Un soberano de oro de 1914 - Sant Jordi i el Drac |
Se publica esta semana en Hermano Cerdo mi traducción al castellano de un estupendo relato de la escritora neozelandesa afincada en Melbourne Meg Mundell. En 'Narcosis', Mundell narra en primera persona un episodio de tintes dramáticos. Hannah es una mujer que recientemente ha perdido a su compañero; como para retomar el contacto con el mundo y la vida social, decide acompañar a su amiga Lucía en una expedición submarinista, que explorará los restos de un naufragio de principios del siglo XX.
Mundell publicó el año pasado su primera novela, Black Glass, que reseñé aquí. Mientras que Black Glass estaba ambientada en una Melbourne distópica y narraba las aventuras y desventuras de dos hermanas separadas tras una catástrofe familiar en el entorno duro y hostil de un futuro no tan disimilar del presente en algunos aspectos, 'Narcosis' explora en las reacciones de la protagonista tras sufrir un episodio que la pone en serio peligro.
Por suerte para ella, saldrá indemne.
Así comienza 'Narcosis':
Como siempre, espero que te guste. Puedes terminar de leerlo aquí.
Mundell publicó el año pasado su primera novela, Black Glass, que reseñé aquí. Mientras que Black Glass estaba ambientada en una Melbourne distópica y narraba las aventuras y desventuras de dos hermanas separadas tras una catástrofe familiar en el entorno duro y hostil de un futuro no tan disimilar del presente en algunos aspectos, 'Narcosis' explora en las reacciones de la protagonista tras sufrir un episodio que la pone en serio peligro.
Por suerte para ella, saldrá indemne.
Así comienza 'Narcosis':
Nos dejamos caer hacia atrás, en el océano, mientras hacíamos con la mano ese típico gesto del okey para la cámara. Más tarde volví a visionar esas imágenes varias veces, pero nunca terminaban de parecerme precisas: no éramos más que aletas, nos movíamos sin elegancia, brazos y piernas sin garbo alguno, sonrisas forzadas tras la boquilla, una entrada calamitosa que rompía la superficie del agua. En nada parecida a esa gracia pausada y algo empalagosa de cuando una está bajo el agua.
Ese día bajamos cuatro: mi vieja amiga Lucía y su marido, Will, mi ambivalente yo y un hombre llamado Mick, un antiguo minero de ópalos con bizquera de alcohólico, a quien desde el primer momento parece que le caí fatal. Lo había notado cuando nos presentaron en el puerto deportivo antes del amanecer, y el sentimiento fue mutuo al instante. Ese es el problema de los misántropos, pensé: saben perfectamente cómo reclutarnos a los demás.
Como siempre, espero que te guste. Puedes terminar de leerlo aquí.