Hacia al final de esta novela, la segunda de Akhtar, tras
parar a repostar en una gasolinera en una pequeña población de Wisconsin, al
protagonista narrador y a su padre los insulta un joven estadounidense blanco
porque han dejado el coche levemente mal estacionado. La discusión que sigue termina
en un intercambio de insultos:
«Vete a tomar por saco», añadí mientras tiraba de la
manilla de la puerta del conductor. La mirada refleja que eché para observar su
reacción me reveló entonces algo de lo que no me había percatado hasta ahora:
una correa que le bajaba por el lado del torso hasta un bulto recubierto de
cuero en el costado.
Vio que había visto el arma y sonrió: «Qué ganas tengo de
construyamos ese muro para no dejar entrar a bichos como vosotros». Lo que
sentí en ese momento fue algo fugaz, pero nunca lo olvidaré. La visión del
arma, la amenaza visceral y el miedo ancestral que desencadenó, la urgencia
elemental de protegerme, la asimetría de nuestro poder en aquel instante: todo
se combinó para encender algo en mi interior que nunca antes había
experimentado. Quería matarlo. Pero la conciencia inmediata de lo indefenso que
estaba para hacerlo me echó para atrás, de una manera que todavía hoy me consume,
casi dos años después. (p. 307, mi traducción)
En un excelso ejemplo de la ahora muy denostada (desde
ciertos círculos) autoficción, Akhtar crea un personaje narrador que se llama Ayad
Akhtar, nacido en los EE.UU. de padres pakistaníes, y que como él es dramaturgo
y también ha ganado un Pulitzer gracias a una obra de teatro. Homeland
Elegies mezcla elementos de diversos géneros (la autobiografía, el teatro, la
crítica cultural o el análisis histórico) en un texto con intenciones
claramente perturbadoras. No deja títere con cabeza. Ni siquiera el
protagonista a quien le presta su nombre sale indemne.
En su narración, Akhtar toca desde el descalabro
socioeconómico y humano que supuso la Partición y la llegada de sus padres al país hasta décadas
más recientes en las que comenzó su declive económico y el paso a una
oligarquía económica provocada por las políticas Reagan con sus efectos ‘goteo’
y la nefasta gestión propiciada por sus ideólogos, como Robert Bork.
El tema fundamental de la novela es el conflicto
identitario. En un ejemplo demoledor para la engañosa noción del melting pot
estadounidense, Akhtar cita al sociólogo alemán
de origen judío Norbert Elias: «La mayoría establecida toma su propia imagen colectiva
a partir de una minoría de sus mejores elementos, y moldea una imagen colectiva
de los forasteros a quienes desprecia a partir de una minoría de sus peores
elementos». (p. 139, mi traducción) Dice Akhtar el narrador de su vida que se
encuentra marcada por un dilema irresoluble: es un musulmán que ya no practica
– y mucho menos cree – en la religión, pero su identidad, en el seno del país
donde ha nacido, está totalmente moldeada por el hecho del Islam que lo ha
definido dentro de esa sociedad desde el 11-S.
Norbert Elias, una larga vida (1897-1990). Fotografía de Rob Bogaerts. |
Es un libro irresistible. Tanto por la calidad de su
prosa como por el evidente amor y gusto que el autor tiene por la lengua
inglesa. Akhtar juega con nosotros los lectores, en tanto que plantea sucesos
en la vida del protagonista que lo dejan moralmente maltrecho (la historia de
cómo contrae la sífilis no tiene desperdicio). Además, a lo largo de la novela
va plantando minas que pueden estallarle en la cara a un lector
hipersensibilizado y emocionalmente endeble.
Y por supuesto, la historia que su padre cuenta sobre Donald Trump. Pero de eso prefiero no darte ninguna pista.
Publicado en castellano por Roca Editorial en 2021 como Elegías a la patria, con traducción a cargo de Elia Maqueda.
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