Will Self, Grey Area (Londres: Bloomsbury, 1994). 336 páginas.
Mi ya viejo
diccionario Collins (de 1984) recoge tres definiciones diferentes de la palabra
“grey area”. La primera, empleada preferentemente en Gran Bretaña, se refiere a
una región de alto desempleo; el territorio del estado español, por poner un ejemplo
que todos entendemos. La segunda definición remite a la zona intermedia entre
dos extremos, y que presenta rasgos de ambos. La tercera define “grey area”
como una zona o situación que no cuenta con características claramente
definidas.
La mayoría de los
cuentos en esta colección del londinense Will Self presentan extrañas situaciones
en las que la indefinición es la norma. En el que abre el volumen, ‘Between the
Conceits’, el narrador nos dice en la primera oración: “Hay únicamente ocho personas
en Londres, y por fortuna, yo soy una de ellas”. La megalomanía del narrador
queda patente a medida que describe las confrontaciones que tiene con los otros
siete “que de verdad cuentan”. La narración es, por supuesto, una feroz crítica
al sistema de clases inglés, que tan democrático afirma ser, hasta el momento
en que se los conoce a fondo, cuando se quitan la careta y se revelan como son.
En ‘The Indian
Mutiny’ el narrador comienza con una chocante confesión: “Yo maté a un hombre
cuando estaba en el colegio.” La historia nos lleva a un aula en la que el narrador,
Fein, y sus compañeros de clase, torturaron psicológicamente a su maestro de
historia (el Sr. Vello), quien tras un ataque de ansiedad y humillado por el
adolescente y el resto de la clase, se suicidó. Fein nos dice que sufre
pesadillas desde hace muchos años, pero son pocos los indicios textuales que
apunten un total arrepentimiento por su parte.
Self crea
entornos harto plausibles a simple vista, pero en su narración fuerza los límites
de la realidad creada hasta hacer de ella algo disparatado, u opresivo. En ‘A
Short History of the English Novel’ dos amigos que están almorzando discuten
sobre el estado de la novela inglesa preguntan por curiosidad al camarero si
tiene aspiraciones literarias; éste les sorprende al revelarles el argumento de
una novela siguiendo el modelo picaresco inglés del siglo XVIII. Conforme
avanza la tarde, en cada uno de los locales donde pasan, a tomar café o a
saludar a conocidos, los camareros (novelistas principiantes) plantean sus
quejas ante el abandono por parte de los editores ingleses. El desenlace de una
situación tan absurda es, por supuesto, absurdo.
Para mi gusto,
los dos mejores cuentos de este volumen son ‘Inclusion®’ y ‘Chest’. En el
segundo, un escenario distópico en el que la atmósfera está tan contaminada de
gases irrespirables que los achaques respiratorios confinan a las personas en
sus casas; el artista Simon Dykes invita al dependiente del quiosco a una
fiesta en la que compartirán codeína y nebulizadores. Al día siguiente sale a
dar un paseo sin máscara de gas y se encuentra con su rico vecino y sus amigos,
que han organizado una cacería de faisanes entre la tóxica niebla que rodea la
casa.
Dykes reaparece
en ‘Inclusion®’ como paciente de un tratamiento ilegal masivo de los innumerables
casos de depresión en las localidades cercanas a Oxford. La droga, obtenida de
la materia fecal y en descomposición de un parásito de una especie de abeja de
la región amazónica, tiene la virtud de despertar el interés del paciente por
todo, hasta exacerbarlo. Este cuento está muy bien trabajado, en tanto que
cuenta con hasta cuatro voces narradoras diferentes, explicitadas mediante
diarios de trabajo o informes que el primer narrador (que se dirige al lector
en segunda persona) va encontrando en una carpeta.
En general, los
cuentos de Self no destacan por su creación de personajes (muchos de ellos
planos, algo artificiosos) ni de sus tramas, sino por la riqueza de detalles, tanto
visuales como sonoros y olfativos, y la descripción de objetos; con ambos, Self
crea espacios ficticios irracionales y hace una más que aceptable exhibición de
su gusto por la sátira agria.