Mate jaque comienza con un largo monólogo que en un momento determinado, como una puerta que se abriera gracias a una bisagra, pasa a ser el monólogo del otro personaje central de la novela. El monólogo inicial es el de un escritor ya maduro que nos habla del fracaso que ha rodeado siempre su vida y su carrera literaria. El escritor culpa de su fracaso a su tercera esposa, y va repasando cada uno de los aspectos del conflicto que ha corrompido su relación, con reflexiones que en ocasiones parecen implicar una brutal clarividencia: “ningún sufrimiento en la vida es comparable al que dos amantes son capaces de infligirse mutuamente”. Mientras escribe una autobiografía por encargo de su agente (con la que ha mantenido relaciones), el escritor se refugia en un decadente balneario; allí fuma porros a escondidas y abusa del alcohol con frecuencia.
La novela huye de los manidos modos del relato tradicional. Javier Pastor construye una narración que se desdobla por el centro. Esta es una novela que nos exige estar atentos, pues son muchas las referencias intratextuales, aparte de las innegables alusiones a otros textos, a otros autores, a otros tiempos y periodos de la literatura universal.
Es muy improbable que alguien escriba una novela (por muy breve que sea) sin hacer mención de los nombres propios de los protagonistas. Eso es exactamente lo que ocurre con Mate jaque. Los dos personajes (‘Él’ frente a ’Ella’) dejan caer en las páginas de Mate jaque el odio mutuo en el que se ha convertido su antigua pasión amorosa.
Pastor da un espectacular vuelco a la narración sin que el lector esté preparado; al final de una partida de ajedrez que ‘Él’ ha jugado con el maître del restaurante del balneario, leemos que el jaque mate es idéntico al de una partida que jugaron Madame de Remusat y Napoleón en 1802. Ahí se produce el 'mate jaque', cuando el maître asume el papel de Napoleón y ‘Él’ pasa a ser ‘Ella’ (Madame de Remusat). Se inicia entonces su monólogo, tan ácido y corrosivo como el de ‘Él’, y que parece en cierto modo desandar la trayectoria del monólogo que ‘Él’ nos ha brindado hasta el momento del cambio repentino descrito.
Mate jaque no es una novela de fácil lectura. Pastor parece buscar obligarnos a releer pasajes para que le saquemos todo el jugo a la narración. Y nos regala auténticas perlas, que no tienen desperdicio y que bien pudieran pasar a formar parte de un decálogo personal de útiles citas para cuando la ocasión lo requiera, si es que alguna vez lo requiere: "No hay que detener al enemigo cuando comete un error"; o "Hay que mantener la fe en la destrucción del otro".