1 nov 2012

Noviembre-El diablo de Tasmania

El diablo de Tasmania (Sarcophilus harrisii) no es en realidad tan simpático como en los dibujos animados
El revoltoso y simpático animalito de los dibujos animados de Looney Tunes, Taz, guarda pocas similitudes con el marsupial carnívoro que más gente asocia con la isla de Tasmania. El diablo de Tasmania tiene el tamaño de un perrito y es el mayor marsupial carnívoro que queda en el mundo, tras la desaparición del tigre de Tasmania.

Durante nuestras vacaciones de finales de 2011 y principios de 2012 pudimos ver varios ejemplares en cautividad en el Parque de Conservación del Diablo de Tasmania en las afueras de Taranna, a unos dos kilómetros de Eaglehawk Neck y Pirates Bay. ¿Qué se puede contar de este simpático icono? Mucho, pero no todo es tan agradable como en el mundo fantástico de los dibujos animados.

El diablo caza animales más pequeños, pero su alimentación depende mucho más de la carroña, es decir, de los cadáveres de animales muertos (que lamentablemente abundan en las carreteras de Tasmania, por cierto). No sabe absolutamente nada de modales y de decoro en la mesa. Apesta, no nos engañemos. No tiene, ni busca hacerse amigos. Peleará con una fuerza increíble por un trozo de carne maloliente, con uñas y dientes (especialmente estos últimos, muy afilados). Los machos se pelean entre sí por las hembras, y en ese aspecto resultan muy similares a algunos humanos. Son nocturnos, muy vivaces, capaces de trepar árboles y cruzar ríos. Su gruñido es bastante desagradable.

Hubo un tiempo en que el diablo de Tasmania también habitaba el continente australiano; los científicos atribuyen su extinción allí a la progresiva desertificación del continente. Desde mediada la década de los 90, una enfermedad cancerígena transmisible está decimando la población de los diablos. La especie está ya declarada en peligro de extinción.

30 oct 2012

Reseña: Ransom, de David Malouf


David Malouf, Ransom (North Sydney: Random House, 2009). 224 páginas.


Recientemente, durante las vacaciones escolares del tercer trimestre, uno de mis mellizos empleó varias tardes en confeccionar sus propios cromos de Pokemon, y luego convenció a su madre para que se los plastificara. El episodio me hizo recordar que, cuando yo tenía su edad, también me hice mis propios ‘cromos’ de los personajes de la Ilíada tras leer una edición adaptada de un tomo de la editorial Everest publicado en 1971, titulado Grandes Epopeyas (incluye cuatro de éstas: Ilíada, Odisea, Eneida y Batracomiomaquia), el cual todavía conservo con la esperanza de que mis hijos lo lean. Durante varias semanas, quizás meses, recrear las luchas entre aqueos y troyanos de la gran epopeya de Homero fue mi pasatiempo favorito.




No me cabe ninguna duda de que Homero capturó mi imaginación, y que logró plantar unas cuantas semillas del amor por la literatura que cuarenta años más tarde sigue creciendo, como uno de esos eucaliptos centenarios que custodian como vigías impertérritos las planicies de estas tierras Ngunnawal. En todo caso, nunca deja de sorprendernos lo mucho que nuestros descendientes tienen de nosotros mismos.

Ransom, la última novela del australiano David Malouf, también explora en cierto modo la relación entre padres e hijos, aunque la perspectiva es muy diferente, y el tratamiento del tema es, en una sola palabra, exquisito. Malouf adopta únicamente el material de la inmortal épica de Homero que le interesa – no menciona la causa de la guerra, Helena, para nada – y en ese sentido, el autor cuenta con que el lector ya debe ser conocedor de la Ilíada.

No creo que sea inusual que la frase que cierra un libro nos haga volver a él, a repensar nuestra lectura o a releer el texto a la luz que esa idea final haya prendido en nuestro campo de visión como lectores. Eso es exactamente lo que me ha sucedido con Ransom. Malouf concluye la novela en el personaje del carretero Somax, y hace referencia a su mula Beauty (Belleza): “[Somax] destacaba sobre todo porque era el propietario de una pequeña mula negra, a la que todavía recuerdan en esta parte del país, y de la cual todavía se habla mucho. Una criatura encantadora, elegante, de ojos grandes, obedecía al nombre de Belleza – a decir verdad muy apropiado, según parece, lo cual no siempre es el caso.”

Malouf sitúa el comienzo de Ransom tras la muerte de Patroclo; la guerra de Troya persiste, Aquiles sigue reñido con Agamenón; inconsolable y presa de una ira incontenible, Aquiles mata a Héctor; pero su muerte no consigue aplacar su cólera, y el hijo de Tetis retiene el cadáver de Héctor y lo ultraja día tras día. Desde las murallas de Troya, Príamo y Hécuba asisten impotentes al atroz cuadro. El rey troyano decide actuar y entregar un rescate para recuperar el cuerpo de su hijo.

Pero Malouf hace de Ransom algo más que una historia. Por momentos, esta nouvelle parece más un poema en prosa. Dejando de lado el (posiblemente) excesivamente largo diálogo entre Príamo y la reina Hécuba, Ransom es una vistosísima obra escrita en una prosa sobria, sencilla, natural. Es una historia conmovedora, poderosísima por varias razones. En primer lugar, porque es una narración sobre la dignidad y la piedad humanas.

Es, en segundo lugar, una narración llena de sutileza y de ternura: los dos personajes centrales son dos hombres viejos. Uno es el rey Príamo, que decide apostar por llevar a cabo lo impensable para un hombre de su rango y poder como último recurso para rescatar a su hijo muerto. Por su parte, Somax, el carretero, actúa de contrapunto humano, y como Sancho con Alonso Quijano, protege a su amo y le cuenta historias mundanas e intrascendentes que sin embargo cautivan al monarca, siempre apartado de la realidad, de la cotidianidad de los menos favorecidos.

No obstante todo lo anterior, puede que sea un tercer tema el primordial, un tema subyacente y menos obvio, pero que resalta por la fuerza poética de las palabras de Malouf: la estética del mundo, la belleza que puede hallarse en las pequeñas cosas que nos rodean, aun en el marco de una guerra violenta y sanguinaria.

Porque la belleza también estriba en el cambio de actitud que Aquiles experimenta cuando, atónito, ve a Príamo postrado ante él, suplicándole. Es la belleza del progreso moral del ser humano. Porque una forma de belleza distinta surge ante nuestros ojos cuando el carretero le describe a su acompañante el rey Príamo a su nieta, una chiquilla de cuatro años, su única descendiente viva. Porque hay también belleza en la descripción que Somax hace de los pastelillos que prepara su nuera, a quien Malouf le da un tono jovial, en un registro universal, el del hombre sencillo del campo.

La belleza adopta muchas formas, pero las más expresivas suelen ser las más sencillas, las más humildes. Así, Príamo rechaza la suntuosidad de una carroza señorial, y exige que le busquen un carro humilde. Los miembros del séquito encuentran a Somax en el mercado, quien alquila su carro, tirado por dos mulas, una de ellas tan bonita que enamora a todo el que la ve. Ransom tiene muchísimos pasajes de una belleza imponderable, tanto por su rico lenguaje musical, lírico pero nada ostentoso, como por el delicado y sencillo tratamiento con el que Malouf dispensa a los personajes y al mito épico de Homero.

A quien todavía guste de los mitos clásicos, esta bella novela de Malouf le debería llevar muy poco tiempo leerla. Es difícil soltarla, pues se trata de una auténtica gozada literaria. La recomiendo encarecidamente.

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