3 abr 2014

Reseña: Something Like Happy, de John Burnside

John Burnside, Something Like Happy (Londres: Jonathan Cape, 2013). 244 páginas.

La felicidad, o algo que se le aproxima sin llegar a serlo nunca: el final de un túnel que quizás resulta ser circular. Casi la totalidad de los protagonistas principales de estos cuentos del escocés John Burnside hace mención de ese concepto tan elusivo como inalcanzable, y que se resume de un modo casi perfecto en el título del relato que abre el volumen y que le da título. ‘Something Like Happy’. Algo similar, pero nunca la cosa misma.

Fiona, la protagonista de este primer relato, termina la historia contando se come las tostadas que había preparado para su hermana, “porque todavía tenía hambre, y porque de verdad me sentía feliz, sentada allí [en la cocina] en silencio, observando la nieve” (p. 28-29, mi traducción). En su relato narra cómo se va forjando el enfrentamiento de dos hermanos, Arthur y Stan, el segundo novio de la hermana de Fiona, y que deviene en prisión para Stan y huida definitiva de Arthur.

En ‘Slut’s Hair’ (que debe tratarse de una derivación de la expresión slut’s wool, referida a esos montoncitos de polvo, pelusa e hilillos que se acumulan en los rincones o debajo de las camas – la palabra slut antiguamente se usaba para referirse a una criada que no limpiaba la casa como debía) una mujer sufre en silencio la violencia doméstica de un marido alcoholizado y sádico. Un dolor de muelas lleva a un acto brutal: el ciclo habitual en estas situaciones se interrumpe simbólicamente cuando Janice descubre un pequeño ratoncito en la cocina, al cual decide salvar de la barbarie de Rob. Salvarle la vida al ratoncito – si es que esa masa amorfa que se esconde tras el frigorífico es un diminuto roedor – sería una modesta victoria para ella.

La nieve es el telón de fondo paisajístico de muchos de estos cuentos. De hecho, en el relato que cierra el volumen, ‘The Future of Snow’, la nieve es protagonista directa de la historia, en la que pocos días antes de Navidad un policía recoge a Frank, un viudo del pueblo cuya mujer murió congelada un año antes, y que se pasea sin destino aparente bajo una fuerte nevada en mangas de camisa y babuchas. El policía desvela un secreto que, de saberlo Frank, mucho habría cambiado su estado mental actual. En ‘The Bell-Ringer’, una mujer que se estaba haciendo ilusiones de entablar amistad con un estadounidense de visita en la ciudad asiste bajo una intensa nevada a una escena que la deja sin habla y que rompe en mil pedazos esas ilusiones que se había hecho.

Pero en mi opinión es ‘Peach Melba’ el cuento que destaca entre todos de este impresionante y envidiable conjunto de relatos de Burnside. El narrador de ‘Peach Melba’ nos dice al principio de su relato: “He olvidado la mayor parte de mi vida hasta este momento. Eso me sorprende, a veces, pues la he disfrutado tanto” (p. 51, mi traducción). Una búsqueda del pasado, una evocación del enorme poder que puede albergar un momento definitorio de nuestras vidas. El protagonista de “Peach Melba” (un postre que homenajea a una gran soprano australiana) es un hombre adulto que trata de rememorar el sabor de este postre helado y que asocia con un episodio dramático (y traumático) de su niñez, y que concluye diciendo: “Me gustaría decir que la Copa Melba – el sabor del helado, o el modo en que la frambuesa se desangra en el helado y lo tiñe de un oscuro carmesí – me gustaría decir que hay algo que me lo devuelve todo, pero no puedo. Lo que saboreo es helado y melocotones, lo que veo es el color carmesí, lo que oigo es el gorjeo de las golondrinas por encima y, después de todos estos años, todavía no sé dónde termina mi ser y comienza el mundo, mientras todo – ser y mundo, alma y materia – se deshace en la nada, con hermosura, con elegancia, y tal como debe ser, me deja atónito y despojado, y solo en mi casa, perdido, o quizás simplemente suspendido, en la persistente y ligeramente exagerada perfección de la Copa Melba” (p. 70-71, mi traducción).

Otro de los aspectos a destacar en estos cuentos de Burnside es una violencia latente, que solamente aflora en ellos con una placidez sorprendente, como en el caso de ‘Roccolo’, ‘Godwit’ o ‘The Cold Outside’.

He dicho antes que ésta es una envidiable colección de cuentos. Lo es porque cualquiera que, como es mi caso, haya tratado de escribir cuentos sin haber logrado despertar el interés de nadie más allá de un puñado de amiguetes, sentirá una sana envidia de un autor cuya obra inspira admiración y ganas de seguir leyéndole. Something Like Happy, de momento, no se ha publicado en castellano ni en catalán. Quizás sea hora de hacerlo.

27 mar 2014

Reseña: La vida y las muertes de Ethel Jurado, de Gregorio Casamayor

Gregorio Casamayor, La vida y las muertes de Ethel Jurado (Barcelona: Acantilado, 2011). 302 páginas.

La estructura narrativa de La vida y las muertes de Ethel Jurado gira en torno al concepto de fractal, el cual el autor define como “objeto irregular formado por partes también irregulares, las cuales, si son aumentadas de tamaño, se muestran prácticamente iguales a su todo, y a la vez están formadas por partes más pequeñas que cumplen la misma propiedad, y así sucesivamente.” Los cuatro fractales los representan cuatro narradores, cuatro puntos de vista que van desentrañando de forma paulatina el misterio que rodea a la auténtica protagonista de la novela, Ethel.

Cada uno de estos narradores escoge aportar a la narración desde su memoria ciertos recuerdos y datos que van formando ante el lector el mosaico de la personalidad de Ethel y el trauma que provoca su huida definitiva; pero Casamayor sabe muy bien marcar los tiempos para dar un competente golpe de efecto definitivo en las páginas finales.

El primer narrador es Quique, el hermano pequeño de Ethel, atormentado por la culpa por no haber sido capaz de reconocer lo que había estado ocurriendo en su casa delante de sus narices, y también por su silenciosa complicidad y la de su madre. El hogar de los Jurado lo retrata Quique como una especie de brutal prisión psicológica, en la que el padre, Esteban, ejerce de déspota mientras la salud se lo permite. Tras la huida de Ethel, la madre, Margo, se convierte en juez y verdugo. Ella asume esos papeles para llevar a cabo unas sentencias inmisericordes con su esposo y su hijo mayor, Santiago.

Los otros tres narradores son los compañeros de facultad de Ethel. Gerard Pruna aporta nuevos datos sobre Ethel: lo errático de su comportamiento, sus ausencias de las aulas universitarias motivadas por frecuentes crisis que los expertos han diagnosticado como un trastorno bipolar, la mirada curiosa de un amigo en el hogar de Ethel donde intuye las amenazas de Esteban y el insondable ambiente asfixiante al que someten a Ethel en ese piso lóbrego.

El tercer narrador es Marcos Recaj, quien asume que fue Ethel quien le escogió como compañero íntimo (el cuarto fractal le revela al lector una perspectiva totalmente distinta). Casamayor sigue aportando nuevos matices e insinuaciones, lo hace con cuentagotas, no hay duda, pero en una novela que apenas llega a las 300 páginas eso no constituye falta alguna. La perspectiva narrativa final la aporta la otra chica del grupo de estudios, Laura Morillo, que termina casándose con Gerard. Laura es la verdadera confidente de Ethel, la única que – solamente quizás – llega a saber la verdad sobre Ethel, y a través de la cual Casamayor proporciona el desenlace. Este no es realmente tan sorprendente; Casamayor conduce la historia hacia un punto idóneo para la resolución, y lo hace sin dejar de eliminar ese velo de misterio que rodea a Ethel desde la primera página. Oculta tras una especie de niebla persistente elaborada con la vaguedad de las palabras, el personaje de Ethel Jurado nunca se nos revela por completo.


Es inevitable que al hacer memoria sobre alguien con quien hemos convivido pasemos recuento a nuestra propia vida; en La vida y las muertes de Ethel Jurado los cuatro narradores hacen confesión de sus propias faltas y defectos. Esos episodios personales con los que envuelven sus referencias al tiempo vivido con Ethel añaden un punto de interés a la novela, que sin esas anécdotas personales tendría mucho menos valor.

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