Ricardo Menéndez
Salmón, Derrumbe (Barcelona: Seix
Barral, 2010). 189 páginas.
Será una
coincidencia (o no), pero estaba terminando de leer esta ominosa novela de Menéndez
Salmón cuando por TV aparecieron las imágenes de un asesino, alguien que hace
casi un año ejecutó con frialdad a 77 personas, un mamarracho oriundo de
Noruega y cuyo nombre prefiero no mencionar (toda divulgación gratuita que se
haga de ese miserable estará siempre de más). En los reportajes que acompañaban
a las imágenes del juicio y que llegaban desde Europa, el verdugo parecía totalmente
seguro de sí mismo; la única emoción que trascendió fue un atisbo de lágrimas
cuando se hizo alusión a su ‘manifiesto’, con el cual quería justificar sus repugnantes acciones.
Hay en Derrumbe una escena que guarda cierta (aunque lejana) similitud: la de la inmolación de los Arrancadores, el trío terrorista que
vuela en mil pedazos Corporama, una suntuosa instalación tipo parque temático que
era el orgullo de los biempensantes ciudadanos de la ficticia ciudad de
Promenadia. Pero esta novela es mucho más que eso: hay en Derrumbe mucha reflexión, mucha filosofía no siempre explicitada, y
una historia narrada con un lenguaje que por momentos es exquisitamente lírico.
Como si el terror y el horror solamente se hicieran admisibles mediante la sublimación
del lenguaje, con la poesía.
Derrumbe se compone de tres partes: ‘Mortenblau’, ‘El mundo bajo la caperuza del
loco’ y ‘Padres sin hijos’. En la primera parte, el detective Manila forma parte
del equipo policial que investiga al asesino de los zapatos cuya motivación parece
ser simplemente el deseo de matar y el ritual que ha perfeccionado (siempre
deja un zapato suelto de su víctima anterior); en el relato, el narrador nos
lleva de una escena de crimen a otra, a veces en el momento del asesinato, otras
veces en el descubrimiento del cadáver por parte de la policía.
Del asesino
sabemos que lee a Montaigne, a Huysmans y Kafka. Que mata a su madre para
ahorrarle el sufrimiento de la enfermedad que padece.
Un día a la mujer
de Manila (embarazada de casi seis meses) un desconocido en el autobús le pone
la mano en la barriga, después de exigirle a un pasajero que desocupe el
asiento para ella. Poco tiempo después, en un abrupto salto en el tiempo de la narración,
el narrador desvela por boca de uno de los detectives que a la mujer de Manila
la mató el asesino en serie y que “le devoraron la placenta tras dar a luz”.
Dice Manila en
una de sus reflexiones que “se trata del Mal…Estamos tratando con el Mal, en mayúsculas.
Una de las palabras más cortas; uno de los viajes más largos.”
Mientras,
un grupo de tres estudiantes, aburridos de las clases que reciben, decide constituirse
en un grupo de filósofo-terroristas y atacar el consumismo burgués y autocomplaciente
de la ciudadanía promenadiana. Empiezan por meter agujas en los envases de
leche, luego envenenan el agua de las fuentes públicas, y finalmente coronan su
campaña de terror contra Promenadia haciendo explotar Corporama.
Curiosamente,
es un ciudadano medio, Valdivia, el que se constituye en personaje principal de
la segunda parte del libro; es a través de su mirada como vemos la amenaza de
los Arrancadores primero, y los resultados de sus actos después. Valdivia es
espectador del terror, pero a la postre es también víctima de éste en tanto que
su hija Vera se desgaja del núcleo familiar para (re)construirse (su novio era
uno de los Arrancadores, cosa que ella no sabía) una personalidad en torno al
recuerdo de los filósofos del terror.
No se trata por
tanto de una novela de misterio; nada más lejos de la realidad. Derrumbe es un libro denso y rico, en el
que se paladean tanto la prosa como las interrogantes a las que nos conduce el
narrador.
Menéndez Salmón
no deja abierta la trama. En la tercera parte, Valdivia asiste impotente a la degradación
moral de su hija. Manila recobra a su hijo cuando el asesino se entrega y hace
entrega de sus cuadernos, una especie de diario en el que ha escrito el horror.
Al autor le interesa hacernos pensar en el Mal, en su esencia. No debemos olvidar
que los seres humanos somos capaces de crear para el goce estético (el arte),
pero también que somos
capaces de provocar el miedo, el terror, la destrucción. Dice el narrador de Derrumbe de los tres saboteadores mientras estos limpian las
agujas: “Los monstruos habían devorado la obra de arte”. También el innombrable
noruego se ha referido a su masacre como un acto “espectacular y sofisticado”.