Una de las amargas consecuencias del desplazamiento de refugiados desde
países en conflicto a otros donde se les da acogida es la imposibilidad de que
esas personas puedan continuar con sus carreras profesionales, y en muchos
casos terminen realizando trabajos humillantes, mal pagados y para nada acordes
con su nivel educativo. Otro daño colateral más, supongo.
Es el caso de Jovan, refugiado serbio de la guerra de los Balcanes y poeta
y exprofesor de literatura en una universidad de Sarajevo. Junto con su esposa,
Suzana, Jovan llegó a Melbourne a finales del siglo XX. Llevan poco más de dos
años en Australia; Jovan se gana la vida como limpiador y hombre de los recados
en un hospital suburbano, mientras que Suzana gana un dinero extra ayudando a
familias de clase media alta en un barrio costero de la metrópolis del sur de
Australia llamado Black Rock.
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Una casa cerca del mar en Black Rock, Melbourne. Fotografía de Cassandra
Fahey. |
Ambos han huido del trauma de la guerra y de la pérdida de sus dos hijos en
la antigua Yugoslavia, tras la ingestión de comida envenenada. El mismo Jovan
salvó la vida por poco menos que un milagro médico, pero Suzana no probó bocado
aquella noche. ¿Podrán rehacer sus vidas en Australia? ¿Podrán salvar su
matrimonio después del intento de suicidio sin éxito de Suzana?
Las cosas se enredan para Jovan de dos maneras diferentes: por un lado, la
dentista Tammie, quien está más interesada en otras partes del cuerpo de Jovan
que en las caries que corroen sus muelas. Ah, la carne es débil. Por otro lado,
en el hospital han comenzado a aparecer grafitis en los lugares más
insospechados. Los empleados bautizan a su autor (hay incluso cierta admiración
por el elemento artístico e intelectual que aportan las pintadas) como Dr.
Graffito. Y no contento con los grafitis, el inquietante artiste provocateur rellena la garrafa de un dispensador de agua
con grasa humana, y graba con el bisturí un obsceno mensaje en el cadáver de
una paciente recientemente fallecida.
Para Jovan es un problema añadido porque es él quien, a fin de cuentas,
tiene que borrar las pintadas, arreglar los desaguisados del ínclito doctor y
limpiar los desechos varios que dejan sus fechorías. La trama adquiere mayor
suspense cuando Jovan se da cuenta de que el doctor Graffito le ha estado
dejando mensajes a él: en la puerta
de los baños públicos aparecen las palabras “Limpieza ética”.
Naturalmente, el estrés empieza a pasarles factura, y la relación de Jovan
con Suzana se resquebraja como consecuencia, hasta el punto de que ella se
marcha y se aloja en un motel durante una semana. Patrić maneja con destreza
los retornos, intercalados en la narración, a la vida de la pareja en Sarajevo,
las atrocidades cometidas por uno y otro bando, la violencia indiscriminada, la
desesperanza. El suspense adquiere un crescendo temeroso, con detención errónea
e indebida de Jovan por parte de la policía.
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El paseo del muelle de Frankston, Melbourne, por donde Jovan terminará paseando a Charlemagne, el perro de su vecino. Fotografía de Harley Calvert. |
La caracterización de los dos protagonistas es, a mi parecer, un poco
desigual. Mientras que Suzana queda perfilada como una mujer fría y
calculadora, atormentada por el pasado, la caracterización de Jovan que realiza
Patrić roza en mi opinión la perfección. Dos ejemplos: 1) el Jovan poeta y 2) el
Jovan refugiado/inmigrante.
1) “Ella sabe que Jovan acostumbraba a poder convertir casi cualquier cosa
desde una nueva perspectiva, ver algo más profundo y positivo, más hermoso,
aunque fuese también más penoso. Era lo que hacía de él tan magnífico poeta
allá en Yugoslavia. Y lo que a ella todavía le quita el resuello, una verdadera
bocanada de aire con todas sus fuerzas, cuando piensa en lo crucial que
resultaba la poesía para él. Cómo solía despertarse por las mañanas y la poesía
brotaba de él como una rapsodia. Cómo solía impulsarle, cómo se apoyaba en la
mesilla de noche y escribía con ojos que apenas podían mantenerse despiertos y una
mano adormilada, poesía que eludía todas las sandeces habituales que
conformaban la poesía, la mediocridad habitual, y revelaba nuevas formas de
sentir, de ver, de comprender y de ser. Y ahora, nada. Ya no escribe, y es como
si nunca lo hubiese hecho.” (p. 89, mi traducción)
2) “Se estira para coger la toalla de la puerta abierta del armarito
empotrado en el cuarto de baño. Se seca el abundante pelo negro, que el año
pasado empezó a dejar ver alguna que otra cana. Se seca el torso, luego brazos
y piernas, y sale del cuarto de baño bien limpio. Qué extraño es lo bien poco
que su cuerpo muestra las evidencias de lo que ha sido su vida. Qué pocas veces
han quedado marcadas sus carnes por la catástrofe. Casi ninguna prueba en forma
de cicatrices, salvo unas marcas indeterminadas de quemaduras en la espalda. El
pelo de la barba se ha vuelto canoso. Le parece curioso. Cuando se afeita, se
convierte en otro hombre más que lleva una vida tranquila en los barrios de
Melbourne.” (p. 48, mi traducción)
Black Rock, White City (Belgrado significa en serbio “ciudad
blanca”) tiene interesantes elementos de thriller, incluso de muy gótica novela
negra, con un desenlace que te tiene en vilo. Pero es, ante todo, una indagación
inteligente en el drama de la inmigración forzada, la experiencia de los
refugiados en un país que los está rechazando y maltratando asquerosamente, una
certera novela que pregunta para qué pueden servir las palabras cuando se
subvierte su sentido (si es que tal cosa fuese posible). Quizás lo único
decepcionante – al menos para mi gusto – es el final feliz que propone el autor.
Los finales felices rara vez tiene lugar en la vida real.
Black Rock, White City fue galardonada con el Miles Franklin de
2016, el principal premio literario de ficción en Australia.