18 abr 2012

Reseña: Derrumbe, de Ricardo Menéndez Salmón


Ricardo Menéndez Salmón, Derrumbe (Barcelona: Seix Barral, 2010). 189 páginas.

Será una coincidencia (o no), pero estaba terminando de leer esta ominosa novela de Menéndez Salmón cuando por TV aparecieron las imágenes de un asesino, alguien que hace casi un año ejecutó con frialdad a 77 personas, un mamarracho oriundo de Noruega y cuyo nombre prefiero no mencionar (toda divulgación gratuita que se haga de ese miserable estará siempre de más). En los reportajes que acompañaban a las imágenes del juicio y que llegaban desde Europa, el verdugo parecía totalmente seguro de sí mismo; la única emoción que trascendió fue un atisbo de lágrimas cuando se hizo alusión a su ‘manifiesto’, con el cual quería justificar sus repugnantes acciones.

Hay en Derrumbe una escena que guarda cierta (aunque lejana) similitud: la de la inmolación de los Arrancadores, el trío terrorista que vuela en mil pedazos Corporama, una suntuosa instalación tipo parque temático que era el orgullo de los biempensantes ciudadanos de la ficticia ciudad de Promenadia. Pero esta novela es mucho más que eso: hay en Derrumbe mucha reflexión, mucha filosofía no siempre explicitada, y una historia narrada con un lenguaje que por momentos es exquisitamente lírico. Como si el terror y el horror solamente se hicieran admisibles mediante la sublimación del lenguaje, con la poesía.

Derrumbe se compone de tres partes: ‘Mortenblau’, ‘El mundo bajo la caperuza del loco’ y ‘Padres sin hijos’. En la primera parte, el detective Manila forma parte del equipo policial que investiga al asesino de los zapatos cuya motivación parece ser simplemente el deseo de matar y el ritual que ha perfeccionado (siempre deja un zapato suelto de su víctima anterior); en el relato, el narrador nos lleva de una escena de crimen a otra, a veces en el momento del asesinato, otras veces en el descubrimiento del cadáver por parte de la policía.

Del asesino sabemos que lee a Montaigne, a Huysmans y Kafka. Que mata a su madre para ahorrarle el sufrimiento de la enfermedad que padece.

Un día a la mujer de Manila (embarazada de casi seis meses) un desconocido en el autobús le pone la mano en la barriga, después de exigirle a un pasajero que desocupe el asiento para ella. Poco tiempo después, en un abrupto salto en el tiempo de la narración, el narrador desvela por boca de uno de los detectives que a la mujer de Manila la mató el asesino en serie y que “le devoraron la placenta tras dar a luz”.

Dice Manila en una de sus reflexiones que “se trata del Mal…Estamos tratando con el Mal, en mayúsculas. Una de las palabras más cortas; uno de los viajes más largos.”

Mientras, un grupo de tres estudiantes, aburridos de las clases que reciben, decide constituirse en un grupo de filósofo-terroristas y atacar el consumismo burgués y autocomplaciente de la ciudadanía promenadiana. Empiezan por meter agujas en los envases de leche, luego envenenan el agua de las fuentes públicas, y finalmente coronan su campaña de terror contra Promenadia haciendo explotar Corporama.

Curiosamente, es un ciudadano medio, Valdivia, el que se constituye en personaje principal de la segunda parte del libro; es a través de su mirada como vemos la amenaza de los Arrancadores primero, y los resultados de sus actos después. Valdivia es espectador del terror, pero a la postre es también víctima de éste en tanto que su hija Vera se desgaja del núcleo familiar para (re)construirse (su novio era uno de los Arrancadores, cosa que ella no sabía) una personalidad en torno al recuerdo de los filósofos del terror.

No se trata por tanto de una novela de misterio; nada más lejos de la realidad. Derrumbe es un libro denso y rico, en el que se paladean tanto la prosa como las interrogantes a las que nos conduce el narrador.

Menéndez Salmón no deja abierta la trama. En la tercera parte, Valdivia asiste impotente a la degradación moral de su hija. Manila recobra a su hijo cuando el asesino se entrega y hace entrega de sus cuadernos, una especie de diario en el que ha escrito el horror. Al autor le interesa hacernos pensar en el Mal, en su esencia. No debemos olvidar que los seres humanos somos capaces de crear para el goce estético (el arte), pero también que somos capaces de provocar el miedo, el terror, la destrucción. Dice el narrador de Derrumbe de los tres saboteadores mientras estos limpian las agujas: “Los monstruos habían devorado la obra de arte”. También el innombrable noruego se ha referido a su masacre como un acto “espectacular y sofisticado”.

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