone fin a la esclavitud, ella sabe
que no le ha llegado la libertad. La realidad era otra: los esclavos pasaban a
ser “aprendices” con un contrato de seis años que no podían romper y que apenas
les daba para no morirse de hambre.
Intuyendo que de
un infierno van a pasar a otro, Rachel decide huir. Su única meta en la vida es
reencontrarse con sus hijos. La primera ayuda le viene de una enigmática mujer,
Mamá B., que acaudilla un pequeño poblado de esclavos huidos y emancipados.
Gracias a Mamá B., Rachel consigue llegar a la ciudad, Bridgetown. Rachel encuentra
a su hija Mary Grace, que trabaja en una sastrería. Los dueños de la tienda se
apiadan de ella y le ofrecen trabajo y un lugar donde refugiarse del dueño de
la plantación, que sigue buscándola.
Alentada por datos
de un registro de venta de esclavos, de Barbados parten hacia Georgetown, en la
Guyana Británica, en busca de los otros cuatro hijos. Durante el viaje se les
une un marinero llamado Nobody (Nadie). En una de las plantaciones Rachel
recibe la noticia de que a uno de ellos, Micah, lo ejecutaron sumariamente durante
la rebelión de Demerara en 1823 (suceso histórico que es el eje central del
libro White Debt,
que reseñé hace unos meses). En su largo periplo se adentran en la jungla de
Guyana hasta encontrar al tercero, Thomas Augustus, en un remoto y oculto
poblado de esclavos huidos. Pero Thomas Augustus no quiere abandonar el lugar
en el mundo en el que ha encontrado la paz y la libertad, de modo que Rachel,
Mary Grace y Nobody reemprenden su viaje, esta vez rumbo a Trinidad, donde se
supone que están las dos hijas que faltan.
En Trinidad no
tardan en encontrar a Cherry Jane, que ha logrado ascender socialmente y no
quiere renunciar a su buena fortuna. El viaje final para encontrar a su última
hija, Mercy, es arduo, largo y dificil. Trinidad es una isla mucho más grande
que Barbados y las condiciones son tremendamente difíciles. Cuando por fin dan
con Mercy, descubren que está embarazada en una plantación del este de la isla.
El dueño es el epítome de la brutalidad y será nada fácil que deje ir a Mercy. Pero
la lucha por la libertad propia y de sus hijos guía a Rachel.
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Un lugar en el mundo. Mayaro Beach, Trinidad y Tobago. Fotografía de Kalamazadkhan. |
De todo lo
anterior se podría pensar que es una excelente trama (y en cierto modo, pese a
la obvia falta de verosimilitud en muchos momentos, lo es). Pero una gran
historia no siempre resulta ser una gran novela. En River Sing Me Home es
más que notable la ausencia de oficio narrativo. Los personajes carecen de
profundidad, pese al evidente esfuerzo de Shearer por dotarlos de algo
sustancial. La famosa regla novelística (“Show, don’t tell”) apenas se cumple,
y la novela se construye en una narración absolutamente lineal. Hay únicamente
un punto de vista (el de la voz narradora omnisciente), constantemente centrado
en la perspectiva de Rachel. Y además, le sobra melodramatismo.
River Sing Me
Home, que tan buenas
reseñas ha recibido tras su aparición, no deja de ser un claro ejemplo de cómo se
puede dar con una gran historia y desarrollarla construyendo una trama que es simplemente
pasable, y que sin embargo termina materializándose en una narración rectilínea,
bastante predecible y una pizca ramplona. Una pena, todo sea dicho.