Gregorio Casamayor, La vida y las muertes de Ethel Jurado (Barcelona: Acantilado, 2011). 302 páginas.
La estructura narrativa de La vida y las muertes de Ethel Jurado gira en torno al concepto de fractal, el
cual el autor define como “objeto irregular formado por partes también irregulares,
las cuales, si son aumentadas de tamaño, se muestran prácticamente iguales a su
todo, y a la vez están formadas por partes más pequeñas que cumplen la misma
propiedad, y así sucesivamente.” Los cuatro fractales los representan cuatro
narradores, cuatro puntos de vista que van desentrañando de forma paulatina el
misterio que rodea a la auténtica protagonista de la novela, Ethel.
Cada uno de estos
narradores escoge aportar a la narración desde su memoria ciertos recuerdos y
datos que van formando ante el lector el mosaico de la personalidad de Ethel y
el trauma que provoca su huida definitiva; pero Casamayor sabe muy bien marcar
los tiempos para dar un competente golpe de efecto definitivo en las páginas
finales.
El primer
narrador es Quique, el hermano pequeño de Ethel, atormentado por la culpa por
no haber sido capaz de reconocer lo que había estado ocurriendo en su casa
delante de sus narices, y también por su silenciosa complicidad y la de su
madre. El hogar de los Jurado lo retrata Quique como una especie de brutal prisión
psicológica, en la que el padre, Esteban, ejerce de déspota mientras la salud
se lo permite. Tras la huida de Ethel, la madre, Margo, se convierte en juez y
verdugo. Ella asume esos papeles para llevar a cabo unas sentencias inmisericordes
con su esposo y su hijo mayor, Santiago.
Los otros tres
narradores son los compañeros de facultad de Ethel. Gerard Pruna aporta nuevos
datos sobre Ethel: lo errático de su comportamiento, sus ausencias de las aulas
universitarias motivadas por frecuentes crisis que los expertos han diagnosticado
como un trastorno bipolar, la mirada curiosa de un amigo en el hogar de Ethel
donde intuye las amenazas de Esteban y el insondable ambiente asfixiante al que someten a Ethel en
ese piso lóbrego.
El tercer
narrador es Marcos Recaj, quien asume que fue Ethel quien le escogió como compañero
íntimo (el cuarto fractal le revela al lector una perspectiva totalmente
distinta). Casamayor sigue aportando nuevos matices e insinuaciones, lo hace
con cuentagotas, no hay duda, pero en una novela que apenas llega a las 300
páginas eso no constituye falta alguna. La perspectiva narrativa final la
aporta la otra chica del grupo de estudios, Laura Morillo, que termina casándose
con Gerard. Laura es la verdadera confidente de Ethel, la única que – solamente
quizás – llega a saber la verdad sobre Ethel, y a través de la cual Casamayor
proporciona el desenlace. Este no es realmente tan sorprendente; Casamayor
conduce la historia hacia un punto idóneo para la resolución, y lo hace sin
dejar de eliminar ese velo de misterio que rodea a Ethel desde la primera
página. Oculta tras una especie de niebla persistente elaborada con la vaguedad
de las palabras, el personaje de Ethel Jurado nunca se nos revela por completo.
Es inevitable que
al hacer memoria sobre alguien con quien hemos convivido pasemos recuento a
nuestra propia vida; en La vida y las
muertes de Ethel Jurado los cuatro narradores hacen confesión de sus propias
faltas y defectos. Esos episodios personales con los que envuelven sus referencias
al tiempo vivido con Ethel añaden un punto de interés a la novela, que sin esas
anécdotas personales tendría mucho menos valor.