4 sept 2013

Reseña: Grey Area, de Will Self

Will Self, Grey Area (Londres: Bloomsbury, 1994). 336 páginas.

Mi ya viejo diccionario Collins (de 1984) recoge tres definiciones diferentes de la palabra “grey area”. La primera, empleada preferentemente en Gran Bretaña, se refiere a una región de alto desempleo; el territorio del estado español, por poner un ejemplo que todos entendemos. La segunda definición remite a la zona intermedia entre dos extremos, y que presenta rasgos de ambos. La tercera define “grey area” como una zona o situación que no cuenta con características claramente definidas.

La mayoría de los cuentos en esta colección del londinense Will Self presentan extrañas situaciones en las que la indefinición es la norma. En el que abre el volumen, ‘Between the Conceits’, el narrador nos dice en la primera oración: “Hay únicamente ocho personas en Londres, y por fortuna, yo soy una de ellas”. La megalomanía del narrador queda patente a medida que describe las confrontaciones que tiene con los otros siete “que de verdad cuentan”. La narración es, por supuesto, una feroz crítica al sistema de clases inglés, que tan democrático afirma ser, hasta el momento en que se los conoce a fondo, cuando se quitan la careta y se revelan como son.

En ‘The Indian Mutiny’ el narrador comienza con una chocante confesión: “Yo maté a un hombre cuando estaba en el colegio.” La historia nos lleva a un aula en la que el narrador, Fein, y sus compañeros de clase, torturaron psicológicamente a su maestro de historia (el Sr. Vello), quien tras un ataque de ansiedad y humillado por el adolescente y el resto de la clase, se suicidó. Fein nos dice que sufre pesadillas desde hace muchos años, pero son pocos los indicios textuales que apunten un total arrepentimiento por su parte.

Self crea entornos harto plausibles a simple vista, pero en su narración fuerza los límites de la realidad creada hasta hacer de ella algo disparatado, u opresivo. En ‘A Short History of the English Novel’ dos amigos que están almorzando discuten sobre el estado de la novela inglesa preguntan por curiosidad al camarero si tiene aspiraciones literarias; éste les sorprende al revelarles el argumento de una novela siguiendo el modelo picaresco inglés del siglo XVIII. Conforme avanza la tarde, en cada uno de los locales donde pasan, a tomar café o a saludar a conocidos, los camareros (novelistas principiantes) plantean sus quejas ante el abandono por parte de los editores ingleses. El desenlace de una situación tan absurda es, por supuesto, absurdo.

Para mi gusto, los dos mejores cuentos de este volumen son ‘Inclusion®’ y ‘Chest’. En el segundo, un escenario distópico en el que la atmósfera está tan contaminada de gases irrespirables que los achaques respiratorios confinan a las personas en sus casas; el artista Simon Dykes invita al dependiente del quiosco a una fiesta en la que compartirán codeína y nebulizadores. Al día siguiente sale a dar un paseo sin máscara de gas y se encuentra con su rico vecino y sus amigos, que han organizado una cacería de faisanes entre la tóxica niebla que rodea la casa.

Dykes reaparece en ‘Inclusion®’ como paciente de un tratamiento ilegal masivo de los innumerables casos de depresión en las localidades cercanas a Oxford. La droga, obtenida de la materia fecal y en descomposición de un parásito de una especie de abeja de la región amazónica, tiene la virtud de despertar el interés del paciente por todo, hasta exacerbarlo. Este cuento está muy bien trabajado, en tanto que cuenta con hasta cuatro voces narradoras diferentes, explicitadas mediante diarios de trabajo o informes que el primer narrador (que se dirige al lector en segunda persona) va encontrando en una carpeta.


En general, los cuentos de Self no destacan por su creación de personajes (muchos de ellos planos, algo artificiosos) ni de sus tramas, sino por la riqueza de detalles, tanto visuales como sonoros y olfativos, y la descripción de objetos; con ambos, Self crea espacios ficticios irracionales y hace una más que aceptable exhibición de su gusto por la sátira agria.

31 ago 2013

Reseña: La piel del miedo, de Javier Vásconez

Javier Vásconez, La piel del miedo (Madrid: Viento Sur, 2010). 188 páginas.

Pobre de aquel (esto es solamente una opinión personal) que nunca llegue a experimentar la aliviadora sensación de saber que el miedo a la muerte no tiene sentido, de que dicho miedo es en realidad resultado lógico de no saber quiénes somos ni de dónde venimos. Entre los más pequeños, sin embargo, el miedo no deja de ser algo natural y plenamente justificado. Pero no es óbice para que, en algún momento de nuestras vidas, ocurra que muchas de nuestras fobias desaparezcan y superemos esos temores tan profundos. Hasta que eso suceda, el temor puede ser parte de nuestra existencia diaria y regir nuestras acciones, dictando nuestros pensamientos.

El inicio de La piel del miedo de Javier Vásconez es ciertamente trepidante. Un muchacho llamado Jorge nos cuenta cómo se despertó una noche brutalmente sobresaltado por el atronador ruido de unos disparos en el interior de su casa, disparos seguidos de los gritos desesperados de su madre. Los disparos los ha efectuado su padre, periodista de cierto renombre, atenazado por el terror, alcohol y la violencia tras haber sufrido la represión de los esbirros a sueldo de su antiguo amigo, y que en la época de la novela es Presidente de Ecuador.

Al poco tiempo el padre huye de la casa y de las vidas de Jorge, su hermana Adela y su madre, Fanny. La narración que Vásconez pone en boca de Jorge es un recuento de las circunstancias en las que Jorge va creciendo, y nos pone sobre aviso acerca de su enfermedad, la epilepsia, y de cómo esta lo transforma, determinando su vida y muchas de sus reacciones a los acontecimientos que tienen lugar en la casa dominada por la tristeza y el vacío dejado por el padre ausente, así como en los otros lugares donde Jorge se relaciona con otras personas a lo largo de su vida. En ese sentido, La piel del miedo es una Bildungsroman, y los mejores pasajes, a mi parecer, son los que cuentan la extraña relación que Jorge tiene con Ramón y con la madre de éste.

Ramón y Jorge adquieren un turbio sentido de la vida en la adolescencia, pues mientras Ramón insiste en que su destino es (d)escribir el mundo y la vida misma en forma de tatuaje en la piel de una mujer, Jorge lucha con sus demonios interiores, principalmente el miedo y la ausencia de su padre; los demonios en la novela vienen representados por la constante amenaza del volcán Pichincha, pero también por las sombras de una ciudad lóbrega y nocturna, la pertinaz lluvia que cae sobre Quito o el abrasador sol andino.

Por momentos, sin embargo, la narración de La piel del miedo, se pierde en repeticiones o en divagaciones secundarias que pueden parecer un tanto innecesarias. El paso de Jorge de la niñez a una adolescencia solitaria y desprotegida queda un poco desdibujado porque Vásconez nos obliga a deambular un poco por la noche quiteña. Jorge y Ramón aprenden paulatinamente a desenvolverse en el mundo de los antros, de las calles oscuras, de los bares y los prostíbulos. En cambio, la narración pasa prácticamente de puntillas por la experiencia de abrir una librería en la ciudad de Quito.

No obstante, las interacciones de Jorge con los personajes que pueblan el Hotel Dos Mundos son un terreno fértil para la exploración de dichos personajes (especialmente el de la cantante Fabiola) y sostienen el interés de la novela hasta su resolución. El miedo está presente de una u otra forma en las vidas de todos ellos: el miedo es el ingrediente primordial de sus existencias y la razón fundamental de las diferentes decisiones que toman todos ellos.

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