8 jul 2011

Periodismo y ética



El escándalo de las escuchas y el acceso ilegal por parte de periodistas al servicio del magnate Rupert Murdoch (nacido en Australia pero nacionalizado estadounidense) al buzón de mensajes de varias personas, entre ellas una joven que había sido secuestrada y asesinada, ha venido a demostrar que la ausencia de los más mínimos principios éticos y morales en la profesión periodística ha alcanzado cotas impredecibles.

Muchas son las opiniones sobre este tema, y apunto aquí algunas que he visto por la red: por ejemplo, este editorial de The New York Times o un artículo de Tim Dick en el Sydney Morning Herald, por citar dos en inglés, o en español, este de Walter Oppenheimer para El País.

Por mi parte, solamente puedo apuntar el comportamiento de una periodista llamada Alison Rehn, al servicio de Murdoch (en el periódico The Daily Telegraph) aquí en Australia, quien en octubre de 2009 tuvo la desfachatez de dejar la nota que reproduzco arriba en la puerta de la casa de mis suegros.

Decía la nota:
‘To the family of Clea Salavert Wykes,
I am so, so sorry for your tragic loss. I understand completely it is difficult dealing with the media at this terrible time, and I apologise for that. My employer, News Ltd., is only keen on publishing an elegant, glowing tribute to little Clea. We already have Jorge and Trudie’s loving words, but what would make the tribute complete is a photograph. The best tributes are always those that can be illustrated. If you change your mind you can call me, Alison Rehn, on XXXXXXXXX. Call anytime. 
Kindest regards, Alison’
Es decir:
‘A la familia de Clea Salavert Wykes:
Siento tanto, tanto vuestra trágica pérdida. Comprendo perfectamente que es difícil tratar con los medios de comunicación en este terrible momento, y pido disculpas por ello. Mi empresa, News Ltd., solamente tiene interés en publicar un tributo elegante y elogioso a Clea. Ya contamos con las cariñosas palabras de Jorge y Trudie, pero lo que haría el tributo completo es una fotografía. Los mejores tributos son los que pueden ilustrarse. Si cambiáis de opinión, podéis llamarme, a Alison Rehn, al XXXXXXXXX. Llamad a cualquier hora.
Muy cordialmente, Alison’
La nota habla por sí sola. Tras sus palabras lisonjeras se esconde la desesperación por obtener una foto de mi hija a toda costa, por tener la primicia, la exclusiva. Es lo único que quería de nosotros.

Por lo menos, yo he tenido el decoro de no incluir su número de teléfono, no vaya a ser que a alguno de mis lectores se le ocurra dejarle un recadito a Alison en su teléfono móvil. Realmente, no vale la pena. Agua pasada no mueve molino.

Muchos periodistas nunca se paran a considerar si sus actos tiene una base moral sobre la que sostenerse. Carecen de principios éticos porque únicamente se rigen por un objetivo que dista mucho de ser el meramente informativo. Cuando murió mi hija, los medios de comunicación españoles no dudaron en utilizar mi fotografía, sin obtener previamente ni mi permiso ni el de la institución para la que trabajo. Sencillamente la copiaron.

Para los que así actuaron (no sé quiénes fueron, y poco me importa ya a estas alturas) solamente tengo dos palabras: SOIS BASURA.

Reseña: Blanco nocturno, de Ricardo Piglia


Ricardo Piglia. Blanco nocturno (Barcelona: Anagrama, 2010). 299 páginas.

Con frecuencia, conforme avanzo en la lectura de un libro, no es nada extraño que me tope con frases, oraciones, incluso párrafos enteros, que por momentos cautivan y me obligan a releerlos. Hay autores cuya maestría literaria, tanto narrativa como estética, se extiende a lo largo de toda su obra; hay otros, en cambio, que solamente parecen destilar la excelencia en pequeñas dosis, las cuales esparcen en medio de tramas de narraciones más o menos logradas. Pese a la indudable brillantez de esas gotas de talento, a veces no son suficientes para iluminar el resto de la obra.

Blanco nocturno es la primera novela que leo de Ricardo Piglia, y por lo tanto no puedo compararla con obras suyas anteriores. Francamente, la novela cuenta con algunos pasajes en los cuales su prosa desprende cierto esplendor, pero la trama, al menos en la segunda parte, adolece de cierta prolijidad, y por momentos se hace latosa.

(Por cierto, permítaseme un pequeño inciso: ¿quién o quiénes le cambiaron el sentido a la palabra ‘prolijo’, y por qué? ¿Quién les dio venia para hacerlo? ¿Por qué se está empleando ‘prolijo’ – aquí en Australia se oye bastante, especialmente entre peruanos y colombianos – para decir justamente lo contrario de lo que significa la palabra? Para que no quepan dudas: ‘prolijo’, del DRAE: 1. adj. Largo, dilatado con exceso; 2. adj. Cuidadoso o esmerado; 3. adj. Impertinente, pesado, molesto. Yo la empleo aquí en los sentidos impares.)

La novela parte del asesinato de un portorriqueño,  Tony Durán, con pasaporte norteamericano, en un pueblo de La Pampa argentina, un lugar cerrado, donde los rumores vuelan de boca en boca y la mala intención parece crecer como los hongos. El encargado del caso es el ya mayor comisario Croce. A estas alturas, Blanco nocturno tiene todos los visos de ser una novela policiaca. El narrador trata de enlazar los datos que Croce va recogiendo, ofreciendo sus paralelismos, intuiciones y deducciones. En un primer momento, Yoshio Dazai, el conserje japonés del turno de noche del hotel donde se alojaba Durán, es acusado del asesinato: un crimen pasional, dicen. Mas Croce no está convencido y prosigue con sus pesquisas. Algo huele a podrido en mitad de La Pampa, y el fiscal Cueto parece empecinado en que nadie descubra de dónde proceden esos malos olores, al precio que sea. Mientras tanto, al pueblo ha llegado Renzi, profesional del periodismo (‘confidencias personales y noticias falsas, ese era el género’) procedente de la capital, para cubrir la noticia; a Renzi inmediatamente le fascinan el ambiente lóbrego del pueblo y sus trifulcas intestinas.

Traicionado por su ayudante Saldías, Croce toma refugio en un manicomio.  Allí acude Renzi, quien le promete convertirse en sus ojos y oídos en el exterior. Y ahí termina la primera parte (en mi opinión, mucho mejor que la segunda) de Blanco nocturno.

Mientras Piglia centra la trama en proponer un posicionamiento para que el lector reflexione sobre qué es verdad y qué es falso en el caso Durán, la novela puede cautivar. Abundan aquí párrafos de excelente prosa y fina ironía sobre la sociedad argentina de los años 70, sobre su literatura.

Me resultó mucho más aburrida la segunda parte, en ocasiones tediosa, e irrefutablemente repetitiva, como si Piglia no se hubiera tomado el tiempo de revisarla. La narración (el narrador) se obsesiona con un obseso, Luca Belladona, hijo de uno de los terratenientes del lugar, enfrentado a Cueto. Encerrado en su fábrica, Luca es un demente, un soñador, un inventor, un visionario ensimismado que trata por todos los medios de defender su propiedad de los ataques de los buitres especuladores inmobiliarios. La inclusión de extractos de las conversaciones de Renzi con Sofía, una de las dos hermanas gemelas de Luca, no siempre resulta efectiva, del mismo modo que el recurso a las notas a pie de página (que se atribuyen a muy distintas fuentes en una extraña polifonía que no termina de cuajar) llega a resultar un poco cansino.

La edición de Anagrama contiene algún que otro error tipográfico, pero resultan particularmente imperdonables los errores ortográficos de algunos vocablos ingleses que aparecen pésimamente transcritos: ‘clerigman’ (p. 226) o ‘Bleack House’ (p. 270, cita de la novela de Dickens). Es lamentable que el rigor editorial de antaño se esté perdiendo a marchas forzadas. La buena y sana costumbre de saber escribir se está perdiendo, parece que irremediablemente a juzgar por las cosas que uno puede encontrarse en muchos foros literarios y culturales de internet, y este es un mal que no afecta solamente al castellano.

Blanco nocturno ha sido galardonada con dos premios: el de la Crítica (que otorga la Asociación Española de Críticos Literarios) y el Rómulo Gallegos (que otorga el Gobierno de la República Bolivariana de Venezuela), ambos en 2011. Es evidente que a los miembros de ambos jurados les debió entusiasmar.

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