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9 sept 2019

Reseña: Only the Animals, de Ceridwen Dovey

Ceridwen Dovey, Only the Animals (Melbourne: Penguin, 2014). 248 páginas.

Vaya por delante la admisión de que no tengo mascota alguna ni la he tenido durante décadas, quitando de los perros de la granja donde estuve viviendo un año entero. No me sorprende que haya tanta gente que tiene animales en su casa, pero sí me parece paradójico que algunas mascotas reciban mejor trato que personas que, por alguna u otra razón, se hallan en condiciones deplorables. No creo que ese dato, hoy en 2019, indique algo positivo de la humanidad.

Este difícilmente clasificable libro de Ceridwen Dovey lo componen diez relatos narrados por “almas” de animales fallecidos. Obviamente, la autora nos invita a creer en algo perfectamente inverosímil; pero esa invitación, a la larga, creo que merece la pena aceptarla.

Los relatos tienen variados puntos en común: todos los animales cuentan sus historias después de fallecer a causa de conflictos bélicos o situaciones problemáticas creadas por seres humanos. Cada uno de los relatos rinde homenaje intertextual a un escritor distinto, entre ellos algunos tan ilustres como Kerouac, Grass, Kafka, Sylvia Plath, Stoppard o el australiano (mucho menos conocido) Henry Lawson.
Los suyos no están en una bolsa. Tumba de Henry Lawson en el cementerio de Waverley, Sydney. Fotografía de Sardaka  
En el primero, ‘The Bones’ [Los huesos] un camello en el árido interior de Australia a finales del siglo XIX observa y escucha las conversaciones de un grupo expedicionario que transporta un extraño saco lleno de huesos amarillentos (¡qué pena, no son lingotes de oro!). El camello interrumpe la narración para dar cuenta de su propia historia, y termina muerto por los disparos de uno de los viajeros que, borracho de ron, intenta matar a un gran lagarto que ha estado acechándolos durante días. El relato insinúa la violencia de la expansión colonial de Australia, una atroz guerra que sigue siendo negada por la historia oficial.

El siguiente animal en contar su historia es un gatito, perdido entre las trincheras de la I Guerra Mundial, donde encontrará la muerte. En otro de los cuentos, el alma de un delfín hembra escribe ‘Una carta a Sylvia Plath’, en la que cuenta sus experiencias dentro de un grupo de élite de cetáceos entrenados por la Marina de los EE.UU. para tareas de detección de amenazas submarinas.

Los relatos están presentados en un orden cronológico, si bien el lector bien podría alterar el orden de lectura a su gusto. Los demás animales incluidos en el libro son un chimpancé, un perro, un mejillón, una tortuga, un elefante, un oso y un loro. Hay relatos que desde la primera oración te atrapan. En mi caso, me ocurrió con ‘Plautus: A Memoir of My Years on Earth and Last Days in Space’ [Plauto: Memoria de mis años en la Tierra y mis últimos días en el espacio], narrada por una tortuga que pasa de la vida en la casa de los Tolstoi tras la muerte del escritor a vivir en el Londres literario de Virginia Woolf y George Orwell, para finalmente regresar a la URSS y terminar como tortuga astronauta en las expediciones espaciales de órbita terrestre del programa soviético.

Con otros, en cambio, quizás la apuesta de Dovey no resulta ser tan efectiva. Es el caso de ‘Telling Fairytales’ [Contando cuentos de hadas], en el que un oso narra sus dramáticas vivencias y la desesperación de los habitantes de Sarajevo durante la guerra de los Balcanes.
Pearl Harbor (Hawaii). Implausible escenario para una superorgía de moluscos. 
Los hay también repletos de humor: el mejillón de ‘Somewhere Along the Line the Pearl Would be Handed to Me’ [En algún momento me entregarían la perla], título prestado por On the Road de Kerouac, narra en clave de humor su largo viaje de la costa este a la costa oeste de los Estados Unidos. El molusco no solo tiene un excelente sentido del humor, sino que emula el espíritu de la Generación Beat de forma veraz e hilarante. Tras la llegada a Pearl Harbor acoplados al casco de un buque de guerra, los mejillones, enardecidos por la salinidad y las cálidas aguas del Pacífico, desovan en masa en una especie de frenética orgía submarina: “Entonces ocurrió algo extraño. La temperatura y la sal en el agua actuaron como estímulo de un jubiloso desove espontáneo en masa de cada uno de los mejillones en nuestra colonia de polizones en el casco del barco, todos y cada uno de nosotros. Cada macho soltó su esperma en las aguas, y cada hembra dejó ir millones de huevos, y durante varios días los muchachos y yo no pudimos concentrarnos en otra cosa que no fuese fertilizar, en hacer nuestra divertida voluntad carnal con quien nos diese la gana. Jodimos y copulamos y nos reprodujimos en índices que asombraron al mismísimo Meji. El olor a sexo era casi tan fuerte como el olor a comida – había comida por todas partes en la bahía, tanta que todos engordamos, muy rápido, muy velozmente, más y más gordos. No estaba muy seguro de si esto era lo que veníamos buscando, esta vida de abundancia. Pero nos parecía muy bueno, estaba rebién, la hostia de bien, eso de darnos una supercomilona y follar ad infinitum.” (p. 122, mi traducción)

Aunque posiblemente no todos los relatos de Only the Animals causen admiración o asombro, el conjunto sí deja un excelente sabor de boca, como fue el caso con la primera novela de Dovey, Blood Kin. Hay mucha inventiva e imaginación en cada una de estas narraciones de características antropomórficas, que aprovechan el hecho de que, además de servirnos de alimento, utilizamos a los animales de muchas diversas maneras: como medios de transporte, para hacernos compañía, en experimentos y campañas militares, en competiciones deportivas y espectáculos barbáricos que algunos denominan artísticos, etc. La lista es virtualmente inagotable.

En ese sentido, quizás el hilo temático subyacente en el conjunto de relatos sea la lucha por sobrevivir en un planeta cada vez más poblado y cada vez más inhumano. La delfina que escribe su misiva a Sylvia Plath nos dice: “a las mujeres no hace falta recordarles que son animales. Entonces, ¿Por qué vuestros hombres se empeñan en gritarlo desde los tejados, como si hubieran descubierto cómo transformar los metales comunes en oro? ¡Imagínese usted a un hombre que haya de tener revelaciones cada dos por tres para acordarse de que es un animal! Pero nosotros somos especiales, declaran vuestros hombres, somos un animal de caso especial, y parte de lo que nos hace especiales es que hacemos la pregunta: ¿Soy humano o animal?” (p. 206, mi traducción)

Y enlazo lo anterior con la cita que hace Dovey del autor estadounidense Boria Sax, procedente de su libro Animals in the Third Reich: Pets, Scapegoats, and the Holocaust: “Quienes son humanos para con los animales no son necesariamente amables con los seres humanos.” Que cada cual saque sus propias conclusiones.

26 jun 2019

Reseña: The Shepherd's Hut, de Tim Winton

Tim Winton, The Shepherd's Hut (Australia: Hamish Hamilton, 2018). 267 páginas.

Desde la primera página de The Shepherd’s Hut al lector le llega una voz narrativa repleta de carisma. Es la de Jackson (Jaxie) Clackton, un joven de un pueblo de mala muerte (expresión completamente literal en el caso de su padre) de Australia Occidental. Habiendo perdido ya a su madre por una terrible enfermedad, el muchacho ha sobrevivido a la violencia de su padre, carnicero (a quien apoda Captain Wankbag – algo así como Capitán Escoria) y al silencio cómplice y cobarde del resto de la población, especialmente del oficial de policía.

De manera que cuando el padre (‘el campeón mundial del ron’; o también ‘the deadest cunt’ – el mayor hijoputa) la palma porque le cae encima el coche mientras intentaba hacerle alguna reparación, Jaxie piensa que en el pueblo harán de él la oportuna cabeza de turco. Agarra cuatro cosas y se larga del lugar. Huye hacia el este, allí donde terminan las tierras fértiles donde se cultiva la mayor parte del trigo australiano y comienza el desierto, los llanos salinos, la inmensidad deshabitada que es el interior del continente australiano. A largo plazo, Jaxie espera poder encontrarse con Lee, la chica a la que adora. Los dos son menores, y además primos: las posibilidades de que compartan el futuro son mínimas, por no decir nulas.

Sobrevivir en ese ecosistema es extremadamente difícil, especialmente si al mismo tiempo no quieres que nadie te encuentre. En su deambular descubre una choza en la que vive solo un hombre ya mayor. Es un cura irlandés, Fintan MacGillis, parlanchín, curioso, insufrible para alguien como Jaxie. MacGillis también se oculta, pero los motivos por los que se esconde (¿de quién o de qué? Nunca quiere revelarlos.

En mitad de ninguna parte, sin apenas nada con lo que uno pueda sobrevivir... Lake Ballard, en Australia Occidental. Fotografía de Amanda Slater (Coventry).
Con el paso de los días y las semanas, el joven y el viejo cura comienzan poco a poco a acostumbrarse a la presencia del otro. Para alguien como MacGillis que se ha pasado años sin otra compañía que los pocos libros que tiene y las cabras silvestres que atrapa en el corral atraídas por el agua, la llegada de Jaxie es una suerte de bendición. Con las escuetas conversaciones que mantienen Winton teje la sección de la novela que resulta más que fascinante. Las dos voces suenan claras, diáfanas, impenetrables entre sí. Uno podrá traducir las palabras, pero nunca acertará con el tono, porque no es traducible.

En su guarida tan propicia para la penitencia que dice estar cumpliendo, MacGillis está esperando la entrega de víveres y provisiones que le permiten sobrevivir en ese lugar tan inhospito, pero el envío no llega. Gracias a Jaxie, buen tirador, pueden comer carne de canguro de vez en cuando junto con las verduras de su huerto y el té negro que prepara a todas horas.

Pero todo va a cambiar cuando, después de unos cuantos meses, Jaxie da por casualidad con un enorme vivero subterráneo de marihuana escondido en un contenedor enterrado y mantenido mediante un generador a diésel. Consciente de que los propietarios del negocio irán tras ellos tan pronto sepan que han sido descubiertos, Jaxie trata de convencer al sacerdote de que debe dejar definitivamente su pequeño remanso de paz en mitad de la nada. Pero MacGillis se niega.

Un lugar de Australia Occidental llamado Mount Magnet. ¿Llegará Jaxie allí? O mejor dicho: ¿llegará vivo? Fotografía de E.W.Digby.  
Como Luther Fox en Dirt Music (2001) (y en menor medida Quick Lamb en una de las subtramas de Cloudstreet (1991)), el protagonista huye de la ausencia de un futuro creíble y de la violencia. Y es después del desenlace que comienza su historia, al volante de un coche que no es suyo y para el cual no cuenta con licencia de conducción:
“Cuando me pongo en marcha y del asfalto me llega ese suave y sombrío rumor por debajo, como si todo fuese la hostia de diferente. Como si estuviese en un mundo nuevo, todo escurridizo, plano y fácil. Aun con el motor, que te suelta ese rugido, y el viento que te azota entrando por la ventanilla, los sonidos son de veras suaves, fofos como una almohada. Civilizados, eso es lo que quiero decir. Como si estuvieses aún en la tierra pero apenas ya no lo notases. Y eso es la leche. Te pensarás que nunca antes me había subido a un carro. Pero cuando has estado moviéndote al pinrel igual que una puta cabra durante semanas y meses, cuando en tanto tiempo no has visto otra cosa que ese lento terreno tan duro y pedregoso, repleto de arbustos espinosos, joder, eso se te viene de repente. Ya te digo, es cosa de locos. Se te echa encima una sensación como de ángel. Como si fueses una flecha luminosa.
Es la hostia, ya he alcanzado los cien kilómetros por hora y todavía no he metido la quinta. En una tapicería tan mullida, y con uno de esos abetitos que cuelgan del retrovisor. Estoy volando. Pero tengo el culo bien sentado para hacerlo. Separándome del suelo. Dejando atrás la tierra. Y ya no soy ninguna clase de bestia. (p. 3-4)”
Con The Shepherd’s Hut Winton no hace sino confirmar su notable lugar en las letras australianas contemporáneas. Esta es una excelente historia, y el hecho de que esté narrada en primera persona por un muchacho de quince años que apenas ha completado la educación secundaria le agrega un valor singular. Quien quiera disfrutarla deberá sin embargo hacerlo en inglés. Como queda demostrado en el extracto que he tratado de verter al castellano, ninguna traducción podrá capturar el tono de Jaxie por completo.


28 feb 2019

Reseña: The English Class, de Ouyang Yu

Ouyang Yu, The English Class (Melbourne: Transit Lounge, 2016 [2010]). 397 páginas.
¿En qué medida llega a transformar el aprendizaje de una lengua extranjera la personalidad de una persona (por no hablar de la vida, algo que resulta muy obvio)? ¿Nos ven los demás como una representación mediada por la(s) lengua(s) que hablamos? Estas son algunas de las preguntas a que me ha abocado esta novela de Ouyang Yu, cuyo título juega en mi opinión con el doble sentido de la palabra “clase”: por un lado el grupo de estudiantes que aprende en un aula; por otro, ese estrato socioeconómico marcado predominantemente por el poder adquisitivo y el nivel de estudios alcanzado.

El protagonista de The English Class es un joven chino llamado Ying a finales de la década de los 70. Su primer trabajo es el de camionero, pero a diferencia de Sancho Gracia, quien salía por lo general triunfante en las caballerescas aventuras del desarrollismo español de la misma época, a Ying apenas le pasa nada en su trabajo. Su ambición es aprender inglés (algo que todavía anhelan millones de personas, no solamente en China), e ir a la universidad.

Es por eso que aprende unas 100 palabras diarias mientras conduce el camión. Finalmente recibe los resultados del examen de acceso, aprueba y dice adiós al camión, a la novia y al asfixiante dormitorio en el que ha vivido desde que empezó a trabajar. La universidad está en Wuhan, pero los estudios de lengua inglesa no son tan apasionantes como él había anticipado. ¡Ni siquiera tienen un profesor nativo!

Departamentos de Derecho y Lenguas Extranjeras, Universidad de Wuhan. Fotografía de Howchou.  
Tras varios semestres la universidad contrata a un australiano, el Dr. Wagner (¿por qué es doctor si no es médico?, comentan entre sí los estudiantes). Pese a los progresos que la presencia del australiano supone, Jing comienza a sentirse desilusionado y perdido en la carrera. Muy crítico con el autoritario sistema chino del que quiere escapar, su reticencia a comunicarse con sus compañeros, su altivez y afición por la soledad le reportan no pocos problemas. Además, le persigue su obsesión con que la blancura de su tez se debe a un antecesor de origen anglo.

Cuando llega la pareja de Wagner, Deirdre, de pronto cambian las cosas. En ese momento, la novela da un salto en el tiempo y nos traslada a Melbourne unos quince o veinte años más tarde. Ya no es Jing, sino Gene. Emigrante inadaptado, Jing/Gene sufre una significativa crisis mental y lingüística. Yu investiga en la siempre difícil interacción entre dos culturas y dos lenguas: que el inglés no le sirva a Jing para salvaguardar su cordura señala lo inadecuado que pudiese resultar encomendarse a un idioma extraño para tratar de expresarse.

A lo largo de la novela, el autor intercala intervenciones del narrador, que se dirige a sí mismo en un “tú” estridente, si bien eficaz en su propósito de recordarle al lector que esta es una obra de ficción, y por lo tanto, no completamente fiable. Algunos de esos capítulos son especialmente deliciosos, como éste, el sexto:
“Es un proceso lento, esto de escribir una novela. Escribes pedazos de cosas, descartas la mayoría y escribes más. Dejas espacios para luego volver a ellos, lo cual el lector se lo perderá, y para cuando se le entregue esta novela en la librería, todo lo que verá serán páginas que han quedado rellenadas. Por esa razón dejas un espacio para una futura inserción, simplemente para mostrar cómo funciona o no funciona todo eso. Te das cuenta de que esto tiene que pasar por un proceso de edición y que es muy probable que también esto haya de desaparecer. ¿Cuán original puedes ser cuando un trozo de texto pasa por tantas manos? Mientras escribes acerca de finales de la década de los 70 te encuentras con una laguna. No se trata de una laguna que exista en los medios impresos en general o en los medios de radiodifusión o televisión. Es también una laguna en tu memoria, y con frecuencia ese agujero en tu memoria puede en parte atribuirse al papel de los medios que eran los dominantes en aquella época. Por ejemplo, ¿por qué no te es posible evocar algunos detalles de cómo come Jing cada día en la cantina de la fábrica? Si aplicas la imaginación y funciona, ¿será cierto? Todas esas cosas te pasaron a ti alguna vez, pero no las has mantenido vivas en tu memoria. La imaginación sin la realidad es como las nubes, que constantemente cambian sin tener una forma fija. ¿No quieres acaso hacer de la novela una historia de las cositas extraordinariamente ordinarias que ocurren en la vida?” (p. 41, mi traducción)

The English Class, no obstante, contiene menos experimentación narrativa que Loose: A Wild History, la tercera parte de la trilogía de Ouyang Yu. La tercera parte, la conclusión del viaje interior de Jing ¿hacia ninguna parte? da la sensación de estar menos atenazada, menos remachada. Los cambios en el punto de vista narrativo son caprichosos y no terminan de cuajar. La novela, que fue galardonada con el Premio a las Relaciones Comunitarias entre los Premios Literarios del Ministro Principal de Nueva Gales del Sur en 2011, destaca por su humor, los juegos de palabras y el constante trasiego entre inglés y mandarín en el que vive Jing. Es una exploración de la peculiar idiosincrasia lingüística del escritor emigrante que escribe en inglés en Australia. Dentro de muchos años habrá estudiosos que descubrirán el valor literario que representa la figura de Ouyang Yu. Por ahora, sin embargo, parece destinado a permanecer relegado a una extraña oscuridad impuesta por un sistema de clases que los políticos australianos niegan que exista. Como si ellos supiesen algo de clases.

13 ene 2019

Reseña: Loose: A Wild History, de Ouyang Yu

Ouyang Yu, Loose: A Wild History (Adelaida: Wakefield Press, 2011). 413 páginas.
Desde el comienzo de este libro, Ouyang Yu declara que su táctica va a ser la de mezclar ficción y no ficción, aunando elementos autobiográficos con creaciones imaginativas (¿o acaso sería más exacto decir “imaginaciones creativas”?), posicionándose (y posicionándonos por tanto a sus lectores) mayormente en dos tiempos y lugares: por un lado, China, finales del año 1999; por el otro, Melbourne, invierno del año 2001. Ya en la primera página nos avisa de que “[l]a ficción no es nada, sino una realización de la realidad imaginada. Es más cierta que, o tan cierta como, la realidad” (p. 2, mi traducción).

Desde esa premisa inicial, Loose únicamente puede leerse como un juego, que resulta ser tan divertido como serio. Por ejemplo, en la página 268, dirigiéndose al lector, te dice: “Comprendo vuestra frustración con mi obsesión por las fechas, mi intento deliberado por trastocar el flujo natural de la narración, el intrusismo de los hechos, la mezcla del pasado y el presente, la realidad imaginada y la realidad real, el uso de la transliteración y la traducción de vocablos chinos, la demora en contaros ciertos detalles privados obvios y la retención de información, tanto la valiosa como la que no lo es. Todo ello puede por supuesto interpretarse como una incapacidad por mi parte para contar una historia fácil y absorbente. Puede que tengáis razón, mis Queridos Lectores, pero por favor, venid conmigo, venid conmigo si queréis. No es divertido, os oigo decir. Pues bueno, vámonos juntos al infierno.”

En un principio, Yu se inserta en el libro como protagonista de una autobiografía ficcional, aportando entradas de su diario durante una visita a China entrelazadas con comentarios en Melbourne. El orden cronológico puede parecer caótico (pese a la confesada obsesión del narrador por las fechas); pero todo tiene su razón de ser, diría yo tras su lectura.

Igual que el inmigrante vive en dos mundos sin terminar de encajar adecuadamente en ninguno de ellos, la narración de Loose avanza en dos tiempos más o menos paralelos sin que la historia que cuenta se asiente de manera decidida. Tanto es así que hacia el final del libro el narrador de desdobla, e incluso recluta a uno de los protagonistas de una novela anterior del mismo autor en el rol de editor/autor. Es por tanto un juego de espejos metaliterarios, que le permiten a Ouyang Yu ofrecerle al lector una mirada amplia y franca de qué entraña la experiencia de ser un autor ignorado y marginado en dos escenarios literarios distintos: el de la literatura australiana y el de la china.

Al estar ideado como un diario, los temas que trata Loose son tan variados como el itinerario físico, temporal o emocional que recorre el narrador. Todo bastante alocado, si se quiere. Pero uno, si presta atención al leer, se queda con ciertos datos o detalles, muy jugosos todos ellos. Por ejemplo, esta reflexión sobre el concepto de progreso en Occidente, que a bordo de un avión te costaría quedarte en tierra: “…lo que el progreso significa en Occidente [es] esa urgencia por cancelar a los seres humanos reemplazándolos con máquinas. Enciendes el contestador automático en lugar de contestar directamente. Dejas mensajes de voz que le dicen a la gente que pulse 1 o 2 o la tecla almohadilla o lo que sea para que nadie tenga que hablar con nadie. De modo que tengas tiempo para tumbarte a tomar el sol en la playa como un fiambre porque crees que eres progresista y estás cansado y eres jodidamente aburrido. Es contra este progreso que debemos luchar. El Occidente como noción debe ser exterminado porque resulta pernicioso para la existencia humana.” (p. 168, mi traducción)

Yu reparte sopapos a diestro y siniestro. En el caso de Australia, el apego a la tradición, el inmovilismo y la mojigatería. Escribe Yu: “…cada vez que alguien habla de China, él o ella mencionará la ‘tradición’ y la ‘censura’. Estas dos cosas nunca parecen asociarse con Australia, mientras que, cuanto más tiempo vivas en Australia, más tradicional y censora te resultará ser. Creo que esto tiene que ver con la autopublicidad. La razón por la que Australia no es conocida por su lentitud, su conservadurismo, su mal funcionamiento, su temor a todo lo nuevo y vanguardista, su fuerte aversión a y sospecha de la invención y la innovación, especialmente de otras culturas que considera menos importantes que la suya, es que puede permitirse el lujo de pintar un hermoso retrato de sí misma en el extranjero, gastándose millones de dólares en campañas de autopromoción y autopublicidad, como ‘Inventive Australia’ y ‘Shrimp on the Barbie.’ Gambas, como las meigas, haberlas, haylas, ¡pero nada shakesperiano hay en ese libro!” (p. 180, mi traducción)
“Hoy la mujer de O hizo una observación, desde la mesa del comedor, junto a la cristalera de la cocina, cuando dijo: ‘Hace tanto calor que hasta las moscas se han muerto. ¡Mira esas bien gorditas ahí afuera!’ O no las vio, puesto que estaba sorbiendo la sopa, pero eso le recordó un verso de un poema de Mao Zedong: dongsi cangying weizuqi (No me sorprendería si todas las moscas se hubiesen muerto heladas de frío). En aquella época, se interpretó que las moscas del verso eran una referencia a los revisionistas soviéticos y los imperialistas americanos, pero resultó divertido comparar las moscas congeladas hasta la muerte en China con las moscas de la mujer de O, muriéndose de calor en Australia.” (p. 349-350, mi traducción) 
Algunas de las observaciones más acertadas del narrador se refieren a la notable dificultad que enfrentan escritores como él para conseguir que se les publique y por tanto se les lea. Para poder sobrevivir en este mundo, durante años Ouyang Yu ha trabajado como intérprete y traductor en Melbourne, y recoge algunas de sus experiencias en el libro.

Pero sin duda alguna, es la referencia a su hermano, Ming, lo que aporta la marca imborrable y más significativa. Por ser miembro de Falun Gong, Ming fue encarcelado por el gobierno chino, y murió en 2003 a causa de las torturas sufridas en prisión. Loose es el resultado de una escritura brutalmente honesta y salvaje, que contrapone la vida en China y la vida en Australia desde el punto de vista de un escritor necesariamente híbrido e inconformista, que se niega a comercializar y pulir su escritura por el mero hecho de que así lo exija el mercado. Fuck the market indeed.

4 nov 2018

Reseña: Quicksand, de Steve Toltz

Steve Toltz, Quicksand (Melbourne: Penguin, 2015). 435 páginas.

Dada la gran propensión al juego entre los australianos, y la muy extendida creencia en la fortuna como influencia decisiva en nuestras vidas, no es de extrañar que la literatura australiana contemporánea guarde un lugar especial para un arquetipo masculino bastante llamativo: es el born loser, el perdedor nato al que todo le sale mal y al que la mala suerte persigue sin cesar. Un ejemplo entrañable sería Sam Pickles, del ya clásico Cloudstreet, de Tim Winton. La idea es que la mala suerte te persigue, o como decía Rubén Blades de su ‘Pedro Navaja’, “Si naciste pa’ martillo, del cielo te caen los clavos”.


El loser de Quicksand no se llama Pedro, sino Aldo. Aldo Benjamin. A sus 42 años, parapléjico, ha sobrevivido a unos cuantos intentos de suicidio y a múltiples accidentes, traumas físicos y mentales, además de una temporada en chirona, donde es vejado, violado, agredido y humillado en un sinfín de ocasiones. Y al día siguiente de salir de la cárcel, lo vuelven a acusar de asesinato.

Desde su más tierna infancia, todo intento de abrirse camino en la vida le ha salido mal a Aldo. Ya muy joven pierde a su hermana en un accidente en Bali. Después muere su padre. Al poco tiempo, y todavía virgen, es acusado de una violación en el instituto. Nada le sale bien a Aldo, y con cada intento de crear un negocio lo único que consigue es una jauría de acreedores. Es, en las palabras que el narrador escoge para titular una de las partes del libro, “El rey de los errores no forzados”.

El narrador es el mejor amigo de Aldo, Liam: de profesión, agente de policía, de vocación, escritor. Toltz explicó en una entrevista con el SMH en abril de 2015 que Quicksand es en cierto modo un producto secundario de la extremadamente hilarante A Fraction of the Whole, que reseñé aquí hace ya la tira de años. Como en su primera novela, Toltz construye personajes muy locuaces, pletóricos. La principal diferencia es que, si en A Fraction of the Whole la ironía es absolutamente desbordante, en esta novela “hija” el humor presenta una tendencia hacia lo lúgubre de la cual nunca se escapa el texto. El título apunta a nuestra existencia como unas arenas movedizas: para Aldo, la vida ha resultado ser una suerte de condena ineludible. La portada alude al mito de Sísifo.

La preponderancia del humor negro, esa tendencia tan oscura, resultan no solo desconcertantes, sino agotadores. La narración avanza en forma de una infortunada anécdota tras otra, de desgraciado episodio tras otro, en un texto repleto, eso sí, de frases ingeniosas, metáforas y símiles extremos, y sinsentidos varios. A excepción de Aldo (un libro en sí mismo, sin duda alguna) ningún otro personaje adquiere la profundidad necesaria que les realce.

Zetland: Territorio Aldo Benjamin. Fotografía de Maksym Kozlenko.
Porque es cierto: Aldo Benjamin da para muchísimo, tanto que a ratos te deja exhausto. Quicksand trata todos los grandes de temas del ser humano: amor, mortalidad y destino son predominantes, pero también aparecen el duelo, la familia, la amistad y el sexo, el arte y el absurdo, nuestro sentido del deber o su ausencia, la libertad, la honradez, la duplicidad; una larguísima lista que incluso podría ampliarse.

Consciente de que lo suyo pudiera ser la mala suerte de vivir una inmortalidad no deseada, Aldo emprende el trayecto último de un ascetismo espectacular, aislándose en un ficticio islote rocoso frente a las costas de Sydney y sufriendo las inclemencias del tiempo (y los ataques de los cangrejos). Es paradójicamente el único negocio que le sale bien: pronto le surgen millones de adeptos y seguidores en internet. Pasados los meses, cuando la novedad ya ha pasado y los vendedores ambulantes han abandonado la playa, Liam acude al islote y ya no encuentra a Aldo. ¿Es de verdad inmortal?

Quizás no haya funcionado tan bien como esperaba Toltz el extirpar a un personaje de un manuscrito para que dé a luz a otro. Con toda la creatividad que demuestra el autor en Quicksand, no alcanza la genialidad y brillantez de Una parte del todo.

3 ago 2018

Reseña: The World Without Us, de Mireille Juchau

Mireille Juchau, The World Without Us (Londres: Bloomsbury, 2016). 293 páginas.

Los casos de colapso de colmenas se han ido multiplicando desde hace décadas. La desaparición de las abejas y de otros insectos amenaza con trastocar el orden natural, que afectaría (está ya afectando) a la especie humana.

La australiana Mireille Juchau construye una trama predominantemente lineal (con muchas escenas y episodios retrospectivos que ayudan a entender la situación actual de los personajes) en torno a la familia Müller en una zona remota del norte de Nueva Gales del Sur, en el interior de unas montañas que ella denomina Ghost Mountains, y que por la descripción que proporciona quizás corresponda a la zona cercana a Nimbin, el pueblito donde todavía persiste un estilo de vida alternativo, hippy y algo contestatario. Recuerdo que hacia finales de 2001, en mi única visita a esa parte de Australia hasta la fecha, te vendían marijuana en las calles.

Los bosques subtropicales que rodean Nimbin son lugares ideales para el cultivo de ciertas hierbas. Fotografía de Michael J Fromholtz en 2017
Al comienzo de la novela, Evangeline Müller es descubierta por el maestro de la escuela local, Jim, cuando ella se está desnudando en mitad del bosque y se dispone a meterse en el río. Los Müller se dedican a la apicultura, y han sufrido la reciente pérdida de su tercera hija, Pip, enferma de leucemia. Mientras que Stefan Müller ahoga su dolor en el alcohol, su esposa camina con un cochecito vacío y se esconde en los bosques. Tras ese encuentro casual, Jim recibirá a la Sra. Müller en su casa muchas veces, y no precisamente para hablar del rendimiento académico de sus hijas Tess y Meg Müller: la primera ha dejado de hablar tras la muerte de su hermana, mientras que la segunda se expresa mucho mejor mediante la pintura.

Como telón de fondo hay un misterio todavía no descifrado: ¿cómo y por qué se quemó la comuna hippy (the Hive, esto es, la Colmena) en la que vivía Evangeline anteriormente? ¿De quién son los huesos encontrados cerca de una furgoneta quemada en un recóndito lugar del bosque? ¿Qué otros secretos ha ocultado Evangeline? ¿Fue la contaminación que minería y fracking han venido causando en la comarca la causa de la enfermedad mortal de Pip? ¿Desaparecen las abejas de Stefan a causa del uso de pesticidas o de las cosechas modificadas genéticamente?

Sin ser un thriller al uso, la trama de The World Without Us avanza y engancha por el misterio que rodea a sus personajes y el pasado de cada uno. Juchau experimenta con múltiples perspectivas y voces narradoras, unas más efectivas que otras. Para quien no esté atento a tantos virajes y vueltas de tuerca, la novela bien pudiera convertirse en un confuso hervidero de tramas, subtramas y callejones sin salida que muy poco aportan al desenlace de la historia principal.

Juchau se esfuerza por trabajar el texto: abundan las citas literarias, y la voz narradora se expresa en una prosa poética muy cuidada, que contrasta con el lenguaje coloquial, menos delicado, que predomina en los diálogos. El mensaje del escenario pre-apocalíptico que esboza Juchau está muy claro: “El mundo es salvaje […] y la vida es impredecible en su bondad y en sus peligros.” (p. 159, mi traducción) Por fortuna, todavía es posible endulzar la vida con un poco de miel, pero ¿por cuánto tiempo será posible hacerlo?

16 jun 2018

Reseña: Billy Sing, de Ouyang Yu

Ouyang Yu, Billy Sing (Melbourne: Transit Lounge, 2015). 135 páginas.
Nacido en 1886 de padre chino y madre inglesa, William Sing se crio en una granja de Queensland junto a sus dos hermanas. Sería dificil conjeturar qué tipo de niñez y adolescencia debió tener Billy: más de cien años después los prejuicios racistas no han desaparecido. Sin duda para él debió ser extremadamente dificil regresar de la I Guerra Mundial con la etiqueta de héroe a una tierra y unas gentes que nunca lo consideraron su igual.

Ouyang Yu escribe una ficción sobre la vida de este extraordinario personaje, que ha pasado a los anales de la historia oficial australiana, tan obsesionada con guerras de otros y que siempre se libran en otras tierras. Desde bien pequeño, Sing demostró tener muy buena puntería con un rifle en sus manos, y tras el estallido de la Gran Guerra se alista (a pesar de la oposición oficial a permitirles el ingreso en el ejército a hombres de ascendencia asiática) y en Galípoli se convierte en el francotirador más temido por los turcos.

El plato favorito de Billy de los que le solía cocinar su padre: cerdo estofado con arroz hervido. Fotografía de Mori Chan, 台中市 (Taichung).
La biografía de Sing dice que tras la campaña de los Dardanelos luchó en Francia, sufrió heridas y envenenamiento a causa de los gases en los campos de batalla. Finalmente regresó a Australia y le hicieron entrega de algunas tierras como veterano de guerra, pero malvivió en la pobreza hasta su muerte en Brisbane en 1943.

Donde ponía el ojo, ponía la bala.
La mayor virtud de este libro de Yu (hay que recomendar encarecidamente una novela suya anterior, Diary of a Naked Official, de 2014) consiste en la creación de una voz genuina y franca para el protagonista, quien sin duda vivió, como el autor mismo, a caballo entre dos culturas que en buena medida pudieran ser mutuamente excluyentes. Yu construye un duro relato en primera persona de las vivencias de Sing en el frente: juega a mantener un equilibrio entre los aspectos más explícitos y la sutil ironía del observador que se sabe marginado. El mito del soldado ANZAC queda bastante malparado: la absurda futilidad de la contienda, la amarga realidad de los incontables muertos y heridos cuyo sacrificio no sirvió para absolutamente nada. Y la cruda toma de conciencia del francotirador en mitad de la guerra: “De alguna manera, matar gente es más fácil que matar canguros. Aprietas el gatillo y está muerto. Bastante puro y limpio, ni una gota de sangre que te ensucie las manos. Y además la comida es buena y uno se va a dormir poco después, noche tras noche. La única desventaja es que no hay mujeres.” (p. 81, mi traducción)

El lector encontrará en Billy Sing algunos artificios narrativos poco usuales: por ejemplo, el protagonista interpela a un tú (necesariamente el autor, nunca el lector) sobre sus motivaciones para escribir sobre la vida de un muerto. Un buen libro, del que te dejo la traducción del prólogo:
“En la cultura de Papá, la gente les rinde culto a los muertos más que a los vivos, algo que encuentro raro e imposible de entender hasta que soy lo bastante viejo para conocer cosas más allá del país en el que nací. No ponen coronas de flores muertas en la tumba. Queman incienso. Hacen estallar petardos. Queman dinero en forma de billetes. Al presentar así sus respetos, expresan una creencia de que los muertos nunca mueren, a diferencia de los vivos que, piensan (al menos mi padre lo hace), que están a veces más muertos que los muertos mismos porque nunca se les pasa la muerte. Según Papà, la muerte sirve de vínculo entre los muertos y los vivos, un recuerdo constante que vive en los vivos, una continuidad que une el pasado, el presente y el futuro en un río que fluye de manera perpetua. De niño, yo trataba estas cosas como viento en el oído, una metáfora que Papá utilizaba con frecuencia en su pésimo inglés, y que con el tiempo intuí que quería decir un viento que te sopla junto a los oídos y que te deja un repentino ruido antes de desaparecer. La vida de Papá estaba llena de fantasmas, de seres capaces de hacer cosas de verdad, como habitar un cuerpo viviente y hacer que realizase cosas que ellos deseaban que sucediesen, mientras que en mi juventud soñaba con vivir una múltiple existencia póstuma, quizás como un canguro o, como sugirió Papá, un Kun [mítico pez gigante] convertido en Peng [mítica ave gigante] que cubriese miles de millas en una jornada, o más sencillamente, una persona viva que nunca muriese tras la muerte. Y es eso exactamente lo que estoy haciendo, viviendo en otra existencia, a través de otro individuo, para contar la historia, una historia de mi propia vida."

13 ene 2018

Reseña: Rubik, de Elizabeth Tan

Elizabeth Tan, Rubik (Sydney: Biro Books, 2017). 328 páginas.
Entre varios otros propósitos, este blog trata de prestar una atención especial a la literatura australiana y busca darla a conocer a lectores que, a menos que tengan una inclinación particular por lo que sucede en estas tierras, rara vez podrán acercarse a algunos de los nuevos creadores que empiezan a destacar en la escena literaria down under.

Rubik (sí, el título, como puedes deducir de la portada, está inspirado en el famoso juguete en forma de cubo inventado por el arquitecto húngaro Erno Rubik). El libro recibió muy buenas críticas en blogs y revistas más o menos alejadas de la literatura mainstream australiana, y lo he visto descrito en algún lugar como ‘ficción experimental’. Incluso hay quien le atribuye el distintivo de novela.

Hete aquí una novela. Descuartízala, hazla añicos y después, trata de recomponerla.
Fotografía de  Lars Karlsson. 
En realidad, Rubik es un rompecabezas compuesto de relatos relacionados entre sí por personajes, motivos y temática. Me resisto no obstante a entender el libro como una novela. Llamadme conservador y reaccionario si queréis (son cosas de la edad, sin duda, y mi resistencia a formar parte de esa gran hermandad global del smartphone es una prueba irrefutable de ello).

Una novela siempre ha implicado la creación cronológica de una narración – ésta se puede presentar de maneras y formatos diversos que incluso generen rupturas de órdenes (pre)establecidos, y no por ello nos rasgamos las vestiduras. Pero la esencia de una novela está en su génesis; una serie de relatos vagamente conectados, y posiblemente generados (algunos de ellos) a posteriori no terminan de constituir una novela.

No obstante lo anterior, a la hora de hacer una valoración de Rubik, lo cierto es que deja un buen sabor de boca y crea una buena impresión. Elizabeth Tan ha escrito un libro que exige la atención del lector (pese a que su insistencia en aspectos tan propios del siglo XXI como las redes sociales, las tecnologías de la información/comunicación, o la mención exhaustiva de marcas comerciales y detalles de productos que rayan en lo absurdo).

Rubik se sitúa en Perth, la más remota ciudad grande del mundo, aislada del resto de Australia por el desierto. La autora nació allí, pero su visión de la ciudad es bastante crítica. De hecho, muchas de los relatos que componen Rubik tienen un trasfondo de sociedad distópica impregnada de matices amenazantes y para nada placenteros. Por ejemplo, en ‘Coca-Cola birds sing sweetest in the morning’ [El canto de los pájaros de Coca-Cola es más dulce por las mañanas], quizás el más completo y satisfactorio de todos los relatos de Rubik, la protagonista, Audrey Kwai, trabaja para el gobierno en un Ministerio de la Segunda Naturaleza, así llamado porque su función es la fabricación de pájaros e insectos artificiales, patrocinados por diversas multinacionales, y que han reemplazado a los verdaderos seres vivos que poblaban parques y reservas naturales. El cometido de Audrey es reparar los especímenes estropeados de aves y bichos que el público devuelve en máquinas especiales.

Los temas que trata Tan en Rubik son varios: la muerte (el primer relato, titulado ‘Rubik’, cuenta el absurdo accidente que le cuesta la vida a Elena Rubik al salir de una estación de servicio donde había comprado un pastel de carne), la interacción del ser humano con otros seres humanos a través de la tecnología, la elasticidad de la realidad frente a la ficción o el consumismo exacerbado por las tendencias virales (en ‘Luxury Replicants’, el protagonista, Michael trabaja de vendedor en una tienda hipster donde cada día llegan nuevos productos):
“El producto recién llegado hoy es el Kit Message-in-a-Bottle. Consiste en una caja, que es del tamaño de un estuche para gafas, la cual contiene una botellita de gas, un corcho, un lustroso papelito, una vela y un paquete de bolitas de cera roja. El papelito incluye útiles indicaciones sobre el mensaje que debes poner en la botella. ‘Esta botella fue soltada en [lugar] el día [fecha] por [nombre].’ Así pues, se supone que tienes que sellar la botella con la cera. La vela es para derretir la cera. El Kit Message-in-a-Bottle vale $24,95.” (páginas 243-4, mi traducción)

Como propuesta narrativa distinta y arriesgada, Rubik tiene sin duda bastante brillo, y uno puede ver por qué el conjunto le resultará atractivo a los millennials. Relatos compuestos únicamente de emails, relatos que ofrecen cinco desenlaces alternativos, Rubik es una metanarración planteada como un gran pasatiempo, con buenos detalles aunque, para mi gusto, bastante paja. Pero ya se sabe que soy un carroza, que se niega a tener teléfono móvil en plena segunda década del siglo XXI.

24 dic 2017

Reseña: Amnesia, de Peter Carey

Peter Carey, Amnesia (Melbourne: Penguin, 2014). 377 páginas.

Olvidar, todos olvidamos algo (o mucho) con el paso de los años. Pero cuando el conjunto de la sociedad borra de su memoria colectiva sucesos y hechos decisivos, difícilmente esa sociedad pueda encontrar las pautas de progreso que puede necesitar. La amnesia a la que Carey hace referencia es la relación de Australia con la superpotencia norteamericana. En 1975, el gobierno de Gough Whitlam fue defenestrado tras una oscura trama palaciega en la que los EE. UU. jugaron un papel determinante.

El protagonista de Amnesia es un periodista de mediana edad ya en el declive de su carrera profesional: Felix Moore (sus compañeros de profesión se burlan de él con la coletilla ‘Moore-or-less correct’) recibe la visita de un empresario, Woody Townes, que le ofrece dinero para que escriba la biografía de la joven hacker (otros la llamarían ciberactivista) Gaby Baillieux, a quien las autoridades estadounidenses atribuyen la creación de un programa informático ("Angel Worm") diseñado para liberar a solicitantes de asilo encarcelados en las instalaciones australianas, pero que debido a las conexiones corporativas existentes infecta también los sistemas de EE. UU.

Habiendo perdido recientemente un caso de difamación y obviamente arruinado, a Felix la oferta le viene de perlas. Lo que no sabe es que se ha embarcado una larga odisea que le va a llevar de Rozelle, un barrio de Sydney, al rascacielos más llamativo del horizonte de Melbourne, luego a una casa en el campo de Victoria, y de allí ser trasladado a un islote en el estuario del río Hawkesbury al norte de Sydney, y finalmente a un motel en Katoomba, en las Montañas Azules. Todo un peregrinaje por la costa oriental de Australia, pero ¿huyendo de qué o quiénes? ¿Están protegiendo a una ciberterrorista a la que quieren extraditar las autoridades?

'Ni Celine ni Woody me habían dicho que tenía que quedarme en la Torre Eureka, y sin embargo, su silencio, mientras accedíamos al edificio más alto de Melbourne, parecía confirmar que ésta sería mi casa. Al pasar el piso número cincuenta, los oídos se me taponaron, Mientras seguíamos ascendiendo, experimenté un placentero murmullo en la nuca, una muy particular excitación que llega, inevitablemente, cuando a uno lo arrojan a una situación decadente sin que sea en modo alguno culpa suya.' (p.40, mi traducción). Fotografía de MelbourneStar, 2017.
Gaby es la hija de Celine Baillieux, a quien Felix conoce desde su juventud. En la primera parte de Amnesia, Felix es el narrador que rememora sus años universitarios y sus escarceos amorosos con Celine. Para enmarcar el relato subversivo de Gaby en un aura de heroína australiana, Felix retrocede en la historia hasta las circunstancias en las que la abuela de Gaby, Doris, salió del Brisbane de la II Guerra Mundial, embarazada tras sufrir una violación a manos de un soldado estadounidense. Carey aprovecha este relato para situar al lector en la llamada Batalla de Brisbane de 1942, cuando soldados australianos y estadounidenses se enfrentaron en las calles de Brisbane en una serie de algaradas y choques violentos.

No es la primera vez que Carey trata el tema de la equívoca relación de aliados que Australia ha tenido con EE. UU. a través de las décadas: ya lo hizo en The Unusual Life of Tristan Smith (1994). En Amnesia, sin embargo, la denuncia es más explícita:
“En nuestro principio estuvo nuestro fin. Nuestra victoria [esto es, la de Whitlam] desencadenó una operación encubierta cada vez más intensa que finalmente acabaría con el gobierno electo y lo apartaría del poder.Después se diría que había sido la recesión mundial la que había destruido el gobierno de Whitlam. Está claro que no ayudó. Pero Nixon ya había hecho a Marshall Green su embajador antes de que golpease la recesión. Marshall Green era el mismo tipo que había supervisado los golpes de estado en Indonesia en 1965 y en Camboya en 1970.¿Por qué no vimos lo que el nombramiento del experto en golpes representaría para nosotros? ¿Porque el pez piloto cree que nadar al lado del tiburón es algo seguro? ¿Porque nosotros no éramos Chile? ¿Porque pensábamos que era nuestro país y que podíamos hacer lo que quisiéramos en él? Nuestros recién elegidos representantes podían de hecho realizar una incursión en nuestros propios servicios de seguridad y leer toda la desinformación que había en sus archivos secretos. ¿A quiénes pertenecían esos servicios de seguridad? Los norteamericanos pensaban que a ellos. Nosotros sabíamos que eran nuestros. Nos emocionaba ver las bóvedas de ASIO abiertas a la intemperie.Fuimos ingenuos, por supuesto que sí. Seguimos pensando en los norteamericanos como aliados y amigos nuestros. Los criticábamos, claro que sí. ¿Por qué no? ¿Acaso no los queríamos? Cantábamos sus canciones. Nos habían salvado de los japoneses. Sacrificamos las vidas de nuestros amados hijos en Corea, y después en Vietnam. Nunca se nos ocurrió que se cargarían nuestra democracia. De modo que cuando sucedió, a la vista de todos, nos olvidamos de ello inmediatamente.” (p. 136-7, mi traducción)
No obstante, Amnesia se centra en otros temas que ahora en (casi) 2018 siguen, en demasiados casos, aparcados, si no en la inacción, sí en la indiferencia general: La corrupción (que sin llegar a las colosales dimensiones en las que tiene lugar en otras tierras, sigue ocurriendo). El abuso del poder. La humillación y marginación de los pueblos indígenas. El deterioro del medio ambiente y la extinción de especies. La encarcelación y denigración injustificada y falsaria de los ya pocos solicitantes de asilo que llegan a nuestras orillas…

Sobre los aspectos más puramente literarios de Amnesia, puedo decir que es una narración algo caótica, especialmente en la segunda mitad, en la que los puntos de vista narrativos se enmarañan y pueden enredar al lector más atento. Pienso que Carey no quiere ofrecerle misericordia alguna al personaje/narrador Felix Moore, quien va construyendo su relato sobre la base de unas cintas grabadas por Celine y Gaby, escribiéndolo en una Olivetti, tras haber sido abandonado en una casucha en medio de un islote, sin inodoro, sin apenas comida, pero con mucho vino peleón para que le inspire.

Como suele ser habitual en Carey, los personajes sobresalen por encima del armazón de la novela. Woody Townes destaca por encima de todos: un carácter redondo (en todos los sentidos de la palabra), bufón y siniestro a un tiempo, que trata de manipular a Moore con su dinero y su red de influencias de gran calado.

Amnesia es una obra cuya esencia es absolutamente australiana, tanto como True History of the Kelly Gang, y también se inscribe en la larga trayectoria creativa de Carey y su insistencia en jugar con los maleables límites entre ficción y verdad. Por ejemplo, hace coincidir la fecha de nacimiento de Gaby con la destitución de Whitlam (11 de noviembre de 1975), para luego profundizar en los eventos y tendencias que influyen en su formación dentro de una familia de la tradicional izquierda laborista australiana, que no sale bien parada en la historia.

14 sept 2017

Reseña: Black Rock, White City, de A.S. Patrić

A.S. Patrić, Black Rock, White City (Melbourne: Transit Lounge, 2015). 248 páginas.
Una de las amargas consecuencias del desplazamiento de refugiados desde países en conflicto a otros donde se les da acogida es la imposibilidad de que esas personas puedan continuar con sus carreras profesionales, y en muchos casos terminen realizando trabajos humillantes, mal pagados y para nada acordes con su nivel educativo. Otro daño colateral más, supongo.

Es el caso de Jovan, refugiado serbio de la guerra de los Balcanes y poeta y exprofesor de literatura en una universidad de Sarajevo. Junto con su esposa, Suzana, Jovan llegó a Melbourne a finales del siglo XX. Llevan poco más de dos años en Australia; Jovan se gana la vida como limpiador y hombre de los recados en un hospital suburbano, mientras que Suzana gana un dinero extra ayudando a familias de clase media alta en un barrio costero de la metrópolis del sur de Australia llamado Black Rock.

Una casa cerca del mar en Black Rock, Melbourne. Fotografía de Cassandra Fahey. 
Ambos han huido del trauma de la guerra y de la pérdida de sus dos hijos en la antigua Yugoslavia, tras la ingestión de comida envenenada. El mismo Jovan salvó la vida por poco menos que un milagro médico, pero Suzana no probó bocado aquella noche. ¿Podrán rehacer sus vidas en Australia? ¿Podrán salvar su matrimonio después del intento de suicidio sin éxito de Suzana?

Las cosas se enredan para Jovan de dos maneras diferentes: por un lado, la dentista Tammie, quien está más interesada en otras partes del cuerpo de Jovan que en las caries que corroen sus muelas. Ah, la carne es débil. Por otro lado, en el hospital han comenzado a aparecer grafitis en los lugares más insospechados. Los empleados bautizan a su autor (hay incluso cierta admiración por el elemento artístico e intelectual que aportan las pintadas) como Dr. Graffito. Y no contento con los grafitis, el inquietante artiste provocateur rellena la garrafa de un dispensador de agua con grasa humana, y graba con el bisturí un obsceno mensaje en el cadáver de una paciente recientemente fallecida.

Para Jovan es un problema añadido porque es él quien, a fin de cuentas, tiene que borrar las pintadas, arreglar los desaguisados del ínclito doctor y limpiar los desechos varios que dejan sus fechorías. La trama adquiere mayor suspense cuando Jovan se da cuenta de que el doctor Graffito le ha estado dejando mensajes a él: en la puerta de los baños públicos aparecen las palabras “Limpieza ética”.

Naturalmente, el estrés empieza a pasarles factura, y la relación de Jovan con Suzana se resquebraja como consecuencia, hasta el punto de que ella se marcha y se aloja en un motel durante una semana. Patrić maneja con destreza los retornos, intercalados en la narración, a la vida de la pareja en Sarajevo, las atrocidades cometidas por uno y otro bando, la violencia indiscriminada, la desesperanza. El suspense adquiere un crescendo temeroso, con detención errónea e indebida de Jovan por parte de la policía.

El paseo del muelle de Frankston, Melbourne, por donde Jovan terminará paseando a Charlemagne, el perro de su vecino. Fotografía de Harley Calvert.
La caracterización de los dos protagonistas es, a mi parecer, un poco desigual. Mientras que Suzana queda perfilada como una mujer fría y calculadora, atormentada por el pasado, la caracterización de Jovan que realiza Patrić roza en mi opinión la perfección. Dos ejemplos: 1) el Jovan poeta y 2) el Jovan refugiado/inmigrante.

1) “Ella sabe que Jovan acostumbraba a poder convertir casi cualquier cosa desde una nueva perspectiva, ver algo más profundo y positivo, más hermoso, aunque fuese también más penoso. Era lo que hacía de él tan magnífico poeta allá en Yugoslavia. Y lo que a ella todavía le quita el resuello, una verdadera bocanada de aire con todas sus fuerzas, cuando piensa en lo crucial que resultaba la poesía para él. Cómo solía despertarse por las mañanas y la poesía brotaba de él como una rapsodia. Cómo solía impulsarle, cómo se apoyaba en la mesilla de noche y escribía con ojos que apenas podían mantenerse despiertos y una mano adormilada, poesía que eludía todas las sandeces habituales que conformaban la poesía, la mediocridad habitual, y revelaba nuevas formas de sentir, de ver, de comprender y de ser. Y ahora, nada. Ya no escribe, y es como si nunca lo hubiese hecho.” (p. 89, mi traducción)
2) “Se estira para coger la toalla de la puerta abierta del armarito empotrado en el cuarto de baño. Se seca el abundante pelo negro, que el año pasado empezó a dejar ver alguna que otra cana. Se seca el torso, luego brazos y piernas, y sale del cuarto de baño bien limpio. Qué extraño es lo bien poco que su cuerpo muestra las evidencias de lo que ha sido su vida. Qué pocas veces han quedado marcadas sus carnes por la catástrofe. Casi ninguna prueba en forma de cicatrices, salvo unas marcas indeterminadas de quemaduras en la espalda. El pelo de la barba se ha vuelto canoso. Le parece curioso. Cuando se afeita, se convierte en otro hombre más que lleva una vida tranquila en los barrios de Melbourne.” (p. 48, mi traducción)
Black Rock, White City (Belgrado significa en serbio “ciudad blanca”) tiene interesantes elementos de thriller, incluso de muy gótica novela negra, con un desenlace que te tiene en vilo. Pero es, ante todo, una indagación inteligente en el drama de la inmigración forzada, la experiencia de los refugiados en un país que los está rechazando y maltratando asquerosamente, una certera novela que pregunta para qué pueden servir las palabras cuando se subvierte su sentido (si es que tal cosa fuese posible). Quizás lo único decepcionante – al menos para mi gusto – es el final feliz que propone el autor. Los finales felices rara vez tiene lugar en la vida real.

Black Rock, White City fue galardonada con el Miles Franklin de 2016, el principal premio literario de ficción en Australia.

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